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Jueces 3:7-30

Jueces 3:7-30 NVI

Los israelitas hicieron lo que ofende al SEÑOR; se olvidaron del SEÑOR su Dios, y adoraron a las imágenes de Baal y de Aserá. El SEÑOR se enfureció contra Israel hasta tal punto que los vendió a Cusán Risatayin, rey de Aram Najarayin, a quien estuvieron sometidos durante ocho años. Pero clamaron al SEÑOR, y él hizo que surgiera un libertador, Otoniel hijo de Quenaz, hermano menor de Caleb. Y Otoniel liberó a los israelitas. El Espíritu del SEÑOR vino sobre Otoniel, y así Otoniel se convirtió en caudillo de Israel y salió a la guerra. El SEÑOR entregó a Cusán Risatayin, rey de Aram, en manos de Otoniel, quien prevaleció sobre él. El país tuvo paz durante cuarenta años, hasta que murió Otoniel hijo de Quenaz. Una vez más los israelitas hicieron lo que ofende al SEÑOR y, por causa del mal que hicieron, el SEÑOR le dio poder sobre ellos a Eglón, rey de Moab. Después de aliarse con los amonitas y amalecitas, Eglón fue y atacó a Israel, y se apoderó de la Ciudad de las Palmeras. Los israelitas estuvieron sometidos a Eglón, rey de Moab, durante dieciocho años. Los israelitas volvieron a clamar al SEÑOR, y el SEÑOR les levantó un libertador: Aod, el hijo de Guerá, de la tribu de Benjamín, quien era zurdo. Por medio de él los israelitas enviaron tributo a Eglón, rey de Moab. Aod se había hecho un puñal de doble filo como de treinta centímetros de largo, el cual sujetó a su muslo derecho por debajo de la ropa. Le presentó el tributo a Eglón, rey de Moab, que era muy grueso. Cuando Aod terminó de presentárselo, se fue a despedir a los hombres que habían transportado el tributo. Pero luego regresó desde las canteras que estaban cerca de Guilgal, y dijo: ―Oh rey, tengo un mensaje secreto para ti. ―¡Silencio! —ordenó el rey. Y todos sus servidores se retiraron de su presencia. Entonces Aod se acercó al rey, que estaba sentado solo en la habitación del piso superior de su palacio de verano, y le dijo: ―Tengo un mensaje de Dios para ti. Cuando el rey se levantó de su trono, Aod extendió la mano izquierda, sacó el puñal que llevaba en el muslo derecho y se lo clavó al rey en el vientre. La empuñadura se hundió tras la hoja, a tal punto que esta le salió por la espalda. Además, Aod no le sacó el puñal, ya que este quedó totalmente cubierto por la gordura. Después de cerrar y atrancar las puertas de la habitación del piso superior, Aod salió por la ventana. Cuando ya Aod se había ido, llegaron los siervos del rey y, al ver atrancadas las puertas de la habitación del piso superior, dijeron: «Tal vez está haciendo sus necesidades en el cuarto interior de la casa». Y tanto esperaron que se sintieron desconcertados. Al ver que el rey no abría las puertas de la habitación, las abrieron con una llave. Allí encontraron a su señor tendido en el piso, ya muerto. Mientras esperaban, Aod se escapó. Pasó junto a las canteras y huyó a Seirat. Cuando llegó allí, tocó la trompeta en la región montañosa de Efraín, y los israelitas descendieron de la montaña, con él a la cabeza. «Seguidme —les ordenó—, porque el SEÑOR ha entregado en vuestras manos a vuestros enemigos los moabitas». Bajaron con él y, tomando posesión de los vados del Jordán que conducían a Moab, no dejaron pasar a nadie. En aquella ocasión derrotaron a unos diez mil moabitas, todos robustos y aguerridos. No escapó ni un solo hombre. Aquel día Moab quedó sometido a Israel, y el país tuvo paz durante ochenta años.

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