LAMENTACIONES 3:4-66
LAMENTACIONES 3:4-66 BLP
Me ha comido carne y piel y me ha quebrado los huesos. Me ha levantado un asedio de veneno y sufrimiento. Me ha hecho vivir en tinieblas como a los muertos antiguos. Me ha tapiado sin salida, cargándome de cadenas. Aunque grité y pedí auxilio, no hizo caso de mi súplica. Me ha amurallado el camino y me ha cambiado las sendas. Me ha acechado como un oso, como un león escondido. Me ha extraviado y hecho trizas, me ha dejado destrozado. Me ha apuntado con su arco, me ha hecho blanco de sus flechas. Me ha clavado en las entrañas las flechas de su carcaj. Soy la burla de mi pueblo y su copla todo el día. Me ha saciado de amargura, me ha dado a beber ajenjo. Me ha machacado los dientes, me ha revolcado en el polvo. Me han secuestrado la paz y hasta he olvidado la dicha. Pienso que estoy sin fuerza, que se ha agotado del todo mi esperanza en el Señor. Recuerda mi pena amarga que es ajenjo envenenado. Me acuerdo constantemente y se me derrumba el ánimo. Pero algo viene a mi mente que me llena de esperanza: que tu amor, Señor, no cesa, ni tu compasión se agota; ¡se renuevan cada día por tu gran fidelidad! Tú eres mi herencia, Señor, por eso confío en ti. Es bueno el Señor con quien confía en él y lo busca. Es bueno esperar callado la salvación del Señor. Es bueno que el ser humano cargue el yugo desde niño, que aguante solo y callado pues el Señor se lo ha impuesto; que su boca bese el polvo por si aún queda esperanza; y que ofrezca su mejilla al que lo hiere y lo afrenta. Porque no ha de rechazarnos eternamente mi Dios: pues, aunque aflige, se apiada porque es inmenso su amor; que no disfruta afligiendo o humillando al ser humano. Si alguien pisotea a todos los cautivos de un país, si se agravia a un ser humano en presencia del Altísimo, o si se altera un proceso, ¿es que mi Dios no lo ve? ¿Quién dice algo y sucede si mi Dios no lo ha ordenado? ¿No salen males y bienes de la boca del Altísimo? ¿Por qué alguno se lamenta, si vive aunque haya pecado? Revisemos nuestras sendas y volvamos al Señor. Alcemos al Dios del cielo nuestras plegarias sinceras. Fuimos rebeldes e infieles, ¡por eso no perdonaste! Airado nos perseguiste, nos mataste sin piedad. Te ocultaste en una nube para no escuchar las súplicas. Nos convertiste en basura y desecho entre los pueblos. Nos provocan con insultos todos nuestros enemigos. Miedo y pánico es lo nuestro, desolación y fracaso. Mis ojos son ríos de lágrimas por la capital en ruinas. Mis ojos lloran sin tregua y no sentirán alivio hasta que el Señor se asome y mire desde los cielos. Siento dolor en mis ojos por mi ciudad y sus hijas. Los que me odian sin motivo me cazaron como a un pájaro. Me arrojaron vivo a un pozo, echándome encima piedras. Me sumergieron las aguas y me dije: «¡Estoy perdido!». Invoqué, Señor, tu nombre desde lo hondo del pozo. ¡Escucha mi voz, no cierres tu oído al grito de auxilio! Cuando llamé te acercaste y me dijiste: «¡No temas!». Me has defendido, Dios mío, y me has salvado la vida. Ya ves que sufro injusticia: ¡hazme justicia, Señor! Ya ves todas sus intrigas de venganza contra mí. Tú oyes, Señor, sus insultos y sus planes contra mí; mi adversario cuchichea todo el día contra mí. Míralos: de pie o sentados, me hacen tema de sus coplas. Págales, Señor, a todos como merecen sus obras. Enduréceles la mente, échales tu maldición. Persíguelos con tu cólera y bórralos bajo el cielo.