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HECHOS 10:1-16

HECHOS 10:1-16 BLP

Vivía en Cesarea un romano llamado Cornelio, capitán del batallón que llevaba el nombre de «el Itálico». Era hombre religioso y, junto con su familia, rendía culto al Dios verdadero. Ayudaba generosamente con sus limosnas al pueblo necesitado y oraba a Dios continuamente. Un día, sobre las tres de la tarde, tuvo una visión en la que vio claramente a un ángel de Dios que se dirigió a él y le dijo: —¡Cornelio! Atemorizado, miró fijamente al ángel y le preguntó: —¿Qué quieres, Señor? El ángel le contestó: —Dios ha tomado en consideración tus oraciones y tus limosnas. Por tanto, envía enseguida alguien a Jope que haga venir aquí a un tal Simón, a quien se conoce también como Pedro. Actualmente está hospedado en casa de otro Simón, un curtidor que vive junto al mar. Apenas salió el ángel que le había hablado, Cornelio llamó a dos criados y a uno de sus soldados asistentes que era hombre religioso, los puso en antecedentes de todo lo ocurrido y los mandó a Jope. Al día siguiente, mientras los enviados iban aún de camino, ya cerca de la ciudad, Pedro subió a la terraza para orar a eso del mediodía. De pronto, sintió hambre y quiso comer algo. Estaban preparándoselo, cuando cayó en éxtasis y vio que el cielo se abría y que algo así como un enorme lienzo descendía, colgado de sus cuatro puntas, y se posaba sobre la tierra. Había en él toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves. Y oyó una voz que le decía: —¡Anda, Pedro, mata y come! —De ninguna manera, Señor —respondió Pedro—. Jamás he comido nada profano o impuro. La voz se oyó por segunda vez: —Lo que Dios ha purificado, no lo consideres tú profano. Esto se repitió hasta tres veces y, a continuación, aquel objeto fue subido al cielo.

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