Enseguida, Pedro lo tomó de la mano derecha y lo levantó. En ese mismo instante, las piernas y los pies de aquel hombre se hicieron fuertes y, de un salto, se puso en pie y empezó a caminar. Alegremente, y sin pensarlo dos veces, entró al Templo con Pedro y Juan, caminando, dando saltos de alegría y alabando a Dios.