HECHOS 7:1-29
HECHOS 7:1-29 RV2020
El sumo sacerdote preguntó: —¿Es eso cierto? Esteban respondió: —Hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abrahán cuando estaba en Mesopotamia, antes de habitar en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que yo te mostraré. Salió de la tierra de los caldeos y se estableció en Harán. Muerto su padre, Dios le trasladó desde allí a esta tierra en la que vosotros habitáis ahora. No le dio en ella posesión alguna, ni siquiera para asentar un pie, pero prometió dársela a él, y a su descendencia, aunque Abrahán aún no tenía ningún hijo. Dios le anunció también que sus descendientes vivirían cuatrocientos años en otras tierras, como extranjeros, y que allí los esclavizarían y serían maltratados. Mas yo juzgaré —dijo Dios— a la nación que los esclaviza, y después saldrán de ella y me rendirán culto en este lugar. Dios estableció con Abrahán el pacto de la circuncisión y así Abrahán engendró a Isaac y le circuncidó al octavo día. Isaac, a su vez, circuncidó a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José como esclavo y fue llevado a Egipto. Pero Dios estaba con él: le libró de todas las circunstancias adversas, le dio sabiduría y permitió que se ganase el favor del faraón, rey de Egipto, quien le nombró gobernador del reino y de la casa real. En ese tiempo se desató una hambruna en toda la tierra de Egipto y de Canaán que causó trágicas consecuencias, hasta el punto de que nuestros padres no tenían nada que comer. Al tener noticia Jacob de que en Egipto había reservas de trigo, envió allá una primera vez a nuestros padres para comprarlo. Y cuando fueron una segunda vez, José se dio a conocer a sus hermanos y el faraón supo el linaje de José. Entonces José envió a buscar a su padre Jacob y a toda su familia, que se componía de setenta y cinco personas. Y así fue como Jacob se trasladó a Egipto, donde él y nuestros padres después de él, murieron. Sus restos fueron trasladados a Siquem y colocados en el sepulcro que Abrahán había comprado, a cambio de plata, a los hijos de Hamor. Según se iba aproximando el tiempo en que Dios cumpliría la promesa que había hecho a Abrahán, el pueblo crecía y se multiplicaba en Egipto. Pero ocupó el trono de Egipto otro rey que no conoció a José; un rey que con malas artes hacia nuestro linaje y crueldad hostigó a nuestros padres obligándolos a dejar abandonados a sus niños recién nacidos para que no sobrevivieran. En aquellos días nació Moisés, quien fue agradable a los ojos de Dios. Durante tres meses fue criado en casa de su padre. Luego tuvieron que dejarlo abandonado, pero la hija del faraón lo recogió y lo crió como si fuera su propio hijo. Moisés fue instruido en la sabiduría de los egipcios y se hizo respetar tanto por sus palabras como por sus obras. Cuando cumplió la edad de cuarenta años, sintió el deseo de visitar a sus hermanos de raza, los hijos de Israel. Pero al ver que un egipcio maltrataba a uno de ellos, salió en su defensa y, para vengar al oprimido, hirió de muerte al egipcio. Él pensaba que sus hermanos comprenderían que Dios iba a liberarlos valiéndose de él, pero ellos no lo entendieron de ese modo. Al día siguiente, Moisés presenció una reyerta entre israelitas e intervino tratando de poner paz entre ellos, diciendo: «¿Cómo es posible que os estéis haciendo daño uno a otro, si sois hermanos?». El agresor le respondió de mala manera: «¿Quién te ha puesto por encargado y juez nuestro? ¿Quieres matarme como mataste ayer al egipcio?». Al oír estas palabras, Moisés huyó y vivió como extranjero en tierra de Madián; y allí tuvo dos hijos.