ÉXODO 3:1-12
ÉXODO 3:1-12 Reina Valera 2020 (RV2020)
En cierta ocasión apacentaba Moisés las ovejas de su suegro Jetro, sacerdote de Madián, y las llevó a través del desierto hasta el Horeb, monte de Dios. Allí se le apareció el ángel del Señor como una llama de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza ardía, pero no se consumía. Entonces Moisés se dijo: —Iré a ver qué es este extraño fenómeno, por qué causa la zarza no se quema. Cuando el Señor vio que él se acercaba, le llamó desde la zarza: —¡Moisés, Moisés! —Aquí estoy —respondió él. Dios le dijo: —No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y añadió: —Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Dijo luego el Señor: —He visto muy bien la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues conozco sus angustias. Por eso he descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha llegado ante mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los maltratan. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel. Entonces Moisés respondió a Dios: —¿Quién soy yo para ir ante Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel? Dios le respondió: —Yo estaré contigo; y esto te servirá de señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte.
ÉXODO 3:1-12 La Palabra (versión española) (BLP)
Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Conduciendo el rebaño a través del desierto, llegó al Horeb, el monte de Dios. Allí se le apareció el ángel del Señor como una llama de fuego, en medio de una zarza. Se fijó y quedó sorprendido al ver que la zarza ardía, pero no se consumía. Entonces Moisés se dijo: —Voy a acercarme para observar este extraño fenómeno, y ver por qué no se consume la zarza. Al ver el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: —¡Moisés! ¡Moisés! —Aquí estoy —respondió Moisés. Dios le dijo: —No te acerques; quítate las sandalias, porque estás pisando un lugar sagrado. Y añadió: —Yo soy el Dios de tus antepasados, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Moisés, sintió miedo de mirar a Dios y se tapó la cara. El Señor continuó diciendo: —He visto la angustiosa situación de mi pueblo en Egipto, he escuchado los gritos de dolor que le causan sus opresores y conozco sus calamidades. Ahora he decidido librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese país para conducirlos a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, hititas, amorreos, fereceos, jeveos y jebuseos. El lamento de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. Entonces Moisés preguntó a Dios: —¿Quién soy yo para presentarme al faraón y sacar de Egipto a los israelitas? Dios le contestó: —Yo estaré contigo, y esta es la señal de que soy yo quien te envía: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, me adoraréis en este monte.
ÉXODO 3:1-12 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Moisés cuidaba las ovejas de su suegro Jetró, que era sacerdote de Madián. Un día, llevándolas a través del desierto, llegó hasta el monte de Dios, que se llama Horeb. Allí el ángel del Señor se le apareció en una llama de fuego, en medio de una zarza. Moisés miró atentamente y se dio cuenta de que la zarza ardía en el fuego, pero no se consumía. Entonces pensó: “¡Qué cosa tan extraña! Voy a ver por qué no se consume la zarza.” Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, le llamó desde la zarza: –¡Moisés! ¡Moisés! –Aquí estoy –contestó Moisés. Entonces Dios le dijo: –No te acerques. Y descálzate, porque el lugar donde estás es sagrado. Y añadió: –Yo soy el Dios de tus antepasados. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Moisés se cubrió la cara, pues tuvo miedo de mirar a Dios; pero el Señor siguió diciendo: –Claramente he visto cómo sufre mi pueblo que está en Egipto. Los he oído quejarse por culpa de sus capataces, y sé muy bien lo que sufren. Por eso he bajado, para salvarlos del poder de los egipcios; voy a sacarlos de ese país y voy a llevarlos a una tierra grande y buena, donde la leche y la miel corren como el agua. Es el país donde viven los cananeos, los hititas, los amorreos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. Mira, he escuchado las quejas de los israelitas, y he visto también que los egipcios los maltratan mucho. Por lo tanto, ponte en camino, pues te voy a enviar al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. Entonces Moisés respondió a Dios: –¿Y quién soy yo para presentarme al faraón y sacar de Egipto a los israelitas? Dios le contestó: –Yo estaré contigo. Y esta es la señal de que yo mismo te envío: cuando hayas sacado de Egipto a mi pueblo, todos vosotros me adoraréis en este monte.
ÉXODO 3:1-12 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Un día en que Moisés estaba cuidando el rebaño de Jetro, su suegro, que era sacerdote de Madián, llevó las ovejas hasta el otro extremo del desierto y llegó a Horeb, la montaña de Dios. Estando allí, el ángel del SEÑOR se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: «¡Qué increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza». Cuando el SEÑOR vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: ―¡Moisés, Moisés! ―Aquí me tienes —respondió. ―No te acerques más —le dijo Dios—. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios. Pero el SEÑOR siguió diciendo: ―Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel. Me refiero al país de los cananeos, hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. Han llegado a mis oídos los gritos desesperados de los israelitas, y he visto también cómo los oprimen los egipcios. Así que disponte a partir. Voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a los israelitas, que son mi pueblo. Pero Moisés le dijo a Dios: ―¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas? ―Yo estaré contigo —le respondió Dios—. Y te voy a dar una señal de que soy yo quien te envía: Cuando hayas sacado de Egipto a mi pueblo, todos vosotros me rendiréis culto en esta montaña.