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JUECES 16:4-20

JUECES 16:4-20 La Palabra (versión española) (BLP)

Después de esto, se enamoró de una mujer de la vaguada de Sórec, que se llamaba Dalila. Los jefes de los filisteos acudieron a Dalila y le dijeron: —Engáñalo y averigua de dónde le viene esa fuerza tan enorme, y cómo podríamos amarrarlo bien fuerte y de esta manera dominarlo. Te daremos cada uno de nosotros mil cien siclos de plata. Dalila dijo a Sansón: —Dime, por favor, ¿de dónde te viene esa fuerza tan enorme y con qué habría que amarrarte para que no puedas desatarte? Sansón le respondió: —Si me amarraran con siete cuerdas de arco todavía frescas y sin secar, perdería la fuerza y sería como un hombre cualquiera. Los jefes de los filisteos le llevaron a Dalila siete cuerdas de arco frescas, sin secar aún, y ella lo amarró con ellas. Tenía ella hombres escondidos en la alcoba y le gritó: —¡Sansón! ¡Los filisteos! Rompió Sansón las cuerdas de arco como se rompe el hilo de estopa en cuanto lo toca el fuego. Y no se descubrió el secreto de su fuerza. Entonces Dalila dijo a Sansón: —Te has reído de mí contándome una patraña; dime, por favor, con qué habría que amarrarte. Respondió Sansón: —Si me amarraran fuertemente con cordeles nuevos sin usar, perdería la fuerza y sería como un hombre cualquiera. Tomó Dalila unos cordeles nuevos, lo amarró con ellos y le gritó: —¡Sansón! ¡Los filisteos! Tenía ella hombres escondidos en la alcoba, pero él rompió los cordeles de sus brazos como si fueran un hilo. Entonces Dalila dijo a Sansón: —Hasta ahora te has estado burlando de mí y solo me has contado patrañas. Dime de una vez con qué habría que amarrarte. Él le respondió: —Si entretejieras las siete trenzas de mi cabellera con cordel de tejer y las clavaras con la clavija del tejedor, perdería la fuerza y sería como un hombre cualquiera. Esperó, pues, que Sansón se durmiera, le entretejió las siete trenzas de su cabellera con el cordel de tejer, las clavó con la clavija y le gritó: —¡Sansón! ¡Los filisteos! Él se despertó de su sueño y arrancó el cordel y la clavija. Y no se descubrió el secreto de su fuerza. Dalila le dijo: —¿Cómo puedes decir: «Te amo», si tu corazón no es mío? Por tres veces te has reído de mí y no me has dicho en qué consiste esa fuerza tan enorme que tienes. Como todos los días lo importunaba con sus palabras y lo tenía ya aburrido, le abrió todo su corazón y le dijo: —La navaja no ha pasado nunca por mi cabeza, porque soy un consagrado a Dios desde el vientre de mi madre. Si me cortaran el pelo, mi fuerza se retiraría de mí, me debilitaría y sería como un hombre cualquiera. Dalila comprendió que le había abierto todo su corazón, mandó llamar a los jefes de los filisteos y les dijo: —Venid, que esta vez me ha abierto todo su corazón. Vinieron los jefes de los filisteos con el dinero para la mujer, y esta adormeció a Sansón sobre sus rodillas y llamó a un hombre que le cortó las siete trenzas de su cabellera. Inmediatamente Sansón comenzó a debilitarse, y perdió su fuerza. Dalila entonces gritó: —¡Sansón! ¡Los filisteos! Se despertó Sansón de su sueño pensando: —Saldré airoso como las otras veces y me los sacudiré de encima. No sabía que el Señor ya no estaba con él.

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JUECES 16:4-20 Reina Valera 2020 (RV2020)

Después de esto, sucedió que se enamoró de una mujer llamada Dalila, que vivía en el valle de Sorec. Fueron a visitarla los jefes de los filisteos y le dijeron: —Engáñalo y descubre en qué consiste su gran fuerza y cómo podríamos vencerlo. Así podremos atarlo y dominarlo, y cada uno de nosotros te dará mil cien monedas de plata. Entonces Dalila dijo a Sansón: —Te ruego que me digas en qué consiste tu gran fuerza y cómo hay que atarte para que seas dominado. Sansón le respondió: —Si me atan con siete cuerdas de mimbre verde, que aún no esté seco, entonces me debilitaré y seré como cualquier otro hombre. Los jefes de los filisteos trajeron a Dalila siete cuerdas de mimbre verde que aún no estaba seco, y ella lo ató con las cuerdas. Como los espías estaban escondidos en su casa, en una alcoba, Dalila gritó: —¡Sansón, los filisteos te atacan! Él rompió las cuerdas como se rompe una cuerda de estopa cuando la toca el fuego; y no se supo el secreto de su fuerza. Entonces Dalila dijo a Sansón: —Tú me has engañado, me has dicho mentiras. Te ruego que me digas, ahora, cómo hay que atarte. Él le respondió: —Si me atan fuertemente con cuerdas gruesas nuevas, que no se hayan usado antes, yo me debilitaré y seré como cualquier otro hombre. Dalila tomó cuerdas gruesas nuevas, lo ató con ellas y gritó: —¡Sansón, los filisteos te atacan! Los espías estaban en una alcoba, pero él rompió las cuerdas gruesas de sus brazos como si fueran hilo. Dalila dijo a Sansón: —Hasta ahora me has engañado, y me has mentido. Descúbreme, pues, ahora, cómo hay que atarte. Él entonces le dijo: —Entreteje siete mechones de pelo de mi cabeza con hilo de tejer y asegúralos con la estaca. Ella las aseguró con la estaca, y luego gritó: —¡Sansón, los filisteos te atacan! Despertó él de su sueño y arrancó la estaca del telar junto con la tela. Dalila se lamentó: —¿Cómo dices: «Yo te amo», cuando tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces y no me has descubierto aún en qué consiste tu gran fuerza. Como ella lo presionaba cada día con sus palabras y lo importunaba, él estaba profundamente angustiado y finalmente le abrió todo su corazón, y le dijo: —La navaja nunca pasó sobre mi cabeza, porque soy nazareo consagrado a Dios desde el vientre de mi madre. Si me rapara, perdería mi fuerza, me debilitaría y sería como cualquier otro hombre. Al ver Dalila que él le había abierto todo su corazón, envió a llamar a los principales de los filisteos con este mensaje: —Venid esta vez, porque él me ha abierto todo su corazón. Los principales de los filisteos vinieron a ella y trajeron en sus manos el dinero. Ella hizo que Sansón se durmiera sobre sus rodillas y llamó a un hombre, quien le rapó los siete mechones de su cabeza. Entonces ella comenzó a afligirlo, pues había perdido su fuerza. Y gritó de nuevo: —¡Sansón, los filisteos te atacan! Sansón despertó de su sueño y pensó: —Esta vez me escaparé como las otras. Pero no sabía que el Señor ya se había apartado de él.

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JUECES 16:4-20 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Después Sansón se enamoró de una mujer llamada Dalila, que vivía en el valle de Sorec. Los jefes de los filisteos fueron a ver a Dalila, y le dijeron: –Engaña a Sansón y averigua de dónde le vienen sus fuerzas extraordinarias, y cómo podríamos vencerle; así podremos atarle y tenerle sujeto. A cambio de tus servicios, cada uno de nosotros te dará mil cien monedas de plata. Entonces ella dijo a Sansón: –Por favor, dime de dónde te vienen esas fuerzas extraordinarias. ¿Hay algún modo de atarte sin que te puedas soltar? Sansón le respondió: –Si me atan con siete cuerdas de arco que todavía no estén secas, perderé mi fuerza y seré un hombre común y corriente. Los jefes de los filisteos llevaron a Dalila siete cuerdas de arco nuevas, y con ellas Dalila ató a Sansón. Y como ya antes había escondido a unos hombres en su cuarto, gritó: –¡Sansón, te atacan los filisteos! Entonces Sansón rompió las cuerdas como si fueran un cordón quemado. Y los filisteos no pudieron averiguar de dónde le venía su fuerza. Dalila le dijo: –¡Me engañaste! ¡Me has estado mintiendo! Pero ahora sí, por favor, dime qué hay que hacer para atarte. Sansón le respondió: –Si me atan con sogas nuevas que nunca se hayan usado, perderé mi fuerza y seré un hombre común y corriente. Entonces Dalila tomó unas sogas nuevas, lo ató con ellas y gritó: –¡Sansón, te atacan los filisteos! También esta vez ella había escondido unos hombres en su cuarto; pero Sansón rompió las sogas como si fueran hilos delgados. Dalila dijo a Sansón: –¡Todavía me sigues engañando! ¡Todavía me estás mintiendo! ¡Dime qué hay que hacer para atarte! Y Sansón le contestó: –Lo que tienes que hacer es entretejer siete trenzas de mi cabello con la tela del telar, y clavar bien la estaca en el suelo. Así yo perderé mi fuerza y seré un hombre común y corriente. Entonces Dalila hizo dormir a Sansón, y tomando las siete trenzas de su cabello las entretejió con la tela del telar, después de lo cual clavó bien la estaca en el suelo y gritó: –¡Sansón, te atacan los filisteos! Pero Sansón se levantó y arrancó del suelo la estaca y el telar. Entonces ella le dijo: –¡Embustero! ¿Cómo te atreves a decir que me quieres? Ya van tres veces que te burlas de mí, y todavía no me has dicho de dónde te viene toda tu fuerza. Como era tanta la insistencia de Dalila, haciéndole a todas horas la misma pregunta, Sansón estaba tan fastidiado que tenía ganas de morirse; así que finalmente le descubrió a Dalila su secreto: –Nadie me ha cortado jamás el cabello, porque desde antes de nacer estoy consagrado a Dios como nazareo. Si me llegaran a cortar el cabello, perdería mi fuerza y sería tan débil como un hombre común y corriente. Dalila, comprendiendo que esta vez sí le había descubierto su secreto, mandó a decir a los jefes filisteos: –¡Ahora sí, venid, que Sansón me ha descubierto su secreto! Entonces ellos fueron a verla con el dinero en la mano. Dalila hizo que Sansón se durmiera con la cabeza recostada sobre sus piernas, y llamó a un hombre para que le cortara las siete trenzas de su cabellera. Luego ella comenzó a maltratarlo, y le gritó: –¡Sansón, te atacan los filisteos! Sansón se despertó creyendo que se libraría como las otras veces, pero no sabía que el Señor le había abandonado.

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JUECES 16:4-20 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Pasado algún tiempo, Sansón se enamoró de una mujer del valle de Sorec, que se llamaba Dalila. Los jefes de los filisteos fueron a verla y le dijeron: «Sedúcelo, para que te revele el secreto de su tremenda fuerza y cómo podemos vencerlo, de modo que lo atemos y lo tengamos sometido. Cada uno de nosotros te dará mil cien monedas de plata». Dalila le dijo a Sansón: ―Dime el secreto de tu tremenda fuerza, y cómo se te puede atar y dominar. Sansón le respondió: ―Si se me ata con siete cuerdas de arco que todavía no estén secas, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre. Los jefes de los filisteos le trajeron a ella siete cuerdas de arco que aún no se habían secado, y Dalila lo ató con ellas. Estando unos hombres al acecho en el cuarto, ella le gritó: ―¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti! Pero él rompió las cuerdas como quien rompe un pedazo de cuerda chamuscada. De modo que no se descubrió el secreto de su fuerza. Dalila le dijo a Sansón: ―¡Te burlaste de mí! ¡Me dijiste mentiras! Vamos, dime cómo se te puede atar. ―Si se me ata firmemente con sogas nuevas, sin usar —le dijo él—, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre. Mientras algunos filisteos estaban al acecho en el cuarto, Dalila tomó sogas nuevas y lo ató, y luego le gritó: ―¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti! Pero él rompió las sogas que ataban sus brazos, como quien rompe un hilo. Entonces Dalila le dijo a Sansón: ―¡Hasta ahora te has burlado de mí, y me has dicho mentiras! Dime cómo se te puede atar. ―Si entretejes las siete trenzas de mi cabello con la tela del telar, y aseguras esta con la clavija —respondió él—, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre. Entonces, mientras él dormía, Dalila tomó las siete trenzas de Sansón, las entretejió con la tela y las aseguró con la clavija. Una vez más ella le gritó: «¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!» Sansón despertó de su sueño y arrancó la clavija y el telar, junto con la tela. Entonces ella le dijo: «¿Cómo puedes decir que me amas, si no confías en mí? Ya van tres veces que te burlas de mí, y aún no me has dicho el secreto de tu tremenda fuerza». Como todos los días lo presionaba con sus palabras, y lo acosaba hasta hacerlo sentirse harto de la vida, al fin se lo dijo todo. «Nunca ha pasado navaja sobre mi cabeza —le explicó—, porque soy nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer. Si se me afeitara la cabeza, perdería mi fuerza, y llegaría a ser tan débil como cualquier otro hombre». Cuando Dalila se dio cuenta de que esta vez le había confiado todo, mandó llamar a los jefes de los filisteos, y les dijo: «Volved una vez más, que él me lo ha confiado todo». Entonces los gobernantes de los filisteos regresaron a ella con la plata que le habían ofrecido. Después de hacerlo dormir sobre sus rodillas, ella llamó a un hombre para que le cortara las siete trenzas de su cabello. Así comenzó a dominarlo. Y su fuerza lo abandonó. Luego ella gritó: «¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!» Sansón despertó de su sueño y pensó: «Me escaparé como las otras veces, y me los quitaré de encima». Pero no sabía que el SEÑOR lo había abandonado.

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