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MALAQUÍAS 2:1-17

MALAQUÍAS 2:1-17 BLP

A vosotros, pues, sacerdotes se dirige esta amonestación: Si no estáis atentos y no os proponéis de corazón el honrar mi nombre —dice el Señor del universo—, enviaré maldición sobre vosotros y convertiré en maldición vuestras bendiciones. De hecho, ya he decidido convertirlas en maldición porque ninguno de vosotros toma en consideración este aviso. Mirad, he decidido apartaros del sacerdocio y echaros a la cara los excrementos de vuestras celebraciones religiosas, con los que también vosotros seréis barridos. Así reconoceréis que soy yo el que os dirijo esta amonestación para salvaguardar mi alianza con Leví —dice el Señor del universo—. Mi alianza le ofrecía vida y paz, y se las otorgué para que me respetara; y, en efecto, respetó y reverenció mi nombre. La enseñanza de su boca fue verdadera, y en sus labios nunca se halló maldad; la concordia y la rectitud caracterizaron su conducta respecto a mí, y consiguió que muchos se arrepintieran de sus culpas. Y es que un sacerdote debe atesorar sabiduría, y de su boca se espera que salga la enseñanza, pues es un mensajero del Señor del universo. Sin embargo, vosotros os desviasteis del camino, hicisteis tropezar a muchos con vuestra enseñanza y quebrantasteis la alianza de Leví —dice el Señor del universo—. Así, pues, yo haré que todo el pueblo os considere despreciables y viles, ya que ninguno de vosotros observa mis preceptos ni sois imparciales al aplicar la ley. ¿No tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos creó un mismo Dios? ¿Por qué, pues, traiciona cada uno a su hermano, incumpliendo la alianza que Dios hizo con nuestros antepasados? Judá ha cometido traición; en Israel y en Jerusalén se han hecho cosas aborrecibles, pues Judá ha profanado el santuario amado por el Señor al permitir matrimonios con mujeres que adoran a dioses extranjeros. Que el Señor extirpe de la nación israelita a quien hace tal cosa, al instigador, al que la realiza y a quien luego presenta ofrendas al Señor del universo. Pero es que todavía añadís más: cubrís el altar del Señor de lágrimas, llanto y gemidos porque él ya no acepta con agrado vuestras ofrendas. «¿Por qué sucede así?» —os preguntáis—. Pues porque el Señor es testigo de que tú has sido infiel a la esposa de tu juventud, la esposa y compañera con quien te comprometiste. ¿No ha hecho Dios un solo ser, un cuerpo animado por el espíritu? ¿Y qué es lo que busca este único ser? Pues una descendencia concedida por Dios. Así que cuidad vuestro espíritu y no traicionéis a la esposa de vuestra juventud. Pues el que repudia a su esposa porque ha dejado de amarla —dice el Señor, Dios de Israel— se comporta de forma violenta —dice el Señor del universo—. Así pues, cuidad vuestro espíritu y no seáis infieles. Vosotros habéis hastiado al Señor con vuestras palabras, y aún preguntáis: «¿En qué forma lo hemos hastiado?». Lo habéis hecho al afirmar que quien obra mal agrada y complace al Señor, y también al preguntar: «¿Dónde está el Dios que hace justicia?».