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1 REYES 8:1-66

1 REYES 8:1-66 RV2020

Entonces Salomón reunió ante sí, en Jerusalén, a los ancianos de Israel, a todos los jefes de las tribus y a los principales de las familias de los hijos de Israel, para traer el arca del pacto del Señor de la ciudad de David, que es Sion. Se reunieron con el rey Salomón todos los hombres de Israel en el mes de Etanim, que es el mes séptimo, el día de la fiesta solemne. Cuando llegaron todos los ancianos de Israel, los sacerdotes levantaron el arca, y trasladaron el arca del Señor, junto con el tabernáculo de reunión y todos los utensilios sagrados que estaban en el tabernáculo, que llevaban los sacerdotes y levitas. El rey Salomón, y toda la congregación de Israel que se había reunido junto a él, estaban delante del arca, y sacrificaban ovejas y bueyes, que por su cantidad no se podían contar ni calcular. Después, llevaron los sacerdotes el arca del pacto del Señor a su lugar, en el santuario de la Casa, al lugar santísimo, debajo de las alas de los querubines, pues los querubines tenían extendidas las alas sobre el lugar del arca, y así cubrían los querubines el arca y sus varas por encima. Sacaron las varas de manera que sus extremos se podían ver desde el lugar santo, que está delante del lugar santísimo, pero no se podían ver desde más afuera; y así han quedado hasta hoy. En el arca solamente estaban las dos tablas de piedra que Moisés había puesto allí en Horeb, donde el Señor hizo un pacto con los hijos de Israel, cuando salieron de la tierra de Egipto. Al salir los sacerdotes del santuario, la nube llenó la casa del Señor. Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar a causa de la nube, porque la gloria del Señor había llenado la Casa. Entonces dijo Salomón: El Señor ha dicho que habitaría en la oscuridad; pero yo te he edificado una casa por morada, un sitio en el que tú habites para siempre. Luego volvió el rey su rostro y bendijo a toda la congregación de Israel, que permanecía allí de pie. Y dijo: —Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que prometió a David mi padre lo que con su mano ha cumplido, pues dijo: «Desde el día que saqué de Egipto a mi pueblo Israel, no he escogido ciudad entre todas las tribus de Israel donde edificar una casa en la cual estuviera mi nombre, aunque escogí a David para que presidiera sobre mi pueblo Israel». Mi padre David tuvo en su corazón edificar una casa al nombre del Señor, Dios de Israel. Pero el Señor dijo a David, mi padre: «En cuanto a haber tenido en tu corazón edificar una casa a mi nombre, bien has hecho en tener tal deseo. Pero tú no edificarás la Casa, sino un hijo nacido de tus entrañas: él edificará una casa a mi nombre». El Señor ha cumplido la promesa que hizo: yo me he levantado en lugar de David, mi padre, y me he sentado en el trono de Israel, como el Señor había dicho, y he edificado la Casa al nombre del Señor, Dios de Israel. He dispuesto en ella lugar para el arca, en la cual está el pacto que el Señor hizo con nuestros padres cuando los sacó de la tierra de Egipto. Después Salomón se puso delante del altar del Señor, en presencia de toda la congregación de Israel, y extendió sus manos al cielo, y dijo: —Señor, Dios de Israel, no hay Dios como tú, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra, tú que guardas el pacto y la misericordia a tus siervos, los que andan delante de ti con todo su corazón, que has cumplido a tu siervo David, mi padre, lo que le prometiste. Lo prometiste con tu boca y hoy mismo lo has cumplido con tu mano. Ahora, pues, Señor, Dios de Israel, cumple a tu siervo David, mi padre, lo que le prometiste: «Nunca faltará delante de mí un descendiente tuyo que se siente en el trono de Israel, con tal que tus hijos guarden mi camino y anden delante de mí como has andado tú delante de mí». Ahora, pues, Señor, Dios de Israel, cúmplase la promesa que hiciste a tu siervo David, mi padre. Pero ¿es verdad que Dios habitará sobre la tierra? Si los cielos, y los cielos de los cielos, no te pueden contener, ¿cuánto menos esta Casa que yo he edificado? Con todo, Señor, Dios mío, tú atenderás a la oración de tu siervo y a su plegaria, pues escuchas el clamor y la oración que tu siervo hace hoy en tu presencia, a fin de que tus ojos estén abiertos de noche y de día sobre esta Casa, sobre este lugar del cual has dicho: «Mi nombre estará allí». Escucha la oración que tu siervo te dirija en este lugar. Oye, pues, la oración de tu siervo y de tu pueblo Israel. Cuando oren en este lugar, también tú lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos. Escucha y perdona. Si alguno peca contra su prójimo, le toman juramento, le hacen jurar y llega el juramento ante tu altar en esta casa, tú oirás desde el cielo y actuarás; juzgarás a tus siervos, condenarás al impío, harás recaer su proceder sobre su cabeza, pero justificarás al justo para darle conforme a su justicia. Si tu pueblo Israel es derrotado delante de sus enemigos por haber pecado contra ti, y se vuelve a ti y confiesa tu nombre; si oran, te ruegan y suplican en esta casa, tú oirás en los cielos, perdonarás el pecado de tu pueblo Israel y lo volverás a la tierra que diste a sus padres. Si el cielo se cierra y no llueve por haber ellos pecado contra ti, y te ruegan en este lugar y confiesan tu nombre; si se vuelven del pecado cuando los aflijas, tú oirás en los cielos, perdonarás el pecado de tus siervos y de tu pueblo Israel, le enseñarás el buen camino por el que deberán andar y enviarás lluvias sobre esta tu tierra, que diste a tu pueblo como heredad. Si en la tierra hay hambre, pestilencia, tizoncillo, añublo, langosta o pulgón; si sus enemigos los sitian en la tierra donde habiten; en todo azote o enfermedad, cualquiera sea la oración o súplica que haga cualquier hombre, o todo tu pueblo Israel, cuando cualquiera sienta el azote en su corazón y extienda sus manos hacia esta casa, tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, perdonarás y actuarás; darás a cada uno, cuyo corazón tú conoces, conforme a sus caminos (porque solo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres), para que te teman todos los días que vivan sobre la faz de la tierra que tú diste a nuestros padres. Asimismo, el extranjero, que no es de tu pueblo Israel y viene de lejanas tierras a causa de tu nombre (pues oirán de tu gran nombre, de tu mano fuerte y de tu brazo extendido), y llega a orar a esta casa, tú le oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, y harás conforme a todo aquello por lo cual el extranjero haya clamado a ti, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre y te teman, como tu pueblo Israel, y entiendan que tu nombre es invocado sobre esta casa que yo he edificado. Si tu pueblo sale a la batalla contra sus enemigos por el camino que tú les mandes, y oran al Señor con el rostro hacia la ciudad que tú elegiste y hacia la casa que yo he edificado a tu nombre, tú oirás en los cielos su oración y su súplica, y les harás justicia. Si pecan contra ti (porque no hay hombre que no peque), y tú, airado contra ellos, los entregas al enemigo, para que los lleve cautivos a tierra enemiga, sea lejos o cerca, y ellos recapacitan en la tierra adonde los hayan llevado cautivos, si se convierten y te suplican en la tierra de los que los cautivaron, y dicen: «Pecamos, hemos hecho lo malo, hemos cometido impiedad»; si se vuelven a ti de todo su corazón y de toda su alma en la tierra de los enemigos que los hayan llevado cautivos, y te suplican con el rostro hacia la tierra que tú diste a sus padres, hacia la ciudad que tú elegiste y la casa que yo he edificado a tu nombre, tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, su oración y su súplica, y les harás justicia. Perdonarás a tu pueblo, que ha pecado contra ti, todas las rebeliones que hayan cometido contra ti, y harás que tengan de ellos misericordia los que los hayan llevado cautivos, porque ellos son tu pueblo y tu heredad, el cual tú sacaste de Egipto, de en medio del horno de hierro. Estén, pues, atentos tus ojos a la oración de tu siervo y a la plegaria de tu pueblo Israel, para oírlos en todo aquello por lo cual te invoquen, pues tú los apartaste para ti como heredad tuya de entre todos los pueblos de la tierra, como lo dijiste por medio de Moisés, tu siervo, cuando tú, Señor, sacaste a nuestros padres de Egipto. Cuando acabó Salomón de hacer al Señor toda esta oración y súplica, se levantó de delante del altar del Señor, donde se había arrodillado, con sus manos extendidas al cielo. Y puesto en pie, bendijo a toda la congregación de Israel en voz alta: —¡Bendito sea el Señor, que ha dado paz a su pueblo Israel, conforme a todo lo que él había dicho! Ni una sola palabra de todas las promesas que expresó por medio de su siervo Moisés ha faltado. Esté con nosotros el Señor, nuestro Dios, como estuvo con nuestros padres, y no nos desampare ni nos deje. Incline nuestro corazón hacia él, para que andemos en todos sus caminos y guardemos sus mandamientos, los estatutos y decretos que mandó cumplir a nuestros padres. Que estas palabras con que he orado delante del Señor estén cerca del Señor, nuestro Dios, de día y de noche, para que él proteja la causa de su siervo y de su pueblo Israel, cada cosa a su tiempo, a fin de que todos los pueblos de la tierra sepan que el Señor es Dios, y que no hay otro. Sea, pues, perfecto vuestro corazón para con el Señor, nuestro Dios, de modo que andéis en sus estatutos y guardéis sus mandamientos, como en el día de hoy. Entonces el rey, y todo Israel con él, ofrecieron sacrificios delante del Señor. Salomón ofreció al Señor, como sacrificios de paz, veintidós mil bueyes y ciento veinte mil ovejas. Así dedicaron el rey y todos los hijos de Israel la casa del Señor. Aquel mismo día el rey santificó el centro del atrio que estaba delante de la casa del Señor, porque ofreció allí los holocaustos, las ofrendas y la grasa de los sacrificios de paz, por cuanto el altar de bronce que estaba delante del Señor era pequeño y no cabían en él los holocaustos, las ofrendas y la grasa de los sacrificios de paz. En aquel tiempo Salomón, y con él todo Israel, una gran muchedumbre que acudió desde la entrada de Hamat hasta el río de Egipto, hizo fiesta delante del Señor, nuestro Dios, durante siete días, y aun otros siete días, esto es, durante catorce días. Al octavo día despidió al pueblo, y ellos, tras bendecir al rey, se fueron a sus casas alegres y gozosos de corazón, por todo el bien que el Señor había hecho a David, su siervo, y a su pueblo Israel.

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