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1 CORINTIOS 15:1-58

1 CORINTIOS 15:1-58 La Palabra (versión española) (BLP)

Quiero recordaros, hermanos, el mensaje de salvación que os anuncié. El mensaje que recibisteis, en el que os mantenéis firmes y por el que estáis en camino de salvación, si es que lo conserváis tal como yo os lo anuncié. De lo contrario, se habrá echado a perder vuestra fe. Primero y ante todo, os transmití lo que yo mismo había recibido: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a lo anunciado en las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a esas mismas Escrituras; que se apareció primero a Pedro y, más tarde, a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales algunos han muerto, pero la mayor parte vive todavía. Se apareció después a Santiago, y de nuevo a todos los apóstoles. Finalmente, como si se tratara de un hijo nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí, que soy el más pequeño entre los apóstoles y que no merezco el nombre de apóstol, por cuanto perseguí a la Iglesia de Dios. Pero la gracia divina ha hecho de mí esto que soy; una gracia que no se ha malogrado en cuanto a mí toca. Al contrario, me he afanado más que todos los otros; bueno, no yo, sino la gracia de Dios que actúa en mí. De cualquier modo, sea yo, sean los demás, esto es lo que anunciamos y lo que vosotros habéis creído. Y bien, si se proclama que Cristo ha resucitado, venciendo a la muerte, ¿cómo andan diciendo algunos de vosotros que los muertos no resucitarán? Si los muertos no han de resucitar, es que tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, tanto nuestro anuncio como vuestra fe carecen de sentido. Es más, resulta que somos testigos falsos de Dios, por cuanto hemos dado testimonio contra él al afirmar que ha resucitado a Cristo, cosa que no es verdad si se da por supuesto que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, es que no ha resucitado Cristo. Y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de valor y aún seguís hundidos en el pecado. En consecuencia también habremos de dar por perdidos a los cristianos que han fallecido. Si todo cuanto esperamos de Cristo se limita a esta vida, somos las personas más dignas de lástima. Pero no, Cristo ha resucitado venciendo la muerte y su victoria es anticipo de la de aquellos que han muerto. Pues si por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. En efecto, del mismo modo que, al compartir la naturaleza de Adán, toda la humanidad está sujeta a la muerte, en cuanto injertados en Cristo, todos retornarán a la vida. Pero cada uno en el puesto que le corresponda: Cristo en primer lugar como anticipo; después los que pertenecen a Cristo, el día de su gloriosa manifestación. Entonces será el momento final, cuando, aniquiladas todas las potencias enemigas, Cristo entregue el reino a Dios Padre. Mientras tanto, es preciso que Cristo reine hasta que Dios ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y como a último enemigo, destruirá a la muerte, porque Dios todo lo sometió debajo de sus pies. Bien entendido que, cuando la Escritura dice que «todo le ha sido sometido», no incluye a Dios, que es quien se lo sometió. Y cuando todo le haya quedado sometido, el Hijo se someterá a quien se lo sometió todo, para que Dios sea soberano de todo. Hay algunos que se hacen bautizar por los que han muerto; si es cierto que los muertos no han de resucitar, ¿qué sentido puede tener ese bautismo? Y nosotros mismos, ¿a qué ponernos en peligro a todas horas? Os aseguro, hermanos, por lo orgulloso que me siento de vosotros ante Cristo Jesús, Señor nuestro, que estoy al borde de la muerte cada día. Y si solo aspiro a una recompensa humana, ¿de qué me sirve haber sostenido en Éfeso un combate contra fieras? Si los muertos no resucitan, ¡comamos y bebamos, que mañana moriremos! No os engañéis: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres». Retornad al buen camino y no sigáis pecando; pues, para vergüenza vuestra, tengo que deciros que algunos de vosotros desconocen a Dios. Alguien preguntará: ¿y cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo lo harán? ¡Tonto de ti! Si tú siembras algo, no cobrará nueva vida a menos que antes muera. Y lo que siembras no es la planta entera que después ha de brotar, sino un simple grano, de trigo o de cualquier otra semilla. Dios, por su parte, proporciona a esa semilla, y a todas y cada una de las semillas, la forma que le parece conveniente. No todos los cuerpos son iguales: hay diferencia entre el cuerpo del ser humano, el del ganado, el de las aves y el de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres. Y no es el mismo resplandor el de los unos que el de los otros. No brilla el sol como brillan la luna o las estrellas; e incluso entre las estrellas, cada una tiene un brillo diferente. Así sucede con la resurrección de los muertos: se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra una cosa despreciable, resucita resplandeciente de gloria; se siembra algo endeble, resucita pleno de vigor; se siembra, en fin, un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay cuerpo animal, también lo hay espiritual. La Escritura dice: Adán, el primer ser humano, fue creado como un ser dotado de vida; el último Adán, como un espíritu que da vida. Y no existió primero lo espiritual, sino lo animal; lo espiritual es posterior. El primer ser humano procede de la tierra, y es terreno; el segundo viene del cielo. El terreno es prototipo de los terrenos; el celestial, de los celestiales. Y así como hemos incorporado en nosotros la imagen del ser humano terreno, incorporaremos también la del celestial. Quiero decir con esto, hermanos, que lo que es solo carne y sangre no puede heredar el reino de Dios; que lo corruptible no heredará lo incorruptible. Mirad, voy a confiaros un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados. Súbitamente, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene —que sonará— la trompeta final, los muertos resucitarán incorruptibles mientras nosotros seremos transformados. Porque es preciso que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y que esta vida mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este cuerpo corruptible se revista de incorruptibilidad, cuando este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?, ¿dónde tu venenoso aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el pecado ha desplegado su fuerza con ocasión de la ley. Pero nosotros hemos de dar gracias a Dios, que por medio de nuestro Señor Jesucristo nos concede la victoria. Por tanto, hermanos míos muy queridos, manteneos firmes y constantes; destacad constantemente en la tarea cristiana, seguros de que el Señor no permitirá que sea estéril vuestro afán.

1 CORINTIOS 15:1-58 Reina Valera 2020 (RV2020)

Ahora, hermanos, os recuerdo el evangelio que os he predicado. Es el evangelio que recibisteis, en el cual seguís firmes. Por medio de este evangelio seréis salvos, si retenéis la palabra que os he predicado. De lo contrario, habréis creído en vano. En primer lugar os he enseñado lo que yo también recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que se apareció a Cefas, y después a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún y otros ya han muerto. Después apareció a Jacobo y después a todos los apóstoles. Y al último de todos que se apareció fue a mí, como a un abortivo. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia para conmigo no ha sido en vano, pues he trabajado más que todos ellos; aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Pero ya sea yo o sean ellos, esto es lo que predicamos y esto es lo que habéis creído. Pero si se predica que Cristo resucitó de los muertos, ¿cómo es que algunos de vosotros dicen que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, de nada sirve nuestra predicación y vuestra fe tampoco sirve para nada. Aún más, resultaríamos ser falsos testigos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo, a quien no resucitó si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe no sirve de nada, y vosotros todavía estáis en vuestros pecados. Además, también los que murieron en Cristo están perdidos. Si todo cuanto esperamos de Cristo se limita a esta vida, somos los más dignos de lástima de todos los seres humanos. Pero ahora Cristo ha resucitado de los muertos; como primicias de los que murieron. Porque así como la muerte vino por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, en primer lugar; luego, los que son de Cristo, cuando él venga. Entonces vendrá el fin, cuando haya acabado con todo dominio, toda autoridad y todo poder, y entregue el Reino al Dios y Padre. Porque es preciso que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies . Y el último enemigo que será destruido es la muerte, porque Dios sujetó todas las cosas debajo de sus pies . Y cuando dice que todas las cosas están sujetas a él, está claro que se exceptúa a aquel que sujetó a él todas las cosas. Y cuando todas las cosas estén sujetas a él, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea el todo en todos. De no ser así, ¿qué hacen los que se bautizan por los muertos, si de ninguna manera los muertos resucitan? ¿Para qué se bautizan por los muertos? ¿Y por qué nosotros estamos en peligro a toda hora? Hermanos, os aseguro, por el orgullo que siento de vosotros en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero. Desde un punto de vista humano, ¿de qué me sirve haber luchado en Éfeso contra las fieras? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos . No os engañéis: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres». Sed sobrios como es debido y no pequéis, porque algunos no conocen a Dios. Para vergüenza vuestra lo digo. Pero alguno preguntará: «¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?». ¡Insensato! Lo que tú siembras no vuelve a la vida si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo tal como ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de algún otro grano. Y Dios le da el cuerpo que él quiere, y a cada semilla su propio cuerpo. No todos los cuerpos son iguales, sino que el cuerpo de los seres humanos es uno, el cuerpo de los animales es otro distinto, y otro es el de los peces y otro el de las aves. También hay cuerpos celestiales y cuerpos terrenales. Y no es el mismo resplandor el de los celestiales que el de los terrenales. Uno es el resplandor del sol, otro es el resplandor de la luna y otro el resplandor de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en resplandor. Así es también con la resurrección de los muertos. Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible. Se siembra en deshonra, resucita en gloria; se siembra en debilidad, resucita en poder. Se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual. Pues hay un cuerpo animal y hay también un cuerpo espiritual. Así también está escrito: El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser dotado de vida ; y el último Adán, en espíritu que da vida. Pero no fue primero lo espiritual, sino lo animal; y luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Como es el terrenal, así serán también los terrenales; y como es el celestial, así serán también los celestiales. Y así como llevamos la imagen del terrenal, llevaremos también la imagen del celestial. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. Prestad atención, os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final. Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad. Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido destruida por la victoria . ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? Porque el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

1 CORINTIOS 15:1-58 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Ahora, hermanos, quiero que recordéis el evangelio que os he predicado. Es el evangelio que vosotros aceptasteis y en el que estáis firmes; y es también el evangelio por medio del cual sois salvos, si es que os mantenéis firmes en él, pues de lo contrario habréis creído en vano. En primer lugar os he dado a conocer la enseñanza que yo también recibí. Os he enseñado que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que lo sepultaron y que resucitó al tercer día, como también dicen las Escrituras; y que se apareció a Cefas y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos ya han muerto. Después se apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles. Por último se me apareció también a mí, que soy como un niño nacido fuera de tiempo. Pues yo soy el menos importante de los apóstoles, y ni siquiera merezco llamarme apóstol porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero soy lo que soy porque Dios fue bueno conmigo y su bondad no ha resultado en vano. Al contrario, he trabajado más que todos ellos; aunque no he sido yo, sino Dios, que en su bondad me ha ayudado. Lo que importa no es si he sido yo o si han sido ellos, sino que este es nuestro mensaje y que esto es lo que habéis creído. Ahora bien, si nuestro mensaje es que Cristo ha resucitado, ¿cómo dicen algunos de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no sirve de nada, ni tampoco sirve de nada la fe que tenéis. Si esto fuera así, seríamos testigos falsos de Dios, puesto que afirmamos que él resucitó a Cristo cuando en realidad no lo habría resucitado de ser verdad que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe no sirve de nada: todavía seguís en vuestros pecados. En este caso también están perdidos los que murieron creyendo en Cristo. Si nuestra esperanza en Cristo solamente se refiere a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos. Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado. Él es el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar. Así como por causa de un hombre entró la muerte en el mundo, también por causa de un hombre entró la resurrección de los muertos. Y así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos tendrán vida. Pero cada uno en el orden que le corresponda: Cristo en primer lugar; después, en el momento en que Cristo vuelva, los que le pertenecen. Entonces vendrá el fin, cuando Cristo derrote a todos los señoríos, autoridades y poderes, y entregue el reino al Dios y Padre. Porque Cristo ha de reinar hasta que todos sus enemigos sean puestos debajo de sus pies; y el último enemigo que será derrotado es la muerte. Porque Dios lo ha sometido todo debajo de los pies de Cristo. Aunque al decir que todo le ha quedado sometido es evidente que esto no incluye a Dios mismo, puesto que Dios es quien le sometió todas las cosas. Cuando todo haya quedado sometido a Cristo, entonces Cristo mismo, que es el Hijo, se someterá a Dios, que es quien sometió a él todas las cosas. Así, Dios será todo en todo. De otra manera, los que se bautizan por los muertos, ¿para qué lo hacen? Si los muertos no resucitan, ¿para qué bautizarse por ellos? ¿Y por qué ponernos nosotros en peligro a todas horas? Porque, hermanos, todos los días estoy en peligro de muerte. Esto es tan cierto como la satisfacción que siento por vosotros como creyentes en nuestro Señor Jesucristo. Yo he luchado con las fieras en Éfeso, pero ¿qué he ganado con ello? Si es verdad que los muertos no resucitan, entonces, como algunos dicen, “¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!” No os dejéis engañar. Como se ha dicho: “Las malas compañías echan a perder las buenas costumbres.” Volved al buen juicio y no pequéis, pues algunos de vosotros no conocen a Dios. Digo esto para que os avergoncéis. Tal vez alguno preguntará: “¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Qué clase de cuerpo tendrán?” ¡La pregunta es tonta! Cuando se siembra, la semilla tiene que morir para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino un simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Después Dios le da la forma que quiere, y a cada semilla le da el cuerpo que le corresponde. No todos los cuerpos son iguales, sino que uno es el cuerpo del hombre, otro el de los animales, otro el de las aves y otro el de los peces. Del mismo modo, hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero una es la hermosura de los cuerpos celestes y otra la hermosura de los terrestres. El brillo del sol es diferente del brillo de la luna y del brillo de las estrellas; y, aun entre las estrellas, el brillo de una es diferente del de otra. Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: lo que se entierra es corruptible, lo que resucita es incorruptible; lo que se entierra es despreciable, lo que resucita es glorioso; lo que se entierra es débil, lo que resucita es fuerte; lo que se entierra es un cuerpo material, lo que resucita es un cuerpo espiritual. Así como hay cuerpo material, también lo hay espiritual. Esto dice la Escritura: “El primer hombre, Adán, fue materia con vida.” En cambio, el último Adán es espíritu que da vida. Sin embargo, lo espiritual no es primero, sino lo material. Después viene lo espiritual. El primer hombre, hecho de tierra, procede de la tierra; el segundo hombre procede del cielo. Los cuerpos de la tierra son como aquel hombre hecho de tierra, y los del cielo son como aquel que es del cielo. Así como nos parecemos al hombre hecho de tierra, así también nos pareceremos al que es del cielo. Quiero deciros, hermanos, que lo que es de carne y hueso no puede tener parte en el reino de Dios; que lo corruptible no puede tener parte en lo incorruptible. Pero quiero que conozcáis este designio secreto de Dios: no todos moriremos, aunque todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene el último toque de trompeta. Porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados para no volver a morir. Y nosotros seremos transformados. Pues nuestra naturaleza corruptible se revestirá de lo incorruptible y nuestro cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad. Y cuando nuestra naturaleza corruptible se revista de lo incorruptible y nuestro cuerpo mortal se revista de inmortalidad, se cumplirá lo que dice la Escritura: “La muerte ha sido devorada con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” El aguijón de la muerte es el pecado, y la antigua ley dio al pecado su poder. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! Por lo tanto, mis queridos hermanos, seguid firmes y constantes, trabajando siempre, cada vez más, en la obra del Señor; pues ya sabéis que no es inútil el trabajo que realizáis en unión con el Señor.

1 CORINTIOS 15:1-58 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Ahora, hermanos, quiero recordaros el evangelio que os prediqué, el mismo que recibisteis y en el cual os mantenéis firmes. Mediante este evangelio sois salvos, si os aferráis a la palabra que os prediqué. De otro modo, habréis creído en vano. Porque ante todo os transmití lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto. Luego se apareció a Jacobo, más tarde a todos los apóstoles, y, por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí. Admito que yo soy el más insignificante de los apóstoles y que ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue infructuosa. Al contrario, he trabajado con más tesón que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En fin, ya sea que se trate de mí o de ellos, esto es lo que predicamos, y esto es lo que vosotros habéis creído. Ahora bien, si se predica que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de vosotros que no hay resurrección? Si no hay resurrección, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado. Y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco vuestra fe. Aún más, resultaríamos falsos testigos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habría sucedido si en verdad los muertos no resucitan. Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es ilusoria y todavía estáis en vuestros pecados. En este caso, también están perdidos los que murieron en Cristo. Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales. Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron. De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues, así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; después, cuando él venga, los que le pertenecen. Entonces vendrá el fin, cuando él entregue el reino a Dios el Padre, después de destruir todo dominio, autoridad y poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será destruido es la muerte, pues Dios «ha sometido todo a su dominio». Al decir que «todo» ha quedado sometido a su dominio, es claro que no se incluye a Dios mismo, quien todo lo sometió a Cristo. Y, cuando todo le sea sometido, entonces el Hijo mismo se someterá a aquel que le sometió todo, para que Dios sea todo en todos. Si no hay resurrección, ¿qué sacan los que se bautizan por los muertos? Si en definitiva los muertos no resucitan, ¿por qué se bautizan por ellos? Y nosotros, ¿por qué nos exponemos al peligro a todas horas? Que cada día muero, hermanos, es tan cierto como el orgullo que siento por vosotros en Cristo Jesús nuestro Señor. ¿Qué he ganado si, solo por motivos humanos, en Éfeso luché contra las fieras? Si los muertos no resucitan, «comamos y bebamos, que mañana moriremos». No os dejéis engañar: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres». Volved a vuestro sano juicio, como conviene, y dejad de pecar. En efecto, hay algunos de vosotros que no tienen conocimiento de Dios; para vergüenza vuestra lo digo. Tal vez alguien pregunte: «¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo vendrán?» ¡Qué tontería! Lo que tú siembras no cobra vida a menos que muera. No plantas el cuerpo que luego ha de nacer, sino que siembras una simple semilla de trigo o de otro grano. Pero Dios le da el cuerpo que quiso darle, y a cada clase de semilla le da un cuerpo propio. No todos los cuerpos son iguales: hay cuerpos humanos; también los hay de animales terrestres, de aves y de peces. Así mismo hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero el esplendor de los cuerpos celestes es uno, y el de los cuerpos terrestres es otro. Uno es el esplendor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas. Cada estrella tiene su propio brillo. Así sucederá también con la resurrección de los muertos. Lo que se siembra en corrupción resucita en incorrupción; lo que se siembra en oprobio resucita en gloria; lo que se siembra en debilidad resucita en poder; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo natural, también hay un cuerpo espiritual. Así está escrito: «El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente»; el último Adán, en el Espíritu que da vida. No vino primero lo espiritual, sino lo natural, y después lo espiritual. El primer hombre era del polvo de la tierra; el segundo hombre, del cielo. Como es aquel hombre terrenal, así son también los de la tierra; y como es el celestial, así son también los del cielo. Y, así como hemos llevado la imagen de aquel hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial. Os declaro, hermanos, que el cuerpo mortal no puede heredar el reino de Dios, ni lo corruptible puede heredar lo incorruptible. Fijaos bien en el misterio que os voy a revelar: No todos moriremos, pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de la trompeta. Pues sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados. Porque lo corruptible tiene que revestirse de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad. Cuando lo corruptible se revista de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: «La muerte ha sido devorada por la victoria». «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! Por lo tanto, mis queridos hermanos, manteneos firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.