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DEUTERONOMIO 9:1-29

DEUTERONOMIO 9:1-29 Reina Valera 2020 (RV2020)

Oye, Israel: tú vas hoy a pasar el Jordán, para entrar a desposeer a naciones más numerosas y más poderosas que tú, ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo, un pueblo grande y alto, los hijos de los anaceos, de los cuales tienes tú conocimiento, y de quienes has oído decir: «¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac?». Entiende, pues, hoy, que es el Señor, tu Dios, el que pasa delante de ti como fuego consumidor, quien los destruirá y humillará en tu presencia. Tú los echarás y los destruirás rápidamente, como el Señor te ha dicho. Cuando el Señor, tu Dios, los haya echado de delante de ti, no digas en tu corazón: «Por mi justicia me ha traído el Señor a poseer esta tierra», pues por la impiedad de estas naciones el Señor las arroja de delante de ti. No por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones el Señor, tu Dios, las arroja de tu presencia, y para confirmar la palabra que él había jurado a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob. Por tanto, has de saber que el Señor, tu Dios, no te da en posesión esta buena tierra por tu justicia, porque eres un pueblo terco. Acuérdate, y nunca olvides, que en el desierto provocaste la ira del Señor, tu Dios, y desde el día en que saliste de la tierra de Egipto, hasta que entrasteis en este lugar, habéis sido rebeldes al Señor. En el Horeb provocasteis la ira al Señor, y él se enojó contra vosotros para destruiros. Cuando yo subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto que el Señor hizo con vosotros, estuve entonces en el monte cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. El Señor me dio las dos tablas de piedra escritas por el dedo de Dios, y en ellas estaban consignadas todas las palabras que os habló el Señor en el monte, en medio del fuego, el día de la asamblea. Al cabo de los cuarenta días y cuarenta noches, el Señor me dio las dos tablas de piedra, las tablas del pacto, y me dijo: «Levántate, desciende pronto de aquí, porque el pueblo que sacaste de Egipto se ha corrompido. Bien pronto se han apartado del camino que yo les mandé y se han hecho un ídolo de metal fundido». También me dijo el Señor: «He observado a este pueblo y he visto que es un pueblo terco. Déjame que los destruya y borre su nombre de debajo del cielo, y de ti haré una nación más fuerte y mucho más numerosa que ellos». Yo me volví y descendí del monte, el cual ardía en llamas, con las tablas del pacto en mis dos manos. Miré y vi que habíais pecado contra el Señor, vuestro Dios: os habíais hecho un becerro de fundición, y os habíais apartado bien pronto del camino que el Señor os había señalado. Entonces tomé las dos tablas, las arrojé de mis manos y las quebré delante de vuestros ojos. Luego me postré delante del Señor, y como antes había hecho, durante cuarenta días y cuarenta noches no comí pan ni bebí agua, a causa de todo el pecado que habíais cometido al hacer el mal ante los ojos del Señor para enojarlo. Porque temí a causa del furor y de la ira con que el Señor estaba enojado contra vosotros hasta querer destruiros. Pero el Señor me escuchó una vez más. Contra Aarón también se enojó mucho el Señor hasta querer destruirlo. Yo también oré por Aarón en aquel entonces. Luego tomé el objeto de vuestro pecado, el becerro que habíais hecho, lo quemé en el fuego y lo desmenucé, lo molí muy bien, hasta que quedó reducido a polvo, y eché aquel polvo en el arroyo que descendía del monte. También en Tabera, en Masah y en Kibrot-hataava provocasteis la ira al Señor. Y cuando desde Cades-barnea el Señor os mandó: «Subid y poseed la tierra que yo os he dado», también fuisteis rebeldes al mandato del Señor, vuestro Dios, y no le creísteis ni obedecisteis a su voz. Rebeldes habéis sido al Señor desde el día en que yo os conozco. Entonces me postré delante del Señor, y así estuve cuarenta días y cuarenta noches, porque el Señor dijo que os había de destruir. Y oré al Señor: Señor, no destruyas a tu pueblo, a la heredad que has redimido con tu grandeza y que sacaste de Egipto con mano poderosa. Acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac y Jacob; no mires la dureza de este pueblo, su impiedad ni su pecado, no sea que digan los de la tierra de donde nos sacaste: «Por cuanto no pudo el Señor introducirlos en la tierra que les había prometido, o porque los aborrecía, los sacó para matarlos en el desierto». Ellos son tu pueblo, la heredad que sacaste con tu gran poder y con tu brazo extendido.

DEUTERONOMIO 9:1-29 La Palabra (versión española) (BLP)

Escucha, Israel: Ha llegado el momento de cruzar el Jordán e ir a la conquista de naciones más numerosas y fuertes que tú, ciudades inmensas y fortificadas, que casi tocan el cielo; sus habitantes son fuertes y de gran estatura, como los descendientes de los anaquitas, a los cuales ya conoces y de los que has oído decir: «¿Quién es capaz de hacer frente a los anaquitas?». Pero entiende hoy que es el Señor tu Dios el que avanzará delante de ti como fuego devorador, y los derrotará y destruirá ante tu presencia. Tú los expulsarás y los aniquilarás rápidamente, tal como te ha dicho el Señor. Y cuando el Señor tu Dios los haya expulsado ante tus ojos, no vayas a pensar: «El Señor me ha permitido tomar posesión de esta tierra porque soy justo». Si el Señor los expulsó delante de ti, es porque ellos son culpables. Si vas a tomar posesión de esta tierra no es por tus méritos ni porque seas mejor, sino que el Señor los expulsará delante de ti a causa de la propia maldad de ellos y para cumplir la alianza que juró a tus antepasados Abrahán, Isaac y Jacob. No te quepa duda de que, si el Señor te da esta fértil tierra, no es por tus méritos ni porque seas mejor, pues tú también eres un pueblo terco. Recuerda esto y nunca olvides cómo encendiste la ira del Señor tu Dios en el desierto. Desde el día en que saliste de Egipto hasta que llegaste a este lugar no habéis dejado de rebelaros contra el Señor. Hasta tal punto irritasteis al Señor en Horeb y tanto se enojó contra vosotros, que a punto estuvo de destruiros. Cuando subí al monte Horeb para recibir las tablas de piedra, las tablas de la alianza que el Señor sellaba con vosotros, yo permanecí arriba, en el monte, cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber. Allí el Señor me dio dos tablas de piedra en las que él mismo había escrito con su dedo todas las palabras que os dijo en el monte, en medio del fuego, el día de la asamblea. Pasados aquellos cuarenta días y cuarenta noches, el Señor me dio las dos tablas de piedra, las tablas de la alianza, y me dijo: Desciende enseguida del monte, porque tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto, se ha pervertido; muy pronto se ha apartado del camino que yo les había indicado, y se ha fabricado un ídolo de metal fundido. Y añadió el Señor: Me estoy dando cuenta de que este pueblo es muy terco; déjame que los aniquile hasta que nadie los recuerde nunca más. Después haré que tú des origen a una nación más numerosa y fuerte que la de ellos. Yo me volví y descendí de la montaña, que ardía envuelta en llamas, llevando en mis manos las dos tablas de la alianza. Y cuando vi que, efectivamente, vosotros habíais pecado contra el Señor vuestro Dios al fabricaros un becerro de metal, y os habíais apartado muy pronto del camino que el Señor os había indicado, tomé las dos tablas que traía en mis manos y las arrojé delante de vosotros haciéndolas añicos. Luego me postré ante el Señor, como ya hiciera antes, y durante cuarenta días y cuarenta noches estuve sin comer ni beber, por causa del gran pecado que habíais cometido haciendo lo que el Señor reprueba y provocando así su ira. Tenía miedo del enojo y de la ira con que el Señor se enfureció contra vosotros hasta el punto de querer aniquilaros. Pero el Señor me escuchó una vez más. Tan airado estaba el Señor con Aarón que incluso a él quiso aniquilarlo, pero también en esa ocasión intervine en su favor. Después, agarré el objeto de vuestro pecado, el becerro que os habíais fabricado, y lo eché al fuego y, una vez desmenuzado y convertido en ceniza, lo tiré al torrente que baja de la montaña. En Taberá, en Masá y en Quibrot Hatavá provocasteis también la ira del Señor. Y cuando el Señor os envió desde Cadés Barnea con esta orden: «Id y tomad posesión de la tierra que os he dado», os rebelasteis contra esa orden y no confiasteis en él ni le obedecisteis. ¡Desde que os conozco, habéis sido rebeldes al Señor! Como el Señor amenazaba con aniquilaros, me postré ante él y así estuve cuarenta días y cuarenta noches. Entonces intercedí ante el Señor diciendo: Señor mi Dios, no aniquiles a tu heredad, a tu propio pueblo que con tu grandeza liberaste y sacaste de Egipto con gran poder. Acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac y Jacob. No tengas en cuenta la terquedad de este pueblo, su maldad ni su pecado, no sea que allí, en el país de donde nos sacaste, digan: «El Señor fue incapaz de hacerlos entrar en la tierra que les había prometido, o los sacó por odio para hacerlos perecer en el desierto». Son tu pueblo y tu propia heredad, los que tú sacaste de Egipto con gran poder y destreza sin igual.

DEUTERONOMIO 9:1-29 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

“Escuchad, israelitas: ha llegado el momento de que crucéis el Jordán y os lancéis a la conquista de naciones más grandes y poderosas que vosotros, y de grandes ciudades rodeadas de murallas muy altas; sus habitantes son grandes y altos como los descendientes del gigante Anac, y ya conocéis el dicho: ‘¿Quién puede hacer frente a los descendientes del gigante Anac?’ “Ahora pues, sabed que el Señor vuestro Dios es el que marcha delante de vosotros, y que es como un fuego devorador que ante vosotros destruirá y humillará a esas naciones. Vosotros las desalojaréis y las destruiréis en un abrir y cerrar de ojos, tal como el Señor os lo ha prometido. Cuando el Señor vuestro Dios los haya arrojado de vuestra presencia, no os digáis a vosotros mismos: ‘Gracias a nuestros méritos, el Señor nos ha dado posesión de este país’, porque si el Señor los expulsa, es a causa de la maldad de ellos. No es, pues, por vuestros méritos ni por vuestra bondad por lo que vais a tomar posesión de su país; el Señor los arroja de vuestra presencia a causa de la propia maldad de ellos y para cumplir la promesa que hizo a Abraham, Isaac y Jacob, antepasados vuestros. Habéis de saber que no es debido a vuestros méritos el que el Señor vuestro Dios os dé la posesión de esa buena tierra, pues vosotros sois un pueblo muy terco. “Nunca debéis olvidar que habéis contrariado al Señor vuestro Dios en el desierto. Desde que salisteis de Egipto y hasta que llegasteis a este lugar, siempre le habéis sido rebeldes. Ya en el monte Horeb provocasteis la ira del Señor, y tanto se enojó contra vosotros, que a punto estuvo de destruiros. Yo subí al monte para recoger las tablas de piedra, las tablas del pacto que el Señor había hecho con vosotros, y me quedé allí cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. El Señor me dio entonces las dos tablas de piedra, escritas por él mismo, que contenían todas las palabras que él os había dicho en el monte, de en medio del fuego, el día en que todos nos reunimos. Pasados aquellos cuarenta días y cuarenta noches, el Señor me dio las dos tablas de piedra, las tablas del pacto, y me dijo: ‘Anda, baja pronto de ahí, porque el pueblo que sacaste de Egipto se ha descarriado. Muy pronto han dejado de cumplir lo que yo les ordené, y se han hecho un ídolo de metal fundido.’ “El Señor también me dijo: ‘Ya he visto que este pueblo es muy terco. Quítate de mi camino, que voy a destruirlos y a borrar de la tierra su memoria; pero de ti haré una nación más fuerte y numerosa que ellos.’ “Cuando bajé del monte, que estaba ardiendo, traía en mis manos las dos tablas del pacto. Pero al ver que habíais pecado contra el Señor, y que os habíais hecho un becerro de metal fundido, abandonando así el camino que el Señor os había ordenado seguir, arrojé de mis manos las dos tablas que traía y las hice pedazos delante de vosotros. Después me arrodillé delante del Señor y, tal como ya lo había hecho antes, estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber nada, por causa del pecado que habíais cometido, con el que ofendisteis al Señor y provocasteis su ira. Yo estaba asustado del enojo y furor que el Señor manifestó contra vosotros, que llegaba al punto de querer destruiros; pero, una vez más, el Señor me escuchó. También estaba el Señor muy enojado con Aarón y quería destruirlo, pero yo intervine en su favor; luego cogí el becerro que habíais hecho y con el cual pecasteis, y lo eché al fuego, y después de molerlo hasta convertirlo en polvo, lo arrojé al arroyo que baja del monte. “También en Taberá, en Masá y en Quibrot-hataavá, provocasteis la ira del Señor. Y cuando el Señor os ordenó partir de Cadés-barnea para ir a tomar posesión del país que él os había dado, también os opusisteis a su mandato y no tuvisteis fe en él ni quisisteis obedecerle. ¡Desde que yo os conozco habéis sido rebeldes al Señor! Y como el Señor había amenazado con destruiros, yo permanecí arrodillado cuarenta días y cuarenta noches delante del Señor, y con ruegos le dije: ‘Señor, no destruyas a este pueblo, que es tuyo, que tú liberaste con tu grandeza y sacaste de Egipto con gran poder. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob. No tengas en cuenta la terquedad de este pueblo, ni su maldad y pecado, para que no se diga en el país del que nos sacaste: El Señor no pudo hacerlos entrar en el país que les había prometido y, como los odiaba, los hizo salir de aquí para hacerlos morir en el desierto. Pero ellos son tu pueblo, son tuyos; tú los sacaste de Egipto con gran despliegue de poder.’

DEUTERONOMIO 9:1-29 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

»Escucha, Israel: hoy vas a cruzar el Jordán para entrar y desposeer a naciones más grandes y fuertes que tú, que habitan en grandes ciudades con muros que llegan hasta el cielo. Esa gente es poderosa y de gran estatura; ¡son los anaquitas! Tú ya los conoces y sabes que de ellos se dice: “¿Quién puede oponerse a los descendientes de Anac?” Pero tú, entiende bien hoy que el SEÑOR tu Dios avanzará delante de ti, y que los destruirá como un fuego consumidor y los someterá a tu poder. Tú los expulsarás y los aniquilarás en seguida, tal como el SEÑOR te ha prometido. »Cuando el SEÑOR tu Dios los haya arrojado lejos de ti, no vayas a pensar: “El SEÑOR me ha traído hasta aquí, por mi propia justicia, para tomar posesión de esta tierra”. ¡No! El SEÑOR expulsará a esas naciones por la maldad que las caracteriza. De modo que no es por tu justicia ni por tu rectitud por lo que vas a tomar posesión de su tierra. ¡No! La propia maldad de esas naciones hará que el SEÑOR tu Dios las arroje lejos de ti. Así cumplirá lo que juró a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob. Entiende bien que eres un pueblo terco, y que tu justicia y tu rectitud no tienen nada que ver con que el SEÑOR tu Dios te dé en posesión esta buena tierra. »Recuerda esto, y nunca olvides cómo provocaste la ira del SEÑOR tu Dios en el desierto. Desde el día en que saliste de Egipto hasta tu llegada aquí, has sido rebelde contra el SEÑOR. Hasta tal punto provocaste su enojo en Horeb que estuvo a punto de destruirte. Cuando subí a la montaña para recibir las tablas de piedra, es decir, las tablas del pacto que el SEÑOR había hecho contigo, me quedé en la montaña cuarenta días y cuarenta noches, y no comí pan ni bebí agua. Allí el SEÑOR me dio dos tablas de piedra, en las que él mismo escribió todas las palabras que proclamó desde la montaña, de en medio del fuego, el día de la asamblea. »Pasados los cuarenta días y las cuarenta noches, el SEÑOR me dio las dos tablas de piedra, es decir, las tablas del pacto, y me dijo: “Levántate y baja de aquí en seguida, porque ese pueblo tuyo, que sacaste de Egipto, se ha descarriado. Bien pronto se han apartado del camino que les mandé seguir, y se han fabricado un ídolo de metal fundido”. »También me dijo: “He visto a este pueblo, y ¡realmente es un pueblo terco! Déjame que lo destruya y borre hasta el recuerdo de su nombre. De ti, en cambio, haré una nación más fuerte y numerosa que la de ellos”. »Luego me volví y bajé de la montaña que ardía en llamas. En las manos traía yo las dos tablas del pacto. Entonces vi que habíais pecado contra el SEÑOR vuestro Dios, pues os habíais fabricado un ídolo fundido con forma de becerro. ¡Bien pronto os habíais apartado del camino que el SEÑOR os había trazado! Así que tomé las dos tablas que traía en las manos y las arrojé al suelo, haciéndolas pedazos delante de vosotros. »Nuevamente me postré delante del SEÑOR cuarenta días y cuarenta noches, y no comí pan ni bebí agua. Lo hice por el gran pecado que habíais cometido al hacer lo malo a los ojos del SEÑOR, provocando así su ira. Tuve verdadero miedo del enojo y de la ira del SEÑOR, pues hasta tal punto se indignó contra vosotros que quiso destruiros. Sin embargo, el SEÑOR me escuchó una vez más. Así mismo, tan enojado estaba el SEÑOR contra Aarón que quería destruirlo, y también en esa ocasión intercedí por él. Luego agarré el becerro que os fabricasteis, ese ídolo que os hizo pecar, y lo quemé en el fuego; lo desmenucé y lo reduje a polvo fino, y arrojé el polvo al arroyo que baja de la montaña. »En Taberá, en Masá y en Quibrot Hatavá provocasteis también la indignación del SEÑOR, lo mismo que cuando el SEÑOR os envió desde Cades Barnea y os dijo: “Id y tomad posesión de la tierra que os he dado”. Os rebelasteis contra la orden del SEÑOR vuestro Dios; no confiasteis en él ni le obedecisteis. ¡Desde que os conozco habéis sido rebeldes al SEÑOR! »Como el SEÑOR había dicho que os destruiría, yo me quedé postrado ante él esos cuarenta días y cuarenta noches. Oré al SEÑOR y le dije: “SEÑOR y Dios, ¡no destruyas tu propia heredad, el pueblo que por tu grandeza redimiste y sacaste de Egipto con gran despliegue de fuerza! ¡Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob! Pasa por alto la terquedad de este pueblo, y su maldad y su pecado, no sea que allí, en el país de donde nos sacaste, digan: ‘El SEÑOR no pudo llevarlos a la tierra que les había prometido. Y, como los aborrecía, los sacó para que murieran en el desierto’. Después de todo, ellos son tu propia heredad; son el pueblo que sacaste con gran despliegue de fuerza y de poder”.