1 SAMUEL 9:1-27
1 SAMUEL 9:1-27 Reina Valera 2020 (RV2020)
Había un habitante de Benjamín, hombre valeroso, el cual se llamaba Cis hijo de Abiel hijo de Zeror, hijo de Becorat, hijo de Afía, hijo de un benjaminita. Tenía él un hijo que se llamaba Saúl, joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo. Un día se perdieron las asnas de Cis, padre de Saúl; por lo que dijo Cis a su hijo Saúl: —Toma ahora contigo alguno de los criados, levántate y ve a buscar las asnas. Y él atravesó los montes de Efraín, y de allí pasó a la tierra de Salisa, y no las hallaron. Pasaron luego por la tierra de Saalim, y tampoco las hallaron. Después pasaron por la tierra de Benjamín, y no las encontraron. Cuando vinieron a la tierra de Zuf, Saúl dijo al criado que lo acompañaba: —Ven, volvámonos; porque quizá mi padre haya olvidado la preocupación por las asnas y esté intranquilo por nosotros. Él le respondió: —En esta ciudad hay un hombre de Dios; es un hombre muy respetado: todo lo que él dice acontece sin falta. Vamos, pues, allá; quizá nos dará algún indicio acerca del objeto por el cual emprendimos nuestro camino. Respondió Saúl a su criado: —Vamos ahora; pero ¿qué llevaremos a ese hombre? Porque el pan de nuestras alforjas se ha acabado, y no tenemos qué ofrecerle al hombre de Dios. ¿Qué le podemos dar? Entonces replicó el criado y dijo a Saúl: —Mira, tengo aquí en mi mano un poco de plata; se lo daré al hombre de Dios, para que nos indique el camino. (Antiguamente en Israel, cualquiera que iba a consultar a Dios, decía: «Venid y vamos al vidente»; porque al que hoy se llama profeta, entonces se le llamaba vidente.) Dijo entonces Saúl a su criado: —Dices bien; anda, vamos. Y se fueron a la ciudad donde estaba el hombre de Dios. Cuando subían por la cuesta de la ciudad, hallaron unas jóvenes que salían por agua, a las que dijeron: —¿Está en este lugar el vidente? Ellas les respondieron: —Sí; aquí está. Daos prisa, pues precisamente ha venido a la ciudad en atención a que el pueblo tiene hoy un sacrificio en el lugar alto. En cuanto entréis en la ciudad, buscadlo, antes que suba al lugar alto a comer; pues el pueblo no comerá hasta que él haya llegado, por cuanto él es el que bendice el sacrificio; después de esto, comen los convidados. Subid, pues, ya, porque es ahora cuando lo hallaréis. Ellos subieron entonces a la ciudad; y cuando estaban en medio de ella, vieron a Samuel que venía hacía ellos para subir al lugar alto. Un día antes de la llegada de Saúl, el Señor había hecho a Samuel esta revelación: —Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti un hombre de la tierra de Benjamín, al cual ungirás como príncipe sobre mi pueblo Israel, y él salvará a mi pueblo de manos de los filisteos; porque yo he visto la aflicción de mi pueblo, y su clamor ha llegado hasta mí. Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le dijo: —Este es el hombre del cual te hablé; él gobernará a mi pueblo. Se acercó, pues, Saúl a Samuel en medio de la puerta, y le dijo: —Te ruego que me enseñes dónde está la casa del vidente. Samuel respondió a Saúl: —Yo soy el vidente; sube delante de mí al lugar alto, y come hoy conmigo. Mañana por la mañana te despediré y te descubriré todo lo que hay en tu corazón. No te preocupes por las asnas que se extraviaron, pues, hace ya tres días que fueron halladas. Además, ¿para quién es todo lo que hay de codiciable en Israel, sino para ti y para toda la casa de tu padre? Saúl respondió y dijo: —¿No soy yo hijo de Benjamín, de la más pequeña de las tribus de Israel? Y mi familia ¿no es la más pequeña de todas las familias de la tribu de Benjamín? ¿Por qué, pues, me has dicho cosa semejante? Entonces Samuel tomó a Saúl y a su criado, los llevó a la sala y les dio un lugar a la cabecera de los convidados, que eran unos treinta hombres. Después dijo Samuel al cocinero: —Trae acá la porción que te di, la que te dije que guardaras aparte. Entonces alzó el cocinero una espaldilla, con lo que estaba sobre ella, y la puso delante de Saúl. Y Samuel dijo: —Aquí tienes lo que estaba reservado; ponlo delante de ti y come, porque para esta ocasión se te guardó, cuando dije: «Yo he convidado al pueblo». Saúl comió aquel día con Samuel. Cuando hubieron descendido del lugar alto a la ciudad, él habló con Saúl en la azotea. Al otro día madrugaron; al despuntar el alba, Samuel llamó a Saúl, el cual estaba en la azotea, y le dijo: —Levántate, para que te despida. Luego se levantó Saúl, y salieron ambos, él y Samuel. Habían descendido al extremo de la ciudad, cuando Samuel dijo a Saúl: —Di al criado que se adelante, pero espera tú un poco para que te declare la palabra de Dios. Y el criado se adelantó.
1 SAMUEL 9:1-27 La Palabra (versión española) (BLP)
En la tribu de Benjamín había un hombre de buena posición llamado Quis, hijo de Abiel y descendiente de Seror, Becorat y Afiaj, el benjaminita. Quis tenía un hijo, llamado Saúl, un joven atractivo y el más esbelto entre los israelitas, pues les sacaba la cabeza a todos los demás. A su padre, Quis, se le habían extraviado las asnas; así que le dijo a su hijo Saúl: —Llévate a uno de los criados y vete a buscar las asnas. Recorrió la serranía de Efraín y el término de Salisá, pero no encontró las asnas. Recorrió el término de Saalín, y nada. Recorrió también el término de Benjamín y tampoco las encontró. Cuando llegaron al término de Suf, Saúl dijo al criado que lo acompañaba: —Vamos a regresar, no sea que mi padre empiece a preocuparse más por nosotros que por las asnas. Pero el criado le respondió: —Mira, en esta ciudad vive un hombre de Dios muy respetado, pues todo lo que dice se cumple puntualmente. Acudamos a él y quizá nos indique el camino que debemos seguir. Saúl le contestó: —Pero, si vamos, ¿qué podemos llevar a ese hombre? Porque ya no nos queda pan en las alforjas y no tenemos nada que ofrecerle. ¿Qué nos queda? Y el criado le dijo: —Mira, tengo a mano una pequeña moneda de plata. Se la daré al hombre de Dios para que nos indique el camino. (En Israel antiguamente, cuando alguien iba a consultar a Dios, decía: «Vamos a ver al vidente»; pues al que actualmente llamamos «profeta» antes se le llamaba «vidente»). Y Saúl respondió: —De acuerdo, vamos. Y se dirigieron a la aldea donde vivía el hombre de Dios. Cuando subían la cuesta de la aldea, encontraron a unas muchachas que iban en busca de agua y les preguntaron: —¿Está aquí el vidente? Ellas les contestaron: —Sí, ahí un poco más adelante. Pero daos prisa, pues ha llegado hoy a la aldea, porque el pueblo celebra un sacrificio en el santuario. Al llegar a la aldea lo encontraréis, antes de que suba a comer al santuario. La gente no comerá hasta que él llegue, pues debe bendecir la ofrenda. Después podrán comer los invitados. Así que subid ahora, porque lo encontraréis inmediatamente. Ellos subieron hacia la aldea y cuando entraban en ella, se toparon con Samuel que salía para subir al santuario local. El día anterior de la llegada de Saúl, el Señor había revelado directamente a Samuel lo siguiente: —Mañana a estas horas te enviaré a un hombre de la región de Benjamín y tú lo ungirás como jefe de mi pueblo Israel. Él defenderá a mi pueblo del poder de los filisteos, pues he visto el sufrimiento de mi pueblo y me han llegado sus lamentos. Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le comunicó: —Ahí tienes al hombre del que te hablé. Ese gobernará a mi pueblo. Saúl se acercó a Samuel a la entrada de la ciudad y le dijo: —Por favor, indícame dónde está la casa del vidente. Samuel le respondió: —Yo soy el vidente. Sube delante de mí al santuario, que hoy comeréis conmigo y mañana por la mañana te dejaré marchar y te revelaré todo cuanto te preocupa. En cuanto a las asnas que se te perdieron hace tres días, deja de pensar en ellas, porque ya han aparecido. Ahora el principal interés de Israel sois tú y la familia de tu padre. Y Saúl contestó: —¿Por qué me dices eso si yo no soy más que un benjaminita, de la tribu más pequeña de Israel, y mi familia es de las más insignificantes entre las familias de la tribu de Benjamín? Samuel tomó a Saúl y a su criado, los introdujo en la sala y les asignó el lugar de la presidencia entre los invitados, que eran unos treinta. Luego dijo al cocinero: —Tráete la ración que te di y que te encargué que guardaras. El cocinero sacó una pierna entera y se la sirvió a Saúl. Samuel le dijo: —Ahí tienes lo que estaba reservado: sírvete y come, pues se te había guardado para este momento cuando invité a la gente. Y Saúl comió aquel día con Samuel. Luego bajaron del santuario a la aldea, prepararon a Saúl un lecho en la terraza y se acostó. Al amanecer, Samuel llamó a Saúl, diciéndole: —Levántate, que voy a despedirte. Saúl se levantó y los dos salieron a la calle. Cuando bajaban por las afueras de la aldea, Samuel dijo a Saúl: —Di a tu criado que nos adelante. Y tú espera un momento, que tengo que comunicarte la palabra de Dios.
1 SAMUEL 9:1-27 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Había un hombre de la tribu de Benjamín, muy respetado, cuyo nombre era Quis hijo de Abiel, hijo de Zeror, hijo de Becorat, hijo de Afía, también benjaminita. Quis tenía un hijo llamado Saúl, que era buen mozo y apuesto como ningún otro israelita, tan alto que los demás apenas le llegaban al hombro. En cierta ocasión se extraviaron las burras de su padre Quis, y este le dijo a Saúl: «Toma a uno de los criados y ve a buscar las burras». Saúl y el criado se fueron y cruzaron la sierra de Efraín, hasta pasar por la región de Salisá, pero no las encontraron. Pasaron también por la región de Salín, y después por el territorio de Benjamín, pero tampoco allí las encontraron. Cuando llegaron al territorio de Zuf, Saúl le dijo al criado que lo acompañaba: ―Vámonos. Debemos regresar, no sea que mi padre comience a preocuparse más por nosotros que por las burras. El criado le contestó: ―En este pueblo vive un hombre de Dios que es muy famoso. Todo lo que dice se cumple sin falta. ¿Por qué no vamos allí? A lo mejor nos indica el camino que debemos seguir. ―Pero, si vamos, ¿qué le podemos llevar? —preguntó Saúl—. En las alforjas no nos queda nada de comer, ni tenemos ningún regalo que ofrecerle al hombre de Dios. ¡Qué tenemos! ―Aquí tengo casi tres gramos de plata —respondió el criado—. Se los puedo dar al hombre de Dios para que nos indique el camino. (Antiguamente, cuando alguien en Israel iba a consultar a Dios, solía decir: «Vamos a ver al vidente», porque así se le llamaba entonces al que ahora se le llama profeta). ―Muy bien —dijo Saúl—, vamos. Dicho esto, se dirigieron al pueblo donde vivía el hombre de Dios. Subían por la cuesta de la ciudad cuando se encontraron con unas jóvenes que iban a sacar agua. Les preguntaron: ―¿Se encuentra por aquí el vidente? ―Sí, está más adelante —contestaron ellas—. Daos prisa, que acaba de llegar a la ciudad, y el pueblo va a ofrecer un sacrificio en el santuario del cerro. Cuando entréis en la ciudad lo encontraréis, si llegáis antes de que suba al santuario para comer. La gente no empezará a comer hasta que él llegue, pues primero tiene que bendecir el sacrificio, y luego los invitados comerán. Así que id de inmediato, que hoy mismo lo vais a encontrar. Saúl y su criado se dirigieron entonces a la ciudad. Iban entrando cuando Samuel se encontró con ellos, camino al santuario del cerro. Un día antes de que Saúl llegara, el SEÑOR le había hecho esta revelación a Samuel: «Mañana, a esta hora, te voy a enviar un hombre de la tierra de Benjamín. Lo ungirás como gobernante de mi pueblo Israel, para que lo libre del poder de los filisteos. Me he compadecido de mi pueblo, pues sus gritos de angustia han llegado hasta mí». Cuando Samuel vio a Saúl, el SEÑOR le dijo: «Ahí tienes al hombre de quien te hablé; él gobernará a mi pueblo». Al llegar a la puerta de la ciudad, Saúl se acercó a Samuel y le preguntó: ―¿Podrías tú indicarme dónde está la casa del vidente? ―Yo soy el vidente —respondió Samuel—. Acompáñame al santuario del cerro, que hoy comeréis conmigo. Ya mañana, cuando te deje partir, responderé a todas tus inquietudes. En cuanto a las burras que se te perdieron hace tres días, no te preocupes, que ya las encontraron. Y agregó: ―Lo que Israel más desea, ¿no tiene que ver contigo y con toda la familia de tu padre? ―¿Por qué me dices eso? —respondió Saúl—. ¿No soy yo de la tribu de Benjamín, que es la más pequeña de Israel? ¿Y no es mi familia la más insignificante de la tribu de Benjamín? No obstante, Samuel tomó a Saúl y a su criado, los llevó al salón y les dio un lugar especial entre los invitados, que eran unos treinta. Luego Samuel le dijo al cocinero: ―Trae la ración de carne que te pedí que apartaras, y que yo mismo te entregué. El cocinero sacó un pernil entero, y se lo sirvió a Saúl. Entonces Samuel dijo: ―Ahí tienes lo que estaba reservado para ti. Come, pues antes de invitar a los otros, tu ración ya había sido apartada para esta ocasión. Así fue como Saúl comió aquel día con Samuel. Luego bajaron del santuario a la ciudad, y Samuel conversó con Saúl en la azotea de su casa. Al amanecer, a la hora de levantarse, Samuel habló con Saúl en ese mismo lugar: ―¡Levántate! —le dijo—; ya debes partir. Saúl se levantó, y salieron de la casa juntos. Mientras se dirigían a las afueras de la ciudad, Samuel le dijo a Saúl: ―Dile al criado que se adelante, pero tú quédate un momento, que te voy a dar un mensaje de parte de Dios. El criado se adelantó.
1 SAMUEL 9:1-27 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
En la tribu de Benjamín había un hombre llamado Quis, que era hijo de Abiel y nieto de Seror; su bisabuelo había sido Becorat, hijo de Afíah. Quis, hombre muy respetado, tenía un hijo, joven y bien parecido, que se llamaba Saúl. No había otro israelita tan bien parecido como él, y en estatura ninguno le pasaba del hombro. Un día, a Quis se le perdieron sus asnas. Entonces dijo a su hijo Saúl: –Prepárate y ve a buscar las asnas. Llévate a uno de los criados. Saúl se fue, atravesó la región montañosa de Efraín y pasó por la región de Salisá; pero no encontró las asnas. Pasó también por la región de Saalim y por la de Benjamín, y tampoco las halló. Al llegar a la región de Suf, dijo Saúl al criado que le acompañaba: –Vamos a regresar, pues mi padre debe de estar ya más preocupado por nosotros que por las asnas. El criado le contestó: –En esta ciudad hay un profeta a quien todos respetan, porque todo lo que anuncia sucede sin falta. Vamos allá, y quizá él nos indique el camino que debemos seguir. –Vamos, pues –contestó Saúl–. Pero, ¿qué le llevaremos a ese hombre? Ya ni siquiera nos queda pan en las alforjas. No tenemos nada que ofrecer al profeta. El criado respondió: –Tengo en mi poder una pequeña moneda de plata. Se la daremos al profeta para que nos indique el camino. (Antiguamente, cuando algún israelita quería consultar a Dios, decía: “Vamos a ver al vidente”; pues al que ahora se llama “profeta”, antes se le llamaba “vidente”.) –De acuerdo –dijo Saúl–. Vamos allá. Los dos se dirigieron a la ciudad donde vivía el profeta, Cuando subían la cuesta en dirección a la ciudad, se encontraron con unas muchachas que iban a sacar agua, y les preguntaron: –¿Es aquí donde podemos encontrar al vidente? Ellas les respondieron: –Sí, pero él está más adelante. Daos prisa, pues ha venido a la ciudad porque hoy se celebra el sacrificio en el santuario. En cuanto lleguéis allí, buscadle, antes de que se vaya al santuario para la comida. La gente no comerá hasta que él llegue, pues él tiene que bendecir el sacrificio, después de lo cual comerán los invitados. Por eso, id ahora, porque en este momento le encontraréis. Ellos continuaron subiendo, camino de la ciudad. Y precisamente cuando iban llegando a ella, Samuel salía en dirección contraria, para ir al santuario. El día anterior a la llegada de Saúl, el Señor había revelado esto a Samuel: “Mañana, a esta misma hora, te mandaré un hombre de la región de Benjamín, a quien deberás consagrar como gobernante de mi pueblo Israel. Él lo librará del dominio de los filisteos, porque me he compadecido de mi pueblo cuando sus quejas han llegado hasta mí.” Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le dijo: “Ahí tienes al hombre de quien te hablé: este gobernará a mi pueblo.” Estando ya a la entrada del pueblo, Saúl se acercó a Samuel y le dijo: –Por favor, indícame dónde está la casa del vidente. –Yo soy el vidente –respondió Samuel–. Sube delante de mí al santuario y come hoy conmigo allí. Mañana temprano contestaré a todo lo que me quieras preguntar, y luego te dejaré marchar. En cuanto a las asnas que se te perdieron hace tres días, no te preocupes por ellas porque ya las han encontrado. Además, todo lo más deseable de Israel será para ti y para tu familia. Saúl respondió: –¡Pero si yo soy de la tribu de Benjamín, la más pequeña de las tribus de Israel! Además, mi familia es la más insignificante de todas las familias de la tribu de Benjamín. ¿Por qué me dices todo eso? Entonces Samuel tomó a Saúl y a su criado, los llevó a la sala y les ofreció el lugar principal entre los presentes, que eran unas treinta personas. Luego Samuel dijo al cocinero: –Trae la ración de carne que te entregué y que te dije que apartaras. Inmediatamente el cocinero sacó una pierna entera y se la sirvió a Saúl. Y Samuel le dijo: –Ahí tienes lo que estaba apartado para ti. Sírvete y come, porque yo la había apartado para ti en esta ocasión en que invité al pueblo. Saúl comió con Samuel aquel día. Y cuando bajaron del santuario a la ciudad, prepararon en la azotea una cama para Saúl, y Saúl se acostó. Al día siguiente, Samuel llamó a Saúl, que estaba en la azotea, y le dijo: –Levántate y sigue tu viaje. Saúl se levantó. Después salieron él y Samuel a la calle, y cuando bajaban hacia las afueras de la ciudad, Samuel dijo a Saúl: –Manda al criado que se adelante, y tú espera un poco, que tengo que comunicarte lo que Dios me ha dicho.