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JUAN 18:1-17

JUAN 18:1-17 La Palabra (versión española) (BLP)

Dicho esto, salió Jesús acompañado de sus discípulos, pasaron al otro lado del torrente Cedrón y entraron en un huerto. Este lugar era bien conocido de Judas, el traidor, ya que Jesús acudía frecuentemente a él con sus discípulos. Así pues, Judas tomó consigo un destacamento de soldados y guardias puestos a su disposición por los jefes de los sacerdotes y los fariseos, y se dirigió a aquel lugar. Además de las armas, llevaban antorchas y faroles. Jesús, que sabía perfectamente todo lo que iba a sucederle, salió a su encuentro y les preguntó: —¿A quién buscáis? Ellos le contestaron: —A Jesús de Nazaret. Jesús les dijo: —Yo soy. Judas, el traidor, estaba con ellos. Al decirles Jesús: «Yo soy», se echaron atrás y cayeron en tierra. Jesús les preguntó otra vez: —¿A quién buscáis? Ellos repitieron: —A Jesús de Nazaret. Jesús les dijo: —Ya os he dicho que soy yo. Por tanto, si me buscáis a mí, dejad que estos se vayan. (Así se cumplió lo que él mismo había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste»). Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella a un criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. (Este criado se llamaba Malco). Pero Jesús dijo a Pedro: —Envaina la espada. ¿Es que no he de beber esta copa de amargura que el Padre me ha destinado? La tropa, con su comandante al frente, y los guardias judíos arrestaron a Jesús y lo maniataron. Llevaron primero a Jesús a casa de Anás, que era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año. (Este Caifás era el que había dado a los judíos aquel consejo: «Es conveniente que muera un solo hombre por el pueblo»). Simón Pedro y otro discípulo se fueron detrás de Jesús. Este discípulo, que era conocido del sumo sacerdote, entró al mismo tiempo que Jesús en la mansión del sumo sacerdote. Pedro, en cambio, tuvo que quedarse afuera, a la puerta, hasta que salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera y consiguió que lo dejaran entrar. Pero la criada que hacía de portera se fijó en Pedro y le preguntó: —¿No eres tú de los discípulos de ese hombre? Pedro contestó: —No, no lo soy.

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JUAN 18:1-17 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Cuando Jesús terminó de orar, salió con sus discípulos y cruzó el arroyo de Cedrón. Al otro lado había un huerto en el que entró con sus discípulos. También Judas, el que lo traicionaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos. Así que Judas llegó al huerto, a la cabeza de un destacamento de soldados y guardias de los jefes de los sacerdotes y de los fariseos. Llevaban antorchas, lámparas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, les salió al encuentro. ―¿A quién buscáis? —les preguntó. ―A Jesús de Nazaret —contestaron. ―Yo soy. Judas, el traidor, estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Yo soy», dieron un paso atrás y se desplomaron. ―¿A quién buscáis? —volvió a preguntarles Jesús. ―A Jesús de Nazaret —repitieron. ―Ya os dije que yo soy. Si es a mí a quien buscáis, dejad que estos se vayan. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho: «De los que me diste ninguno se perdió». Simón Pedro, que tenía una espada, la desenfundó e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. (El siervo se llamaba Malco). ―¡Devuelve esa espada a su funda! —ordenó Jesús a Pedro—. ¿Acaso no he de beber el trago amargo que el Padre me da a beber? Entonces los soldados, su comandante y los guardias de los judíos arrestaron a Jesús. Lo ataron y lo llevaron primeramente a Anás, que era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos que era preferible que muriera un solo hombre por el pueblo. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Y, como el otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, entró en el patio del sumo sacerdote con Jesús; Pedro, en cambio, tuvo que quedarse fuera, junto a la puerta. El discípulo conocido del sumo sacerdote volvió entonces a salir, habló con la portera de turno y consiguió que Pedro entrara. ―¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre? —le preguntó la portera. ―No lo soy —respondió Pedro.

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JUAN 18:1-17 Reina Valera 2020 (RV2020)

Dichas estas cosas, Jesús salió con sus discípulos y pasó al otro lado del torrente Cedrón. Había allí un huerto y entraron en él. Judas, el que lo iba a entregar, también conocía aquel lugar porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos. Así, pues, Judas, habiendo tomado una compañía de soldados y guardias de los principales sacerdotes y de los fariseos, se dirigió a ese lugar con linternas, antorchas y armas. Pero Jesús, que sabía todo lo que iba a sucederle, salió a su encuentro y les preguntó: —¿A quién buscáis? Le repitieron: —A Jesús nazareno. Jesús les dijo: —Yo soy. Con ellos estaba también Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles Jesús: «Yo soy», ellos retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les preguntó otra vez: —¿A quién buscáis? Ellos respondieron: —A Jesús nazareno. Jesús les dijo: —Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad que estos se vayan. Así se cumplía lo que había dicho: «De los que me diste, no perdí ninguno». Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús entonces le dijo a Pedro: —Envaina tu espada. ¿No he de beber la copa que el Padre me ha dado a beber? La compañía de soldados, el comandante y los guardias de los judíos arrestaron a Jesús. Lo ataron y lo llevaron primeramente ante Anás, que era el suegro de Caifás, y este, sumo sacerdote aquel año. Este Caifás fue el que había dado a los judíos aquel consejo: «Es conveniente que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo, como era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús al patio del sumo sacerdote, Pedro se quedó afuera, a la puerta, hasta que salió el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, quien habló con la portera, e hizo entrar también a Pedro. Y entonces la criada que hacía de portera le preguntó: —¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Pedro respondió: —¡No lo soy!

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JUAN 18:1-17 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Después de decir estas cosas, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del arroyo de Cedrón, donde había un huerto en el que entró Jesús con ellos. También Judas, el que le traicionaba, conocía el lugar, porque muchas veces se había reunido allí Jesús con sus discípulos. Así que Judas se presentó con una tropa de soldados y con algunos guardias del templo enviados por los jefes de los sacerdotes y por los fariseos. Iban armados y llevaban lámparas y antorchas. Pero como Jesús ya sabía todo lo que había de pasarle, salió a su encuentro y les preguntó: –¿A quién buscáis? –A Jesús de Nazaret –le contestaron. Dijo Jesús: –Yo soy. Judas, el que le traicionaba, estaba también allí con ellos. Cuando Jesús les dijo: “Yo soy”, se echaron atrás y cayeron al suelo. Jesús volvió a preguntarles: –¿A quién buscáis? Repitieron: –A Jesús de Nazaret. Jesús les dijo: –Ya os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad que los demás se vayan. Esto sucedió para que se cumpliese lo que Jesús mismo había dicho: “Padre, de los que me confiaste, ninguno se perdió.” Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó y le cortó la oreja derecha a uno llamado Malco, criado del sumo sacerdote. Jesús dijo a Pedro: –Vuelve la espada a su lugar. Si el Padre me da a beber esta copa amarga, ¿acaso no habré de beberla? Los soldados de la tropa, con su comandante y los guardias judíos del templo, arrestaron a Jesús y lo ataron. Le llevaron primero a casa de Anás, porque este era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año. Este Caifás era el mismo que había dicho a los judíos: “Es mejor que un solo hombre muera por el pueblo.” Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. El otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, de modo que entró con Jesús en la casa; pero Pedro se quedó fuera, a la puerta. Por eso, el discípulo conocido del sumo sacerdote salió y habló con la portera, e hizo entrar a Pedro. La portera preguntó a Pedro: –¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro contestó: –No, no lo soy.

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