ISAÍAS 6:1-13
ISAÍAS 6:1-13 Reina Valera 2020 (RV2020)
El año en que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. Por encima de él había serafines. Cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Se gritaban entre sí, diciendo: «¡Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!». Los quicios de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la Casa se llenó de humo. Entonces dije: «¡Ay de mí que soy hombre muerto!, porque, aunque soy hombre inmundo de labios que habita en medio de un pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, al Señor de los ejércitos». Y voló hacia mí uno de los serafines, con un carbón encendido en la mano, tomado del altar con unas tenazas. Tocó con él mi boca y me dijo: —Al tocar esto tus labios, se ha quitado tu culpa y ha quedado limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: —¿A quién enviaré y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: —Aquí me tienes, envíame a mí. Y dijo: —Anda, y dile a este pueblo: Oíd bien, pero no entendáis; observar con atención, pero no comprendáis. Embota el corazón de este pueblo, endurece sus oídos y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos ni oiga con sus oídos ni su corazón entienda, ni se convierta y ni sea sanado. Yo pregunté: —¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: —Hasta que las ciudades estén asoladas y sin habitantes, hasta que no haya nadie en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que el Señor haya echado lejos a la gente y multiplicado los lugares abandonados en medio del país. Y si queda aún en ella la décima parte, esta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa.
ISAÍAS 6:1-13 La Palabra (versión española) (BLP)
El año en que murió el rey Ozías, vi al Señor sentado en su alto y excelso trono. El ruedo de su manto llenaba el Templo. Por encima de él había serafines, con seis alas cada uno: con dos se tapaban la cara, con otras dos se tapaban los genitales, y con el tercer par de alas se mantenían en vuelo. Se gritaban entre sí, diciendo: «Santo, santo, santo, el Señor del universo; la tierra toda rebosa de su gloria». Los quicios de las puertas temblaron ante el estruendo de su voz, y el Templo se llenó de humo. Me dije entonces: «¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros, yo, que habito entre gente de labios impuros, y he visto con mis propios ojos al Rey, Señor del universo». Voló entonces hacia mí uno de los serafines, con un ascua en su mano; la había tomado del altar con unas tenazas y la puso en mi boca diciendo: «Al tocar esto tus labios, tu culpa desaparece, se perdona tu pecado». Oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Contesté: «Yo mismo. Envíame». Él añadió: Ve a decir a este pueblo: Escuchad con atención, pero no entendáis; observad con cuidado, pero no aprendáis. Embota el corazón de este pueblo, endurece sus oídos y ciega sus ojos, no sea que acaben viendo y oyendo, que su corazón entienda, se convierta y se cure. Yo pregunté: «¿Hasta cuándo, Señor?». Me respondió: Hasta que queden desoladas y sin habitantes las ciudades, las casas sin personas, los campos devastados. El Señor alejará a la gente, aumentará el abandono del país. Si queda una décima parte, será de nuevo arrasada; como una encina o un roble, que al talarlos queda un tocón. Semilla santa será su tocón.
ISAÍAS 6:1-13 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
El año en que murió el rey Ozías, vi al Señor sentado en un trono muy alto; el borde de su manto llenaba el templo. Unos seres como de fuego estaban por encima de él. Cada uno tenía seis alas. Con dos alas se cubrían la cara, con otras dos se cubrían la parte inferior del cuerpo y con las otras dos volaban. Y se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria.” Al resonar esta voz, las puertas del templo temblaron, y el templo mismo se llenó de humo. Y pensé: “¡Ay de mí, voy a morir! He visto con mis ojos al Rey, al Señor todopoderoso; yo, que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros.” En ese momento, uno de aquellos seres como de fuego voló hacia mí. Con unas tenazas sostenía una brasa que había tomado de sobre el altar, me tocó con ella la boca y me dijo: “Mira, esta brasa ha tocado tus labios. Tu maldad te ha sido quitada, tus culpas te han sido perdonadas.” Entonces oí la voz del Señor, que decía: “¿A quién voy a enviar? ¿Quién será nuestro mensajero?” Yo respondí: “Aquí estoy, envíame a mí.” Y me dijo: “Ve y dile a este pueblo: ‘Por más que escuchéis, no entenderéis; por más que miréis, no comprenderéis.’ Entorpece la mente de este pueblo; tápales los oídos y cúbreles los ojos para que no puedan ver ni oir, ni puedan entender, para que no se vuelvan a mí y yo no los sane.” Yo le pregunté: “¿Cuánto tiempo durará esto, Señor?” Y él me contestó: “Hasta que las ciudades queden destruidas y sin ningún habitante; hasta que las casas queden sin gente y los campos desiertos, y el Señor haga salir desterrada a la gente, y el país quede completamente vacío. Y si aún queda una décima parte del pueblo, también será destruida, como cuando se corta un roble o una encina y solo queda el tronco.” (Pero de ese tronco saldrá un retoño sagrado.)
ISAÍAS 6:1-13 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
El año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el SEÑOR Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria». Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo. Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al SEÑOR Todopoderoso!» En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado». Entonces oí la voz del Señor que decía: ―¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: ―Aquí estoy. ¡Envíame a mí! Él dijo: ―Ve y dile a este pueblo: »“Oíd bien, pero no entendáis; mirad bien, pero no percibáis”. Haz insensible el corazón de este pueblo; embota sus oídos y cierra sus ojos, no sea que vea con sus ojos, oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y sea sanado». Entonces exclamé: ―¿Hasta cuándo, Señor? Y él respondió: «Hasta que las ciudades queden destruidas y sin habitante alguno; hasta que las casas queden deshabitadas, y los campos, asolados y en ruinas; hasta que el SEÑOR haya enviado lejos a todo el pueblo, y el país quede en total abandono. Y, si aún queda en la tierra una décima parte, esta volverá a ser devastada. Pero, así como al talar la encina y el roble queda parte del tronco, esa parte es la simiente santa».