2 CRÓNICAS 20:1-30
2 CRÓNICAS 20:1-30 BLP
Algún tiempo después los moabitas y amonitas, acompañados por meunitas, se movilizaron para atacar a Josafat. Sus informadores le dijeron: —Una gran multitud procedente de Edom, al otro lado del mar, viene contra ti y ya está en Jasesón Tamar, o sea, en Enguedí. Josafat se asustó y recurrió al Señor, proclamando un ayuno para todo Judá. Gente procedente de todas las ciudades de Judá se reunió para consultar al Señor. Josafat se puso en pie en medio de la asamblea de Judá y Jerusalén, que se encontraba reunida ante el atrio nuevo del Templo del Señor, y exclamó: —Señor, Dios de nuestros antepasados: tú eres el Dios de los cielos, tú gobiernas todos los reinos de las naciones y tienes el poder y la fuerza, sin que nadie pueda resistirte. Tú, Dios nuestro, expulsaste a los habitantes de esta tierra ante tu pueblo Israel y se la entregaste a perpetuidad a la descendencia de tu amigo Abrahán. Ellos la habitaron y construyeron un santuario en tu honor, pensando: «Si nos sobreviene alguna desgracia (guerra, castigo, epidemia o hambre), nos presentaremos ante ti en este Templo, donde reside tu nombre, te invocaremos en nuestra angustia, y tú nos escucharás y nos salvarás». Ahí tienes a los amonitas, moabitas y habitantes de la montaña de Seír: tú no permitiste a Israel atravesar su territorio cuando venía de Egipto, sino que los evitaron para no tener que destruirlos. Y ahora nos lo pagan viniendo a expulsarnos de la propiedad que nos diste en herencia. Dios nuestro, dales su merecido, pues nosotros nos sentimos indefensos ante esta enorme multitud que nos ataca y no sabemos qué hacer, si no es poner en ti nuestra mirada. Todos los judíos estaban en pie ante el Señor con sus chiquillos, sus mujeres y sus hijos. El espíritu del Señor inspiró entonces en medio de la asamblea a Jajaziel, hijo de Zacarías y descendiente de Benaías, Jeiel y Matanías, levita del clan de Asaf, que dijo: —Prestad todos atención, pueblo de Judá, habitantes de Jerusalén y rey Josafat. Esto os dice el Señor: No temáis ni os acobardéis ante esa gran multitud, porque la batalla no va con vosotros sino con Dios. Mañana bajaréis hacia ellos cuando suban la cuesta de Sis y los encontraréis al final del arroyo, frente al desierto de Jeruel. Pero no tendréis que luchar esta vez. Deteneos y quedaos quietos y veréis la victoria que os depara el Señor. Judá y Jerusalén, no temáis ni os acobardéis. Salid mañana a su encuentro, que el Señor estará con vosotros. Josafat se arrodilló rostro en tierra, y todo Judá y los habitantes de Jerusalén se inclinaron ante el Señor para adorarlo. Los levitas descendientes de Queat y de Coré se levantaron para alabar a voz en grito al Señor, Dios de Israel. Al día siguiente madrugaron para salir al desierto de Tecoa y mientras iban saliendo, Josafat, en pie, les decía: —Escuchadme, Judá y habitantes de Jerusalén: Confiad en el Señor vuestro Dios y estaréis seguros; confiad en sus profetas y venceréis. Tras consultar con el pueblo, designó a algunos para que fuesen delante de la formación vestidos con ornamentos sagrados, cantando y alabando al Señor con el estribillo: «Dad gracias al Señor, porque es eterno su amor». Y en el momento en que comenzaron los cantos y las súplicas, el Señor sembró discordias entre los amonitas, los moabitas y los habitantes de la montaña de Seír que venían contra Judá, y se destruyeron entre sí. Los amonitas y los moabitas atacaron a los habitantes de la montaña de Seír hasta destrozarlos y exterminarlos; y cuando acabaron con los habitantes de Seír se pusieron a destruirse mutuamente. Cuando los de Judá llegaron al promontorio del desierto y miraron hacia la multitud, no vieron más que cadáveres caídos en tierra y ningún superviviente. Cuando Josafat y su gente llegaron dispuestos al saqueo, encontraron tal cantidad de ganado, riquezas, vestidos y objetos preciosos que no pudieron cargar con ellos. Necesitaron tres días para consumar el saqueo. El cuarto día se reunieron en el valle de Beracá, donde bendijeron al Señor. Por eso aquel lugar se llama valle de la Bendición hasta el presente. Los hombres de Judá y Jerusalén, con Josafat a la cabeza, regresaron contentos a Jerusalén, pues el Señor los había llenado de alegría a costa de sus enemigos. Llegaron a Jerusalén y entraron en el Templo al son de salterios, cítaras y trompetas. Un pánico sagrado invadió a todos los reinos vecinos al enterarse de que el Señor luchaba contra los enemigos de Israel. El reinado de Josafat, en cambio, fue tranquilo y Dios le concedió paz con sus vecinos.