Logo de YouVersion
Icono de búsqueda

GÉNESIS 24:1-27

GÉNESIS 24:1-27 La Palabra (versión española) (BLP)

Abrahán era un anciano muy entrado en años, y el Señor le había bendecido en todo. Un día llamó al criado más antiguo de su casa, el que le administraba todos los bienes, y le dijo: —Pon tu mano bajo mi muslo y júrame por el Señor, el Dios del cielo y de la tierra, que no dejarás que mi hijo se case con una mujer de este país de Canaán, donde yo habito, sino que irás a mi tierra, donde vive mi familia, y allí buscarás esposa para mi hijo Isaac. El criado le respondió: —¿Qué he de hacer si la mujer me dice que no quiere venir conmigo a esta tierra? ¿Tendré entonces que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste? Abrahán le respondió: —¡De ningún modo lleves a mi hijo allá! El Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de mi país de origen, que habló conmigo y juró dar esta tierra a mi descendencia, enviará su mensajero delante de ti para que tomes allí esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este juramento; pero ¡de ninguna manera lleves allá a mi hijo! Entonces el criado puso la mano bajo el muslo de su amo y le juró que cumpliría con este encargo. Luego tomó diez de los camellos de su amo y, llevando consigo toda clase de regalos de su amo, se encaminó a Aram Najaráin, a la ciudad de Najor. Cuando el criado llegó a las afueras de la ciudad, hizo arrodillar a los camellos junto a un pozo de agua. La tarde ya estaba cayendo y ese era el momento en que las aguadoras salían en busca de agua. Así que oró diciendo: —Señor, Dios de mi amo Abrahán, haz que me vaya bien en este día y muéstrate bondadoso con mi amo Abrahán. Yo estaré aquí, junto a esta fuente, mientras las muchachas de esta ciudad salen a por agua. La muchacha a quien yo diga: «por favor, inclina tu cántaro para que pueda beber», y ella me responda: «Bebe, y también voy a dar de beber a tus camellos», esa será la que tú has destinado para tu siervo Isaac. Así podré estar seguro de que has sido bondadoso con mi amo. Aún no había terminado de orar, cuando Rebeca, la hija de Betuel, hijo de Milcá y de Najor, hermano de Abrahán, salía con su cántaro al hombro. La muchacha era muy bella y, además, era virgen pues no había tenido relaciones sexuales con ningún hombre. Bajó a la fuente, llenó el cántaro y ya regresaba cuando el criado de Abrahán corrió a su encuentro y le dijo: —Por favor, déjame beber un poco de agua de tu cántaro. Ella respondió: —Bebe, señor mío. Y enseguida bajó su cántaro y, sosteniéndolo entre sus manos, le dio de beber. Cuando el criado acabó de beber, Rebeca le dijo: —Traeré agua también para que tus camellos beban toda la que quieran. Vació, pues, rápidamente su cántaro en el abrevadero, corrió a sacar más agua del pozo y trajo para todos los camellos. El hombre, mientras tanto, la miraba en silencio, preguntándose si el Señor había dado o no éxito a su viaje. Cuando los camellos terminaron de beber, el hombre tomó un anillo de oro que pesaba unos seis gramos, y dos brazaletes de oro que pesaban algo más de cien gramos para las muñecas de la muchacha, y le dijo: —Dime de quién eres hija y si habrá sitio en la casa de tu padre para pasar la noche. Ella respondió: —Soy hija de Betuel, el hijo de Milcá y de Najor. Y añadió: —En nuestra casa hay paja y forraje en abundancia, y también hay sitio para pasar la noche. Entonces el hombre se arrodilló y adoró al Señor, diciendo: —¡Bendito sea el Señor, el Dios de mi amo Abrahán, que no ha dejado de manifestar con mi amo su amor y su fidelidad guiando mis pasos hasta la casa de sus parientes!

GÉNESIS 24:1-27 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Abraham era ya muy entrado en años, y el Señor le había bendecido en todo. Un día llamó al más anciano de sus siervos, el que estaba al cargo de todo lo suyo, y le dijo: –Pon tu mano debajo de mi muslo y júrame por el Señor, el Dios del cielo y de la tierra, que no dejarás que mi hijo Isaac se case con una mujer de esta tierra de Canaán en la que yo vivo, sino que irás a mi tierra y escogerás una esposa para él entre las mujeres de mi familia. El siervo le contestó: –Pero si la mujer no quiere venir conmigo, ¿qué hago? ¿Debo entonces llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste? Abraham le dijo: –¡No, no lleves allá a mi hijo! El Señor, el Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mis parientes y me prometió dar esta tierra a mis descendientes, también enviará su ángel delante de ti para que traigas de allá una esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este compromiso, ¡pero de ninguna manera lleves allá a mi hijo! Entonces el siervo puso la mano bajo el muslo de su amo Abraham, y le juró que haría lo que le había pedido. Después escogió regalos entre lo mejor que su amo tenía, tomó diez de sus camellos y se fue a la ciudad de Nahor, en Mesopotamia. Cuando el siervo llegó a las afueras de la ciudad, empezaba ya a oscurecer. A esa hora iban las mujeres a sacar agua. El siervo hizo descansar a los camellos junto a un pozo de agua, y comenzó a orar: “Señor y Dios de mi amo Abraham, haz que hoy me vaya bien, y muéstrate bondadoso con mi amo. Voy a quedarme aquí, junto al pozo, mientras las muchachas de este lugar vienen a sacar agua. Permite que la muchacha a la que yo diga: ‘Por favor, baja tu cántaro para que yo beba’, y que me conteste: ‘Bebe, y también daré agua a tus camellos’, que sea ella la que tú has escogido para tu siervo Isaac. Así podré estar seguro de que has sido bondadoso con mi amo.” Todavía no había terminado de orar, cuando vio a una muchacha que venía con su cántaro al hombro. Era Rebeca, la hija de Betuel. Betuel era hijo de Milcá y de Nahor, el hermano de Abraham. Rebeca era muy hermosa, y además era virgen; ningún hombre la había tocado. Bajó al pozo y llenó su cántaro, y ya regresaba cuando el siervo corrió a alcanzarla y le dijo: –Por favor, déjame beber un poco de agua de tu cántaro. –Bebe, señor –contestó ella. Y en seguida bajó su cántaro, lo sostuvo entre las manos y le dio de beber. Cuando el siervo acabó de beber, Rebeca le dijo: –También voy a sacar agua para tus camellos, para que beban toda la que quieran. Rápidamente vació su cántaro en el bebedero y corrió varias veces al pozo, hasta que sacó agua para todos los camellos. Mientras tanto, el siervo la miraba sin decir nada, pues quería estar seguro de que el Señor había llevado a buen fin su viaje. Cuando los camellos acabaron de beber, el hombre tomó un anillo de oro que pesaba como seis gramos, y se lo puso a ella en la nariz. También le dio dos brazaletes de oro que pesaban más de cien gramos, y le dijo: –Dime, por favor, de quién eres hija, y si hay lugar en la casa de tu padre donde mis hombres y yo podamos pasar la noche. Ella contestó: –Soy hija de Betuel, el hijo de Milcá y de Nahor. En nuestra casa hay lugar para que pases la noche, y también suficiente paja y comida para los camellos. Entonces el siervo se arrodilló y adoró al Señor, diciendo: “¡Bendito sea el Señor, el Dios de mi amo Abraham, pues ha sido fiel y bondadoso con mi amo, y me ha dirigido en el camino a la casa de sus parientes!”

GÉNESIS 24:1-27 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Abraham era ya viejo y muy entrado en años, y el SEÑOR lo había bendecido en todo. Un día, Abraham le dijo al criado más antiguo de su casa, que era quien le administraba todos sus bienes: ―Pon tu mano debajo de mi muslo, y júrame por el SEÑOR, el Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás de esta tierra de Canaán, donde yo habito, una mujer para mi hijo Isaac, sino que irás a mi tierra, donde vive mi familia, y de allí le escogerás una esposa. ―¿Qué pasa si la mujer no está dispuesta a venir conmigo a esta tierra? —respondió el criado—. ¿Debo entonces llevar a tu hijo hasta la tierra de donde viniste? ―¡De ninguna manera debes llevar a mi hijo hasta allí! —le replicó Abraham—. El SEÑOR, el Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mis familiares, y que bajo juramento me prometió dar esta tierra a mis descendientes, enviará su ángel delante de ti para que puedas traer de allí una mujer para mi hijo. Si la mujer no está dispuesta a venir contigo, quedarás libre de este juramento; pero ¡en ningún caso llevarás a mi hijo hasta allí! El criado puso la mano debajo del muslo de Abraham, su amo, y le juró que cumpliría con su encargo. Luego tomó diez camellos de su amo, y toda clase de regalos, y partió hacia la ciudad de Najor en Aram Najarayin. Allí hizo que los camellos se arrodillaran junto al pozo de agua que estaba en las afueras de la ciudad. Caía la tarde, que es cuando las mujeres salen a buscar agua. Entonces comenzó a orar: «SEÑOR y Dios de mi amo Abraham, te ruego que hoy me vaya bien, y que demuestres el amor que le tienes a mi amo. Aquí me tienes, a la espera junto a la fuente, mientras las jóvenes de esta ciudad vienen a sacar agua. Permite que la joven a quien le diga: “Por favor, baja tu cántaro para que tome yo un poco de agua”, y que me conteste: “Toma tú, y además les daré agua a tus camellos”, sea la que tú has elegido para tu siervo Isaac. Así estaré seguro de que tú has demostrado el amor que le tienes a mi amo». Aún no había terminado de orar cuando vio que se acercaba Rebeca, con su cántaro al hombro. Rebeca era hija de Betuel, que a su vez era hijo de Milca y Najor, el hermano de Abraham. La joven era muy hermosa, y además virgen, pues no había tenido relaciones sexuales con ningún hombre. Bajó hacia la fuente y llenó su cántaro. Ya se preparaba para subir cuando el criado corrió a su encuentro y le dijo: ―¿Podrías darme un poco de agua de tu cántaro? ―Sírvete, señor mío —le respondió. Y en seguida bajó el cántaro y, sosteniéndolo entre sus manos, le dio de beber. Cuando ya el criado había bebido, ella le dijo: ―Voy también a sacar agua para que tus camellos beban todo lo que quieran. De inmediato vació su cántaro en el bebedero, y volvió corriendo al pozo para buscar más agua, repitiendo la acción hasta que hubo suficiente agua para todos los camellos. Mientras tanto, el criado de Abraham la observaba en silencio, para ver si el SEÑOR había coronado su viaje con éxito. Cuando los camellos terminaron de beber, el criado tomó un anillo de oro que pesaba seis gramos y se lo puso a la joven en la nariz; también le colocó en los brazos dos pulseras de oro que pesaban más de cien gramos, y le preguntó: ―¿Podrías tú decirme de quién eres hija, y si habrá lugar en la casa de tu padre para hospedarnos? ―Soy hija de Betuel, el hijo de Milca y Najor —respondió ella, a lo que agregó—: No solo tenemos lugar para vosotros, sino que también tenemos paja y forraje en abundancia para los camellos. Entonces el criado de Abraham se arrodilló y adoró al SEÑOR con estas palabras: «Bendito sea el SEÑOR, el Dios de mi amo Abraham, que no ha dejado de manifestarle su amor y fidelidad, y que a mí me ha guiado a la casa de sus parientes».

GÉNESIS 24:1-27 Reina Valera 2020 (RV2020)

Ya Abrahán era viejo, bien avanzado en años, y el Señor le había bendecido en todo. Dijo Abrahán a un criado suyo, el más viejo de su casa, quien gobernaba todo lo que él tenía: —Pon ahora tu mano debajo de mi muslo y júrame por el Señor, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los que yo habito, sino que irás a mi tierra y a mi parentela a tomar mujer para mi hijo Isaac. El criado le respondió: —Quizá la mujer no quiera venir conmigo a esta tierra. ¿Debo, entonces, volver y llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste? Abrahán le dijo: —¡De ningún modo lleves a mi hijo allá! El Señor, Dios de los cielos, que me tomó de la casa de mi padre y de la tierra de mi parentela, y que me habló y me juró con estas palabras: «A tu descendencia daré esta tierra», él enviará su ángel delante de ti, para que tú traigas de allá mujer para mi hijo. Pero si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de mi juramento; solamente que no lleves allá a mi hijo. Entonces el criado puso la mano bajo el muslo de su amo y le juró que cumpliría con este encargo. El criado tomó diez camellos de los de su señor, y se fue, no sin antes escoger toda clase de regalos de lo mejor que tenía su señor; se puso en camino y llegó a la ciudad de Nacor, en Mesopotamia. Hizo arrodillar a los camellos fuera de la ciudad, junto a un pozo de agua, a la hora de la tarde, la hora en que salen las muchachas a buscar agua. Y dijo: —Señor, Dios de mi señor Abrahán, haz, te ruego, que hoy tenga yo un buen encuentro, y ten misericordia de mi señor Abrahán. Aquí estoy junto a la fuente de agua, a la hora que salen a buscar agua las hijas de los hombres de esta ciudad. Sea, pues, que la muchacha a quien yo diga: «Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba», y ella responda: «Bebe, y también daré de beber a tus camellos», que sea esta la que tú has destinado para tu siervo Isaac. En esto conoceré que has tenido misericordia con mi señor. Aconteció que antes de que él acabara de hablar, salió Rebeca con su cántaro sobre el hombro. Rebeca era hija de Betuel, hijo de Milca, mujer de Nacor, hermano de Abrahán. La muchacha era muy bella y, además, era virgen, pues no había tenido relaciones sexuales con ningún hombre. Descendió a la fuente, llenó su cántaro, y se dispuso a regresar. Entonces el criado corrió hacia ella y le dijo: —Te ruego que me des a beber un poco de agua de tu cántaro. Ella respondió: —Bebe, señor mío. Se dio prisa a bajar su cántaro, lo sostuvo entre las manos y le dio de beber. Cuando acabó de darle de beber, dijo: —También para tus camellos sacaré agua, hasta que acaben de beber. Se dio prisa y vació su cántaro en el abrevadero; luego corrió a sacar más agua del pozo y trajo para todos los camellos. El hombre, maravillado, la contemplaba en silencio, pues quería saber si el Señor había prosperado su viaje, o no. Cuando los camellos acabaron de beber, le dio el hombre un pendiente de oro que pesaba cinco gramos y dos brazaletes que pesaban cien gramos, y le preguntó: —¿De quién eres hija? Te ruego que me digas si en casa de tu padre hay lugar donde podamos pasar la noche. Ella respondió: —Soy hija de Betuel, hijo de Milca, el hijo que ella dio a Nacor. Y añadió: —También hay en nuestra casa paja y mucho forraje, y lugar donde pasar la noche. El hombre entonces se inclinó y adoró al Señor, y dijo: —Bendito sea el Señor, Dios de mi amo Abrahán, que no apartó de mi amo su misericordia y su verdad, y que me ha guiado en el camino a casa de los hermanos de mi amo.