Aunque Cristo siempre fue igual a Dios,
no insistió en esa igualdad.
Al contrario,
renunció a esa igualdad,
y se hizo igual a nosotros,
haciéndose esclavo de todos.
Como hombre, se humilló a sí mismo
y obedeció a Dios hasta la muerte:
¡murió clavado en una cruz!