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JOB 1:1-22

JOB 1:1-22 Reina Valera 2020 (RV2020)

En el país de Uz vivió un hombre llamado Job. Era un hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Su hacienda estaba compuesta de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y muchísimos criados. Era el hombre más importante de todos los orientales. Todos los días sus hijos se turnaban para hacer banquetes en sus casas, e invitaban a sus hermanos para que se les unieran a comer y beber. Una vez terminados los banquetes, Job los hacía venir y los santificaba. Se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos de acuerdo al número de sus hijos. Porque decía: «Quizá habrán pecado mis hijos y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones». Esto mismo hacía cada vez. Un día, acudieron a presentarse delante del Señor los hijos de Dios, y entre ellos vino también Satanás. Preguntó el Señor a Satanás: —¿De dónde vienes? Respondió Satanás al Señor: —De rodear la tierra y andar por ella. El Señor dijo a Satanás: —¿No te has fijado en mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Respondió Satanás al Señor: —¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has rodeado de tu protección, a él y a su casa y a todo lo que tiene? El trabajo de sus manos has bendecido, y por eso sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que posee, y verás si no blasfema contra ti en tu propia cara. Dijo el Señor a Satanás: —Haz lo que quieras con sus cosas, pero no se te ocurra tocarlo a él. Y salió Satanás de delante del Señor. Un día, aconteció que sus hijos e hijas comían y bebían vino en casa de su hermano el primogénito, y vino un mensajero a Job y le dijo: —Estaban arando los bueyes y las asnas pacían cerca de ellos; de pronto, nos asaltaron los sabeos y se los llevaron, y mataron a los criados a filo de espada. Tan solo yo pude escapar, y he venido a darte la noticia. Aún estaba este hablando, cuando vino otro, que dijo: —Fuego de Dios cayó del cielo y quemó ovejas y pastores, y los consumió. Tan solo yo pude escapar, y he venido a darte la noticia. Aún estaba este hablando, cuando vino otro, que dijo: —Tres escuadrones de caldeos arremetieron contra los camellos y se los llevaron, y mataron a los criados a filo de espada. Tan solo yo pude escapar, y he venido a darte la noticia. Entre tanto que este hablaba, vino otro, que dijo: —Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano mayor, cuando un gran viento se levantó del lado del desierto y azotó las cuatro esquinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron. Tan solo yo pude escapar, y he venido a darte la noticia. Entonces, Job se levantó, rasgó su manto y se rasuró la cabeza; luego, postrado en tierra, adoró y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó: ¡Bendito sea el nombre del Señor! En todo esto no pecó Job ni atribuyó a Dios despropósito alguno.

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JOB 1:1-22 La Palabra (versión española) (BLP)

Érase una vez un hombre llamado Job, que vivía en el país de Hus. Era justo, honrado y respetuoso de Dios, y vivía apartado del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Poseía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas burras y muchísimos siervos. Era el más rico de los hombres de Oriente. Sus hijos solían juntarse para comer, cada día en casa de uno, e invitaban a sus tres hermanas. Terminados esos días de fiesta, Job los hacía venir para purificarlos; y de mañana ofrecía un holocausto por cada uno, por si habían pecado maldiciendo a Dios en su interior. Cada vez hacía Job lo mismo. Un día se presentaron ante el Señor los hijos de Dios; también Satán entró con ellos. El Señor preguntó a Satán: —¿De dónde vienes? Satán respondió al Señor: —Vengo de dar vueltas por la tierra; de andar por ella. El Señor añadió: —¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo, honrado y respetuoso de Dios, y vive apartado del mal. Satán contestó al Señor: —¿Y crees que Job respeta a Dios sin motivo? Tú mismo lo has rodeado de seguridad; lo has protegido, junto con su hogar y sus pertenencias: has bendecido sus trabajos, y sus rebaños llenan el país. Pero te apuesto que si extiendes tu mano y dañas sus posesiones, te maldecirá a la cara. El Señor respondió a Satán: —Haz lo que quieras con sus cosas, pero no se te ocurra tocar su persona. Satán abandonó la presencia del Señor. Un día que sus hijos e hijas banqueteaban en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job con la siguiente noticia: —Mientras los bueyes estaban arando y las burras pastando a su lado, cayeron sobre ellos unos sabeos, acuchillaron a los mozos y se llevaron el ganado. Solo yo he podido escapar para contártelo. Aún no había acabado el mensajero de hablar, cuando llegó otro con la siguiente noticia: —Ha caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido a las ovejas y a los pastores. Solo yo he podido escapar para contártelo. Aún no había acabado este de hablar, cuando llegó otro con la siguiente noticia: —Una banda de caldeos, divididos en tres grupos, ha caído sobre los camellos y se los ha llevado, después de acuchillar a los mozos. Solo yo he podido escapar para contártelo. Aún no había acabado este de hablar, cuando llegó otro con la siguiente noticia: —Estaban tus hijos y tus hijas banqueteando en casa del hermano mayor, cuando un huracán que cruzaba el desierto embistió la casa por los cuatro costados; la casa se derrumbó sobre los jóvenes y los mató. Solo yo he podido escapar para contártelo. Job se levantó, se rasgó la ropa, se afeitó la cabeza, se echó por tierra y dijo: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor». A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni maldijo a Dios.

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JOB 1:1-22 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

En la región de Us había un hombre llamado Job, que vivía una vida recta, sin tacha, y que era un fiel servidor de Dios, cuidadoso de no hacer mal a nadie. Job tenía siete hijos y tres hijas, y era dueño de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas asnas. Tenía también un gran número de esclavos. Era el hombre más rico de todo el oriente. Los hijos de Job acostumbraban celebrar banquetes en casa de cada uno de ellos, por turno, y siempre invitaban a sus tres hermanas. Terminados los días del banquete, Job llamaba a sus hijos, y levantándose de mañana ofrecía holocaustos por cada uno de ellos, para purificarlos de su pecado. Esto lo hacía Job siempre, pensando que sus hijos podían haber pecado maldiciendo a Dios en su interior. Un día en que debían presentarse ante el Señor sus servidores celestiales, se presentó también el ángel acusador entre ellos. El Señor le preguntó: –¿De dónde vienes? El acusador respondió: –He andado recorriendo la tierra de un lado a otro. Entonces le dijo el Señor: –¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie en la tierra como él, que me sirva tan fielmente y viva una vida tan recta y sin tacha, cuidando de no hacer mal a nadie. El acusador contestó: –Pues no de balde te sirve con tanta fidelidad. Tú no dejas que nadie le toque, ni a él ni a su familia ni a nada de lo que tiene; bendices todo lo que hace y es el hombre más rico en ganado de todo el país. Pero quítale lo que posee y verás cómo te maldice en la cara. El Señor respondió al acusador: –Está bien. Haz lo que quieras con todas las cosas de Job, con tal que a él mismo no le hagas ningún daño. Entonces el acusador se retiró de la presencia del Señor. Un día, mientras los hijos y las hijas de Job estaban celebrando un banquete en casa del hermano mayor, un hombre llegó a casa de Job y le dio esta noticia: –Mientras arábamos el campo con los bueyes, y las asnas pastaban allí cerca, llegaron de repente los sabeos, robaron el ganado y pasaron a cuchillo a los hombres. Tan solo yo pude escapar para venir a avisarte. No había terminado de hablar este hombre, cuando llegó otro y dijo: –Cayó un rayo y mató a los pastores y las ovejas. Tan solo yo pude escapar para venir a avisarte. No había terminado de hablar este hombre, cuando llegó un tercero y dijo: –Tres grupos de caldeos nos atacaron, robaron los camellos y pasaron a cuchillo a los hombres. Tan solo yo pude escapar para venir a avisarte. No había terminado de hablar este hombre, cuando llegó uno más y dijo: –Tus hijos y tus hijas estaban celebrando un banquete en la casa de tu hijo mayor, cuando de pronto se levantó un viento del desierto que sacudió la casa por los cuatro costados, derribándola sobre tus hijos. Todos ellos murieron. Tan solo yo pude escapar para venir a avisarte. Entonces Job se levantó, y lleno de dolor se rasgó la ropa, se rapó la cabeza y se inclinó en actitud de adoración. Dijo: –Desnudo vine a este mundo y desnudo saldré de él. El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor! Así pues, a pesar de todo, Job no pecó ni dijo nada malo contra Dios.

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JOB 1:1-22 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

En la región de Uz había un hombre recto e intachable, que temía a Dios y vivía apartado del mal. Este hombre se llamaba Job. Tenía siete hijos y tres hijas; era dueño de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas asnas, y su servidumbre era muy numerosa. Entre todos los habitantes del oriente era el personaje de mayor renombre. Sus hijos acostumbraban a turnarse para celebrar banquetes en sus respectivas casas, e invitaban a sus tres hermanas a comer y beber con ellos. Una vez terminado el ciclo de los banquetes, Job se aseguraba de que sus hijos se purificaran. Muy de mañana ofrecía un holocausto por cada uno de ellos, pues pensaba: «Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido en su corazón a Dios». Para Job esta era una costumbre cotidiana. Llegó el día en que los ángeles debían hacer acto de presencia ante el SEÑOR, y con ellos se presentó también Satanás. Y el SEÑOR le preguntó: ―¿De dónde vienes? ―Vengo de rondar la tierra, y de recorrerla de un extremo a otro —le respondió Satanás. ―¿Te has puesto a pensar en mi siervo Job? —volvió a preguntarle el SEÑOR—. No hay en la tierra nadie como él; es un hombre recto e intachable, que me honra y vive apartado del mal. Satanás replicó: ―¿Y acaso Job te honra sin recibir nada a cambio? ¿Acaso no están bajo tu protección él y su familia y todas sus posesiones? De tal modo has bendecido la obra de sus manos que sus rebaños y ganados llenan toda la tierra. Pero extiende la mano y quítale todo lo que posee, ¡a ver si no te maldice en tu propia cara! ―Muy bien —le contestó el SEÑOR—. Todas sus posesiones están en tus manos, con la condición de que a él no le pongas la mano encima. Dicho esto, Satanás se retiró de la presencia del SEÑOR. Llegó el día en que los hijos y las hijas de Job celebraban un banquete en casa de su hermano mayor. Entonces un mensajero llegó y le dijo a Job: «Mientras los bueyes araban y los asnos pastaban por allí cerca, nos atacaron los de Sabá y se los llevaron. A los criados los mataron a filo de espada. ¡Solo yo pude escapar, y ahora vengo a contártelo!» No había terminado de hablar este mensajero cuando llegó otro y dijo: «Del cielo cayó un rayo que calcinó a las ovejas y a los criados. ¡Solo yo pude escapar para venir a contártelo!» No había terminado de hablar este mensajero cuando otro más llegó y dijo: «Unos salteadores caldeos vinieron y, dividiéndose en tres grupos, se apoderaron de los camellos y se los llevaron. A los criados los mataron a filo de espada. ¡Solo yo pude escapar, y ahora vengo a contártelo!» Aún no había terminado de hablar este mensajero cuando otro llegó y dijo: «Tus hijos e hijas estaban celebrando un banquete en casa del mayor de todos ellos y, de pronto, un fuerte viento del desierto dio contra la casa y derribó sus cuatro esquinas. ¡La casa cayó sobre los jóvenes, y todos murieron! ¡Solo yo pude escapar, y ahora vengo a contártelo!» En ese momento, Job se levantó, se rasgó las vestiduras, se rasuró la cabeza, y luego, abatido, cayó al suelo en actitud de adoración. Entonces dijo: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo he de partir. El SEÑOR ha dado; el SEÑOR ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del SEÑOR!» A pesar de todo esto, Job no pecó ni le echó la culpa a Dios.

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