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1 REYES 18:1-46

1 REYES 18:1-46 Reina Valera 2020 (RV2020)

Pasó mucho tiempo, y tres años después llegó palabra del Señor a Elías: —Ve, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra. Fue, pues, Elías a mostrarse a Acab. El hambre que había en Samaria era mucha. Acab llamó a Abdías, su mayordomo. Abdías era muy temeroso del Señor, pues cuando Jezabel destruía a los profetas del Señor, Abdías había tomado a cien profetas y los había escondido en cuevas de cincuenta en cincuenta, y los había sustentado con pan y agua. Dijo, pues, Acab a Abdías: —Ve por el país a todas las fuentes de aguas y a todos los arroyos, a ver si acaso encontramos pasto con que conservar con vida a los caballos y a las mulas, para que no nos quedemos sin bestias. Y dividieron entre sí el país para recorrerlo; Acab fue por un camino y Abdías fue solo por otro. Cuando Abdías iba por el camino, se encontró con Elías. Al reconocerlo, se postró sobre su rostro y dijo: —¿No eres tú Elías, mi señor? —Yo soy; ve y dile a tu amo: «Aquí está Elías» —le respondió él. Abdías replicó: —¿En qué he pecado para que entregues a tu siervo en manos de Acab y me haga morir? ¡Vive el Señor, tu Dios!, que no ha habido nación ni reino adonde mi señor no haya enviado a buscarte, y cuando respondían: «No está aquí», hacía jurar a reinos y a naciones que no te habían hallado. ¿Y ahora tú dices: «Ve y dile a tu amo: Aquí está Elías»? Acontecerá que luego de que yo me haya ido, el espíritu del Señor te llevará adonde yo no sepa. Y cuando yo vaya a dar la noticia a Acab, él no te hallará y me matará. Pero tu siervo teme al Señor desde su juventud. ¿No le han contado a mi señor que, cuando Jezabel mataba a los profetas del Señor, yo escondí en cuevas a cien de los profetas del Señor, de cincuenta en cincuenta, y los mantuve con pan y agua? Y ahora dices tú: «Ve y dile a tu amo: Aquí está Elías». ¿Quieres que me mate? Elías le dijo: —¡Vive el Señor de los ejércitos, en cuya presencia estoy!, que hoy me presentaré ante él. Entonces Abdías se dirigió a Acab, le dio el aviso, y Acab fue a encontrarse con Elías. Cuando lo vio, le dijo: —¿Eres tú el que perturbas a Israel? Él respondió: —Yo no he perturbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, al abandonar los mandamientos del Señor y seguir a los baales. Manda, pues, ahora que todo Israel se congregue en el monte Carmelo , con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel. Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Entonces Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: —¿Hasta cuándo vacilaréis vosotros entre dos pensamientos? Si el Señor es Dios, seguidle; pero si es Baal, id tras él. Y el pueblo no respondió palabra. Elías prosiguió ante el pueblo: —Solo yo he quedado como profeta del Señor, mientras que de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno; córtenlo en pedazos y pónganlo sobre la leña, pero que no le prendan fuego. Yo prepararé el otro buey, lo pondré sobre la leña, y tampoco le prenderé fuego. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses; yo invocaré el nombre del Señor. La deidad que responda por medio del fuego, ese es Dios. —Bien dicho —respondió todo el pueblo. Entonces Elías dijo a los profetas de Baal: —Escoged un buey y preparadlo vosotros primero, pues sois los más numerosos. Invocad luego el nombre de vuestros dioses, pero no le prendáis fuego. Ellos tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía. Decían: —¡Baal, respóndenos! Pero no se escuchó ninguna voz, ni hubo quien respondiera; entre tanto, ellos saltaban alrededor del altar que habían hecho. Hacia el mediodía, Elías se burlaba de ellos: —Gritad con voz más fuerte, porque es un dios. Quizá está meditando o tiene algún trabajo, o se ha ido de viaje. ¡Tal vez duerme y haya que despertarlo! Seguían ellos con sus clamores y sus gritos, y se hacían cortes, conforme a su costumbre, con cuchillos y con lancetas, hasta que les chorreaba la sangre. Pasó el mediodía y ellos continuaron su griterío frenético hasta la hora de ofrecer el sacrificio, pero no se escuchó ninguna voz, ni hubo quien respondiera ni escuchara. Entonces dijo Elías a todo el pueblo: —Acercaos a mí. Todo el pueblo se le acercó, y Elías arregló el altar del Señor que estaba arruinado. Tomó doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido dada palabra del Señor que decía: «Israel será tu nombre», y edificó con las piedras un altar al nombre del Señor. Después hizo una zanja alrededor del altar, en que cupieran dos medidas de grano. Preparó la leña, cortó el buey en pedazos, lo puso sobre la leña, y dijo: —Llenad cuatro cántaros de agua y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña. —Hacedlo otra vez, —dijo; y lo hicieron otra vez. —Hacedlo la tercera vez —dijo de nuevo; y lo hicieron la tercera vez, de manera que el agua corría alrededor del altar, y también llenaba la zanja. Cuando llegó la hora de ofrecer el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: —Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu siervo y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, Señor, eres Dios, y que tú haces que su corazón se vuelva hacia ti. Entonces cayó fuego del Señor y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y hasta lamió el agua que estaba en la zanja. Al ver esto, todos se postraron y dijeron: —¡El Señor es Dios, el Señor es Dios! Entonces Elías les dijo: —Apresad a los profetas de Baal para que no escape ninguno. Ellos los apresaron y Elías los condujo al arroyo de Cisón y allí los degolló. Entonces Elías dijo a Acab: —Sube, come y bebe; porque ya se oye el ruido de la lluvia. Acab subió a comer y a beber. Pero Elías ascendió a la cumbre del Carmelo y, postrado en tierra, puso el rostro entre las rodillas. Luego dijo a su criado: —Sube ahora y mira hacia el mar. Él subió, miró y dijo: —No hay nada. Pero Elías le ordenó de nuevo: —Vuelve siete veces. A la séptima vez el criado dijo: —Veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Elías dijo: —Ve y dile a Acab: «Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te lo impida». Entre tanto, aconteció que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo un gran aguacero. Acab subió a su carro y se fue a Jezreel. Pero la mano del Señor estaba sobre Elías, que se ciñó la ropa a la cintura y corrió delante de Acab hasta llegar a Jezreel.

1 REYES 18:1-46 La Palabra (versión española) (BLP)

Mucho tiempo después, al tercer año, el Señor envió este mensaje a Elías: —Vete y preséntate a Ajab, porque voy a mandar la lluvia sobre la tierra. Elías marchó a presentarse a Ajab. En Samaría había un hambre atroz. Ajab llamó a Abdías, el mayordomo de palacio. Abdías era profundamente religioso y cuando Jezabel quiso acabar con los profetas del Señor, recogió a cien de ellos, los escondió en cuevas en dos grupos de cincuenta y les proporcionó alimento y agua. Ajab dijo a Abdías: —Vamos a recorrer todas las fuentes y arroyos del país, a ver si encontramos pasto y mantenemos vivos a caballos y mulos sin tener que sacrificar animales. Se dividieron el territorio a recorrer: Ajab se fue por un lado y Abdías por otro. Mientras Abdías iba de camino, Elías le salió al encuentro. Al reconocerlo, Abdías se inclinó ante él y le pregunto: —¿Eres tú mi señor Elías? Él le respondió: —Sí, soy yo. Vete y dile a tu amo que Elías está aquí. Abdías le dijo: —¿Qué pecado he cometido para que me entregues a Ajab y me mate? ¡Te juro por el Señor, tu Dios, que no hay nación ni reino donde mi amo no haya mandado a buscarte! Y cuando respondían que no estabas, él hacía jurar a la nación o al reino que no te habían encontrado. ¡Y ahora me dices que vaya a decirle a mi amo que Elías está aquí! Seguro que cuando me separe de ti, el espíritu del Señor te llevará a un lugar desconocido; así que cuando yo llegue a comunicárselo a Ajab, al no encontrarte, me matará. Este siervo tuyo ha respetado al Señor desde su juventud. ¿No te han contado lo que hice cuando Jezabel estaba matando a los profetas del Señor? Escondí a cien de ellos en dos cuevas, cincuenta por cueva, y les proporcioné alimento y comida. ¡Y ahora me dices que vaya a decirle a mi amo que Elías está aquí! ¡Me matará! Elías le dijo: —¡Te juro por el Señor del universo, a quien sirvo, que hoy me presentaré ante Ajab! Abdías fue a buscar a Ajab para informarle. Entonces Ajab salió al encuentro de Elías y cuando lo vio, le dijo: —¿Eres tú, azote de Israel? Elías le respondió: —No soy yo el azote de Israel, sino tú y tu familia que habéis abandonado los mandamientos del Señor para seguir a los baales. Pero ahora manda que se reúna conmigo todo Israel en el monte Carmelo, con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y de Astarté, mantenidos por Jezabel. Ajab envió emisarios a todos los israelitas y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Elías se acercó a la gente y dijo: —¿Hasta cuándo seguiréis danzando una vez sobre un pie y otra vez sobre otro? Si el Señor es Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal. Pero la gente no respondió. Elías dijo a la gente: —De los profetas del Señor he quedado yo solo, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Pues bien, que nos den dos novillos y que ellos escojan uno, lo descuarticen y lo pongan sobre la leña sin prenderle fuego; yo haré lo mismo con el otro novillo. Vosotros invocaréis a vuestro dios y yo invocaré al Señor; el que responda enviando fuego será el verdadero Dios. Toda la gente asintió: —Es una buena propuesta. Elías dijo entonces a los profetas de Baal: —Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, ya que sois más numerosos. Luego invocáis a vuestro dios, pero sin prenderle fuego. Prepararon ellos el novillo que les dieron y se pusieron a invocar a Baal desde la mañana hasta el mediodía, gritando: —Baal, respóndenos. Pero no se oyó ninguna voz ni respuesta. Entonces se pusieron a danzar alrededor del altar que habían hecho. Hacia el mediodía Elías comenzó a burlarse de ellos, diciendo: —¡Gritad más fuerte! Aunque Baal sea dios, tendrá sus ocupaciones y sus necesidades, o estará de viaje. A lo mejor está dormido y tendrá que despertar. Ellos se pusieron a gritar más fuerte y, como tenían por costumbre, se hicieron cortes con espadas y lanzas hasta quedar cubiertos de sangre. Después de mediodía entraron en éxtasis hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oyó ninguna voz, ni hubo respuesta ni reacción alguna. Entonces Elías dijo a la gente: —Acercaos a mí. Toda la gente se acercó y Elías reconstruyó el altar del Señor que estaba derrumbado. Tomó doce piedras, conforme a las tribus de los hijos de Jacob, a quien el Señor había dicho: «Te llamarás Israel», y con ellas levantó un altar en honor del Señor. Hizo también una zanja alrededor del altar con una capacidad de dos medidas de grano, colocó la leña, descuartizó el novillo y lo puso sobre la leña. Luego ordenó: —Traed cuatro cántaros de agua y echadla sobre la víctima y la leña. Y añadió: —Hacedlo otra vez. Lo hicieron, pero Elías insistió: —Hacedlo por tercera vez. Y así lo hicieron. El agua corrió alrededor del altar e incluso llenó la zanja. Al llegar la hora del sacrificio, el profeta Elías se acercó y dijo: —Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel: haz que hoy se reconozca que tú eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo que he actuado así por orden tuya. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que eres tú el que harás volver sus corazones a ti. Entonces descendió el fuego divino, devoró el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja. Al verlo, toda la gente cayó en tierra, exclamando: —¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios! Elías les ordenó: —¡Apresad a los profetas de Baal y que no escape ni uno! Los apresaron y Elías mandó bajarlos al arroyo Quisón y allí los degolló. Elías dijo a Ajab: —Vete a comer y a beber, pues se oye el ruido del aguacero. Ajab se fue a comer y beber. Elías, por su parte, subió a la cima del Carmelo, se sentó en tierra con el rostro entre las rodillas y dijo a su criado: —Sube y mira en dirección al mar. El criado subió, miró y dijo: —No se ve nada. Por siete veces Elías le dijo: —Vuelve a hacerlo. A la séptima vez, el criado dijo: —Viene del mar una nube pequeña como la palma de la mano. Entonces Elías le dijo: —Vete a decirle a Ajab: «Engancha y márchate, antes de que la lluvia te lo impida». Inmediatamente, por efecto de las nubes y el viento, el cielo se encapotó y se desencadenó el aguacero. Ajab montó en su carro y marchó a Jezrael. Elías, impulsado por la fuerza del Señor, se ciñó la ropa a la cintura y se fue corriendo delante de Ajab hasta llegar a Jezrael.

1 REYES 18:1-46 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

El tiempo pasó. Tres años después, el Señor se dirigió a Elías y le dijo: “Ve y preséntate ante Ahab, pues voy a mandar lluvia sobre la tierra.” Elías fue y se presentó ante Ahab. El hambre que había en Samaria era muy grave. Ahab llamó a Abdías, su mayordomo, que adoraba al Señor con profunda reverencia y que, cuando Jezabel comenzó a matar a los profetas del Señor, había recogido a cien de ellos y, después de dividirlos en dos grupos de cincuenta, los había escondido en dos cuevas y les había dado el alimento necesario. Ahab dijo a Abdías: –Ven, vamos a recorrer el país, y todos los manantiales y los ríos, a ver si podemos encontrar pasto para mantener vivos los caballos y las mulas. De lo contrario, nos quedaremos sin bestias. Así pues, se repartieron las zonas del país que debían recorrer, y Ahab se fue por un camino y Abdías por otro. Ya en el camino, Elías salió al encuentro de Abdías, que al reconocerle se inclinó ante él y exclamó: –¡Pero si es mi señor Elías! –Sí, yo soy –respondió Elías. Y añadió–: Anda, dile a tu amo que estoy aquí. Abdías contestó: –¿Qué falta he cometido para que me entregues a Ahab y que él me mate? Juro por el Señor tu Dios que no hay nación ni reino adonde mi amo no haya enviado a buscarte; y cuando respondían que no estabas allí, mi amo les hacía jurar que en verdad no te habían hallado. ¡Y ahora me pides que vaya a decirle a mi amo que estás aquí! Lo que va a pasar es que, al separarme de ti, el espíritu del Señor te llevará a donde yo no sepa. Y cuando yo vaya a darle la noticia a Ahab, él no te encontrará, y me matará. Este siervo tuyo, desde su juventud, siempre ha honrado al Señor. ¿Acaso no te han contado lo que hice cuando Jezabel mató a los profetas del Señor? Pues escondí a cien de ellos metiéndolos en dos cuevas en grupos de cincuenta, y les di el alimento necesario. ¿Y ahora me pides que vaya a decirle a mi amo que tú estás aquí? ¡Me matará! Elías le respondió: –Juro por el Señor todopoderoso, a quien sirvo, que hoy mismo me presentaré ante Ahab. Abdías fue a buscar a Ahab para darle el aviso, y entonces Ahab fue a encontrarse con Elías. Cuando lo vio, le dijo: –¿Así que tú eres el que está trastornando a Israel? –Yo no lo estoy trastornando –contestó Elías–, sino tú y tu gente, por dejar los mandamientos del Señor y rendir culto a las diferentes representaciones de Baal. Manda ahora gente que reúna a todos los israelitas en el monte Carmelo, con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Asera, a quienes Jezabel mantiene. Ahab mandó llamar a todos los israelitas, y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Entonces Elías, acercándose a todo el pueblo, dijo: –¿Hasta cuándo vais a continuar con este doble juego? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidle a él, y si lo es Baal, a él deberéis seguir. El pueblo no respondió palabra, y Elías continuó diciendo: –Yo soy el único profeta del Señor que ha quedado con vida, en tanto que de Baal hay cuatrocientos cincuenta profetas. Pues bien, que se nos den dos becerros, y que ellos escojan uno, que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña, pero que no le prendan fuego. Yo, por mi parte, prepararé el otro becerro y lo pondré sobre la leña, pero tampoco le prenderé fuego. Luego vosotros invocaréis a vuestros dioses, y yo invocaré al Señor, ¡y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero! –¡Buena propuesta! –respondió todo el pueblo. Entonces Elías dijo a los profetas de Baal: –Escoged uno de los becerros y preparadlo primero, ya que vosotros sois muchos. Luego invocad a vuestro dios, pero no encendáis fuego. Así pues, ellos tomaron el becerro que se les había entregado y lo prepararon, y desde la mañana hasta el mediodía invocaron a Baal. Decían: “¡Contéstanos, Baal!”, y daban brincos alrededor del altar que habían construido, pero ninguna voz les respondía. Hacia el mediodía, Elías se burlaba de ellos diciéndoles: –Gritad más fuerte, porque es un dios. A lo mejor está ocupado, o está haciendo sus necesidades, o ha salido de viaje. ¡Tal vez esté dormido y haya que despertarlo! Ellos seguían gritando y cortándose con cuchillos y lancetas, como tenían por costumbre, hasta quedar bañados en sangre. Pero pasó el mediodía, y aunque continuaron gritando y saltando como locos hasta la hora de ofrecer el sacrificio, no hubo ninguna respuesta. ¡Nadie contestó ni escuchó! Entonces Elías dijo a toda la gente: –Acercaos a mí. Toda la gente se acercó a él, y él se puso a reparar el altar del Señor, que estaba derribado. Tomó doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, a quien el Señor dijo que se llamaría Israel, y construyó con ellas un altar al Señor; abrió luego una zanja alrededor del altar, donde cabrían unos veinte litros de grano y, tras acomodar la leña, descuartizó el becerro y lo puso sobre ella. Luego dijo: –Llenad cuatro cántaros de agua y vaciadlos sobre el holocausto y la leña. Luego mandó hacer lo mismo por segunda y por tercera vez, y así lo hicieron. El agua corría alrededor del altar, y también llenó la zanja. A la hora de ofrecer el holocausto, el profeta Elías se acercó y exclamó: “¡Señor, Dios de Abraham, Isaac e Israel, demuestra hoy que tú eres el Dios de Israel, y que yo soy tu siervo y hago todo esto porque tú me lo has mandado! ¡Respóndeme, Señor, respóndeme, para que esta gente sepa que tú eres Dios y que los invitas a volverse de nuevo a ti!” En aquel momento, el fuego del Señor cayó y quemó el holocausto, la leña y hasta las piedras y el polvo, y consumió el agua que había en la zanja. Al verlo, toda la gente se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y dijo: “¡El Señor es Dios, el Señor es Dios!” Entonces Elías les dijo: –¡Atrapad a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno! La gente los atrapó, y Elías los llevó al arroyo Quisón y allí los degolló. Después Elías dijo a Ahab: –Vete a comer y beber, porque ya se oye el ruido del aguacero. Ahab se fue a comer y beber. Pero Elías subió a lo alto del monte Carmelo y, arrodillándose en el suelo, se inclinó hasta poner la cara entre las rodillas, y dijo a su criado: –Ve y mira hacia el mar. Él fue y miró, y luego dijo: –No hay nada. Pero Elías le ordenó: –Vuelve siete veces. A la séptima vez, el criado dijo: –¡Allá, subiendo del mar, se ve una nubecita del tamaño de una mano! Entonces Elías le dijo: –Ve y dile a Ahab que enganche su carro y se vaya antes que se lo impida la lluvia. Ahab subió a su carro y se fue a Jezreel. Mientras tanto, el cielo se oscureció con nubes y viento, y cayó un fuerte aguacero. En cuanto a Elías, el Señor le dio fuerzas; y luego de arreglarse la ropa, corrió hasta Jezreel y llegó antes que Ahab.

1 REYES 18:1-46 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Después de un largo tiempo, en el tercer año, la palabra del SEÑOR vino a Elías y le dio este mensaje: «Ve y preséntate ante Acab, y yo voy a enviar lluvia sobre la tierra». Así que Elías se puso en camino para presentarse ante Acab. En Samaria había mucha hambre. Por lo tanto, Acab mandó llamar a Abdías, quien administraba su palacio y veneraba al SEÑOR. Como Jezabel estaba acabando con los profetas del SEÑOR, Abdías había tomado a cien de ellos y los había escondido en dos cuevas, cincuenta en cada una, y les había dado de comer y de beber. Acab instruyó a Abdías: «Recorre todo el país en busca de fuentes y ríos. Tal vez encontremos pasto para mantener vivos los caballos y las mulas, y no perdamos nuestras bestias». Así que se dividieron la tierra que iban a recorrer: Acab se fue en una dirección y Abdías, en la otra. Abdías iba por su camino cuando Elías le salió al encuentro. Al reconocerlo, Abdías se postró rostro en tierra y le preguntó: ―Mi señor Elías, ¿de veras eres tú? ―Sí, soy yo —le respondió—. Ve a decirle a tu amo que aquí estoy. ―¿Qué mal ha hecho este tu siervo —preguntó Abdías—, para que me entregues a Acab y él me mate? Tan cierto como que vive el SEÑOR tu Dios, que no hay nación ni reino adonde mi amo no haya mandado a buscarte. Y a quienes afirmaban que no estabas allí, él los hacía jurar que no te habían encontrado. ¿Y ahora tú me ordenas que vaya a mi amo y le diga que tú estás aquí? ¡Qué sé yo a dónde te va a llevar el Espíritu del SEÑOR cuando nos separemos! Si voy y le digo a Acab que tú estás aquí, y luego él no te encuentra, ¡me matará! Ten en cuenta que yo, tu siervo, he sido fiel al SEÑOR desde mi juventud. ¿No le han contado a mi señor lo que hice cuando Jezabel estaba matando a los profetas del SEÑOR? ¡Pues escondí a cien de los profetas del SEÑOR en dos cuevas, cincuenta en cada una, y les di de comer y de beber! ¡Y ahora tú me ordenas que vaya a mi amo y le diga que estás aquí! ¡De seguro me matará! Elías le respondió: ―Tan cierto como que vive el SEÑOR Todopoderoso, a quien sirvo, te aseguro que hoy me presentaré ante Acab. Abdías fue a buscar a Acab y le informó de lo sucedido, así que este fue al encuentro de Elías y, cuando lo vio, le preguntó: ―¿Eres tú el que le está creando problemas a Israel? ―No soy yo quien le está creando problemas a Israel —respondió Elías—. Quienes se los crean sois tú y tu familia, porque habéis abandonado los mandamientos del SEÑOR y os habéis ido tras los baales. Ahora convoca de todas partes al pueblo de Israel, para que se reúna conmigo en el monte Carmelo con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Aserá que se sientan a la mesa de Jezabel. Acab convocó en el monte Carmelo a todos los israelitas y a los profetas. Elías se presentó ante el pueblo y dijo: ―¿Hasta cuándo vais a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el SEÑOR, debéis seguirlo; pero, si es Baal, seguidle a él. El pueblo no dijo una sola palabra. Entonces Elías añadió: ―Yo soy el único que ha quedado de los profetas del SEÑOR; en cambio, Baal cuenta con cuatrocientos cincuenta profetas. Traednos dos bueyes. Que escojan ellos uno, lo descuarticen y pongan los pedazos sobre la leña, pero sin prenderle fuego. Yo prepararé el otro buey y lo pondré sobre la leña, pero tampoco le prenderé fuego. Entonces invocaréis vosotros el nombre de vuestro dios, y yo invocaré el nombre del SEÑOR. ¡El que responda con fuego, ese es el Dios verdadero! Y todo el pueblo estuvo de acuerdo. Entonces Elías les dijo a los profetas de Baal: ―Ya que vosotros sois tantos, escoged uno de los bueyes y preparadlo primero. Invocad luego el nombre de vuestro dios, pero no prendáis fuego. Los profetas de Baal tomaron el buey que les dieron y lo prepararon, e invocaron el nombre de su dios desde la mañana hasta el mediodía. ―¡Baal, respóndenos! —gritaban, mientras daban brincos alrededor del altar que habían hecho. Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió. Al mediodía Elías comenzó a burlarse de ellos: ―¡Gritad más fuerte! —les decía—. Seguro que es un dios, pero tal vez esté meditando, o esté ocupado o de viaje. ¡A lo mejor se ha quedado dormido y hay que despertarlo! Comenzaron entonces a gritar más fuerte y, como era su costumbre, se cortaron con cuchillos y dagas hasta quedar bañados en sangre. Pasó el mediodía, y siguieron en este trance profético hasta la hora del sacrificio vespertino. Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió ni prestó atención. Entonces Elías le dijo a la gente: ―¡Acercaos! Así lo hicieron. Como habían dejado en ruinas el altar del SEÑOR, Elías lo reparó. Luego recogió doce piedras, una por cada tribu descendiente de Jacob, a quien el SEÑOR le había puesto por nombre Israel. Con las piedras construyó un altar en honor del SEÑOR, y alrededor cavó una zanja en la que cabían quince litros de cereal. Colocó la leña, descuartizó el buey, puso los pedazos sobre la leña y dijo: ―Llenad de agua cuatro cántaros, y vaciadlos sobre el holocausto y la leña. Luego dijo: ―Volved a hacerlo. Y así lo hicieron. ―¡Hacedlo una vez más! —les ordenó. Y por tercera vez vaciaron los cántaros. El agua corría alrededor del altar hasta llenar la zanja. A la hora del sacrificio vespertino, el profeta Elías dio un paso adelante y oró así: «SEÑOR, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que todos sepan hoy que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo y he hecho todo esto en obediencia a tu palabra. ¡Respóndeme, SEÑOR, respóndeme, para que esta gente reconozca que tú, SEÑOR, eres Dios, y que estás convirtiéndoles el corazón a ti!» En ese momento cayó el fuego del SEÑOR y quemó el holocausto, la leña, las piedras y el suelo, y hasta lamió el agua de la zanja. Cuando vieron esto, todos se postraron y exclamaron: «¡El SEÑOR es Dios! ¡El SEÑOR es Dios!» Luego Elías les ordenó: ―¡Prended a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno! Tan pronto como los prendieron, Elías hizo que los bajaran al arroyo Quisón, y allí los ejecutó. Entonces Elías le dijo a Acab: ―Anda a tu casa, y come y bebe, porque ya se oye el ruido de un fuerte aguacero. Acab se fue a comer y beber, pero Elías subió a la cumbre del Carmelo, se inclinó hasta el suelo y puso el rostro entre las rodillas. ―Ve y mira hacia el mar —le ordenó a su criado. El criado fue y miró, y dijo: ―No se ve nada. Siete veces le ordenó Elías que fuera a ver, y la séptima vez el criado le informó: ―Desde el mar viene subiendo una nube. Es tan pequeña como una mano. Entonces Elías le ordenó: ―Ve y dile a Acab: “Engancha el carro y vete antes de que la lluvia te detenga”. Las nubes fueron oscureciendo el cielo; luego se levantó el viento y se desató una fuerte lluvia. Y Acab se fue en su carro hacia Jezrel. Entonces el poder del SEÑOR vino sobre Elías, quien se ajustó el manto con el cinturón, se echó a correr y llegó a Jezrel antes que Acab.