ESDRAS 8:15-36
ESDRAS 8:15-36 DHHE
Yo, Esdras, los reuní a todos junto al canal que desemboca en el río Ahavá, y acampamos allí tres días. Y cuando pasé revista a la gente y a los sacerdotes no encontré ningún levita. Por lo tanto envié a Eliézer, Ariel, Semaías, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán, Zacarías y Mesulam, que eran personas importantes, y también a los maestros Joiarib y Elnatán, con la orden de visitar a Idó, jefe del lugar llamado Casifiá, y les dije todo lo que tenían que comunicar a Idó y sus compañeros, los sirvientes del templo que estaban en Casifiá, para que nos trajeran gente que nos ayudara en el templo de nuestro Dios. Y, gracias a Dios, nos trajeron a Serebías, hombre muy capaz, descendiente de un levita llamado Mahli, con sus hijos y hermanos; dieciocho personas en total. Además nos trajeron a Hasabías e Isaías, descendientes de Merarí, que con sus hijos y hermanos sumaban veinte personas. De los sirvientes del templo puestos por David y los dirigentes al servicio de los levitas, había doscientos veinte, todos ellos nombrados personalmente. Después proclamé un ayuno cerca del río Ahavá, para que reconociéramos nuestras faltas ante nuestro Dios, y para pedirle que nos llevara con bien a nosotros, nuestras familias y nuestras posesiones. Pues me dio vergüenza pedirle al rey soldados de caballería para que nos protegieran del enemigo en el camino, ya que habíamos dicho al rey que Dios protege a todos los que le buscan, pero que descarga su fuerza y su ira sobre todos los que le abandonan. De modo que ayunamos y rogamos a Dios por todo esto, y él nos escuchó. Luego aparté a doce dirigentes de los sacerdotes: a Serebías, Hasabías y diez compañeros suyos, y les pesé y entregué la plata, el oro y los utensilios que el rey y sus consejeros y oficiales y todos los israelitas allí presentes habían ofrecido como donativo para el templo de nuestro Dios. Les pesé y les entregué veintiún mil cuatrocientos cincuenta kilos de plata, cien utensilios de plata y tres mil trescientos kilos de oro; además, veinte tazas de oro con un peso total de ocho kilos, y dos utensilios de bronce bruñido de primera calidad, tan valiosos como si fueran de oro. Luego les dije: “Vosotros estáis consagrados al Señor, lo mismo que los utensilios. La plata y el oro son para el Señor, Dios de nuestros padres. Tened cuidado y guardadlos hasta que los peséis en presencia de los jefes de los sacerdotes, y de los levitas y jefes de familia de Israel, en las cámaras del templo del Señor, en Jerusalén.” Entonces los sacerdotes y los levitas recibieron la plata, el oro y los utensilios que habían sido pesados, y los llevaron a Jerusalén, al templo de nuestro Dios. El día doce del mes primero nos marchamos del río Ahavá para dirigirnos a Jerusalén. Nuestro Dios nos ayudó, librándonos de enemigos y de bandidos en el camino. Cuando llegamos a Jerusalén, descansamos tres días. Al cuarto día se pesó la plata, el oro y los utensilios en el templo de nuestro Dios, y se entregó todo al sacerdote Meremot, hijo de Urías. Con él estaban Eleazar, hijo de Finees, y los levitas Jozabad, hijo de Josué, y Noadías, hijo de Binuy. Aquel mismo día se pesó y contó todo, y se tomó nota de la carga. Después, los desterrados que volvieron del exilio entregaron, para los holocaustos al Dios de Israel y en nombre de todos los israelitas, doce becerros, noventa y seis carneros, setenta y siete corderos y doce chivos para la ofrenda por el pecado. Todos fueron quemados en honor del Señor. Luego entregaron la orden del rey a las autoridades del reino y a los gobernadores de la provincia al oeste del río Éufrates, los cuales apoyaron al pueblo y al templo de Dios.