1 SAMUEL 1:1-28
1 SAMUEL 1:1-28 RV2020
Hubo un hombre de Ramataim, sufita de los montes de Efraín, que se llamaba Elcana hijo de Jeroham hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. Tenía dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no. Todos los años, aquel hombre subía de su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Silo, donde estaban dos hijos de Elí: Ofni y Finees, sacerdotes del Señor. Cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina, su mujer, la parte que le correspondía, así como a cada uno de sus hijos e hijas. Pero a Ana le daba una parte escogida, porque amaba a Ana, aunque el Señor no le había concedido tener hijos. Y su rival la irritaba, la enojaba y la entristecía porque el Señor no le había concedido tener hijos. Así hacía cada año; cuando subía a la casa del Señor, la irritaba de tal manera, que Ana lloraba y no comía. Y Elcana, su marido, le decía: —Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes?, ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos? Después de comer y beber en Silo, Ana se levantó, y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo del Señor, ella, con gran angustia, oró al Señor y lloró desconsoladamente. E hizo este voto: —¡Señor de los ejércitos!, si te dignas mirar a la aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré al Señor todos los días de su vida, y no pasará navaja por su cabeza. Mientras ella oraba largamente delante del Señor, Elí observaba sus labios. Pero Ana oraba en silencio y solamente se movían sus labios; su voz no se oía, por lo que Elí la tuvo por ebria. Entonces le dijo Elí: —¿Hasta cuándo estarás ebria? ¡Digiere tu vino! Pero Ana le respondió: —No, señor mío; no he bebido vino ni sidra. Soy solo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No tengas a tu sierva por una mujer impía, porque solo por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he estado hablando hasta ahora. —Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho —le dijo Elí. —Halle tu sierva gracia delante de tus ojos —respondió ella. Se fue la mujer por su camino, comió, y no estuvo más triste. Se levantaron de mañana, adoraron delante del Señor y volvieron de regreso a su casa en Ramá. Elcana se acostó con Ana su mujer, y el Señor se acordó de ella. Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, «por cuanto —dijo— se lo pedí al Señor». Después Elcana, el marido, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio acostumbrado y su voto. Pero Ana no subió, sino que dijo a su marido: —Yo no subiré hasta que el niño sea destetado. Entonces lo llevaré, será presentado delante del Señor y se quedará allá para siempre. Elcana, su marido, le respondió: —Haz lo que bien te parezca y quédate hasta que lo destetes; así cumpla el Señor su palabra. Se quedó la mujer y crió a su hijo hasta que lo destetó. Después que lo destetó, y aunque el niño era aún muy pequeño, lo llevó consigo a la casa del Señor en Silo, con tres becerros, una medida de harina y una vasija de vino. Tras inmolar el becerro, trajeron el niño a Elí. Y Ana le dijo: —¡Señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, y oraba al Señor. Por este niño oraba, y el Señor me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también al Señor; todos los días que viva, será del Señor. Y adoró allí al Señor.