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SALMOS SALMOS

SALMOS
INTRODUCCIÓN
Todas las instituciones y prácticas del Antiguo Testamento que tienen que ver con el culto -el templo de Jerusalén, el sacerdocio levítico y los sacrificios rituales- quedaron abolidos después de la venida de Cristo, a quien la iglesia confiesa como el verdadero templo (cf. Jn 2.21), el único sumo sacerdote del nuevo pacto o alianza (Heb 8.1-6) y “el Cordero que fue sacrificado” (Ap 5.12) “una sola vez y para siempre” (Heb 10.10) por los pecados de todo el mundo (cf. Jn 1.29). Sin embargo, no sucedió lo mismo con los himnos y oraciones del libro de los Salmos (=Sal). Desde los comienzos mismos de su historia, la iglesia cristiana los siguió recitando y cantando, como antes lo habían hecho el pueblo de Israel en la liturgia del templo y el mismo Jesús durante su vida terrena (cf. Mt 26.30; 27.46; Lc 23.46).
La tradición hebrea dio al libro de los Salmos el nombre de Tehilim, que significa “cantos de alabanza” o, simplemente, “alabanzas”. En cambio, la traducción griega de los Setenta (LXX), le puso el título de Psalmoi y Psalterion, expresiones de las que derivan nuestros términos Salmos y Salterio. La palabra griega psalmos designaba originariamente un poema para ser cantado al son de instrumentos de cuerda, y el psalterion era uno de esos instrumentos. Pero estos significados fueron perdiéndose poco a poco, y ahora la palabra Salterio suele emplearse como sinónimo de libro de los Salmos, mientras que el término salmo designa a cada uno de los poemas que lo integran.
(1) Formación del libro de los Salmos
La formación del libro de los Salmos, como la de casi todos los demás libros del AT, tuvo una historia larga y compleja. Ya no es posible reconstruir esa historia en todos sus detalles, pero los “títulos hebreos” que figuran en el encabezamiento de un buen número de salmos ofrecen algunas indicaciones valiosas. Esos títulos muestran que los salmos, antes de formar parte de un solo libro, estuvieron agrupados en diversas colecciones independientes, que se fueron formando en distintas épocas para responder, sobre todo, a las necesidades del culto en el templo de Jerusalén.
Entre estas colecciones parciales pueden mencionarse, por ejemplo, la de “los hijos de Coré” (Sal 42–49; 84–85; 87–88) y la de Asaf (Sal 50; 73–83), que eran dos familias de levitas cantores (véanse Sal 42–43$n$ b; 50$n$ b). También había una colección de salmos llamados “aleluyáticos”, porque comienzan o terminan con la exclamación litúrgica Aleluya, “¡Alabado sea el Señor!” (Sal 104–106; 111–117; 135; 146–150), otra de salmos “graduales” o “de peregrinación” (120–134), que eran cantados por los israelitas cuando “subían” a Jerusalén para las grandes fiestas, y dos colecciones de salmos davídicos, una grande (Sal 3–41) y otra más pequeña (Sal 51–70). Estas colecciones parciales, y algunos salmos más, fueron luego reunidos en un solo conjunto; y cuando estuvieron agrupados los ciento cincuenta salmos, estos fueron distribuidos en cinco secciones o libros, cada uno de los cuales termina con una doxología o alabanza: 1–41; 42–72; 73–89; 90–106 y 107–150.
(2) La poética hebrea
Los salmos son oraciones y plegarias compuestas para diversas circunstancias, pero todos tienen un elemento común: están expresados en lenguaje poético. Por eso se los comprenderá mucho mejor si se tienen en cuenta los elementos característicos de la poética hebrea.
Esta poesía atribuye una gran importancia al ritmo que resulta de la acentuación de las sílabas. Pero su rasgo distintivo más notable es el llamado paralelismo de miembros, artificio consistente en que la expresión poética más elemental se construye con dos frases paralelas (aunque a veces también pueden ser tres), que se corresponden mutuamente por su forma y contenido y se equilibran como los platillos de una balanza. De este modo, la idea no se expresa toda de una vez, sino, por así decirlo, en dos tiempos sucesivos.
En general, suelen distinguirse tres formas de paralelismo:
(a) paralelismo sinónimo, que consiste en expresar dos veces la misma idea con palabras distintas, como en Sal 15.1:
Señor, ¿quién puede residir en tu santuario?
¿Quién puede habitar en tu santo monte?
(b) paralelismo antitético, que se establece por la oposición o el contraste de dos ideas o de dos imágenes poéticas; por ejemplo, Sal 37.22:
Los que el Señor bendice heredarán la tierra,
pero los que él maldice serán destruidos.
(c) paralelismo sintético, que se da cuando el segundo miembro prolonga o termina de expresar el pensamiento enunciado en el primero, añadiendo elementos nuevos, como en Sal 19.8:
Los preceptos del Señor son justos,
porque traen alegría al corazón.
A veces el paralelismo sintético presenta una forma particular, que consiste en desarrollar la idea repitiendo algunas palabras del verso anterior. Entonces suele hablarse de paralelismo progresivo, como en el caso de Sal 145.18:
El Señor está cerca de los que le invocan,
de los que le invocan con sinceridad.
(3) Géneros literarios de los salmos
Los ciento cincuenta salmos están distribuidos en el Salterio sin un orden aparente, y esto impide descubrir a primera vista las relaciones de un salmo con otro. Sin embargo, una lectura más atenta muestra que ellos presentan ciertas características de forma y contenido que permiten clasificarlos en grupos o familias, de acuerdo con el género literario al que pertenecen. Aprender a identificar el género literario de un salmo es un paso importante para comprenderlo mejor y para situarlo en el contexto social y en la situación humana que lo dieron origen. Por eso se enumeran a continuación las principales familias de salmos.
(a) Los himnos o cantos de alabanza, que celebran la gloria, el poder y el amor del Señor manifestados en las obras de la creación y en la historia de su pueblo. Ejemplos: Sal 8; 103; 104; 117; 147; 148; 150.
Entre los himnos, se destacan además dos grupos particulares: los himnos a la realeza del Señor, que aclaman al Dios de Israel como Rey universal (Sal 47; 93; 96–99), y los cantos de Sión, que se refieren al monte Sión como lugar elegido por el Señor para habitar en él (Sal 46; 48; 76; 87; 122).
(b) Las súplicas, que se dividen a su vez en colectivas e individuales. Las súplicas colectivas, nacionales, o de toda la comunidad, son oraciones en las que todo el pueblo de Israel se dirige al Señor para que aleje de él su ira y lo libre de las calamidades que lo afligen. Ejemplos: Sal 12; 44; 74; 79; 80; 83. Véase Lm 5.1-22$n.
Las súplicas individuales son muy numerosas. Expresan el clamor de los pobres, los enfermos, los perseguidos y, en general, de los oprimidos por el sufrimiento, que se dirigen al Señor en demanda de auxilio. Dentro de este grupo pueden mencionarse en especial las súplicas de un inocente que, injustamente acusado por falsos testigos (Sal 7; 17; 26), acude al Señor para que le haga justicia. Otros ejemplos de súplicas individuales: Sal 3–6; 9–10; 22; 42–43; 51; 54–57; 69–71.
(c) Los cantos de acción de gracias, cuyo contenido puede resumirse en estas palabras de Sal 18.6: En mi angustia llamé al Señor, pedí ayuda a mi Dios, y él me escuchó desde su templo. Ejemplos: Sal 18; 21; 32; 107; 116; 118.
(d) Los salmos reales, que se caracterizan no por su estructura literaria uniforme, sino porque en todos ellos el rey ocupa el lugar central. Estos salmos fueron compuestos para diversas circunstancias, como la entronización de un nuevo monarca de la dinastía davídica (Sal 2; 110) o las bodas de un rey israelita (Sal 45). Pero sobre todo a partir del exilio babilónico, cuando el pueblo de Israel ya no tuvo más reyes, los salmos comenzaron a interpretarse en sentido mesiánico. Véanse también Sal 18; 20–21; 72; 89; 101; 132; 144 y las notas correspondientes.
(e) Los salmos sapienciales o didácticos, que tratan de inculcar, en el estilo propio de los maestros de sabiduría, una enseñanza de capital importancia para la vida. Sus temas más característicos son las excelencias de la ley revelada por el Señor a su pueblo Israel (Sal 1; 19.7-11; 119) y el angustioso problema del sufrimiento de los inocentes (Sal 37; 49; 73). Cf. también Sal 91; 112; 127; 133.
(f) Los salmos históricos, que enumeran los beneficios concedidos por el Señor a su pueblo elegido, contraponiéndolos a veces a la ingratitud y a las infidelidades de Israel (Sal 78; 105–106).
(g) También hay que señalar la existencia de un grupo de salmos llamados alfabéticos. El procedimiento alfabético consiste en disponer en forma vertical las letras del alfabeto hebreo y en comenzar cada verso (o incluso cada estrofa, como en el caso del Salmo 119) siguiendo el orden de las letras. Este procedimiento era muy apreciado en Israel, porque sugería la idea de totalidad y ayudaba a aprender el poema de memoria. Cf. Sal 9–10; 25; 34; 37; 111; 112; 119; 145.
(h) Por último, no puede pasarse por alto que algunos pasajes de los salmos resultan particularmente duros para los oídos cristianos. A veces los salmistas se encuentran totalmente indefensos frente a la maldad y violencia de sus enemigos, y por eso no solo claman al Señor, que es el único que puede salvarlos, sino que también le piden que haga caer sobre aquellos los peores males. Así se unen en un mismo salmo la súplica más ardiente y las más violentas imprecaciones (cf. Sal 58.6-11; 83.9-18; 109.6-19; 137.7-9).
Las dificultades que plantean estos pasajes de los salmos son evidentes, y por eso es necesario tratar de comprenderlos situándolos en su verdadero contexto. Para ello es preciso recordar, en primer lugar, que los salmos se formaron bajo el régimen de la antigua ley, cuando Jesús aún no había revelado que el mandamiento del amor al prójimo incluye también el amor al enemigo (Mt 5.43-48; Ro 12.17-21). Además, los salmos provienen de una época en la que todavía eran insuficientes y rudimentarias las ideas sobre la vida más allá de la muerte y la recompensa reservada a los justos en la vida eterna (véase Sal 6.5$n.). Según las ideas corrientes entre los antiguos israelitas, las buenas o malas acciones eran en efecto recompensadas en la vida presente, y el malvado debía recibir su castigo aquí abajo y lo antes posible, a fin de que se pusiera de manifiesto que hay un Dios que juzga al mundo (Sal 58.11). Finalmente, el cristiano no puede dejar de reconocer el hambre y la sed de justicia que se expresan en esas súplicas al Señor para que se manifieste como justo Juez (cf. Jer 15.15). El amor a los enemigos no significa indiferencia frente al mal, y cuando triunfan la injusticia, la violencia, la opresión de los más débiles y el desprecio a Dios, el cristiano puede decir al Señor:
Tú, que eres el Juez del mundo,
¡levántate contra los altivos
y dales su merecido!
¿Hasta cuándo, Señor,
hasta cuándo se alegrarán los malvados? (Sal 94.2-3)
(4) Numeración de los salmos
La numeración de los salmos en el texto hebreo difiere de la utilizada en las versiones griega (LXX) y latina (Vulgata). Esta diferencia se debe a que algunos salmos han sido dividos en forma distinta. Así, por ejemplo, los salmos 9 y 10 del hebreo corresponden al Salmo 9 de las versiones griega y latina. Aquí los salmos se citan de acuerdo con la numeración hebrea, pero al comienzo de cada salmo se pone entre paréntesis la otra numeración. El siguiente cuadro presenta en forma comparada la doble numeración:
Texto hebreo Versión griega (LXX)
1 a 8 1 a 8
9 9.1-21
10 9.22-39
11 a 113 10 a 112
114 113.1-8
115 113.9-26
116.1-9 114
116.10-19 115
117 a 146 116 a 145
147.1-11 146
147.12-20 147
148 a 150 148 a 150

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