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HECHOS 8:1-13

HECHOS 8:1-13 DHHE

Y Saulo estaba allí, dando su aprobación a la muerte de Esteban. Aquel mismo día comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Todos, menos los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban y le lloraron mucho. Mientras tanto, Saulo perseguía a la iglesia: entraba de casa en casa y sacaba a rastras a hombres y mujeres para mandarlos a la cárcel. Los creyentes que tuvieron que salir de Jerusalén anunciaban el mensaje de salvación por dondequiera que iban. Felipe, uno de ellos, se dirigió a la principal ciudad de Samaria y comenzó a hablarles de Cristo. La gente se reunía y escuchaba con atención lo que decía Felipe, viendo las señales milagrosas que hacía. De muchas personas salían gritando los espíritus impuros, y muchos paralíticos y cojos eran sanados. Por esta causa hubo gran alegría en aquella ciudad. Había allí un hombre llamado Simón, que ya de antes practicaba la brujería y engañaba a la gente de Samaria haciéndose pasar por alguien importante. Todos, del más pequeño al más grande, le escuchaban atentamente y decían: “Este es el que llaman ‘el gran poder de Dios’.” Y le hacían caso, porque con sus brujerías los había engañado durante mucho tiempo. Pero cuando creyeron en la buena noticia que Felipe les anunciaba acerca del reino de Dios y de Jesucristo, hombres y mujeres se bautizaron. El mismo Simón creyó y se bautizó, y comenzó a acompañar a Felipe, admirado de los grandes milagros y señales que veía.

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