1 REYES 9:1-28
1 REYES 9:1-28 RV2020
Cuando Salomón acabó la obra de la casa del Señor, la casa real y todo lo que quiso hacer, el Señor se le apareció por segunda vez, como se le había aparecido en Gabaón, y le dijo: —He oído tu oración y el ruego que has hecho en mi presencia. He santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; en ella estarán mis ojos y mi corazón todos los días. Y si tú andas delante de mí como anduvo David, tu padre, en integridad de corazón y en equidad, y haces todas las cosas que yo te he mandado y guardas mis estatutos y mis decretos, yo afirmaré el trono de tu reino sobre Israel para siempre, como le prometí a tu padre David, cuando dije: «Nunca faltará un descendiente tuyo en el trono de Israel». Pero si obstinadamente os apartáis de mí vosotros y vuestros hijos y no guardáis los mandamientos y estatutos que yo he puesto delante de vosotros, sino que vais y servís a dioses ajenos, y los adoráis, yo eliminaré a Israel de sobre la faz de la tierra que les he entregado. Y esta casa que he santificado a mi nombre, la echaré de delante de mí, e Israel será motivo de burla y escarnio entre todos los pueblos. Cualquiera que pase por esta casa, antes sublime, se asombrará y se burlará. Con lo que se preguntará: «¿Por qué ha hecho así el Señor a esta tierra y a esta casa?». Y le dirán: «Por cuanto abandonaron al Señor, su Dios, que sacó a sus padres de la tierra de Egipto, y echaron mano a dioses ajenos, los adoraron y los sirvieron; por eso ha traído el Señor sobre ellos todo este mal». Al cabo de veinte años, cuando Salomón terminó de edificar las dos casas, la casa del Señor y la casa real, para las que Hiram, rey de Tiro, le había traído madera de cedro y de ciprés y cuanto oro quiso, el rey Salomón dio a Hiram veinte ciudades en tierra de Galilea. Hiram salió de Tiro para ver las ciudades que Salomón le había dado, y no le gustaron. Entonces dijo: —¿Qué ciudades son estas que me has dado, hermano? Y las llamó «Tierra de Cabul», nombre que tienen hasta hoy. Hiram había enviado al rey tres mil novecientos sesenta kilos de oro. Esta es la razón del trabajo forzado que el rey Salomón impuso para edificar la casa del Señor y su propia casa, Milo y el muro de Jerusalén, Hazor, Meguido y Gezer: Faraón, rey de Egipto, había subido y tomado a Gezer; después la quemó, dio muerte a los cananeos que habitaban en la ciudad y la dio en dote a su hija, la mujer de Salomón. Restauró, pues, Salomón a Gezer y a Bet-horón de abajo, a Baalat y a Tadmor en tierra del desierto; asimismo, todas las ciudades donde Salomón tenía provisiones, las ciudades de los carros, las ciudades de la gente de a caballo y todo lo que Salomón quiso edificar en Jerusalén, en el Líbano y en toda la tierra de su señorío. A todos los pueblos que quedaron de los amorreos, heteos, ferezeos, heveos y jebuseos, que no eran de los hijos de Israel, y a sus descendientes, los que quedaron en la tierra después de ellos y que los hijos de Israel no pudieron acabar, Salomón los sometió a trabajos forzados, hasta hoy. Pero a ninguno de los hijos de Israel impuso Salomón servicio, sino que eran hombres de guerra, sus criados, sus príncipes, sus capitanes, los comandantes de sus carros, o su gente de a caballo. Los que Salomón había hecho jefes y vigilantes sobre las obras eran quinientos cincuenta hombres, quienes dirigían a la gente que trabajaba en aquella obra. Cuando subió la hija de Faraón de la ciudad de David a la casa que Salomón le había edificado, entonces él edificó Milo. Salomón ofrecía tres veces al año holocaustos y sacrificios de paz sobre el altar que él edificó al Señor, y quemaba incienso sobre el que estaba delante del Señor, después que la Casa estuvo terminada. Hizo también el rey Salomón naves en Ezión-geber, que está junto a Elot en la ribera del mar Rojo, en la tierra de Edom. Hiram envió en ellas a sus siervos, marineros y diestros en la navegación, con los siervos de Salomón, los cuales fueron a Ofir y trajeron de allí catorce mil kilos de oro, y se los llevaron al rey Salomón.