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HEBREOS 7:11-28

HEBREOS 7:11-28 DHHE

El pueblo de Israel recibió la ley por medio de los sacerdotes levitas, descendientes de Aarón. Ahora bien, si en verdad estos hubieran podido hacer perfectos a los que seguían la ley, no habría sido necesario que apareciera otro sacerdote, ya no de la clase de Aarón sino de la clase de Melquisedec. Porque al cambiar el sacerdocio se tiene que cambiar también la ley; y nuestro Señor, de quien la Escritura dice esto, pertenece a otra tribu de Israel, de la que no ha salido ningún sacerdote. Porque es bien sabido que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, y Moisés no dijo nada de esa tribu cuando habló del sacerdocio. Esto es aún más claro si el nuevo sacerdote que aparece es uno como Melquisedec. Este no fue sacerdote según una ley que establece de qué familia debe venir, sino según el poder de una vida indestructible. Porque esto es lo que Dios dice de él: “Tú eres sacerdote para siempre, de la misma clase que Melquisedec.” Así que el mandato anterior quedó cancelado porque era débil e inútil, pues la ley de Moisés no perfeccionó nada; y en su lugar tenemos una esperanza mejor, por la cual nos acercamos a Dios. Dios garantizó esto con un juramento. Los otros sacerdotes fueron nombrados sin juramento alguno, pero en el caso del Señor sí que hubo un juramento, pues en la Escritura le dice: “El Señor hizo un juramento y no va a desdecirse: ‘Tú eres sacerdote para siempre.’ ” De este modo, Jesús es quien garantiza un pacto mejor que el primero. Los otros sacerdotes fueron muchos, porque la muerte les impedía seguir viviendo; pero como Jesús no muere, su oficio sacerdotal no pasa a nadie más. Por tanto, puede salvar para siempre a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive para siempre, para interceder por ellos delante de Dios. De modo que Jesús es precisamente el sumo sacerdote que necesitábamos. Él es santo, sin maldad y sin mancha, apartado de los pecadores y puesto más alto que el cielo. No es como los otros sumos sacerdotes, que tienen que matar animales y ofrecerlos cada día en sacrificio, primero por sus propios pecados y luego por los pecados del pueblo. Jesús ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre, cuando se ofreció a sí mismo. La ley de Moisés designa sumos sacerdotes a hombres imperfectos; mientras que el juramento de Dios, posterior a la ley, designa sumo sacerdote a su Hijo, que ha sido hecho perfecto para siempre.

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