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LUCAS 13:1-30

LUCAS 13:1-30 Reina Valera 2020 (RV2020)

En ese momento estaban allí algunos que le contaron a Jesús el caso de aquellos galileos a quienes Pilato había hecho matar cuando ofrecían el sacrificio, mezclando así su sangre con la de los animales sacrificados. Les respondió Jesús: —¿Pensáis que estos galileos padecieron tales cosas porque eran más pecadores que los demás galileos? Os digo yo que no. Más bien, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos dieciocho sobre quienes cayó la torre en Siloé y los mató eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? Os digo yo que no. Más bien, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. Dijo también esta parábola: —Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Cuando vino a buscar fruto no lo halló. Y dijo al viñador: «Ya hace tres años que vengo a buscar fruto de esta higuera y no lo hallo. Córtala porque está ocupando inútilmente la tierra». El viñador respondió: «Señor, déjala todavía este año, hasta que yo la excave y la abone. Si da fruto, bien; y si no, córtala». Estaba Jesús enseñando en una sinagoga un sábado y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años padecía una enfermedad causada por un espíritu: estaba encorvada y de ninguna manera podía enderezarse completamente. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: —Mujer, eres libre de tu enfermedad. Puso las manos sobre ella. La mujer se enderezó al instante y glorificaba a Dios. Pero el principal dirigente de la sinagoga, enojado por el hecho de que Jesús hubiera sanado en sábado, dijo a la multitud: —Seis días hay en que se debe trabajar. Venid a curaros en esos días y no en sábado. El Señor le respondió: —¡Hipócritas! ¿No desata en sábado cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber? Y a esta mujer descendiente de Abrahán, a quien Satanás había atado durante dieciocho años, ¿no se le debía desatar esta ligadura en sábado? Al decir él estas cosas, todos sus adversarios quedaron avergonzados. Sin embargo, todo el pueblo se alegraba de los hechos portentosos que Jesús realizaba. Decía Jesús: —¿A qué es semejante el reino de Dios? ¿Con qué lo compararé? Es semejante al grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su huerto. El grano creció y se hizo un gran árbol y las aves del cielo anidaron en sus ramas. Y otra vez dijo: —¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura que una mujer tomó y la amasó con tres medidas de harina hasta que todo quedó leudado. Jesús, dirigiéndose a Jerusalén, pasaba por ciudades y aldeas enseñando y uno le preguntó: —Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús les dijo: —Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Después de que el dueño de la casa se haya levantado y cerrado la puerta, empezaréis a llamar desde fuera diciendo: «Señor, Señor, ábrenos». Mas él os responderá: «No sé de dónde sois». Entonces comenzaréis a decir: «Contigo hemos comido y bebido y en nuestras plazas has enseñado». Pero replicará: «Os digo que no sé de dónde sois. Apartaos de mí todos los que practicáis la injusticia». Allí será el llanto y el rechinar de dientes cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Vendrán gentes del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y veréis que son últimos quienes eran los primeros y que son primeros quienes eran los últimos.

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LUCAS 13:1-30 La Palabra (versión española) (BLP)

Por aquel mismo tiempo se presentaron unos a Jesús y le hablaron de aquellos galileos a quienes Pilato había hecho matar cuando ofrecían el sacrificio, mezclando así su sangre con la de los animales sacrificados. Jesús dijo: —¿Creéis vosotros que esos galileos sufrieron tal suerte porque fueran más pecadores que los demás galileos? Pues yo os digo que no. Y añadiré que, si no os convertís, todos vosotros pereceréis igualmente. ¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron al derrumbarse la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Pues yo os digo que no. Y añadiré que, si no os convertís, todos vosotros pereceréis de forma semejante. Jesús les contó entonces esta parábola: —Un hombre había plantado una higuera en su viña; pero cuando fue a buscar higos en ella, no encontró ninguno. Entonces dijo al que cuidaba la viña: «Ya hace tres años que vengo en busca de higos a esta higuera, y nunca los encuentro. Así que córtala, para que no ocupe terreno inútilmente». Pero el viñador le contestó: «Señor, déjala un año más. Cavaré la tierra alrededor de ella y le echaré abono. Puede ser que después dé fruto; y si no lo da, entonces la cortas». Un sábado estaba Jesús enseñando en la sinagoga. Había allí una mujer a la que un espíritu maligno tenía enferma desde hacía dieciocho años. Se había quedado encorvada y era absolutamente incapaz de enderezarse. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: —Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella. En el mismo instante, la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios. El jefe de la sinagoga, irritado porque Jesús había hecho una curación en sábado, dijo a todos los presentes: —Seis días hay para trabajar. Venid uno de esos días a que os curen y no precisamente el sábado. Pero el Señor le respondió: —¡Hipócritas! ¿Quién de vosotros no desata su buey o su asno del pesebre y los lleva a beber aunque sea sábado? Pues esta mujer, que es descendiente de Abrahán, a la que Satanás tenía atada desde hace dieciocho años, ¿acaso no debía ser liberada de sus ataduras incluso en sábado? Al decir Jesús esto, todos sus adversarios quedaron avergonzados. Por su parte, el pueblo se alegraba de las obras prodigiosas que él hacía. Decía Jesús: —¿Con qué puede compararse el reino de Dios? ¿Con qué lo compararé? Puede compararse al grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto, y que luego creció y se hizo como un árbol, entre cuyas ramas anidaron los pájaros. Dijo también: —¿A qué compararé el reino de Dios? Puede compararse a la levadura que toma una mujer y la mezcla con tres medidas de harina para que fermente toda la masa. De camino a Jerusalén, Jesús enseñaba a la gente de los pueblos y aldeas por donde pasaba. Una vez, uno le preguntó: —Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús les dijo: —Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar, pero no podrán. Después que el amo de la casa se levante y cierre la puerta, los que hayáis quedado fuera comenzaréis a golpear la puerta diciendo: «¡Señor, ábrenos!». Pero él os contestará: «No sé de dónde sois». Entonces diréis: «¡Nosotros hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas!». Pero él os replicará: «¡No sé de dónde sois! ¡Apartaos de mí todos los que os pasáis la vida haciendo el mal!». Allí lloraréis y os rechinarán los dientes cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados afuera. Vendrán gentes de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Pues los que ahora son últimos, serán los primeros; y los que ahora son primeros, serán los últimos.

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LUCAS 13:1-30 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Por aquel mismo tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron lo que Pilato había hecho: sus soldados mataron a unos galileos cuando estaban ofreciendo sacrificios, y la sangre de esos galileos se mezcló con la sangre de los animales que sacrificaban. Jesús les dijo: “¿Pensáis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás galileos? Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis. ¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima, eran más culpables que los demás que vivían en Jerusalén? Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis.” Jesús les contó esta parábola: “Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a ver si tenía higos no encontró ninguno. Así que dijo al hombre que cuidaba la viña: ‘Mira, hace tres años que vengo a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala. ¿Para qué ha de ocupar terreno inútilmente?’ Pero el que cuidaba la viña le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año. Cavaré la tierra a su alrededor y le echaré abono. Con eso, tal vez dé fruto; y si no, ya la cortarás.’ ” Un sábado se puso Jesús a enseñar en una sinagoga. Había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado encorvada, y no podía enderezarse para nada. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: –Mujer, ya estás libre de tu enfermedad. Puso las manos sobre ella, y al momento la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, enojado porque Jesús la había sanado en sábado, dijo a la gente: –Hay seis días para trabajar: venid cualquiera de ellos a ser sanados, y no el sábado. El Señor le contestó: –Hipócritas, ¿no desata cualquiera de vosotros su buey o su asno en sábado, para llevarlo a beber? Pues a esta mujer, que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esa enfermedad desde hace dieciocho años, ¿acaso no se la debía desatar aunque fuera en sábado? Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron avergonzados; pero toda la gente se alegraba viendo las grandes cosas que él hacía. Jesús decía: “¿A qué se parece el reino de Dios y a qué podré compararlo? Es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo, y que crece hasta llegar a ser como un árbol tan grande que las aves anidan entre sus ramas.” También dijo Jesús: “¿A qué podré comparar el reino de Dios? Es como la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina para que toda la masa fermente.” En su camino a Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba. Alguien le preguntó: –Señor, ¿son pocos los que se salvan? Él contestó: –Procurad entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos querrán entrar y no podrán. Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, vosotros, los que estáis fuera, llamaréis y diréis: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él os contestará: ‘No sé de dónde sois.’ Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.’ Pero él os contestará: ‘Ya os digo que no sé de dónde sois. ¡Apartaos de mí, malhechores!’ Allí lloraréis y os rechinarán los dientes al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que vosotros sois echados fuera. Porque vendrá gente del norte, del sur, del este y del oeste, y se sentará a la mesa en el reino de Dios. Y mirad, algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros; y algunos que ahora son los primeros serán los últimos.

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LUCAS 13:1-30 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

En aquella ocasión, algunos que habían llegado contaron a Jesús cómo Pilato había dado muerte a unos galileos cuando ellos ofrecían sus sacrificios. Jesús les respondió: «¿Pensáis que esos galileos, por haber sufrido así, eran más pecadores que todos los demás? ¡Os digo que no! De la misma manera, todos vosotros pereceréis, a menos que os arrepientan. ¿O pensáis que aquellos dieciocho que fueron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? ¡Os digo que no! De la misma manera, todos vosotros pereceréis, a menos que os arrepintáis». Entonces les contó esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, pero, cuando fue a buscar fruto en ella, no encontró nada. Así que le dijo al viñador: “Mira, ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no he encontrado nada. ¡Córtala! ¿Para qué ha de ocupar terreno?” “Señor —le contestó el viñador—, déjala todavía por un año más, para que yo pueda cavar a su alrededor y echarle abono. Así tal vez en adelante dé fruto; si no, córtala”». Un sábado Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas, y estaba allí una mujer que por causa de un demonio llevaba dieciocho años enferma. Andaba encorvada y de ningún modo podía enderezarse. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: ―Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Al mismo tiempo, puso las manos sobre ella, y al instante la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios. Indignado porque Jesús había sanado en sábado, el jefe de la sinagoga intervino, dirigiéndose a la gente: ―Hay seis días en que se puede trabajar, así que venid esos días para ser sanados, y no el sábado. ―¡Hipócritas! —le contestó el Señor—. ¿Acaso no desata cada uno de vosotros su buey o su burro en sábado, y lo saca del establo para llevarlo a tomar agua? Sin embargo, a esta mujer, que es hija de Abraham, y a quien Satanás tenía atada durante dieciocho largos años, ¿no se le debía quitar esta cadena en sábado? Cuando razonó así, quedaron humillados todos sus adversarios, pero la gente estaba encantada por tantas maravillas que hacía. ―¿A qué se parece el reino de Dios? —continuó Jesús—. ¿Con qué voy a compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto. Creció hasta convertirse en un árbol, y las aves anidaron en sus ramas. Volvió a decir: ―¿Con qué voy a comparar el reino de Dios? Es como la levadura que una mujer tomó y mezcló con una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa. Continuando su viaje a Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba. ―Señor, ¿son pocos los que van a salvarse? —le preguntó uno. ―Esforzaos por entrar por la puerta estrecha —contestó—, porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán. Tan pronto como el dueño de la casa se haya levantado a cerrar la puerta, desde afuera os pondréis a golpear la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Pero él os contestará: “No sé quiénes sois”. Entonces diréis: “Comimos y bebimos contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas”. Pero él os contestará: “Os repito que no sé quiénes sois. ¡Apartaos de mí, todos vosotros hacedores de injusticia!” »Allí habrá llanto y crujir de dientes cuando veáis en el reino de Dios a Abraham, Isaac, Jacob y a todos los profetas, mientras a vosotros os echan fuera. Habrá quienes lleguen del oriente y del occidente, del norte y del sur, para sentarse al banquete en el reino de Dios. En efecto, hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

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