ISAÍAS 44:1-28
ISAÍAS 44:1-28 DHHE
“Escúchame ahora, Israel, pueblo de Jacob, mi siervo, mi elegido. Yo soy el Señor, tu creador, que te formó desde antes de nacer y que te ayuda. No temas, Jesurún, pueblo de Jacob, mi siervo, mi elegido, porque voy a hacer que corra agua en el desierto, arroyos en la tierra seca. Yo daré nueva vida a tus descendientes y les enviaré mi bendición. Y crecerán como hierba bien regada, como álamos a la orilla de los ríos. Uno dirá: ‘Yo soy del Señor’; otro se llamará descendiente de Jacob, y otro se grabará en la mano: ‘Propiedad del Señor’, y añadirá el nombre de Israel al suyo propio.” El Señor, el rey y libertador de Israel, el Señor todopoderoso, dice: “Yo soy el primero y el último; fuera de mí no hay otro dios. ¿Quién hay igual a mí? Que hable y me lo explique. ¿Quién ha anunciado desde el principio el futuro, y dice lo que está por suceder? Pero, ¡ánimo, no tengáis miedo! Yo así lo dije y lo anuncié desde hace mucho, y vosotros sois mis testigos. ¿Hay acaso otro dios fuera de mí? No hay otro refugio; no conozco ninguno.” Ninguno de los que hacen ídolos vale nada, y para nada sirven los ídolos que ellos tanto estiman. Los que les dan culto son ciegos y estúpidos, y por eso quedarán en ridículo. El que funde una estatua para adorarla como a un dios, pierde su tiempo. Todos los que la adoren quedarán en ridículo. Los que fabrican ídolos son simples hombres. Si todos juntos se presentaran a juicio, quedarían humillados y llenos de terror. Veamos qué hace el herrero: toma su cincel y, después de calentar el metal entre las brasas, le da forma a golpes de martillo. Lo trabaja con su fuerte brazo. Pero si el herrero no come, se le acaba la fuerza, y si no bebe agua, se cansa. O veamos el escultor: toma las medidas con su regla, traza el dibujo con lápiz y compás, y luego lo trabaja con escoplo; así hace una estatua dándole la figura de una persona e imitando la belleza humana, y luego la instala en un templo. O también, alguien planta cedros y la lluvia los hace crecer; después tendrá cedros para cortar. O si prefiere cipreses o robles, los cuidará en el bosque hasta que sean bien gruesos. Luego la gente los usará para hacer fuego; se llevarán unos trozos para calentarse con ellos, y otros para cocer pan. Y aun con otros trozos harán la estatua de un dios, y se inclinarán ante ella adorándola. O también: la mitad de la madera la pone uno a arder en el fuego, y asa carne, se come el asado y queda satisfecho. También se calienta con ella, y dice: “¡Qué bien se está junto al fuego; ya estoy entrando en calor!” Después, con la madera sobrante, hace la estatua de un dios, se inclina ante ella para adorarla y suplicante le dice: “¡Sálvame, porque tú eres mi dios!” Esa gente no sabe, no entiende; tienen los ojos tan ciegos que no pueden ver, y el entendimiento tan cerrado que no pueden comprender. No se ponen a pensar, les falta entendimiento para comprender y decir: “La mitad de la madera la puse a arder y en las brasas cocí pan, asé carne y me la comí; del resto hice esta cosa detestable, ¡y lo que estoy adorando es un pedazo de palo!” Verdaderamente, es como comer ceniza. Es dejarse engañar por ideas falsas. Esas personas no podrán salvarse, pues no son capaces de entender que lo que tienen en sus manos es pura mentira. “Israel, pueblo de Jacob, recuerda que tú eres mi siervo; tú eres mi siervo, pues yo te formé. Israel, no te olvides de mí. Yo he hecho desaparecer tus faltas y pecados, como desaparecen las nubes. Vuélvete a mí, pues yo te he liberado.” ¡Cielo, grita de alegría por lo que el Señor ha hecho! ¡Lanzad vivas, abismos de la tierra! ¡Montañas y bosques, con todos vuestros árboles, gritad llenos de alegría, porque el Señor ha mostrado su gloria liberando a Israel, el pueblo de Jacob! Esto dice el Señor, tu libertador, el que te formó desde antes que nacieras: “Yo soy el Señor, creador de todas las cosas; yo extendí el cielo y afirmé la tierra sin que nadie me ayudara. Yo no dejo que se cumplan las predicciones de los falsos profetas; yo hago que los adivinos pierdan la razón. Yo hago que los sabios se contradigan y que sus conocimientos resulten pura tontería. Pero hago que se cumplan las palabras de mis siervos y que salgan bien los planes de mis enviados. Yo declaro que Jerusalén volverá a ser habitada y que las ciudades de Judá serán reconstruidas. Yo haré que se levanten de sus ruinas. Yo puedo ordenar que se seque el océano y que sus ríos se queden sin agua. Yo digo a Ciro: ‘Tú eres mi pastor, tú harás todo lo que yo quiero’; y digo a Jerusalén: ‘Tú serás reconstruida’, y al templo: ‘Se pondrán tus cimientos.’ ”