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JUAN 8:12-59

JUAN 8:12-59 La Palabra (versión española) (BLP)

Jesús se dirigió de nuevo a los judíos y les dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Los fariseos le replicaron: —Estás declarando como testigo en tu propia causa; por tanto, tu testimonio carece de valor. Jesús les contestó: —Aun cuando yo testifique a mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y adónde voy. Vosotros, en cambio, no sabéis ni de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis con criterios mundanos. Yo no quiero juzgar a nadie y, cuando lo hago, mi juicio es válido, porque no estoy yo solo; conmigo está el Padre que me envió. En vuestra ley está escrito que el testimonio coincidente de dos testigos es válido. Pues bien, a mi testimonio se une el que da a mi favor el Padre que me envió. Ellos le preguntaron: —¿Dónde está tu padre? Contestó Jesús: —Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Jesús hizo estas manifestaciones cuando estaba enseñando en el Templo, en el lugar donde se encontraban los cofres de las ofrendas. Pero nadie se atrevió a echarle mano porque todavía no había llegado su hora. Jesús volvió a decirles: —Yo me voy. Me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado; y adonde yo voy, vosotros no podéis ir. Los judíos comentaban entre sí: —¿Pensará suicidarse, y por eso dice: «Adonde yo voy vosotros no podéis ir»? Jesús aclaró: —Vosotros pertenecéis a este mundo de abajo; yo pertenezco al de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no. Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados. Porque si no creéis que «yo soy», moriréis en vuestros pecados. Los judíos le preguntaron entonces: —Pero ¿quién eres tú? Jesús les respondió: —¿No es eso lo que os vengo diciendo desde el principio? Tengo muchas cosas que decir de vosotros, y muchas que condenar. Pero lo que digo al mundo es lo que oí al que me envió, y él dice la verdad. Ellos no cayeron en la cuenta de que les estaba hablando del Padre; así que Jesús añadió: —Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces reconoceréis que «yo soy» y que no hago nada por mi propia cuenta; lo que aprendí del Padre, eso enseño. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada. Al oírlo hablar así, muchos creyeron en él. Dirigiéndose a los judíos que habían creído en él, dijo Jesús: —Si os mantenéis fieles a mi mensaje, seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Ellos le replicaron: —Nosotros somos descendientes de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie; ¿qué significa eso de que «seremos libres»? —Yo os aseguro —les contestó Jesús— que todo el que comete pecado es esclavo del pecado. Y el esclavo no forma parte de la familia de modo permanente; el hijo, por el contrario, es siempre miembro de la familia. Por eso, si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres. Ya sé que sois descendientes de Abrahán. Sin embargo, queréis matarme porque mi mensaje no os entra en la cabeza. Yo hablo de lo que he contemplado estando con el Padre; vosotros, en cambio, hacéis lo que habéis aprendido de vuestro padre. Ellos replicaron: —Nuestro padre es Abrahán. Jesús les contestó: —Si fueseis de verdad hijos de Abrahán, haríais lo que él hizo. Pero vosotros queréis matarme porque os he dicho la verdad que aprendí de Dios mismo. No fue eso lo que hizo Abrahán. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Ellos le contestaron: —Nosotros no somos hijos ilegítimos. Nuestro padre es únicamente Dios. Jesús les dijo: —Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he venido de Dios y aquí estoy. No he venido por mi propia cuenta, sino que él me ha enviado. Si no entendéis lo que yo digo, es porque no queréis aceptar mi mensaje. Vuestro padre es el diablo e intentáis complacerle en sus deseos. Él fue un asesino desde el principio y no se mantuvo en la verdad. Por eso no tiene nada que ver con la verdad. Cuando miente, habla de lo que tiene dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. Por eso, no me creéis a mí que digo la verdad. ¿Quién de vosotros sería capaz de demostrar que yo he cometido pecado? Pues bien, si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios acepta las palabras de Dios; pero como vosotros no sois hijos de Dios, por eso no las aceptáis. Los judíos le contestaron: —Con razón decimos nosotros que eres samaritano y que tienes un demonio dentro. Jesús respondió: —Yo no tengo ningún demonio; lo que hago es honrar a mi Padre; vosotros, en cambio, me deshonráis a mí. Yo no vivo preocupado por mi propio honor. Hay uno que se preocupa de eso, y a él le corresponde juzgar. Os aseguro que el que acepta mi mensaje, jamás morirá. Al oír esto, los judíos le dijeron: —Ahora estamos seguros de que estás endemoniado. Abrahán murió, los profetas murieron, ¿y tú dices que quien acepta tu mensaje jamás morirá? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abrahán? Tanto él como los profetas murieron. ¿Por quién te tienes tú? Jesús respondió: —Si yo me alabara a mí mismo, mi alabanza carecería de valor. Pero el que me alaba es mi Padre; el mismo de quien vosotros decís que es vuestro Dios. En realidad no lo conocéis; yo, en cambio, lo conozco, y si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como vosotros. Pero yo lo conozco y cumplo sus mandatos. Abrahán, vuestro padre, se alegró con la esperanza de ver mi día; lo vio y se alegró. Los judíos le replicaron: —¿De modo que tú, que aún no tienes cincuenta años, has visto a Abrahán? Jesús les respondió: —Os aseguro que antes de que Abrahán naciera, existo yo. Intentaron, entonces, apedrearlo; pero Jesús se escondió y salió del Templo.

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JUAN 8:12-59 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Jesús se dirigió otra vez a la gente, diciendo: –Yo soy la luz del mundo. El que me siga tendrá la luz que le da vida y nunca andará en oscuridad. Los fariseos le dijeron: –Tú estás dando testimonio a favor tuyo; ese testimonio no tiene valor. Jesús les contestó: –Mi testimonio sí tiene valor, aunque lo dé yo mismo a mi favor, pues yo sé de dónde procedo y a dónde voy. En cambio, vosotros no lo sabéis. Vosotros juzgáis según los criterios humanos. Yo no juzgo a nadie; y si juzgo, mi juicio es conforme a la verdad, porque no juzgo yo solo, sino que el Padre, que me envió, juzga conmigo. En vuestra ley está escrito que cuando dos testigos dicen lo mismo, su testimonio es válido. Pues bien, yo mismo soy un testigo a mi favor, y el Padre, que me envió, es el otro testigo. Le preguntaron: –¿Dónde está tu Padre? Jesús les contestó: –Vosotros no me conocéis, ni tampoco a mi Padre; si me conocierais, conoceríais también a mi Padre. Jesús dijo estas cosas mientras enseñaba en el templo, en el lugar donde estaban las arcas de las ofrendas. Pero nadie le apresó, porque todavía no había llegado su hora. Jesús les volvió a decir: –Yo me voy, y vosotros me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. A donde yo voy vosotros no podéis ir. Los judíos decían: –¿Acaso estará pensando en matarse y por eso dice que no podemos ir a donde él va? Jesús añadió: –Vosotros sois de aquí abajo, pero yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, pero yo no soy de este mundo. Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados: porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados. Entonces le preguntaron: –¿Quién eres tú? Jesús les respondió: –En primer lugar, ¿por qué he de hablar con vosotros? Tengo mucho que decir y juzgar de vosotros; pero el que me ha enviado dice la verdad, y lo que yo digo al mundo es lo mismo que le he oído decir a él. Pero ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Por eso les dijo: –Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, reconoceréis que yo soy y que no hago nada por mi propia cuenta. Solamente digo lo que el Padre me ha enseñado. El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que le agrada. Al decir Jesús estas cosas, muchos creyeron en él. Jesús dijo a los judíos que habían creído en él: –Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Ellos le contestaron: –Nosotros somos descendientes de Abraham y nunca fuimos esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú que seremos libres? Jesús les dijo: –Os aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. Un esclavo no pertenece para siempre a la familia, pero un hijo sí pertenece a ella para siempre. Así que, si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres. Ya sé que sois descendientes de Abraham, pero queréis matarme porque no aceptáis mi palabra. Yo hablo de lo que el Padre me ha mostrado, y vosotros hacéis lo que vuestro padre os ha dicho. Dijeron ellos: –¡Nuestro padre es Abraham! Pero Jesús les respondió: –Si de veras fuerais hijos de Abraham, haríais lo que él hizo. Pero a mí, que os digo la verdad que Dios me ha enseñado, queréis matarme. ¡Y eso nunca lo hizo Abraham! Vosotros hacéis lo mismo que vuestro padre. Dijeron: –¡Nosotros no somos unos bastardos! ¡Nuestro único padre es Dios! Jesús les contestó: –Si Dios fuese de veras vuestro padre, me amaríais, porque yo, que estoy aquí, vengo de Dios. No he venido por mi propia cuenta, sino que Dios me ha enviado. ¿Por qué no podéis entender mi mensaje? Porque no queréis escuchar mi palabra. Vuestro padre es el diablo: vosotros le pertenecéis, y tratáis de hacer lo que él quiere. Desde el principio, el diablo ha sido un asesino; jamás se ha basado en la verdad, porque la verdad no está en él. Cuando miente, habla como lo que es: mentiroso y padre de la mentira. En cambio a mí, que digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros puede demostrar que he cometido pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios escucha las palabras de Dios, pero vosotros no queréis escuchar porque no sois de Dios. Los judíos dijeron a Jesús: –Tenemos razón cuando afirmamos que eres un samaritano y que tienes un demonio. Jesús les contestó: –No tengo ningún demonio. Lo que hago es honrar a mi Padre. Vosotros, en cambio, me deshonráis. Yo no quiero que me honréis, pero hay uno que quiere que se me honre, y él juzga. Os aseguro que quien hace caso a mi palabra no morirá. Los judíos le dijeron: –Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham y todos los profetas murieron, y tú dices: ‘Quien hace caso a mi palabra no morirá.’ ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abraham? Él murió, y murieron también los profetas. ¿Quién te has creído que eres? Jesús contestó: –Si yo me honrase a mí mismo, mi honra no valdría nada. Pero el que me honra es mi Padre, el mismo que decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis. Yo sí le conozco, y si dijera que no le conozco sería tan mentiroso como vosotros. Pero, ciertamente, le conozco y hago caso a su palabra. Abraham, vuestro antepasado, se alegró porque iba a ver mi día: y lo vio, y se llenó de gozo. Los judíos preguntaron a Jesús: –Si todavía no tienes cincuenta años, ¿cómo dices que has visto a Abraham? Jesús les contestó: –Os aseguro que yo existo desde antes que existiera Abraham. Entonces ellos cogieron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

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JUAN 8:12-59 Reina Valera 2020 (RV2020)

Nuevamente, Jesús les habló en estos términos: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Los fariseos le dijeron: —Tú testificas de ti mismo. Tu testimonio no es válido. Respondió Jesús: —Aunque doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según la carne, mas yo no juzgo a nadie. Y si juzgo, mi juicio es conforme a la verdad, porque yo no estoy solo, sino con el Padre que me envió. Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es válido. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y también da testimonio de mí el Padre que me envió. Ellos le preguntaron: —¿Dónde está tu padre? Respondió Jesús: —Ni me conocéis a mí ni a mi Padre. Si me conocierais a mí, también conoceríais a mi Padre. Jesús pronunció estas palabras en el lugar donde están las ofrendas y mientras enseñaba en el templo. Pero nadie le prendió porque aún no había llegado su hora. De nuevo les dijo Jesús: —Yo me voy y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis. A donde yo voy, vosotros no podéis ir. Se preguntaban entonces los judíos: —¿Acaso pensará matarse?, y por eso dice: «A donde yo voy, vosotros no podéis ir». Y les dijo Jesús: —Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allí arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados. Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. Entonces le preguntaron: —¿Y quién eres tú? Jesús les respondió: —Lo que desde el principio os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros, pero el que me envió a mí es verdadero y lo que le he oído a él es lo que yo digo al mundo. Mas no entendieron que les hablaba del Padre. Así que Jesús añadió: —Cuando levantéis al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy y que no hago nada por mí mismo, sino que hablo de las cosas que me enseñó el Padre, porque el que me envió está conmigo. El Padre no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada. Después de decir estas cosas, muchos creyeron en él. Entonces Jesús se dirigió a los judíos que habían creído en él: —Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Le respondieron: —Somos descendientes de Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú «Seréis libres»? Jesús replicó: —Os aseguro que todo el que comete pecado es esclavo del pecado. Y el esclavo no permanece en la casa para siempre, pero el hijo sí. De manera que si el Hijo os libera seréis verdaderamente libres. Sé que sois descendientes de Abrahán; sin embargo, procuráis matarme porque mi palabra no halla cabida en vosotros. Yo hablo de lo que he visto estando junto al Padre, y vosotros hacéis lo que habéis oído de vuestro padre. Le respondieron: —Nuestro padre es Abrahán. Jesús replicó: —Si fuerais hijos de Abrahán, haríais las obras de Abrahán. Pero ahora procuráis matarme porque os he hablado la verdad que he escuchado de Dios. Esto no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: —¡Nosotros no hemos nacido ilegítimamente! ¡Tenemos un padre: Dios! Jesús entonces replicó: —Si vuestro padre fuera Dios, me amaríais, porque yo he salido y he venido de Dios: no he venido por mí mismo. Él me envió. ¿Por qué no entendéis mi discurso? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vuestro padre es el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando miente, de sí mismo habla, pues es mentiroso y padre de mentira. Pero a mí, que digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros puede reprocharme haber pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios escucha las palabras de Dios, pero vosotros no las escucháis porque no sois de Dios. Respondieron los judíos: —¿No decimos nosotros, y con razón, que tú eres samaritano y que tienes un demonio? Repuso Jesús: —Yo no tengo ningún demonio, sino que honro a mi Padre; sin embargo, vosotros me deshonráis a mí. Yo no busco mi gloria. Hay otro que se ocupa y él es quien juzgará. Os aseguro que quien guarda mi palabra nunca morirá. Los judíos replicaron: —Ahora estamos convencidos de que tienes un demonio. Abrahán murió, los profetas murieron, ¿y tú dices «quien guarda mi palabra jamás morirá». ¿Acaso tú eres mayor que nuestro padre Abrahán, que murió? Y los profetas también murieron. ¿Quién te crees que eres? Respondió Jesús: —Si yo me glorificase a mí mismo, mi gloria nada valdría. Mi Padre es el que me glorifica. Ese de quien decís que es vuestro Dios. Vosotros no le conocéis. Yo sí le conozco. Si dijera que no le conozco, sería mentiroso como vosotros. Le conozco y obedezco su palabra. Abrahán, vuestro padre, se alegró con la esperanza de ver mi día; lo vio y se alegró. Los judíos objetaron: —¿Así que tú, que aún no tienes cincuenta años, has visto a Abrahán? Jesús respondió: —Os aseguro que antes de que Abrahán fuera yo soy. Entonces tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

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JUAN 8:12-59 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Una vez más, Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: ―Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. ―Tú te presentas como tu propio testigo —alegaron los fariseos—, así que tu testimonio no es válido. ―Aunque yo sea mi propio testigo —repuso Jesús—, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy. Pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según criterios humanos; yo, en cambio, no juzgo a nadie. Y, si lo hago, mis juicios son válidos porque no los emito por mi cuenta, sino en unión con el Padre que me envió. En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo soy testigo de mí mismo, y el Padre que me envió también da testimonio de mí. ―¿Dónde está tu padre? ―Si supierais quién soy yo, sabríais también quién es mi Padre. Estas palabras las dijo Jesús en el lugar donde se depositaban las ofrendas, mientras enseñaba en el templo. Pero nadie le echó mano, porque aún no había llegado su tiempo. De nuevo Jesús les dijo: ―Yo me voy, y vosotros me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir. Comentaban, por tanto, los judíos: «¿Acaso piensa suicidarse? ¿Será por eso que dice: “Adonde yo voy, vosotros no podéis ir”?» ―Vosotros sois de aquí abajo —continuó Jesús—; yo soy de allá arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados, pues, si no creéis que yo soy quien afirmo ser, en vuestros pecados moriréis. ―¿Quién eres tú? —le preguntaron. ―En primer lugar, ¿qué tengo que explicaros? —contestó Jesús—. Son muchas las cosas que tengo que decir y juzgar de vosotros. Pero el que me envió es veraz, y lo que le he oído decir es lo mismo que le repito al mundo. Ellos no entendieron que les hablaba de su Padre. Por eso Jesús añadió: ―Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada. Mientras aún hablaba, muchos creyeron en él. Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: ―Si os mantenéis fieles a mis enseñanzas, seréis realmente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. ―Nosotros somos descendientes de Abraham —le contestaron—, y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados? ―Ciertamente os aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —respondió Jesús—. Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. Así que, si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres. Yo sé que sois descendientes de Abraham. Sin embargo, procuráis matarme porque no está en vuestros planes aceptar mi palabra. Yo hablo de lo que he visto en presencia del Padre; así también vosotros, haced lo que habéis escuchado del Padre. ―Nuestro padre es Abraham —replicaron. ―Si fuerais hijos de Abraham, haríais lo mismo que él hizo. Vosotros, en cambio, queréis matarme, ¡a mí, que os he expuesto la verdad que he recibido de parte de Dios! Abraham jamás haría tal cosa. Vuestras obras son como las de vuestro padre. ―Nosotros no somos hijos nacidos de prostitución —le reclamaron—. Un solo Padre tenemos, y es Dios mismo. ―Si Dios fuera vuestro Padre —les contestó Jesús—, vosotros me amaríais, porque yo he venido de Dios y aquí me tenéis. No he venido por mi propia cuenta, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi modo de hablar? Porque no podéis aceptar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre, el diablo, cuyos deseos queréis cumplir. Desde el principio este ha sido un asesino, y no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira! Y sin embargo a mí, que os digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros puede probar que soy culpable de pecado? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios escucha lo que Dios dice. Pero vosotros no escucháis, porque no sois de Dios. ―¿No tenemos razón al decir que eres un samaritano, y que estás endemoniado? —replicaron los judíos. ―No estoy poseído por ningún demonio —contestó Jesús—. Tan solo honro a mi Padre; pero vosotros me deshonráis a mí. Yo no busco mi propia gloria; pero hay uno que la busca, y él es el juez. Ciertamente os aseguro que el que cumple mi palabra nunca morirá. ―¡Ahora estamos convencidos de que estás endemoniado! —exclamaron los judíos—. Abraham murió, y también los profetas, pero tú sales diciendo que, si alguno guarda tu palabra, nunca morirá. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abraham? Él murió, y también murieron los profetas. ¿Quién te crees tú? ―Si yo me glorifico a mí mismo —les respondió Jesús—, mi gloria no significa nada. Pero quien me glorifica es mi Padre, el que vosotros decís que es vuestro Dios, aunque no lo conocéis. Yo, en cambio, sí lo conozco. Si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como vosotros; pero lo conozco y cumplo su palabra. Abraham, vuestro padre, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se alegró. ―Ni a los cincuenta años llegas —le dijeron los judíos—, ¿y has visto a Abraham? ―Ciertamente os aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy! Entonces los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió inadvertido del templo.

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