JUAN 11:7-54
JUAN 11:7-54 Reina Valera 2020 (RV2020)
Pasado este tiempo, dijo a los discípulos: —Vamos otra vez a Judea. Los discípulos exclamaron: —Rabí, hace poco los judíos intentaban apedrearte, ¿y otra vez vas allá? Respondió Jesús: —¿No tiene el día doce horas? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; mas el que anda de noche tropieza, porque no hay luz en él. Dicho esto, agregó: —Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarle. Respondieron entonces sus discípulos: —Señor, si se ha dormido, quiere decir que se recuperará. Ellos creían que Jesús se refería al sueño natural, pero él estaba hablando de la muerte de Lázaro. Entonces les dijo claramente: —Lázaro ha muerto y me alegro por vosotros de que yo no haya estado allí para que creáis. Vayamos a verle. Entonces Tomás, apodado «el Mellizo», dijo a los a los otros discípulos: —Vamos también nosotros para morir con él. Cuando llegó Jesús se encontró con que Lázaro había sido sepultado hacía ya cuatro días. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a dos kilómetros y medio, y muchos de los judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por la muerte de su hermano. Marta, cuando oyó que Jesús llegaba, salió a su encuentro. María, en cambio, se quedó en casa. Marta dijo a Jesús: —Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le contestó: —Tu hermano resucitará. Marta repuso: —Yo sé que se levantará en la resurrección, en el día final. Replicó Jesús: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Crees esto? Respondió: —Sí, Señor. Yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo. Tras declarar esto, fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en secreto: —El Maestro está aquí y pregunta por ti. María, cuando lo oyó, se levantó rápidamente y salió a su encuentro. Jesús aún no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar en que Marta se había encontrado con él. Los judíos que se encontraban en casa consolándola, viendo que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron pensando que iría a la tumba para llorar allí. María llegó al lugar donde estaba Jesús y al verle se arrojó a sus pies y le dijo: —Señor, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano. Jesús entonces, viendo llorar a María y a los judíos que la acompañaban, se sintió hondamente conmovido y, con su espíritu turbado, le preguntó: —¿Dónde le habéis puesto? Le respondieron: —Ven a verlo, Señor. Jesús lloró. Los judíos entonces decían: —¡Mirad cuánto le amaba! Y algunos de ellos se preguntaban: —Quien dio vista al ciego ¿no podía haber evitado también la muerte de Lázaro? Jesús, de nuevo profundamente conmovido, se acercó al sepulcro. Era una cueva, y la entrada estaba tapada con una piedra. Dijo Jesús: —Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le advirtió: —Señor, tiene que oler ya, pues lleva cuatro días sepultado. Jesús le contestó: —¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Quitaron la piedra del sepulcro y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: —Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero he dicho esto por la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y a continuación clamó a gran voz: —¡Lázaro, sal afuera! Y el que había muerto salió con las manos y los pies atados con vendas y con el rostro envuelto en un sudario. Jesús ordenó: —Desatadlo y dejadlo andar. Muchos de los judíos que habían acompañado a María y vieron lo que Jesús había hecho creyeron en él. Sin embargo, algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el Concilio y dijeron: —¿Qué haremos? Este hombre hace muchas señales. Si no actuamos, todos creerán en él e intervendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Entonces, Caifás, perteneciente al Consejo y sumo sacerdote aquel año, les dijo: —Ignorantes, ¿no os dais cuenta de que es preferible que muera uno solo por el pueblo a que toda la nación sea destruida? En realidad, Caifás no hizo esta propuesta por su propia cuenta, sino que, como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación. Y no solamente por la nación judía, sino también para congregar en un solo pueblo a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de aquel momento acordaron matarlo. Por eso Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se fue de Judea a una ciudad llamada Efraín, situada en la región contigua al desierto. En ella se quedó con sus discípulos.
JUAN 11:7-54 La Palabra (versión española) (BLP)
Pasado este tiempo, dijo a sus discípulos: —Vamos otra vez a Judea. Los discípulos exclamaron: —Maestro, hace bien poco que los judíos intentaron apedrearte; ¿cómo es posible que quieras volver allá? Jesús respondió: —¿No es cierto que es de día durante doce horas? Si uno camina mientras es de día, no tropezará porque la luz de este mundo ilumina su camino. En cambio, si uno anda de noche, tropezará ya que le falta la luz. Y añadió: —Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero yo voy a despertarlo. Los discípulos comentaron: —Señor, si se ha dormido, quiere decir que se recuperará. Creían ellos que Jesús se refería al sueño natural, pero él hablaba de la muerte de Lázaro. Entonces Jesús se expresó claramente: —Lázaro ha muerto. Y me alegro por vosotros de no haber estado allí, porque así tendréis un motivo más para creer. Vamos, pues, allá. Tomás, apodado «el Mellizo», dijo a los otros discípulos: —¡Vamos también nosotros y muramos con él! A su llegada, Jesús se encontró con que Lázaro había sido sepultado hacía ya cuatro días. Como Betania está muy cerca de Jerusalén —unos dos kilómetros y medio—, muchos judíos habían ido a visitar a Marta y a María para darles el pésame por la muerte de su hermano. En cuanto Marta se enteró de que Jesús llegaba, le salió al encuentro. María, por su parte, se quedó en casa. Marta dijo a Jesús: —Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun así, yo sé que todo lo que pidas a Dios, él te lo concederá. Jesús le contestó: —Tu hermano resucitará. Marta replicó: —Sé muy bien que volverá a la vida al fin de los tiempos, cuando tenga lugar la resurrección de los muertos. Jesús entonces le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno de los que viven y tienen fe en mí morirá para siempre. ¿Crees esto? Marta contestó: —Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que había de venir al mundo. Dicho esto, Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: —El Maestro está aquí y pregunta por ti. María se levantó rápidamente y salió al encuentro de Jesús, que no había entrado todavía en el pueblo, sino que estaba aún en el lugar en que Marta se había encontrado con él. Los judíos que estaban en casa con María, consolándola, al ver que se levantaba y salía muy deprisa, la siguieron, pensando que iría a la tumba de su hermano para llorar allí. Cuando María llegó al lugar donde estaba Jesús y lo vio, se arrojó a sus pies y exclamó: —Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Jesús, al verla llorar a ella y a los judíos que la acompañaban, lanzó un suspiro y, profundamente emocionado, preguntó: —¿Dónde lo habéis sepultado? Ellos contestaron: —Ven a verlo, Señor. Jesús se echó a llorar, y los judíos allí presentes comentaban: —Bien se ve que lo quería de verdad. Pero algunos dijeron: —Y este, que dio vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para evitar la muerte de su amigo? Jesús, de nuevo profundamente emocionado, se acercó a la tumba. Era una cueva cuya entrada estaba tapada con una piedra. Jesús les ordenó: —Quitad la piedra. Marta, la hermana del difunto, le advirtió: —Señor, tiene que oler ya, pues lleva sepultado cuatro días. Jesús le contestó: —¿No te he dicho que, si tienes fe, verás la gloria de Dios? Quitaron, pues, la piedra y Jesús, mirando al cielo, exclamó: —Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que me escuchas siempre; si me expreso así, es por los que están aquí, para que crean que tú me has enviado. Dicho esto, exclamó con voz potente: —¡Lázaro, sal afuera! Y salió el muerto con las manos y los pies ligados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: —Quitadle las vendas y dejadlo andar. Al ver lo que había hecho Jesús, muchos de los judíos que habían ido a visitar a María creyeron en él. Otros, sin embargo, fueron a contar a los fariseos lo que Jesús acababa de hacer. Entonces, los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión urgente del Consejo Supremo donde acordaron: —Es necesario tomar alguna medida ya que este hombre está haciendo muchas cosas sorprendentes. Si dejamos que continúe así, todo el mundo va a creer en él, con lo que las autoridades romanas tendrán que intervenir y destruirán nuestro Templo y nuestra nación. Uno de ellos llamado Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, se explicó así: —Si fuerais perspicaces, os daríais cuenta de que es preferible que muera un solo hombre por el pueblo a que toda la nación sea destruida. En realidad, Caifás no hizo esta propuesta por su propia cuenta, sino que, por ocupar el cargo de sumo sacerdote aquel año, anunció en nombre de Dios que Jesús iba a morir por la nación. Y no solamente por la nación judía, sino para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que se hallaban dispersos. A partir de aquel momento, tomaron el acuerdo de dar muerte a Jesús. Por este motivo, Jesús dejó de andar públicamente entre los judíos. Abandonó la región de Judea y se encaminó a un pueblo llamado Efraín, cercano al desierto. Allí se quedó con sus discípulos durante algún tiempo.
JUAN 11:7-54 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Después dijo a sus discípulos: ―Volvamos a Judea. ―Rabí —objetaron ellos—, hace muy poco los judíos intentaron apedrearte, ¿y todavía quieres volver allá? ―¿Acaso no tiene el día doce horas? —respondió Jesús—. El que anda de día no tropieza, porque tiene la luz de este mundo. Pero el que anda de noche sí tropieza, porque no tiene luz. Dicho esto, añadió: ―Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo. ―Señor —respondieron sus discípulos—, si duerme, es que va a recuperarse. Jesús les hablaba de la muerte de Lázaro, pero sus discípulos pensaron que se refería al sueño natural. Por eso les dijo claramente: ―Lázaro ha muerto, y por causa vuestra me alegro de no haber estado allí, para que creáis. Pero vamos a verlo. Entonces Tomás, apodado el Gemelo, dijo a los otros discípulos: ―Vayamos también nosotros, para morir con él. A su llegada, Jesús se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a tres kilómetros de distancia, y muchos judíos habían ido a casa de Marta y de María, a darles el pésame por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús llegaba, fue a su encuentro; pero María se quedó en la casa. ―Señor —dijo Marta a Jesús—, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora Dios te dará todo lo que le pidas. ―Tu hermano resucitará —le dijo Jesús. ―Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final —respondió Marta. Entonces Jesús le dijo: ―Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto? ―Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo. Dicho esto, Marta regresó a la casa y, llamando a su hermana María, le dijo en privado: ―El Maestro está aquí y te llama. Cuando María oyó esto, se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús aún no había entrado en el pueblo, sino que todavía estaba en el lugar donde Marta se había encontrado con él. Los judíos que habían estado con María en la casa, dándole el pésame, al ver que se había levantado y había salido de prisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar. Cuando María llegó adonde estaba Jesús y lo vio, se arrojó a sus pies y le dijo: ―Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado, Jesús se turbó y se conmovió profundamente. ―¿Dónde lo habéis puesto? —preguntó. ―Ven a verlo, Señor —le respondieron. Jesús lloró. ―¡Mirad cuánto lo quería! —dijeron los judíos. Pero algunos de ellos comentaban: ―Este, que abrió los ojos al ciego, ¿no podría haber impedido que Lázaro muriera? Conmovido una vez más, Jesús se acercó al sepulcro. Era una cueva cuya entrada estaba tapada con una piedra. ―Quitad la piedra —ordenó Jesús. Marta, la hermana del difunto, objetó: ―Señor, ya debe de oler mal, pues lleva cuatro días allí. ―¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios? —contestó Jesús. Entonces quitaron la piedra. Jesús, alzando la vista, dijo: ―Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Ya sabía yo que siempre me escuchas, pero lo dije por la gente que está aquí presente, para que crean que tú me enviaste. Dicho esto, gritó con todas sus fuerzas: ―¡Lázaro, sal fuera! El muerto salió, con vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario. ―Quitadle las vendas y dejad que se vaya —les dijo Jesús. Muchos de los judíos que habían ido a ver a María y que habían presenciado lo hecho por Jesús creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión del Consejo. ―¿Qué vamos a hacer? —dijeron—. Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación. Uno de ellos, llamado Caifás, que ese año era el sumo sacerdote, les dijo: ―¡No sabéis nada en absoluto! No entendéis que os conviene más que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda la nación. Pero esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote ese año, profetizó que Jesús moriría por la nación judía, y no solo por esa nación, sino también por los hijos de Dios que estaban dispersos, para congregarlos y unificarlos. Así que desde ese día convinieron en quitarle la vida. Por eso Jesús ya no andaba en público entre los judíos. Se retiró más bien a una región cercana al desierto, a un pueblo llamado Efraín, donde se quedó con sus discípulos.
JUAN 11:7-54 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Después dijo a sus discípulos: –Vamos otra vez a Judea. Los discípulos le contestaron: –Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá? Jesús les dijo: –¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues bien, si uno anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche tropieza, porque le falta la luz. Después añadió: –Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarle. Los discípulos le dijeron: –Señor, si se ha dormido es señal de que va a sanar. Pero lo que Jesús decía era que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se había referido al sueño natural. Entonces Jesús les habló claramente: –Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para vosotros, para que creáis. Pero vayamos a verle. Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos: –Vayamos también nosotros, para morir con él. Jesús, al llegar, se encontró con que ya hacía cuatro días que habían sepultado a Lázaro. Betania estaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros, y muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María, para consolarlas por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirle; pero María se quedó en la casa. Marta dijo a Jesús: –Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun ahora yo sé que Dios te dará cuanto le pidas. Jesús le contestó: –Tu hermano volverá a vivir. Marta le dijo: –Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último. Jesús le dijo entonces: –Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno que esté vivo y crea en mí morirá jamás. ¿Crees esto? Ella le dijo: –Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Después de esto, Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo en secreto: –El Maestro está aquí y te llama. En cuanto María lo oyó, se levantó y fue a ver a Jesús; pero Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que permanecía en el lugar donde Marta había ido a encontrarle. Al ver que María se levantaba y salía de prisa, los judíos que habían ido a consolarla a la casa, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar. Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies, diciendo: –Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se sintió profundamente triste y conmovido, y les preguntó: –¿Dónde lo habéis sepultado? Le dijeron: –Señor, ven a verlo. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: –¡Mirad cuánto le quería! Pero algunos decían: –Este, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriese? Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó al sepulcro. Era una cueva que tenía la entrada tapada con una piedra. Jesús dijo: –Quitad la piedra. Marta, la hermana del muerto, le dijo: –Señor, seguramente huele mal, porque hace cuatro días que murió. Jesús le contestó: –¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo: –Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero digo esto por el bien de los que están aquí, para que crean que tú me has enviado. Habiendo hablado así, gritó con voz fuerte: –¡Lázaro, sal de ahí! Y el muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas y envuelta la cara en un lienzo. Jesús les dijo: –Desatadlo y dejadle ir. Al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María. Pero algunos fueron a contar a los fariseos lo hecho por Jesús. Entonces los fariseos y los jefes de los sacerdotes, reunidos con la Junta Suprema, dijeron: –¿Qué haremos? Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si le dejamos seguir así, todos van a creer en él, y las autoridades romanas vendrán y destruirán nuestro templo y nuestra nación. Pero uno de ellos llamado Caifás, sumo sacerdote aquel año, les dijo: –Vosotros no sabéis nada. No os dais cuenta de que es mejor para vosotros que muera un solo hombre por el pueblo y no que toda la nación sea destruida. Pero Caifás no habló así por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, dijo proféticamente que Jesús había de morir por la nación judía, y no solo por esta nación, sino también para reunir a todos los hijos de Dios que se hallaban dispersos. Desde aquel día, las autoridades judías tomaron la decisión de matar a Jesús. Por eso, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se marchó de la región de Judea a un lugar cercano al desierto, a un pueblo llamado Efraín. Allí se quedó con sus discípulos.