2 REYES 21:1-16
2 REYES 21:1-16 Reina Valera 2020 (RV2020)
Doce años tenía Manasés cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años. El nombre de su madre era Hepsiba. Pero hizo lo malo ante los ojos del Señor, pues imitó las abominaciones de las naciones que el Señor había expulsado de delante de los hijos de Israel. Reedificó los lugares altos que su padre Ezequías había derribado, levantó altares a Baal e hizo una imagen de Asera, como había hecho Acab, rey de Israel. Adoró además a todo el ejército de los cielos y rindió culto a aquellas cosas. Asimismo, edificó altares en la casa del Señor, de la que el Señor había dicho: «En Jerusalén pondré mi nombre». Y edificó altares para todo el ejército de los cielos en los dos atrios de la casa del Señor. Además, sacrificio en el fuego a su hijo, y practicó la magia y la hechicería, y consultó a nigromantes y a espiritistas, con lo que multiplicó la maldad de sus hechos ante los ojos del Señor, provocando así su ira. También puso una imagen de Asera, hecha por él, en la casa de la cual el Señor había dicho a David y a Salomón, su hijo: «Pondré mi nombre para siempre en esta casa y en Jerusalén, a la cual escogí de entre todas las tribus de Israel. No volveré a hacer que Israel ande errante, lejos de la tierra que di a sus padres, con tal que cumplan todas las cosas que yo les he mandado y las guarden, conforme a toda la ley que mi siervo Moisés les mandó». Pero ellos no escucharon, y Manasés los indujo a que obraran peor que las naciones que el Señor había destruido delante de los hijos de Israel. Habló, pues, el Señor por medio de sus siervos, los profetas: —Por cuanto Manasés, rey de Judá, ha cometido estas abominaciones, y ha obrado peor que todo lo que hicieron los amorreos que le precedieron, y también ha hecho pecar a Judá con sus ídolos; por tanto, así ha dicho el Señor, el Dios de Israel: «Yo traigo un mal tan grande sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oiga le zumbarán ambos oídos. Mediré a Jerusalén con la misma medida que a Samaria y con la misma plomada que a la casa de Acab. Limpiaré a Jerusalén como se limpia un plato que se friega y se vuelve boca abajo. Abandonaré al resto de mi heredad y lo entregaré en manos de sus enemigos; serán presa y despojo de todos sus adversarios, por cuanto han hecho lo malo ante mis ojos y han provocado mi ira, desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta hoy». Además, Manasés derramó tal cantidad de sangre inocente que llenó a Jerusalén de extremo a extremo, aparte del pecado con que hizo pecar a Judá, para que hiciera lo malo ante los ojos del Señor.
2 REYES 21:1-16 La Palabra (versión española) (BLP)
Manasés tenía doce años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante cincuenta y cinco años. Su madre se llamaba Jefsibá. Manasés ofendió al Señor imitando las perversiones de los pueblos que el Señor había expulsado ante los israelitas. Reconstruyó los santuarios de los altos que su padre Ezequías había destruido, levantó altares a Baal, erigió una columna como la de Ajab, el rey de Israel, y adoró y dio culto a todos los astros del cielo. Construyó altares en el Templo del que el Señor había dicho: «En Jerusalén se invocará mi nombre». Levantó altares a todos los astros del cielo en los dos patios del Templo. Quemó a su hijo en sacrificio, practicó el espiritismo y la brujería, instituyó nigromantes y adivinos y ofendió tanto al Señor, que provocó su indignación. Hizo una estatua de Asera y la colocó en el Templo sobre el que el Señor había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este Templo y en Jerusalén, mi ciudad elegida entre todas las tribus de Israel, residirá mi nombre por siempre. No volveré a dejar que Israel ande errante, lejos de la tierra que di a sus antepasados, con tal que cumplan y se comporten conforme a todo lo que les he mandado, y conforme a la ley que les dio Moisés, mi servidor». Pero no hicieron caso, y Manasés los indujo a portarse peor que las naciones que el Señor había aniquilado ante los israelitas. Entonces el Señor les habló por medio de sus servidores, los profetas, diciendo: —Puesto que Manasés, el rey de Judá, ha cometido tales perversiones y se ha portado peor que los amorreos que lo precedieron, haciendo pecar a Judá con sus ídolos, así dice el Señor, Dios de Israel: «Voy a descargar tal castigo sobre Jerusalén y Judá, que a todo el que lo oiga le retumbarán los oídos. Mediré a Jerusalén con la vara de Samaría, con el nivel de la dinastía de Ajab; y lavaré a Jerusalén como se lava un plato y luego se pone boca abajo». Abandonaré al resto de mi heredad y los entregaré como despojos y botín en poder de sus enemigos, porque me han ofendido y han provocado mi indignación desde que sus antepasados salieron de Egipto hasta hoy. Además, Manasés derramó tanta sangre inocente que llegó a inundar Jerusalén por todos lados; y esto, sin contar los pecados que hizo cometer a Judá, ofendiendo al Señor.
2 REYES 21:1-16 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Manasés tenía doce años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años. Su madre se llamaba Hepsiba. Pero sus hechos fueron malos a los ojos del Señor, pues practicó las mismas infamias de las naciones que el Señor había arrojado de delante de los israelitas: reconstruyó los santuarios paganos que Ezequías, su padre, había destruido; levantó altares a Baal e hizo una imagen de Asera, como había hecho Ahab, rey de Israel; además adoró y rindió culto a todos los astros del cielo, y construyó altares en el templo del Señor, acerca del cual el Señor había dicho que sería la residencia de su nombre en Jerusalén. Levantó otros altares en los dos atrios del templo del Señor y los dedicó a todos los astros del cielo. Además hizo quemar a sus hijos en sacrificio, practicó la invocación de espíritus y la adivinación, y estableció el espiritismo y la hechicería. Tan malos fueron sus hechos a los ojos del Señor, que acabó por provocar su indignación. También colocó en el templo del Señor una imagen de Asera; en el templo acerca del cual el Señor había dicho a David y a su hijo Salomón: “Este templo de Jerusalén, que he escogido entre todas las tribus de Israel, será para siempre la residencia de mi nombre. No volveré a arrojar a los israelitas de la tierra que di a sus antepasados, con tal de que cumplan y practiquen todo lo que les he ordenado y todas las enseñanzas que les dio mi siervo Moisés.” Pero ellos no hicieron caso. Por el contrario, Manasés los llevó a actuar con más perversidad que las naciones que el Señor había aniquilado delante de los israelitas. Por lo tanto, el Señor habló por medio de sus siervos los profetas, y dijo: “Por haber cometido Manasés tantas infamias, y por ser su maldad mayor que la de los amorreos que hubo antes que él, ya que ha hecho que Judá peque con sus ídolos, yo, el Señor, el Dios de Israel, declaro: Voy a acarrear tal desastre sobre Jerusalén y Judá, que hasta le dolerán los oídos a quien lo oiga. Mediré a Jerusalén con la misma medida que a Samaria y a la descendencia de Ahab; la voy a dejar limpia, como cuando se limpia un plato y se pone boca abajo. En cuanto al resto de mi pueblo, lo abandonaré y lo entregaré en manos de sus enemigos, para que sean saqueados y despojados por ellos. Porque sus hechos han sido malos a mis ojos y me han estado irritando desde el día en que sus antepasados salieron de Egipto hasta el presente.” Además de los pecados que Manasés hizo cometer a Judá y de sus malas acciones ante los ojos del Señor, fue tanta la sangre inocente que derramó en Jerusalén, que la llenó de extremo a extremo.
2 REYES 21:1-16 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Manasés tenía doce años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años. Su madre era Hepsiba. Manasés hizo lo que ofende al SEÑOR, pues practicaba las repugnantes ceremonias de las naciones que el SEÑOR había expulsado delante de los israelitas. Reconstruyó los altares paganos que su padre Ezequías había destruido; además, erigió otros altares en honor de Baal e hizo una imagen de la diosa Aserá, como había hecho Acab, rey de Israel. Se postró ante todos los astros del cielo y los adoró. Construyó altares en el templo del SEÑOR, lugar del cual el SEÑOR había dicho: «Jerusalén será el lugar donde yo habite». En ambos atrios del templo del SEÑOR construyó altares en honor de los astros del cielo. Sacrificó en el fuego a su propio hijo, practicó la magia y la hechicería, y consultó a nigromantes y a espiritistas. Hizo continuamente lo que ofende al SEÑOR, provocando así su ira. Tomó la imagen de la diosa Aserá que él había hecho y la puso en el templo, lugar del cual el SEÑOR había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este templo en Jerusalén, la ciudad que he escogido de entre todas las tribus de Israel, he decidido habitar para siempre. Nunca más dejaré que los israelitas anden perdidos fuera de la tierra que les di a sus antepasados, siempre y cuando tengan cuidado de cumplir todo lo que yo les he ordenado, es decir, toda la ley que les dio mi siervo Moisés». Pero no hicieron caso; Manasés los descarrió, de modo que se condujeron peor que las naciones que el SEÑOR destruyó delante de ellos. Por lo tanto, el SEÑOR dijo por medio de sus siervos los profetas: «Como Manasés, rey de Judá, ha practicado estas repugnantes ceremonias y se ha conducido peor que los amorreos que le precedieron, haciendo que los israelitas pequen con los ídolos que él hizo, así dice el SEÑOR, Dios de Israel: “Voy a enviar tal desgracia sobre Jerusalén y Judá que a todo el que oiga de ella le quedará retumbando en los oídos. Extenderé sobre Jerusalén el mismo cordel con que medí a Samaria y la misma plomada con que señalé a la familia de Acab. Voy a tratar a Jerusalén como se hace con un plato que se restriega y se pone boca abajo. Abandonaré al resto de mi heredad, entregando a mi pueblo en manos de sus enemigos, que lo saquearán y lo despojarán. Porque los israelitas han hecho lo que me ofende, y desde el día en que sus antepasados salieron de Egipto hasta hoy me han provocado”». Además del pecado que hizo cometer a Judá, haciendo así lo que ofende al SEÑOR, Manasés derramó tanta sangre inocente que inundó Jerusalén de un extremo a otro.