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MATEO 26:1-75

MATEO 26:1-75 RV2020

Cuando acabó Jesús de pronunciar todas estas palabras, dijo a sus discípulos: —Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado. Por entonces los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás, y se confabularon para apresar con engaño a Jesús y matarlo. Pero decían: —No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se le acercó una mujer que llevaba un vaso de alabastro con perfume muy costoso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús, que estaba sentado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se enojaron y dijeron: —¿Para qué este desperdicio? Se podía haber vendido el perfume a buen precio y dado el dinero a los pobres. Jesús se percató y les dijo: —¿Por qué molestáis a esta mujer? Lo que ha hecho conmigo es una buena obra, porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Ha derramado este perfume sobre mi cuerpo con el fin de prepararme para la sepultura. Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se predique este evangelio, se recordará también a esta mujer y lo que hizo. Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes y les dijo: —¿Cuánto me daréis si os entrego a Jesús? Ellos le asignaron treinta piezas de plata. Desde entonces buscaba una oportunidad para entregarlo. El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: —¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Él dijo: —Id a la ciudad y decid a cierto hombre: «El Maestro dice: Mi tiempo está cerca. En tu casa celebraré la Pascua con mis discípulos». Los discípulos hicieron como Jesús les mandó y prepararon la Pascua. Al anochecer, se sentó a la mesa con los doce y mientras comían, dijo: —Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Los discípulos, enormemente apenados, comenzaron a preguntarle uno tras otro: —¿Acaso seré yo, Señor? Él respondió: —El que mete la mano conmigo en mi plato me va a entregar. A la verdad el Hijo del Hombre ha de seguir su camino, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del Hombre es entregado! Mejor le fuera no haber nacido. Entonces dijo Judas, el que lo iba a entregar: —¿Soy yo, Maestro? Le respondió: —Tú lo has dicho. Mientras comían, tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió y dio a sus discípulos diciendo: —Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa y habiendo dado gracias, se la pasó diciendo: —Bebed de ella todos, porque esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados. Os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. Después de haber cantado el himno, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: —Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche, pues escrito está: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño . Pero después de que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. Replicó Pedro: —Aunque todos te fallen, yo nunca te fallaré. Jesús le dijo: —Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro insistió: —Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní y dijo a sus discípulos: —Quedaos aquí sentados mientras yo voy más allá a orar. Jesús se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces les dijo: —Mi alma siente una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. Se adelantó unos pasos e inclinándose sobre su rostro, oró así: —Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú. Volvió luego a sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: —¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez se alejó y oró por segunda vez: —Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Volvió de nuevo y los halló durmiendo, porque tenían los ojos cargados de sueño. Los dejó y se fue. Oró por tercera vez con las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: —¡Seguid durmiendo y descansando! Ha llegado la hora y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ved, se acerca el que me va a entregar. Aún estaba él hablando cuando llegó Judas, uno de los doce. Con él venía mucha gente con espadas y palos enviada por los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo. Y el que lo entregaba les había dado señal: —Al que yo bese, ese es. Apresadlo. En seguida se acercó a Jesús y dijo: —¡Hola, Maestro! Y lo besó. Jesús le preguntó: —Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron a Jesús y lo apresaron. Pero uno de los que estaban con él echó mano de su espada, hirió a un siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja. Jesús le dijo: —Envaina tu espada, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre y que él no me enviaría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras cuando dicen que es necesario que así se haga? En aquella hora dijo Jesús a la gente: —¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para apresarme? Diariamente me sentaba con vosotros y enseñaba en el templo y no me prendisteis. Mas todo esto sucede para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Y entonces todos los discípulos lo dejaron y huyeron. Los que apresaron a Jesús lo llevaron ante el sumo sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el patio del sumo sacerdote, entró y se sentó con los guardias para ver el fin. Los principales sacerdotes, los ancianos y todo el Concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús para entregarlo a la muerte. Aunque se presentaban muchos testigos falsos, no lo hallaban. Pero al fin comparecieron dos de estos testigos que dijeron: —Este afirmó: «Puedo derribar el templo de Dios y en tres días reedificarlo». Se levantó el sumo sacerdote y le preguntó: —¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? Pero Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: —Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús respondió: —Tú lo has dicho. Y además yo os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: —¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Y ellos respondieron: —¡Es reo de muerte! Y empezaron a escupirle en el rostro, le daban puñetazos y lo abofeteaban diciendo: —Profetízanos, Cristo, quién es el que te ha golpeado. Pedro estaba sentado fuera, en el patio. Se le acercó una criada y le dijo: —Tú también estabas con Jesús, el galileo. Pero él lo negó delante de todos: —No sé lo que dices. Pedro salió a la puerta y lo vio otra mujer y dijo a los que estaban allí: —También este andaba con Jesús, el nazareno. Pero él otra vez lo negó, jurando: —¡No conozco a ese hombre! Un poco después se le acercaron los que por allí estaban y le dijeron: —No cabe duda de que tú también eres de ellos. Tu acento te delata. Pedro entonces comenzó a maldecir y a jurar de nuevo: —¡No conozco a ese hombre! Y al instante cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces». Salió fuera y lloró amargamente.

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