LUCAS 23:13-46
LUCAS 23:13-46 RV2020
Entonces Pilato convocó a los principales sacerdotes, a los gobernantes y al pueblo, y les dijo: —Me habéis traído a este hombre diciendo que perturba al pueblo, pero después de haberle interrogado yo delante de vosotros, no le encuentro culpable de ninguno de los delitos de los que le acusáis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha enviado de nuevo. Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte, así que le castigaré y después le soltaré. En la fiesta de la Pascua el gobernador estaba obligado a conceder la libertad a un preso. Pero todo el gentío gritaba al unísono: —¡Fuera con ese. Suéltanos a Barrabás! El tal Barrabás estaba en la cárcel a causa de una rebelión que había tenido lugar en la ciudad y por un homicidio. Pilato, que quería poner en libertad a Jesús, habló de nuevo a la gente, pero ellos volvieron a gritar: —¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Él, por tercera vez, se dirigió al pueblo: —¿Pero qué delito ha cometido? No he descubierto en él ningún crimen que merezca la muerte. Le castigaré y le soltaré. Pero ellos seguían pidiendo a gritos que fuera crucificado. Y, finalmente, prevalecieron las voces del gentío y de los principales sacerdotes. Entonces Pilato sentenció que se hiciera lo que pedían: soltó al que estaba encarcelado por rebelión y homicidio y puso a Jesús a disposición de ellos. Cuando se lo llevaban, tomaron a cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron con la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y numerosas mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: —Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí. Llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque vendrán días en que dirán: «Dichosas las estériles y los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron». Comenzarán a decir a los montes: «Caed sobre nosotros», y a los collados: «Cubridnos», porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué harán? Llevaban también con Jesús a dos malhechores para ser ejecutados. Llegaron al lugar llamado de la Calavera y allí crucificaron a Jesús y a los malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús decía: —Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Los soldados se repartieron sus vestidos echándolos a suertes. El pueblo estaba mirando mientras las autoridades se burlaban de Jesús, diciendo: —Puesto que ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Cristo, el escogido de Dios. Los soldados también se reían de él: se acercaban ofreciéndole vinagre y decían: —Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Sobre él habían fijado un letrero escrito con letras griegas, latinas y hebreas. Decía: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores que estaban colgados le insultaba y le decía: —¿No eres tú el Cristo? ¡Pues sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros! Pero el otro le reprendió diciendo: —¿Ni siquiera ahora, que sufres la misma condena, temes a Dios? Nosotros estamos pagando justamente. Recibimos lo que merecemos por los actos cometidos, pero este no ha hecho nada malo. Y dijo a Jesús: —Acuérdate de mí cuando vayas a tu reino. Jesús respondió: —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. Alrededor del mediodía, toda la tierra quedó sumida en oscuridad hasta las tres de la tarde. El sol se oscureció y el velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús pegó un gran grito y dijo: —Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto expiró.