La mujer se acercó y, arrodillándose delante de él, le suplicó:
―¡Señor, ayúdame!
Él le respondió:
―No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros.
―Sí, Señor —respondió la mujer—, pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.