1 REYES 20:1-43
1 REYES 20:1-43 Reina Valera 2020 (RV2020)
Entonces Ben-adad, rey de Siria, reunió a todo su ejército. Llevaba consigo a treinta y dos reyes con caballos y carros. Subió contra Samaria, le puso sitio y la atacó. Luego envió mensajeros a esta ciudad, a decirle a Acab, rey de Israel: —Así ha dicho Ben-adad: «Tu plata y tu oro son míos, y tus mujeres y tus hermosos hijos son míos». El rey de Israel respondió: —Como tú dices, rey y señor mío, yo soy tuyo, así como todo lo que tengo. Volvieron otra vez los mensajeros y le dijeron: —Así ha dicho Ben-adad: «Yo te envié a decir: “Me darás tu plata y tu oro, tus mujeres y tus hijos”. Además, mañana a estas horas te enviaré a mis siervos, que registrarán tu casa y las casas de tus siervos; tomarán todo lo precioso que tengas y se lo llevarán». Entonces el rey de Israel llamó a todos los ancianos del país y les dijo: —Fijaos y ved ahora cómo este no busca sino el mal; pues me ha mandado pedir mis mujeres y mis hijos, mi plata y mi oro, y yo no se lo he negado. Todos los ancianos y todo el pueblo le respondieron: —No le obedezcas ni hagas lo que te pide. Él respondió entonces a los embajadores de Ben-adad: —Decid al rey, mi señor: «Haré todo lo que mandaste la primera vez a tu siervo; pero esto no lo puedo hacer». Los embajadores fueron y le dieron la respuesta. Nuevamente Ben-adad le envió a decir: —Traigan los dioses sobre mí el peor de los castigos, si queda polvo suficiente en Samaria para darle un puñado a cada uno de los que me siguen. El rey de Israel respondió: —Decidle que no canta victoria quien ciñe la espada, sino quien la desciñe. Cuando él oyó estas palabras, mientras bebía con los reyes en las tiendas, dijo a sus siervos: —Preparaos. Y ellos se prepararon para atacar a la ciudad. Mientras tanto, un profeta se presentó ante Acab, rey de Israel, y le dijo: —Así ha dicho el Señor: «¿Has visto esta gran multitud? Pues yo la entregaré hoy en tus manos, para que conozcas que yo soy el Señor». —¿Por medio de quién? —respondió Acab. Él dijo: —Así ha dicho el Señor: «Por medio de los siervos de los príncipes de las provincias». —¿Quién comenzará la batalla? —preguntó Acab. —Tú —respondió él. Acab pasó revista a los siervos de los príncipes de las provincias, que eran doscientos treinta y dos. Luego pasó revista a todo el pueblo, a todos los hijos de Israel, que eran siete mil. Hicieron una salida al mediodía, mientras Ben-adad bebía y se embriagaba en las tiendas, junto a los treinta y dos reyes que habían venido en su ayuda. Los siervos de los príncipes de las provincias salieron en primer lugar. Un mensajero que Ben-adad había enviado le trajo la siguiente noticia: —Han salido hombres de Samaria. Él entonces dijo: —Capturadlos vivos, bien sea que hayan salido en son de paz o en son de pelea. Salieron, pues, de la ciudad los siervos de los príncipes de las provincias, y detrás de ellos el ejército. Mató cada uno al que venía contra él; huyeron los sirios, seguidos por los de Israel. El rey de Siria, Ben-adad, se escapó en un caballo con alguna gente de caballería. Entonces salió el rey de Israel, hirió la gente de a caballo, se apoderó de los carros y deshizo a los sirios, con lo que les causaron grandes estragos. Se presentó luego el profeta ante el rey de Israel y le dijo: —Anda, fortalécete, considera y mira lo que has de hacer, porque dentro de un año el rey de Siria te atacará. Los siervos del rey de Siria le dijeron: —Sus dioses son dioses de los montes, por eso nos han vencido, pero si peleamos con ellos en la llanura, de seguro los venceremos. Haz, pues, así: Saca a cada uno de los reyes de su puesto, y pon capitanes en su lugar. Forma otro ejército como el ejército que perdiste, caballo por caballo y carro por carro; luego pelearemos con ellos en campo raso; y seguro que los venceremos. Les prestó oído el rey y así lo hizo. Un año más tarde, Ben-adad pasó revista al ejército de los sirios y marchó a Afec para pelear contra Israel. También pasaron revista a los hijos de Israel, y tomaron provisiones y le salieron al encuentro. Acamparon los hijos de Israel frente a ellos como dos rebañuelos de cabras, mientras los sirios llenaban la tierra. Se presentó entonces el hombre de Dios ante el rey de Israel, y le dijo: —Así ha hablado el Señor: Por cuanto los sirios han dicho: «El Señor es Dios de los montes, y no Dios de los valles», yo entregaré toda esta gran multitud en tus manos, para que sepáis que yo soy el Señor. Siete días estuvieron acampados los unos frente a los otros, y al séptimo día se dio la batalla. Los hijos de Israel mataron de los sirios en un solo día a cien mil hombres de a pie. Los demás huyeron a la ciudad de Afec, pero el muro cayó sobre los veintisiete mil hombres que habían quedado. También Ben-adad huyó a la ciudad y se escondía de aposento en aposento. Entonces sus siervos le dijeron: —Hemos oído que los reyes de la casa de Israel son reyes clementes. Pongámonos, pues, ropas ásperas encima, y sogas en nuestros cuellos, y vayamos ante el rey de Israel, a ver si por ventura te salva la vida. Se vistieron, pues, con ropas ásperas y se pusieron sogas al cuello. Luego se presentaron ante el rey de Israel y le dijeron: —Tu siervo Ben-adad dice: «Te ruego que me perdones la vida». —Si él vive aún, mi hermano es —respondió el rey. Esto lo tomaron aquellos hombres como un buen augurio, por lo que se apresuraron a tomarle la palabra y le dijeron: —Tu hermano Ben-adad vive. —Id y traedlo —dijo el rey. Ben-adad entonces se presentó ante Acab, y él lo hizo subir en un carro. Ben-adad le dijo: —Las ciudades que mi padre tomó al tuyo, yo las restituiré. Hazte mercados en Damasco, como mi padre los hizo en Samaria. —Por mi parte, yo —dijo Acab— te dejaré partir con este pacto. Hizo, pues, un pacto con él, y lo dejó ir. Entonces un hombre de los hijos de los profetas dijo a su compañero, por orden de Dios: —Hiéreme ahora. Pero el otro no quiso herirlo. Él le dijo: —Por cuanto no has obedecido a la palabra del Señor, te atacará un león cuando te apartes de mí. Y cuando se apartó de él, le salió al encuentro un león y lo mató. Luego se encontró con otro hombre, y le dijo: —Hiéreme ahora. El hombre le dio un golpe y le hizo una herida. Entonces el profeta se fue y se puso a esperar al rey en el camino. Se había disfrazado con una venda sobre los ojos. Cuando el rey pasaba, el profeta le dijo en alta voz: —Tu siervo salió de en medio de la batalla cuando se me acercó un soldado que me trajo un hombre, y me dijo: «Guarda a este hombre, y si llega a huir, pagarás con tu vida por la suya o pagarás tres mil monedas de plata». Y mientras tu siervo estaba ocupado en una y otra cosa, el hombre desapareció. Entonces el rey de Israel le dijo: —Esa será tu sentencia; tú la has pronunciado. Pero él se quitó de pronto la venda de los ojos, y el rey de Israel reconoció que era uno de los profetas. Dijo entonces al rey: —Así ha dicho el Señor: «Por cuanto dejaste escapar de tus manos al hombre que yo había condenado, pagarás con tu vida por la suya, y con tu pueblo por el suyo». El rey de Israel se fue a su casa triste y enojado, y llegó a Samaria.
1 REYES 20:1-43 La Palabra (versión española) (BLP)
Benadad, rey de Siria, reunió todas sus tropas y acompañado de treinta y dos reyes vasallos, caballos y carros subió hasta Samaría para sitiarla y atacarla. Una vez allí, envió sus mensajeros a la ciudad para decir a Ajab: —Así dice Benadad: «Dame tu plata y tu oro, tus mujeres y tus mejores hijos». El rey de Israel le respondió: —Hágase como deseas, mi rey y señor. Yo y todo lo que tengo estamos a tu disposición. Los mensajeros volvieron a decirle: —Así dice Benadad: «He enviado a comunicarte que me des tu plata y tu oro, tus mujeres y tus hijos. Mañana a estas horas te enviaré a mis soldados para que registren tu palacio y las casas de tus súbditos; tomarán todo lo que más aprecias y se lo llevarán». El rey de Israel convocó a todos los ancianos del país y les dijo: —Como podéis ver, este anda buscando mi desgracia, pues me ha reclamado mis mujeres, mis hijos, mi plata y mi oro, a pesar de que yo no me he negado. Todos los ancianos y el pueblo le aconsejaron: —No le hagas caso ni aceptes sus exigencias. Ajab dijo a los emisarios de Benadad: —Decid a vuestro señor el rey, que haré todo lo que me ordenó la primera vez; pero que no puedo hacer esto otro. Los emisarios llevaron al rey la respuesta. Entonces Benadad mandó a decir a Ajab: —¡Que los dioses me castiguen, si queda de Samaría polvo suficiente para darle un puñado a cada uno de mis seguidores! Pero el rey de Israel respondió: —Decidle que no cante victoria antes de la batalla. Benadad, que estaba bebiendo con los reyes en el campamento, dijo a sus soldados al escuchar esta respuesta: —¡Cada uno a su puesto! E inmediatamente tomaron posiciones frente a la ciudad. Pero entonces un profeta se acercó a Ajab, rey de Israel y le dijo: —Así dice el Señor: «¿Ves todo ese gran ejército? Pues te lo voy a entregar hoy mismo, para que reconozcas que yo soy el Señor». Ajab preguntó: —¿Por medio de quién? El profeta respondió: —El Señor dice que por medio de los escuderos de los gobernadores de provincias. Ajab insistió: —¿Quién iniciará el ataque? Respondió: —Serás tú. Ajab pasó revista a los escuderos de los gobernadores de provincias: eran doscientos treinta y dos. Luego pasó revista a todo el ejército israelita, que eran siete mil. Al mediodía hicieron una salida, mientras Benadad seguía emborrachándose en el campamento con los treinta y dos reyes aliados. Abrían la avanzadilla los escuderos de los gobernadores de provincias. Benadad pidió informes y le comunicaron: —Acaban de salir unos hombres de Samaría. Benadad ordenó: —Si salen en son de paz, prendedlos vivos; y si salen a atacar, también. Los que habían salido de la ciudad eran los escuderos de los gobernadores de provincias, y el ejército salió tras ellos. Cada uno mató a su contrincante, y los sirios huyeron, perseguidos por los israelitas. Benadad, el rey de Siria, logró escapar a caballo con algunos jinetes. Salió también el rey de Israel, atacó a la caballería y a los carros e infringió a los sirios una gran derrota. El profeta se acercó al rey de Israel y le dijo: —Anda, refuérzate y piensa bien lo que tienes que hacer, porque dentro de un año el rey de Siria volverá a atacarte. Por su parte, los oficiales del rey de Siria dijeron a su señor: —Su Dios es dios de los montes y por eso nos han derrotado. Si los atacamos en la llanura, seguro que los venceremos. Te aconsejamos, pues, hacer lo siguiente: quita a los reyes y sustitúyelos por gobernadores. Organiza luego un ejército como el que has perdido, con igual número de caballos y carros. Los atacaremos en la llanura y sin duda los venceremos. Benadad atendió sus razones y actuó en consecuencia. Al año siguiente Benadad pasó revista al ejército sirio y partió hacia Afec para luchar contra Israel. También los israelitas pasaron revista, se aprovisionaron y salieron al encuentro de los sirios. Cuando acamparon frente a ellos, parecían dos rebaños de cabras, mientras que los sirios ocupaban todo el terreno. Un hombre de Dios se acercó al rey de Israel y le dijo: —Así dice el Señor: Puesto que los sirios han dicho que el Señor es un dios de los montes y no de los valles, entregaré en tu poder a ese ejército tan numeroso, para que reconozcáis que yo soy el Señor. Durante siete días estuvieron acampados unos frente a otros. Al séptimo día se entabló la batalla: los israelitas derrotaron a los arameos y mataron en un solo día a cien mil soldados de infantería. Los supervivientes se refugiaron en la ciudad de Afec. Pero la muralla se desplomó sobre los veintisiete mil supervivientes. Benadad también huyó y entró en la ciudad, escondiéndose de casa en casa. Sus oficiales le dijeron: —Hemos oído decir que los reyes de Israel suelen ser clementes. Vamos a vestirnos con sacos y con una cuerda al cuello; nos presentaremos así al rey de Israel, a ver si te perdona la vida. Se vistieron con sacos y con cuerdas al cuello y se presentaron ante el rey de Israel, diciendo: —Tu siervo Benadad te suplica que le perdones la vida. Ajab respondió: —Pero ¿todavía vive? ¡Es mi hermano! Aquellos hombres lo interpretaron como buena señal y, tomándole la palabra, se apresuraron a contestar: —¡Sí, Benadad es tu hermano! Ajab les dijo: —Id y traedlo. Benadad se presentó ante Ajab y él lo subió en su carro. Entonces Benadad le dijo: —Te devolveré las ciudades que mi padre le quitó a tu padre y además podrás instalar bazares en Damasco, como mi padre los instaló en Samaría. Ajab respondió: —Con ese compromiso te dejaré en libertad. Ajab firmó un tratado con él y lo dejó en libertad. Un miembro de la comunidad de profetas dijo a un compañero, por orden del Señor: —¡Pégame! El compañero se negó y el otro le dijo: —Por no haber obedecido la palabra del Señor, cuando te separes de mí, te matará un león. Y cuando se separó de él, lo encontró un león y lo mató. El profeta encontró a otro hombre y le pidió: —¡Pégame! Aquel hombre le pegó y lo dejó herido. Luego se fue a esperar al rey junto al camino, disfrazado con una venda en los ojos. Cuando pasó el rey, el profeta le dijo a voces: —Cuando tu servidor estaba en el fragor de la batalla, un hombre se acercó y me entregó un prisionero, encargándome: «Vigila a este hombre y, como llegue a escapar, lo pagarás con tu vida o con un talento de plata». Pero mientras tu servidor andaba ocupado en otras cosas, el prisionero desapareció. El rey de Israel le dijo: —¡Tú mismo acabas de pronunciar tu sentencia! Pero inmediatamente se quitó la venda de los ojos y el rey de Israel lo reconoció como uno de los profetas. Entonces le dijo al rey: —Así dice el Señor: Por haber dejado en libertad al hombre que yo había condenado al exterminio, tú y tu pueblo pagaréis con la vida por la de él y la de su pueblo. El rey de Israel entró en Samaría y se encerró en su palacio malhumorado y furioso.
1 REYES 20:1-43 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Ben-hadad, rey de Siria, reunió a todo su ejército y a treinta y dos reyes aliados con su caballería y sus carros de combate, y fue a la ciudad de Samaria, la rodeó y la atacó. Al mismo tiempo envió mensajeros a esta ciudad para que dijeran a Ahab, rey de Israel: “Ben-hadad dice: ‘Tus riquezas me pertenecen, lo mismo que tus mujeres y tus mejores hijos.’ ” El rey de Israel contestó: “Tal como Su Majestad ha dicho, yo y todo lo que tengo es suyo.” Los mensajeros fueron una vez más a ver a Ahab, y le dijeron: “Ben-hadad dice: ‘Ya te he mandado a decir que tienes que darme tus riquezas, tus mujeres y tus hijos. Además, mañana a estas horas enviaré a mis oficiales a que registren tu palacio y las casas de tus funcionarios, y todo lo que les guste lo tomarán para sí.’ ” Entonces el rey de Israel mandó a llamar a todos los ancianos del país, y les dijo: –Como podréis daros cuenta, este hombre está buscando hacerme daño, a pesar de no haberme negado a entregarle mis mujeres, mis hijos y mis riquezas. –Pues no le escuches ni le hagas caso –respondieron los ancianos y toda la gente. Entonces Ahab dijo a los enviados de Ben-hadad: –Decid a Su Majestad que haré todo lo que me ordenó al principio, pero que no puedo hacer lo que ahora me exige. Los enviados llevaron la respuesta a Ben-hadad, y Ben-hadad mandó a decir a Ahab: “¡Que los dioses me castiguen con dureza, si de Samaria queda polvo suficiente para darle un puñado a cada uno de mis seguidores!” Por su parte, el rey de Israel le mandó a decir: “No cantes victoria antes de tiempo.” Cuando Ben-hadad recibió la respuesta, estaba bebiendo con los otros reyes en las enramadas que habían improvisado. Entonces dijo a sus oficiales: “¡Preparaos!”, y todos se dispusieron a atacar la ciudad. Mientras tanto, un profeta se presentó ante Ahab, rey de Israel, y le dijo: –El Señor ha dicho: ‘Aunque veas esa gran multitud de enemigos, yo la voy a entregar hoy en tus manos, para que sepas que yo soy el Señor.’ –¿Y por medio de quién me la va a entregar? –preguntó Ahab. –El Señor ha dicho que por medio de los jóvenes que ayudan a los gobernadores de las provincias –respondió el profeta. –¿Y quién atacará primero? –insistió Ahab. –Tú –respondió el profeta. Entonces Ahab pasó revista a los jóvenes que ayudaban a los gobernadores de las provincias, que eran doscientos treinta y dos, y a todo el ejército israelita, compuesto de siete mil hombres. Salieron al mediodía, mientras Ben-hadad y los treinta y dos reyes aliados suyos seguían emborrachándose en las enramadas que habían improvisado, y avanzaron en primer lugar los ayudantes de los gobernadores. Cuando Ben-hadad recibió aviso de que algunos hombres habían salido de Samaria, ordenó: “¡Tanto si han salido en son de paz como en son de guerra, los quiero vivos!” Los ayudantes de los gobernadores salieron de la ciudad, seguidos por el ejército. Y cada uno de ellos mató a un contrario, y los sirios huyeron. Los israelitas los persiguieron, pero Ben-hadad, rey de los sirios, escapó a caballo con algunos soldados de caballería. Entonces el rey de Israel avanzó y se apoderó de sus caballos y carros de combate, y causó a los sirios una tremenda derrota. Después el profeta se presentó ante el rey de Israel, y le dijo: –Ve, refuerza tu ejército y piensa bien lo que debes hacer; porque dentro de un año el rey de Siria volverá a atacarte. Por su parte, los oficiales del rey de Siria dijeron a este: –Los dioses de los israelitas son dioses de las montañas; por eso nos han vencido. Pero si luchamos contra ellos en la llanura, con toda seguridad los venceremos. Lo que ahora debe hacer Su Majestad es quitar de su puesto a los reyes y poner oficiales en su lugar, organizar luego un ejército como el que fue derrotado, caballo por caballo y carro por carro. Entonces lucharemos contra ellos en el llano y, sin duda, los venceremos. Ben-hadad prestó atención a este consejo, y lo siguió. Un año después, Ben-hadad pasó revista a los sirios y se trasladó a Afec para luchar contra Israel. También los israelitas pasaron revista a sus fuerzas y las aprovisionaron, y salieron al encuentro de los sirios. Acampados frente a los sirios, parecían apenas dos rebaños de cabras, pues los sirios ocupaban todo el terreno. En esto se presentó un profeta ante el rey de Israel, y le dijo: –Así dice el Señor: ‘Puesto que los sirios han dicho que yo soy un dios de las montañas y no un dios de los valles, voy a entregar en tus manos a toda esta gran multitud. Así sabrás que yo soy el Señor.’ Durante siete días, sirios e israelitas estuvieron acampados frente a frente, y el séptimo día tuvo lugar la batalla. Ese día los israelitas mataron a cien mil soldados sirios de infantería. El resto del ejército huyó a la ciudad de Afec, pero la muralla de la ciudad cayó sobre los veintisiete mil hombres que habían logrado escapar. Ben-hadad también huyó, y llegó a la ciudad y se escondió de habitación en habitación. Entonces sus oficiales le dijeron: –Hemos sabido que los reyes israelitas cumplen los tratos que hacen; así que pongámonos ropas ásperas y una soga en el cuello, y vayamos ante el rey de Israel, a ver si nos perdona la vida. Entonces se pusieron ropas ásperas y una soga en el cuello, y presentándose ante el rey de Israel le dijeron: –Ben-hadad ruega a Su Majestad que le perdone la vida. Ahab respondió: –¿Vive todavía? ¡Para mí es como un hermano! A los hombres les pareció esto una buena señal, y tomándole la palabra contestaron en seguida: –¡Ben-hadad es hermano de Su Majestad! –¡Pues id a traerle! –contestó Ahab. Entonces Ben-hadad se presentó ante Ahab, y Ahab le hizo subir en su carro. Luego Ben-hadad le dijo: –Te devolveré las ciudades que mi padre quitó al tuyo, y tú puedes hacer negocios en Damasco, como mi padre los hacía en Samaria. –Yo, por mi parte, me comprometo a dejarte ir –contestó Ahab. De este modo, Ahab hizo un pacto con Ben-hadad y le dejó que se fuera. Entonces, un hombre que pertenecía al grupo de los profetas pidió a un compañero suyo, por orden del Señor: –¡Hiéreme, por favor! Pero el otro no quiso hacerlo. Entonces el profeta le dijo: –Por no haber hecho caso a la orden del Señor, un león te atacará cuando te separes de mí. En efecto, en cuanto el otro se separó del profeta, un león le salió al encuentro y lo mató. Después se encontró el profeta con otro hombre, y le pidió también que le hiriera, y aquel hombre le golpeó y le hirió. Entonces el profeta fue a esperar al rey en el camino, disfrazado y llevando una venda sobre los ojos. Cuando el rey estaba pasando, el profeta le dijo en voz alta: –Este servidor de Su Majestad marchó al frente de batalla, y de entre las filas salió un soldado y me trajo un prisionero. Me pidió que me hiciera cargo de él, advirtiéndome que, si se me escapaba, yo le respondería con mi vida o tendría que pagarle tres mil monedas de plata. Y como este servidor de Su Majestad se entretuvo con otras cosas, el prisionero se me escapó. El rey de Israel le contestó: –Tú mismo te has declarado culpable y has pronunciado tu propia sentencia. Pero el profeta se quitó rápidamente la venda de los ojos, y el rey se dio cuenta de que era uno de los profetas. Entonces el profeta le dijo: –Así dice el Señor: ‘Como tú dejaste escapar al hombre que él había condenado a morir, con tu vida pagarás por la suya y con tu pueblo por el suyo.’ Entonces el rey de Israel se fue a Samaria, triste y malhumorado, y se metió en su palacio.
1 REYES 20:1-43 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Entonces Ben Adad, rey de Siria, reunió a todo su ejército y, acompañado por treinta y dos reyes con sus caballos y carros de combate, salió a hacerle guerra a Samaria y la sitió. Envió a la ciudad mensajeros para que le dijeran a Acab, rey de Israel: «Así dice Ben Adad: “Tu oro y tu plata son míos, lo mismo que tus mujeres y tus hermosos hijos”». El rey de Israel envió esta respuesta: «Tal como dices, mi señor y rey, yo soy tuyo, con todo lo que tengo». Los mensajeros volvieron a Acab y le dijeron: «Así dice Ben Adad: “Mandé a decirte que me entregaras tu oro y tu plata, tus esposas y tus hijos. Por tanto, mañana como a esta hora voy a enviar a mis funcionarios a requisar tu palacio y las casas de tus funcionarios, y se apoderarán de todo lo que más valoras y se lo llevarán”». El rey de Israel mandó llamar a todos los ancianos del país y les dijo: ―¡Mirad cómo ese tipo nos quiere causar problemas! Cuando mandó que le entregara mis esposas y mis hijos, mi oro y mi plata, no se los negué. Los ancianos y todos los del pueblo respondieron: ―No le haga caso ni ceda a sus exigencias. Así que Acab les respondió a los mensajeros de Ben Adad: ―Decidle a mi señor y rey: “Yo, tu siervo, haré todo lo que me pediste la primera vez, pero no puedo satisfacer esta nueva exigencia”. Ellos regresaron a Ben Adad con esa respuesta. Entonces Ben Adad le envió otro mensaje a Acab: «Que los dioses me castiguen sin piedad si queda en Samaria el polvo suficiente para que mis hombres se lleven un puñado». Pero el rey de Israel respondió: «Decidle que no cante victoria antes de tiempo». Cuando Ben Adad recibió este mensaje, estaba bebiendo con los reyes en su campamento. De inmediato les ordenó a sus tropas: «¡A las armas!» Así que se prepararon para atacar la ciudad. Mientras tanto, un profeta se presentó ante Acab, rey de Israel, y le anunció: ―Así dice el SEÑOR: “¿Ves ese enorme ejército? Hoy lo entregaré en tus manos, y entonces sabrás que yo soy el SEÑOR”. ―¿Por medio de quién lo hará? —preguntó Acab. ―Así dice el SEÑOR —respondió el profeta—: “Lo haré por medio de los cadetes”. ―¿Y quién iniciará el combate? —insistió Acab. ―Tú mismo —respondió el profeta. Así que Acab pasó revista a los cadetes, que sumaban doscientos treinta y dos hombres. También pasó revista a las demás tropas israelitas: siete mil en total. Se pusieron en marcha al mediodía, mientras Ben Adad y los treinta y dos reyes aliados que estaban con él seguían emborrachándose en su campamento. Los cadetes formaban la vanguardia. Cuando los exploradores que Ben Adad había enviado le informaron de que unos soldados estaban avanzando desde Samaria, ordenó: «¡Capturadlos vivos, sea que vengan en son de paz o en son de guerra!» Los cadetes salieron de la ciudad al frente del ejército. Cada soldado abatió a su adversario, y los sirios tuvieron que huir. Los israelitas los persiguieron, pero Ben Adad, rey de Siria, escapó a caballo con algunos de sus jinetes. El rey de Israel avanzó y abatió a la caballería, de modo que los sirios sufrieron una gran derrota. Más tarde, el profeta se presentó ante el rey de Israel y le dijo: «No te duermas en los laureles; traza un buen plan, porque el año entrante el rey de Siria volverá a atacar». Por otra parte, los funcionarios del rey de Siria le aconsejaron: «Los dioses de los israelitas son dioses de las montañas. Por eso son demasiado fuertes para nosotros. Pero, si peleamos contra ellos en las llanuras, sin duda los venceremos. Haz lo siguiente: Destituye a todos los reyes y reemplázalos por otros oficiales. Prepara también un ejército como el que perdisteis, caballo por caballo y carro por carro, para atacar a Israel en las llanuras. ¡Sin duda los venceremos!» Ben Adad estuvo de acuerdo, y así lo hizo. Al año siguiente, pasó revista a las tropas sirias y marchó a Afec para atacar a Israel. Acab, por su parte, pasó revista a las tropas israelitas y las aprovisionó. Estas se pusieron en marcha para salir al encuentro de los sirios, y acamparon frente a ellos. Parecían pequeños rebaños de cabras, mientras que los sirios cubrían todo el campo. El hombre de Dios se presentó ante el rey de Israel y le dijo: «Así dice el SEÑOR: “Por cuanto los sirios piensan que el SEÑOR es un dios de las montañas y no un dios de los valles, yo te voy a entregar este enorme ejército en tus manos, y así sabrás que yo soy el SEÑOR”». Siete días estuvieron acampados los unos frente a los otros, y el séptimo día se inició el combate. En un solo día, los israelitas le causaron cien mil bajas a la infantería siria. Los demás soldados huyeron a Afec, pero la muralla de la ciudad se desplomó sobre veintisiete mil de ellos. Ben Adad, que también se había escapado a la ciudad, andaba de escondite en escondite. Entonces sus funcionarios le dijeron: «Hemos oído decir que los reyes del linaje de Israel son compasivos. Rindámonos ante el rey de Israel y pidámosle perdón. Tal vez te perdone la vida». Se presentaron entonces ante el rey de Israel, se rindieron ante él y le rogaron: ―Tu siervo Ben Adad dice: “Por favor, perdóname la vida”. ―¿Todavía está vivo? —preguntó el rey—. ¡Pero si es mi hermano! Los hombres tomaron esa respuesta como un buen augurio y, aprovechando la ocasión, exclamaron: ―¡Claro que sí, Ben Adad es tu hermano! ―Id por él —dijo el rey. Cuando Ben Adad se presentó ante Acab, este lo hizo subir a su carro de combate. Entonces Ben Adad le propuso: ―Te devolveré las ciudades que mi padre le quitó al tuyo, y podrás establecer zonas de mercado en Damasco, como hizo mi padre en Samaria. Acab le respondió: ―Sobre esa base, te dejaré en libertad. Y así firmó un tratado con él, y lo dejó ir. En obediencia a la palabra del SEÑOR, un miembro de la comunidad de profetas le dijo a otro: ―¡Golpéame! Pero aquel se negó a hacerlo. Entonces el profeta le dijo: ―Por cuanto no has obedecido al SEÑOR, tan pronto como nos separemos te matará un león. Y, después de que el profeta se fue, un león le salió al paso y lo mató. Más adelante, el mismo profeta encontró a otro hombre y le dijo: «¡Golpéame!» Así que el hombre lo golpeó y lo hirió. Luego el profeta salió a esperar al rey a la vera del camino, cubierto el rostro con un antifaz. Cuando pasaba el rey, el profeta le gritó: ―Este tu siervo entró en lo más reñido de la batalla. Allí alguien se me presentó con un prisionero y me dijo: “Hazte cargo de este hombre. Si se te escapa, pagarás su vida con la tuya, o con tres mil monedas de plata”. Mientras este tu siervo estaba ocupado en otras cosas, el hombre se escapó. ―¡Esa es tu sentencia! —respondió el rey de Israel—. Tú mismo has tomado la decisión. En el acto, el profeta se quitó el antifaz, y el rey de Israel se dio cuenta de que era uno de los profetas. Y le dijo al rey: ―Así dice el SEÑOR: “Has dejado en libertad a un hombre que yo había condenado a muerte. Por lo tanto, pagarás su vida con la tuya, y su pueblo con el tuyo”. Entonces el rey de Israel, deprimido y malhumorado, volvió a su palacio en Samaria.