1 SAMUEL 2:11-36
1 SAMUEL 2:11-36 Reina Valera 2020 (RV2020)
Luego Elcana regresó a su casa en Ramá, y el niño se quedó para servir al Señor junto al sacerdote Elí. Los hijos de Elí eran hombres impíos, que no tenían conocimiento del Señor. Y era costumbre de los sacerdotes con el pueblo, que cuando alguien ofrecía sacrificio, mientras se cocía la carne, venía el criado del sacerdote con un garfio de tres dientes en la mano y lo metía en el perol, en la olla, en el caldero o en la cazuela; y todo lo que sacaba el garfio, el sacerdote lo tomaba para sí. De esta manera hacían con todo israelita que venía a Silo. Asimismo, antes de quemar la grasa, venía el criado del sacerdote y decía al que sacrificaba: —Dame carne para asársela al sacerdote; porque no aceptará de ti carne cocida, sino cruda. Y si el hombre le respondía: —Hay que quemar la grasa primero, y después toma tanto como quieras. Él decía: —No, dámela ahora mismo; de otra manera la tomaré por la fuerza. Así pues, el pecado de estos ayudantes era muy grande ante el Señor, porque menospreciaban las ofrendas del Señor. Y el joven Samuel servía en la presencia del Señor, vestido de un efod de lino. Su madre le hacía una pequeña túnica y se la traía cada año, cuando subía con su marido para ofrecer el sacrificio acostumbrado. Entonces Elí bendecía a Elcana y a su mujer con estas palabras: —El Señor te dé hijos de esta mujer en lugar del que pidió al Señor. Luego regresaban a su casa. Visitó el Señor a Ana y ella concibió; y dio a luz tres hijos y dos hijas. Y el joven Samuel crecía delante del Señor. Elí era muy viejo, y cuando supo lo que sus hijos hacían con todo Israel y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión, les dijo: —¿Por qué hacéis estas cosas? Oigo hablar a todo este pueblo acerca de vuestro mal proceder. No, hijos míos, no son buenos los rumores que yo oigo, pues hacéis pecar al pueblo del Señor. Si peca el hombre contra el hombre, los jueces lo juzgarán; pero si alguno peca contra el Señor, ¿quién rogará por él? Pero ellos no oyeron la voz de su padre, porque el Señor había resuelto hacerlos morir. Mientras tanto, el joven Samuel crecía y se hacía grato delante de Dios y delante de los hombres. Vino un hombre de Dios ante Elí, y le dijo: —Así ha dicho el Señor: ¿No me manifesté yo claramente a la casa de tu padre cuando estaban en Egipto en la casa de Faraón? Lo escogí para que fuera mi sacerdote entre todas las tribus de Israel, para que ofreciera sobre mi altar, quemara incienso y llevara efod delante de mí. Yo concedí a la casa de tu padre todas las ofrendas de los hijos de Israel. ¿Por qué habéis pisoteado los sacrificios y las ofrendas que yo mandé ofrecer en el tabernáculo? ¿Por qué has honrado a tus hijos más que a mí, y les has hecho engordar con lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel? Por eso el Señor, el Dios de Israel, dice: Yo había prometido que tu casa y la casa de tu padre permanecerían siempre delante de mí; pero ahora ha dicho el Señor: Nunca haga yo tal cosa, porque yo honro a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco. Vienen días en que cortaré tu brazo y el brazo de la casa de tu padre, de modo que no haya ancianos en tu casa. Verás tu casa humillada, mientras Dios colma de bienes a Israel, de manera que nunca habrá ancianos en tu casa. Aquel de los tuyos a quien yo no excluya del servicio de mi altar, será para que se consuman tus ojos y se llene tu alma de dolor; y todos los nacidos en tu casa morirán en la plenitud de la edad. Te será por señal esto que acontecerá a tus dos hijos, Ofni y Finees: ambos morirán el mismo día. En cambio, yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obre conforme a mi corazón y mis deseos; le edificaré casa firme y andará delante de mi ungido todos los días. El que haya quedado en tu casa vendrá a postrarse delante de él por una moneda de plata y un bocado de pan, y le dirá: «Te ruego que me agregues a alguno de los servicios sacerdotales para que pueda comer un bocado de pan».
1 SAMUEL 2:11-36 La Palabra (versión española) (BLP)
Elcaná volvió a su casa en Ramá, mientras el niño quedaba al servicio del Señor, bajo la custodia del sacerdote Elí. Los hijos de Elí eran unos desalmados que no respetaban al Señor, ni tenían en cuenta las obligaciones de los sacerdotes para con el pueblo. Cuando alguien ofrecía un sacrificio, mientras se guisaba la carne, llegaba el ayudante del sacerdote con el tenedor trinchante en la mano, pinchaba en la olla, en el caldero, en el perol o en la cazuela y todo lo que enganchaba el trinchante se lo quedaba el sacerdote. Esto era lo que hacían con todos los israelitas que iban a Siló. Incluso antes de que se quemara la grasa, llegaba el ayudante del sacerdote y decía al que estaba ofreciendo el sacrificio: —Dame la carne para asársela al sacerdote, pues él no te aceptará carne asada, sino cruda. A lo que el oferente respondía: —Primero se ha de quemar la grasa, después podrás coger lo que quieras. Entonces el otro replicaba: —No. Me la das ahora mismo, o me la llevo por la fuerza. El pecado de aquellos jóvenes ante el Señor era muy grave porque menospreciaban la ofrenda hecha al Señor. Samuel estaba al servicio del Señor y vestía una túnica de lino. Su madre le hacía cada año una pequeña túnica y se la llevaba cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual. Elí bendijo a Elcaná y a su mujer, diciendo: —Que el Señor te conceda hijos con esta mujer en recompensa por la donación que ella ha hecho al Señor. Luego volvieron a su hogar. El Señor bendijo a Ana, que volvió a quedar embarazada y dio a luz tres hijos y dos hijas. Mientras tanto, el joven Samuel iba creciendo junto al Señor. Elí era ya muy mayor; cuando se enteró de lo que hacían sus hijos con los israelitas y de cómo se acostaban con las mujeres que prestaban servicio a la entrada de la Tienda del encuentro, les dijo: —¿Por qué hacéis estas cosas? Todo el mundo me comenta vuestros abusos. No, hijos míos; no son buenos los rumores que oigo de que estáis escandalizando al pueblo del Señor. Si una persona ofende a otra, el Señor puede actuar de árbitro; pero si alguien ofende a Dios, ¿quién mediará en su favor? Pero ellos no hacían caso a su padre, porque Dios había decidido que murieran. Mientras tanto, el joven Samuel seguía creciendo, apreciado por Dios y por la gente. Un hombre de Dios se presentó a Elí diciendo: —Esto dice el Señor: Yo me manifesté abiertamente a la familia de tu antepasado, cuando vivía en Egipto al servicio del faraón, y de entre todas las tribus de Israel lo elegí a él como sacerdote, para que atendiera mi altar, quemara el incienso y llevara el efod ante mí; y adjudiqué a la familia de tu antepasado todas las ofrendas de los israelitas. ¿Por qué, entonces, habéis pisoteado mi altar y las ofrendas que establecí en el santuario? ¿Por qué tienes más consideración con tus hijos que conmigo, permitiéndoles que engorden con lo más exquisito de todas las ofrendas de mi pueblo Israel? Por eso —oráculo del Señor, Dios de Israel—, aunque prometí que tu familia y la familia de tus antepasados me servirían eternamente, ahora —oráculo del Señor— retiro lo dicho. Porque yo respeto a los que me respetan, pero los que me desprecian se verán deshonrados. Se acerca el día en que os despojaré de privilegios a ti y a la familia de tu antepasado, de manera que nadie llegará a viejo en tu familia. Te concomerás de envidia al contemplar la prosperidad de Israel, sin que nadie llegue jamás a viejo en tu familia. Mantendré a alguno al servicio de mi altar, hasta que se apaguen tus ojos y se extinga tu vida, pero la mayor parte de tu familia morirá violentamente. Tendrás la confirmación de esto en lo que les va a suceder a tus hijos, Jofní y Finés: ambos morirán el mismo día. Yo designaré un sacerdote fiel que actúe conforme a mi criterio y mi voluntad. Le proporcionaré una familia estable y vivirá siempre al servicio de mi ungido. Y cualquier superviviente de tu familia se inclinará ante él para mendigar unas monedas y una hogaza de pan, suplicándole: «Por favor, asígname cualquier tarea sacerdotal para poder comer un trozo de pan».
1 SAMUEL 2:11-36 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Luego regresó Elcaná a su casa, en Ramá, pero el niño se quedó sirviendo al Señor bajo las órdenes del sacerdote Elí. Los hijos de Elí eran unos malvados, y no les importaba el Señor ni los deberes de los sacerdotes para con el pueblo; pues cuando alguien ofrecía un sacrificio, llegaba un criado del sacerdote con un tenedor en la mano y, mientras la carne estaba cociéndose, metía el tenedor en el perol, en la olla, en el caldero o en la cazuela, y todo lo que sacaba con el tenedor era para el sacerdote. Así hacían con todo israelita que llegaba a Siló. Además, antes de que quemaran la grasa en el altar, llegaba el criado del sacerdote y decía al que iba a ofrecer el sacrificio: “Dame carne para asársela al sacerdote; porque no te va a aceptar la carne ya cocida, sino cruda.” Y si aquella persona le respondía que primero tenían que quemar la grasa, y que luego él podría tomar lo que quisiera, el criado contestaba: “¡No, me la tienes que dar ahora! De lo contrario, te la quitaré a la fuerza.” Así pues, el pecado que estos jóvenes cometían ante el Señor era gravísimo, porque trataban con desprecio las ofrendas que pertenecían al Señor. Mientras tanto, el joven Samuel, vestido con un efod de lino, continuaba al servicio del Señor. Y cada año, cuando su madre iba al templo con su marido para ofrecer el sacrificio anual, le llevaba una capa pequeña que le había hecho. Entonces Elí bendecía a Elcaná y a su esposa, diciendo: “Que el Señor te recompense dándote hijos de esta mujer a cambio del que ella le ha dedicado.” Después de esto regresaban a su hogar, y el Señor bendecía a Ana, la cual quedaba embarazada. De esa manera, Ana dio a luz tres hijos y dos hijas, y el niño Samuel seguía creciendo ante el Señor. En cuanto a Elí, era ya muy viejo, pero estaba enterado de todo lo que sus hijos hacían a los israelitas, y que hasta se acostaban con las mujeres que estaban de servicio a la entrada de la tienda del encuentro con Dios. Por esto les dijo: “Todo el mundo me habla de vuestras malas acciones. ¿Por qué os portáis así? No, hijos míos, no es nada bueno lo que sé que el pueblo del Señor anda contando de vosotros. Si una persona comete una falta contra otra, el Señor puede intervenir en su favor; pero si una persona ofende al Señor, ¿quién la defenderá?” Sin embargo, ellos no hicieron caso de lo que su padre les dijo, porque el Señor había decidido quitarles la vida. Mientras tanto, el joven Samuel seguía creciendo, y su conducta agradaba tanto al Señor como a los hombres. Por aquel tiempo llegó un profeta a visitar a Elí, y le dijo: “El Señor ha declarado esto: ‘Cuando tus antepasados estaban en Egipto al servicio del faraón, claramente me manifesté a ellos. Y de entre todas las tribus de Israel los escogí para que fueran mis sacerdotes, para que ofrecieran holocaustos sobre mi altar, quemaran incienso y llevaran el efod en mi presencia. Además concedí a tus antepasados todas las ofrendas que los israelitas queman en honor del Señor. ¿Por qué, pues, habéis despreciado los sacrificios y ofrendas que yo he ordenado realizar? ¿Por qué das más preferencia a tus hijos que a mí, engordándolos con lo mejor de todas las ofrendas de Israel, mi pueblo?’ Por lo tanto, el Señor, el Dios de Israel, que había dicho que tú y tu familia le serviríais siempre, ahora declara: ‘Jamás permitiré tal cosa, sino que honraré a los que me honren, y los que me desprecien serán puestos en ridículo. Yo, el Señor, lo afirmo. Ya se acerca el momento en que voy a destruir tu poder y el de tus antepasados, y ninguno de tu familia llegará a viejo. Contemplarás con angustia y envidia todo el bien que yo haré en Israel, y jamás nadie en tu familia llegará a viejo. Pero dejaré a alguno de tus parientes cerca de mi altar, para que se consuman de envidia sus ojos y de dolor su alma; y todos tus otros descendientes serán asesinados. Te servirá de muestra lo que ocurrirá a tus dos hijos, Hofní y Finees: los dos morirán el mismo día. Luego pondré un sacerdote digno de confianza y que actúe de acuerdo con mi voluntad y criterio, al cual le daré una descendencia continua y le haré estar siempre al servicio del rey que yo haya escogido. Entonces todo el que haya quedado vivo en tu familia vendrá a inclinarse ante él a cambio de una moneda de plata o un trozo de pan, rogándole que le dé algún trabajo entre los sacerdotes para poder ganarse el sustento.’ ”
1 SAMUEL 2:11-36 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Elcaná volvió a su casa en Ramá, pero el niño se quedó para servir al SEÑOR, bajo el cuidado del sacerdote Elí. Los hijos de Elí eran unos perversos que no tenían en cuenta al SEÑOR. La costumbre de estos sacerdotes era la siguiente: Cuando alguien ofrecía un sacrificio, el asistente del sacerdote se presentaba con un tenedor grande en la mano y, mientras se cocía la carne, metía el tenedor en la olla, en el caldero, en la cacerola o en la cazuela; y el sacerdote tomaba para sí mismo todo lo que se enganchaba en el tenedor. De este modo trataban a todos los israelitas que iban a Siló. Además, antes de quemarse la grasa, solía llegar el ayudante del sacerdote para decirle al que estaba por ofrecer el sacrificio: «Dame carne para el asado del sacerdote, pues no te la va a aceptar cocida, sino cruda». Y, si el hombre contestaba: «Espera a que se queme la grasa, como es debido; luego podrás tomar lo que desees», el asistente replicaba: «No, dámela ahora mismo; de lo contrario, te la quito por la fuerza». Así que el pecado de estos jóvenes era gravísimo a los ojos del SEÑOR, pues trataban con desprecio las ofrendas que le pertenecían. El niño Samuel, por su parte, vestido con un efod de lino, seguía sirviendo en la presencia del SEÑOR. Cada año su madre le hacía una pequeña túnica, y se la llevaba cuando iba con su esposo para ofrecer su sacrificio anual. Elí entonces bendecía a Elcaná y a su esposa, diciendo: «Que el SEÑOR te conceda hijos de esta mujer, a cambio del niño que ella pidió para dedicárselo al SEÑOR». Luego regresaban a su casa. El SEÑOR bendijo a Ana, de manera que ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Durante ese tiempo, Samuel crecía en la presencia del SEÑOR. Elí, que ya era muy anciano, se enteró de todo lo que sus hijos le estaban haciendo al pueblo de Israel, incluso de que se acostaban con las mujeres que servían a la entrada del santuario. Les dijo: «¿Por qué os comportáis así? Todo el pueblo me habla de vuestra mala conducta. No, hijos míos; no es nada bueno lo que se comenta en el pueblo del SEÑOR. Si alguien peca contra otra persona, Dios le servirá de árbitro; pero, si peca contra el SEÑOR, ¿quién podrá interceder por él?» No obstante, ellos no hicieron caso a la advertencia de su padre, pues la voluntad del SEÑOR era quitarles la vida. Por su parte, el niño Samuel seguía creciendo y ganándose el aprecio del SEÑOR y de la gente. Un hombre de Dios fue a ver a Elí, y le dijo: «Así dice el SEÑOR: “Bien sabes que yo me manifesté a tus antepasados cuando estaban en Egipto bajo el poder del faraón. De entre todas las tribus de Israel, escogí a Aarón para que fuera mi sacerdote, es decir, para que en mi presencia se acercara a mi altar, quemara el incienso y se pusiera el efod. Además, a su familia le concedí las ofrendas que los israelitas queman en mi honor. ¿Por qué, pues, tratáis vosotros con tanto desprecio los sacrificios y ofrendas que yo he ordenado que me traigan? ¿Por qué honras a tus hijos más que a mí, y los engordas con lo mejor de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?” »Por lo tanto —dice el SEÑOR—, de ninguna manera permitiré que tus parientes me sirvan, aun cuando yo había prometido que toda tu familia, tanto tus antepasados como tus descendientes, me servirían siempre. Yo, el SEÑOR, Dios de Israel, lo afirmo. Yo honro a los que me honran, y humillo a los que me desprecian. En efecto, se acerca el día en que acabaré con tu poder y con el de tu familia; ninguno de tus descendientes llegará a viejo. Mirarás con envidia el bien que se le hará a Israel, y ninguno de tus descendientes llegará a viejo. Si permito que alguno de los tuyos continúe sirviendo en mi altar, será para arruinarte la vista y abatirte la vida; todos tus descendientes morirán en la flor de la vida. Y te doy esta señal: tus dos hijos, Ofni y Finés, morirán el mismo día. »Pero yo levantaré un sacerdote fiel, que hará mi voluntad y cumplirá mis deseos. Jamás le faltará descendencia, y vivirá una larga vida en presencia de mi ungido. Y tus familiares que sobrevivan vendrán y de rodillas le rogarán que les regale una moneda de plata o un pedazo de pan. Le suplicarán: “¡Dame algún trabajo sacerdotal para mi sustento!”»