1 REYES 13:1-34
1 REYES 13:1-34 Reina Valera 2020 (RV2020)
Mientras Jeroboam quemaba el incienso junto al altar, un hombre de Dios vino de Judá a Bet-el, enviado por el Señor. Clamó contra el altar por mandato del Señor y dijo: —Altar, altar, así ha dicho el Señor: «A la casa de David le nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres». Ese mismo día hizo la siguiente advertencia: —Esta es la señal de que el Señor ha hablado: el altar se quebrará y la ceniza que sobre él está se derramará. Cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del hombre de Dios que había clamado contra el altar de Bet-el, extendió su mano desde el altar y dijo: —¡Prendedle! Pero la mano que había extendido contra el hombre de Dios se le secó, y no la pudo enderezar. El altar se rompió y se derramó la ceniza que había en él, conforme a la señal que el hombre de Dios había dado por mandato del Señor. Entonces el rey dijo al hombre de Dios: —Te pido que ruegues ante la presencia del Señor, tu Dios, y ores por mí, para que mi mano sea restaurada. El hombre de Dios oró al Señor y la mano del rey se le restauró, y le quedó como era antes. El rey dijo al hombre de Dios: —Ven conmigo a casa, y comerás, y yo te daré un presente. Pero el hombre de Dios respondió al rey: —Aunque me dieras la mitad de tu casa no iría contigo, ni comería pan ni bebería agua en este lugar. Porque así me está ordenado por mandato del Señor, que me ha dicho: «No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el mismo camino». Regresó, pues, por otro camino, y no volvió por donde había ido a Bet-el. Vivía entonces en Bet-el un viejo profeta. Vino uno de sus hijos y le contó todo lo que el hombre de Dios había hecho aquel día en Bet-el; le contaron también los otros hijos a su padre las palabras que había dicho al rey. Su padre les dijo: —¿Por qué camino se fue? Sus hijos le mostraron el camino por donde había regresado el hombre de Dios que había venido de Judá. Y él les dijo: —Ensilladme el asno. Ellos le ensillaron el asno y él lo montó. Se fue tras el hombre de Dios y lo halló sentado debajo de una encina. —¿Eres tú el hombre de Dios que vino de Judá? —le preguntó. —Yo soy —le respondió él. —Ven conmigo a casa y come algo —le dijo entonces. Pero él respondió: —No podré volver contigo, ni iré contigo, ni tampoco comeré pan ni beberé agua contigo en este lugar. Porque por mandato de Dios me ha sido dicho: «No comas pan ni bebas agua allí, ni regreses por el mismo camino». El otro le mintió: —Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por mandato del Señor: «Tráele contigo a tu casa para que coma pan y beba agua». Entonces regresó con él y comió pan y bebió agua en su casa. Cuando estaban sentados a la mesa, aconteció que el Señor habló al profeta que lo había hecho volver, el cual clamó al hombre de Dios que había venido de Judá: —Así ha dicho el Señor: Por cuanto has sido rebelde al mandato del Señor, y no has guardado el mandamiento que el Señor, tu Dios, te había prescrito, sino que has vuelto y has comido pan y bebido agua en el lugar donde el Señor te había dicho que no comieras pan ni bebieras agua, no entrará tu cuerpo en el sepulcro de tus padres. Después de haber comido pan y bebido, el que le había hecho volver le ensilló el asno. Al partir, lo encontró un león en el camino y lo mató. Su cuerpo quedó tirado en el camino, y el asno y el león permanecieron junto al cuerpo. Unos que pasaban vieron el cuerpo que estaba echado en el camino, y al león que permanecía junto al cuerpo, y fueron a contarlo a la ciudad donde vivía el viejo profeta. Cuando lo supo el profeta que le había hecho volver del camino, dijo: —¡Es el hombre de Dios que desobedeció el mandato del Señor! Por tanto, el Señor lo ha entregado al león, que lo ha destrozado y matado, conforme a la palabra del Señor. Luego dijo a sus hijos: —Ensilladme un asno. Ellos se lo ensillaron, y él partió. Halló el cuerpo tendido en el camino, y el asno y el león que permanecían junto al cuerpo; el león no había comido el cuerpo, ni matado al asno. Entonces tomó el profeta el cuerpo del hombre de Dios, lo puso sobre el asno y se lo llevó. El viejo profeta fue a la ciudad para hacerle duelo y enterrarlo. Puso el cuerpo en su sepulcro e hicieron duelo por él. Dijo el viejo profeta: «¡Ay, hermano mío!». Después que lo enterraron, dijo a sus hijos: —Cuando yo muera, enterradme en el sepulcro en que está sepultado el hombre de Dios; poned mis huesos junto a los suyos. Porque sin duda vendrá lo que él dijo a voces según la palabra del Señor contra el altar que está en Bet-el y contra todas las casas de los lugares altos que están en las ciudades de Samaria. Con todo esto, no se apartó Jeroboam de su mal camino, sino que volvió a designar sacerdotes de los lugares altos de entre el pueblo, y a quien quería lo consagraba para que fuera de los sacerdotes de los lugares altos. Esto fue causa de pecado para la casa de Jeroboam, por lo cual ha sido cortada y raída de sobre la faz de la tierra.
1 REYES 13:1-34 La Palabra (versión española) (BLP)
Mientras Jeroboán estaba junto al altar quemando incienso, llegó a Betel desde Judá un hombre de Dios enviado por el Señor, que se puso a gritar contra el altar, por orden del Señor: —¡Altar, altar! Esto dice el Señor: «Nacerá un descendiente de David, llamado Josías, que sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los santuarios que ofrecen incienso sobre ti y quemará sobre ti huesos humanos». E inmediatamente el profeta ofreció una señal, diciendo: —He aquí la prueba de lo que el Señor ha dicho: el altar va a romperse en pedazos y se esparcirán las cenizas que hay en él. Cuando el rey escuchó las palabras que el profeta gritaba contra el altar de Betel, extendió su mano desde el altar y ordenó: —Apresadlo. Pero la mano que había levantado contra él se le quedó rígida y no podía bajarla. El altar se rompió en pedazos y se esparcieron sus cenizas, de acuerdo con la señal que el hombre de Dios había anunciado por orden del Señor. Entonces el rey suplicó al hombre de Dios: —Por favor, aplaca al Señor, tu Dios, e intercede por mí para que pueda mover mi mano. El hombre de Dios aplacó al Señor y el rey volvió a mover su mano, que se le quedó como antes. Luego el rey le dijo: —Acompáñame a palacio a comer algo, que quiero hacerte un regalo. Pero el hombre de Dios respondió al rey: —No iré contigo, ni aunque me dieses la mitad de tu palacio. No puedo comer ni beber nada en este lugar, pues el Señor me ha ordenado que no coma ni beba nada, ni regrese por el mismo camino que he venido. Así que se fue por otro camino y no regresó por el camino que le había traído hasta Betel. Vivía entonces en Betel un profeta anciano. Sus hijos llegaron a contarle lo que aquel hombre de Dios había hecho ese día en Betel y lo que le había dicho al rey. El padre les preguntó: —¿Qué camino ha tomado? Sus hijos le indicaron el camino que había tomado el hombre de Dios venido de Judá, y él les ordenó: —Aparejadme el burro. Ellos se lo aparejaron. Entonces él se subió al burro, marchó tras el hombre de Dios y lo encontró sentado debajo de una encina. Entonces le preguntó: —¿Eres tú el hombre de Dios que ha venido de Judá? El otro respondió: —Yo soy. El primero le dijo: —Acompáñame a casa a comer algo. El otro le contestó: —No puedo volver contigo ni acompañarte. No comeré ni beberé nada contigo en este lugar, pues el Señor me ha ordenado que no coma ni beba nada aquí y que no regrese por el mismo camino por el que he venido. Pero el anciano insistió: —Yo también soy profeta, como tú, y un ángel me ha ordenado, de parte del Señor, que te lleve conmigo a mi casa para que comas y bebas algo. Así lo engañó y el otro fue con él a comer y beber en su casa. Mientras estaban sentados a la mesa, el Señor habló al profeta que lo había hecho volver y este gritó al hombre de Dios venido de Judá: —Esto dice el Señor: Por haber desobedecido las órdenes del Señor y no haber cumplido el mandato que te dio, regresando a comer y beber a este lugar donde él te lo había prohibido, tu cadáver no será enterrado en la sepultura de tus padres. Cuando terminó de comer y beber, aparejó el burro del profeta al que había hecho volver. Este se marchó, pero en el camino un león le salió al encuentro y lo mató. Su cadáver quedó tendido en el camino, mientras el burro y el león se quedaban de pie junto a él. Pasaron unos hombres que vieron el cadáver tendido en el camino y al león de pie junto a él y fueron a dar la noticia a la ciudad donde vivía el profeta anciano. Cuando este se enteró, comentó: —Ese es el profeta que desobedeció el mandato del Señor; por eso el Señor lo ha entregado al león, que lo ha despedazado y matado, tal y como le anunció el Señor. Entonces ordenó a sus hijos: —Aparejadme el burro. Cuando se lo aparejaron, él partió y encontró el cadáver tendido en el camino y al burro y al león de pie junto al cadáver. El león no había devorado el cadáver ni despedazado al burro. El profeta recogió el cadáver del hombre de Dios, lo cargó en el burro y regresó con él a su ciudad para hacerle duelo y enterrarlo. Lo enterró en su propia sepultura y le cantaron la elegía «¡Ay, hermano mío!». Después de enterrarlo, dijo a sus hijos: —Cuando yo muera, enterradme en la sepultura donde está enterrado el hombre de Dios y poned mis huesos junto a los suyos; porque inexorablemente se cumplirá la amenaza que lanzó, por orden del Señor, contra el altar de Betel y contra todos los santuarios de los montes que hay en las ciudades de Samaría. Después de todo esto, Jeroboán no abandonó su mala conducta; al contrario, volvió a nombrar sacerdotes de los santuarios a gente del pueblo. A todo el que lo deseaba, lo consagraba sacerdote de los santuarios. Este fue el pecado de la dinastía de Jeroboán, por lo que fue exterminada y borrada del mapa.
1 REYES 13:1-34 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Cuando Jeroboam estaba quemando incienso sobre el altar, llegó a Betel un profeta de Judá enviado por el Señor. Y por orden del Señor habló con fuerte voz contra el altar, diciendo: “Altar, altar: El Señor ha dicho: ‘De la dinastía de David nacerá un niño, que se llamará Josías y que sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los santuarios en lugares altos que sobre ti queman incienso; y sobre ti quemarán huesos humanos.’ ” Aquel mismo día, el profeta dio una señal prodigiosa. Dijo: “Esta es la señal prodigiosa que el Señor ha anunciado: El altar se hará pedazos y la ceniza que hay sobre él se esparcirá.” Cuando el rey Jeroboam escuchó la sentencia que el profeta había pronunciado contra el altar de Betel, extendió su mano desde el altar y dijo: “¡Apresadlo!” Pero la mano que había extendido para señalarle se le quedó rígida, y no podía moverla. En aquel momento el altar se hizo pedazos y las cenizas que había sobre él se esparcieron, conforme a la señal que el profeta había dado por orden del Señor. Entonces el rey, dirigiéndose al profeta, dijo: –Te ruego que ores por mí al Señor tu Dios, para que mi mano se cure. El profeta rogó al Señor, y la mano del rey quedó sana, como antes. Luego dijo el rey al profeta: –Ven conmigo a mi casa, para que comas algo, y te haré un regalo. Pero el profeta respondió al rey: –Aunque me dieras la mitad de tu palacio, no iría contigo ni comería pan ni bebería agua en este lugar; porque así me lo ha ordenado el Señor. Me dijo: ‘No comas pan ni bebas agua ni regreses por el mismo camino por el que has ido.’ Y el profeta se fue por otro camino distinto, para no volver por el mismo camino por el que había ido a Betel. En aquel tiempo vivía en Betel un profeta anciano, cuyos hijos fueron y le contaron todo lo que el profeta de Judá había hecho aquel día en Betel; y también le contaron a su padre lo que había dicho el rey. El padre les preguntó: –¿Por qué camino se fue? Sus hijos le indicaron el camino por el que había regresado el profeta de Judá. Entonces dijo a sus hijos: –Aparejadme el asno. Ellos lo hicieron así, y el profeta montó y salió tras el profeta de Judá. Lo encontró sentado debajo de una encina, y le preguntó: –¿Eres tú el profeta que ha venido de Judá? –Yo soy –le respondió. –Ven a mi casa, a comer pan conmigo –dijo el profeta anciano. Pero el profeta de Judá le contestó: –No puedo acompañarte, ni entrar en tu casa, ni comer pan ni beber agua contigo en este lugar, porque el Señor me ha ordenado claramente: “No comas pan ni bebas agua aquí, ni regreses por el mismo camino por el que te fuiste.” Pero el anciano insistió: –Yo también soy profeta, lo mismo que tú, y un ángel de parte del Señor me ha ordenado que te lleve a mi casa y te dé de comer y de beber. Aunque el anciano le mentía, el profeta de Judá se fue con él, y comió y bebió en su casa. Estando ellos sentados a la mesa, el Señor habló al profeta anciano que había hecho volver al profeta de Judá, y en voz alta le dijo el anciano: –El Señor ha dicho que por haber tú desobedecido las órdenes que te dio, pues te volviste para comer y beber donde el Señor te ordenó que no lo hicieras, no reposará tu cuerpo en el sepulcro de tus antepasados. Cuando el profeta de Judá acabó de comer y beber, el profeta anciano le aparejó el asno, y el profeta de Judá se fue. Pero en el camino le salió al encuentro un león y lo mató, y su cuerpo quedó tendido en el camino. El asno y el león, sin embargo, se quedaron junto al cadáver. En esto pasaron unos hombres, que vieron el cadáver tendido en el camino y el león, que aún estaba junto a él. Y cuando llegaron a la ciudad donde vivía el profeta anciano, contaron lo que habían visto. Al saberlo, el profeta anciano que había hecho volver al otro exclamó: “¡Ése es el profeta que desobedeció la orden del Señor! Por eso, el Señor lo ha entregado a un león, que lo ha despedazado y matado, conforme a lo que el Señor le dijo.” En seguida pidió a sus hijos que le aparejaran un asno, y ellos lo hicieron así. Entonces el profeta anciano se fue y encontró el cadáver tendido en el camino y, junto a él, al asno y al león. El león no había devorado el cadáver ni despedazado al asno. Entonces el profeta anciano levantó el cuerpo del profeta de Judá, lo cargó sobre el asno y volvió con él a su ciudad, para hacerle duelo y enterrarlo. Lo enterró en su propio sepulcro y lloró por él, diciendo: “¡Ay, hermano mío!” Después de enterrarlo, dijo a sus hijos: –Cuando yo muera, enterradme en el mismo sepulcro en que he enterrado a este hombre de Dios. Poned mis restos junto a los suyos, porque sin duda se cumplirá lo que él anunció por orden del Señor contra el altar de Betel y contra todos los santuarios en lugares altos que hay en las ciudades de Samaria. A pesar de esto, Jeroboam no abandonó su mala conducta, sino que volvió a nombrar sacerdotes de entre el pueblo para los santuarios en lugares altos. A quien así lo deseaba, Jeroboam le consagraba sacerdote de tales santuarios. Tal proceder fue la causa de que la descendencia de Jeroboam pecase y que, por lo mismo, fuera exterminada por completo.
1 REYES 13:1-34 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Sucedió que un hombre de Dios fue desde Judá hasta Betel en obediencia a la palabra del SEÑOR. Cuando Jeroboán, de pie junto al altar, se disponía a quemar incienso, el hombre de Dios, en obediencia a la palabra del SEÑOR, gritó: «¡Altar, altar! Así dice el SEÑOR: “En la familia de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a estos sacerdotes de altares paganos que aquí queman incienso. ¡Sobre ti se quemarán huesos humanos!”» Aquel mismo día, el hombre de Dios ofreció una señal: «Esta es la señal que el SEÑOR os da: ¡El altar será derribado, y las cenizas se esparcirán!» Al oír la sentencia que el hombre de Dios pronunciaba contra el altar de Betel, el rey extendió el brazo desde el altar y dijo: «¡Prendedlo!» Pero el brazo que había extendido contra el hombre se le paralizó, de modo que no podía contraerlo. En ese momento, el altar se vino abajo y las cenizas se esparcieron, según la señal que, en obediencia a la palabra del SEÑOR, les había dado el hombre de Dios. Entonces el rey le dijo al hombre de Dios: ―¡Apacigua al SEÑOR tu Dios! ¡Ora por mí, para que se me cure el brazo! El hombre de Dios suplicó al SEÑOR, y al rey se le curó el brazo, quedándole como antes. Luego el rey le dijo al hombre de Dios: ―Ven a casa conmigo, y come algo; además, quiero hacerte un regalo. Pero el hombre de Dios le respondió al rey: ―Aunque me dieras la mitad de tus posesiones, no iría a tu casa. Aquí no comeré pan ni beberé agua, porque así me lo ordenó el SEÑOR. Me dijo: “No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el mismo camino”. De modo que tomó un camino diferente al que había tomado para ir a Betel. En ese tiempo vivía en Betel cierto profeta anciano. Sus hijos fueron a contarle todo lo que el hombre de Dios había hecho allí aquel día, y lo que le había dicho al rey. Su padre les preguntó: ―¿Por dónde se fue? Sus hijos le indicaron el camino que había tomado el hombre de Dios que había llegado de Judá, y el padre les ordenó: ―Aparejadme un asno, para que lo monte. Cuando el asno estuvo listo, el profeta anciano lo montó y se fue tras el hombre de Dios. Lo encontró sentado debajo de una encina, y le preguntó: ―¿Eres tú el hombre de Dios que vino de Judá? ―Sí, lo soy —respondió. Entonces el profeta le dijo: ―Ven a comer a mi casa. ―No puedo volver contigo ni acompañarte —respondió el hombre de Dios—; tampoco puedo comer pan ni beber agua contigo en este lugar, pues el SEÑOR me ha dado esta orden: “No comas pan ni bebas agua allí, ni regreses por el mismo camino”. El anciano replicó: ―También yo soy profeta, como tú. Y un ángel, obedeciendo la palabra del SEÑOR, me dijo: “Llévalo a tu casa para que coma pan y beba agua”. Así lo engañó, y el hombre de Dios volvió con él, y comió y bebió en su casa. Mientras estaban sentados a la mesa, la palabra del SEÑOR vino al profeta que lo había hecho volver. Entonces el profeta le anunció al hombre de Dios que había llegado de Judá: ―Así dice el SEÑOR: “Has desafiado la palabra del SEÑOR y no has cumplido la orden que el SEÑOR tu Dios te dio. Has vuelto para comer pan y beber agua en el lugar donde él te dijo que no lo hicieras. Por lo tanto, no será sepultado tu cuerpo en la tumba de tus antepasados”. Cuando el hombre de Dios terminó de comer y beber, el profeta que lo había hecho volver le aparejó un asno, y el hombre de Dios se puso en camino. Pero un león le salió al paso y lo mató, dejándolo tendido en el camino. Sin embargo, el león y el asno se quedaron junto al cuerpo. Al ver el cuerpo tendido, y al león cuidando el cuerpo, los que pasaban por el camino llevaron la noticia a la ciudad donde vivía el profeta anciano. Cuando el profeta que lo había hecho volver de su viaje se enteró de eso, dijo: «Ahí tenéis al hombre de Dios que desafió la palabra del SEÑOR. Por eso el SEÑOR lo entregó al león, que lo ha matado y despedazado, como la palabra del SEÑOR se lo había advertido». Luego el profeta les dijo a sus hijos: «Aparejadme el asno». En cuanto lo hicieron, el profeta salió y encontró el cuerpo tendido en el camino, con el asno y el león junto a él. El león no se había comido el cadáver, ni había despedazado al asno. Entonces el profeta levantó el cadáver del hombre de Dios, lo puso sobre el asno y se lo llevó de vuelta a la ciudad para hacer duelo por él y enterrarlo. Luego lo puso en la tumba de su propiedad, e hicieron duelo por él, clamando: «¡Ay, hermano mío!» Después de enterrarlo, el profeta les dijo a sus hijos: «Cuando yo muera, enterradme en la misma tumba donde está enterrado el hombre de Dios, y poned mis huesos junto a los suyos. Porque ciertamente se cumplirá la sentencia que, en obediencia a la palabra del SEÑOR, él pronunció contra el altar de Betel y contra todos los santuarios paganos que están en los montes de las ciudades de Samaria». Con todo, Jeroboán no cambió su mala conducta, sino que una vez más puso como sacerdotes para los santuarios paganos a toda clase de gente. A cualquiera que deseaba ser sacerdote de esos santuarios, él lo consagraba como tal. Esa conducta llevó a la dinastía de Jeroboán a pecar, y causó su caída y su desaparición de la faz de la tierra.