MARCOS 10:1-52
MARCOS 10:1-52 RV2020
Jesús se levantó de allí y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán. El pueblo volvió de nuevo a congregarse en torno a él, y de nuevo él les enseñaba como solía. Se acercaron los fariseos y le preguntaron, con intención de tentarle, si estaba permitido al marido repudiar a su mujer. Él les respondió: —¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: —Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiarla. Les respondió Jesús: —Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los que eran dos serán una sola carne; así que ya no son dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe nadie. En casa los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo y les dijo: —Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra aquella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro también comete adulterio. Y le presentaban niños para que los tocara, pero los discípulos reprendían a quienes los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: —Dejad a los niños venir a mí. No se lo impidáis, porque el reino de Dios es de los que son como ellos. Con certeza os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él. Y Jesús, tomándolos en los brazos, los bendecía poniendo las manos sobre ellos. Saliendo Jesús para seguir su camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló delante de él y le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: —¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno, Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres, no mates, no hurtes, no digas falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre . El joven respondió: —Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándolo con amor, le dijo: —Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue entristecido, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: —¡Qué difícil les resultará entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas! Los discípulos se asombraron de sus palabras, pero Jesús volvió a decirles: —Hijos, ¡qué difícil les resulta entrar en el reino de Dios a quienes confían en las riquezas! Más fácil es para un camello pasar por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios. Los discípulos se asombraban aún más y se decían a sí mismos: —¿Y quién podrá salvarse? Jesús, mirándolos fijamente, dijo: —Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios. Entonces Pedro le dijo: —Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Respondió Jesús: —Con certeza os digo que no hay nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o padre o madre o mujer o hijos o tierras por causa de mí y del evangelio que no reciba ahora en este tiempo cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque todo ello con persecuciones, y en el tiempo venidero la vida eterna. Muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros. Jesús y sus discípulos subían por el camino hacia Jerusalén. Jesús iba delante de los doce, que estaban asombrados. Los demás que les seguían iban con miedo. Entonces volvió a tomar aparte a los doce y comenzó a decirles las cosas que le habían de acontecer: —Mirad, ahora subimos a Jerusalén. Allí el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, le escarnecerán, le azotarán, le escupirán y le matarán; mas al tercer día resucitará. Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron: —Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. Él les preguntó: —¿Qué queréis que haga por vosotros? Ellos dijeron: —Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús les respondió: —No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el vaso que yo bebo o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos respondieron: —Podemos. Jesús les dijo: —El vaso que yo bebo beberéis y con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados, mas el sentaros a mi derecha y a mi izquierda no me corresponde dároslo, sino a aquellos para quienes está preparado. Cuando los otros diez oyeron esto, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. Entonces Jesús los llamó y les dijo: —Sabéis que quienes se tienen por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los poderosos ejercen sobre ellas su potestad. Pero no será así entre vosotros. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero será siervo de todos, porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. Llegaron a Jericó, y al salir de la ciudad iba acompañado de sus discípulos y una gran multitud. Sentado junto al camino estaba Bartimeo, un mendigo ciego, hijo de Timeo. Al oír Bartimeo que era Jesús el nazareno, comenzó a gritar: —¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callara, pero él clamaba mucho más: —¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús se detuvo y mandó llamarle. Y llamaron al ciego diciéndole: —Ten confianza. Levántate, te llama. Bartimeo, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Jesús le preguntó: —¿Qué quieres que haga por ti? El ciego respondió: —Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: —Vete. Tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y seguía a Jesús por el camino.