LUCAS 14:7-35
LUCAS 14:7-35 Reina Valera 2020 (RV2020)
Jesús, al observar cómo los convidados escogían los primeros asientos en la mesa, les contó una parábola: —Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, porque quizá otro más distinguido que tú haya sido invitado también y el anfitrión se acerque y te diga: «Cede el lugar a este». Entonces tendrás que ocupar avergonzado el último lugar. Así que, cuando te inviten, siéntate en el último lugar para que cuando venga el anfitrión te diga: «Amigo, sube más arriba, a un lugar más importante». Entonces aumentará tu prestigio delante de los otros invitados. Porque cualquiera que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado. Dijo también al que le había invitado: —Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a tus vecinos ricos, porque quizás ellos te vuelvan a invitar y de ese modo quedarías recompensado. Más bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a los pobres, a los mancos, a los cojos, a los ciegos, y serás feliz, porque ellos no te pueden recompensar. Tu recompensa la recibirás en la resurrección de los justos. Habiendo oído esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: —¡Dichoso aquel que sea invitado a comer pan en el reino de Dios! Jesús le dijo: —Un hombre hizo una gran cena e invitó a muchos. A la hora de cenar, envió a su siervo a decir a los invitados: «Venid, que ya todo está preparado». Pero todos ellos, uno por uno, comenzaron a excusarse. El primero dijo: «He comprado un terreno y necesito ir a verlo. Te ruego que me excuses». Otro: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excuses». Y otro: «Acabo de casarme y por tanto no puedo ir». El siervo regresó e hizo saber estas cosas a su señor. Entonces, el dueño de la casa, enojado, le dijo: «Ve enseguida por las plazas y las calles de la ciudad y trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos». El siervo le informó: «Señor, se ha hecho como mandaste y aún quedan lugares vacíos». El señor respondió: «Ve por los caminos y por los cercados y oblígalos a venir para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de los que estaban invitados llegará a probar mi cena». Mucha gente seguía a Jesús y él, volviéndose, les dijo: —Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y madre y mujer e hijos y hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. Si alguno de vosotros quiere construir una torre, ¿no se sentará primero a calcular los gastos y comprobar si tiene bastantes recursos para terminarla? No sea que, una vez echados los cimientos no pueda acabarla y todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él diciendo: «Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar». O bien: si un rey va a la guerra contra otro rey, ¿no se sentará primero a calcular si con diez mil soldados puede hacer frente a su enemigo, que avanza contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide las condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee no puede ser mi discípulo. Buena es la sal; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga.
LUCAS 14:7-35 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Al ver Jesús que los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: –Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que llegue otro invitado más importante que tú, y el que os invitó a los dos venga a decirte: ‘Deja tu sitio a este otro.’ Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a este sitio de más categoría.’ Así quedarás muy bien delante de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido. Dijo también al hombre que le había invitado: –Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, a tus hermanos, a tus parientes o a tus vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán, y quedarás así recompensado. Al contrario, cuando des una fiesta, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos; así serás feliz, porque ellos no te pueden pagar, pero tú recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten. Al oir esto, uno de los que estaban sentados a la mesa dijo a Jesús: –¡Dichoso el que tenga parte en el banquete del reino de Dios! Jesús le dijo: –Un hombre dio una gran cena e invitó a muchos. A la hora de la cena envió a su criado a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado.’ Pero ellos comenzaron a una a excusarse. El primero dijo: ‘Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes.’ Otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y he de probarlas. Te ruego que me disculpes.’ Y otro dijo: ‘No puedo ir, porque acabo de casarme.’ El criado regresó y se lo contó todo a su amo. Entonces el amo, indignado, dijo a su criado: ‘Sal en seguida a las calles y callejas de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los inválidos, a los ciegos y a los cojos.’ Volvió el criado, diciendo: ‘Señor, he hecho lo que me mandaste y aún queda sitio.’ Y el amo le contestó: ‘Ve por los caminos y cercados y obliga a otros a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos primeros invitados comerá de mi cena.’ Jesús iba de camino acompañado por mucha gente. En esto se volvió y dijo: “Si alguno no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Si alguno de vosotros quiere construir una torre, ¿acaso no se sentará primero a calcular los gastos y ver si tiene dinero para terminarla? No sea que, una vez puestos los cimientos, si no puede terminarla, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir, pero no pudo terminar.’ O si un rey tiene que ir a la guerra contra otro rey, ¿no se sentará primero a calcular si con diez mil soldados podrá hacer frente a quien va a atacarle con veinte mil? Y si no puede hacerle frente, cuando el otro rey esté todavía lejos le enviará mensajeros a pedirle la paz. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo. “La sal es buena; pero si deja de ser salada, ¿cómo volverá a ser útil? No sirve ya ni para la tierra ni como abono. Simplemente se la tira. Los que tienen oídos, oigan.”
LUCAS 14:7-35 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Al notar cómo los invitados escogían los lugares de honor en la mesa, les contó esta parábola: ―Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar de honor, no sea que haya algún invitado más distinguido que tú. Si es así, el que los invitó a los dos vendrá y te dirá: “Cédele tu asiento a este hombre”. Entonces, avergonzado, tendrás que ocupar el último asiento. Más bien, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: “Amigo, pasa más adelante a un lugar mejor”. Así recibirás honor en presencia de todos los demás invitados. Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. También dijo Jesús al que lo había invitado: ―Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos, a su vez, te inviten y así seas recompensado. Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, pues aunque ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos. Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: ―¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios! Jesús le contestó: ―Cierto hombre preparó un gran banquete e invitó a muchas personas. A la hora del banquete mandó a su siervo a decir a los invitados: “Venid, porque ya todo está listo”. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El primero le dijo: “Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes”. Otro adujo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego que me disculpes”. Otro alegó: “Acabo de casarme y por eso no puedo ir”. El siervo regresó e informó de esto a su señor. Entonces el dueño de la casa se enojó y mandó a su siervo: “Sal de prisa por las plazas y los callejones del pueblo, y trae acá a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos”. “Señor —le dijo luego el siervo—, ya hice lo que me mandaste, pero todavía sobra sitio”. Entonces el señor le respondió: “Ve por los caminos y las veredas, y oblígalos a entrar para que se llene mi casa. Os digo que ninguno de aquellos invitados disfrutará de mi banquete”. Grandes multitudes seguían a Jesús, y él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. »Supongamos que alguno de vosotros quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el costo, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla? Si echa los cimientos y no puede terminarla, todos los que la vean comenzarán a burlarse de él, y dirán: “Este hombre no pudo terminar lo que comenzó a construir”. »O supongamos que un rey está a punto de ir a la guerra contra otro rey. ¿Acaso no se sienta primero a calcular si con diez mil hombres puede enfrentarse al que viene contra él con veinte mil? Si no puede, enviará una delegación mientras el otro está todavía lejos, para pedir condiciones de paz. De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo. »La sal es buena, pero, si se vuelve insípida, ¿cómo recuperará el sabor? No sirve ni para la tierra ni para el abono; hay que tirarla fuera. »El que tenga oídos para oír, que oiga».
LUCAS 14:7-35 La Palabra (versión española) (BLP)
Al ver Jesús que los invitados escogían para sí los puestos de honor en la mesa, les dijo a modo de ejemplo: —Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar de honor, no sea que entre los invitados haya otro más importante que tú y, cuando llegue el que os invitó a ambos, te diga: «Tienes que dejarle el sitio a este», y entonces tengas que ir avergonzado a sentarte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar; así, al llegar el que te invitó, te dirá: «Amigo, sube hasta este lugar de más categoría». Entonces aumentará tu prestigio delante de los otros invitados. Porque a todo el que se ensalce a sí mismo, Dios lo humillará; pero al que se humille a sí mismo, Dios lo ensalzará. Dirigiéndose luego al que lo había invitado, le dijo: —Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, a tus hermanos, a tus parientes o a tus vecinos ricos, porque después ellos te invitarán a ti y quedarás así recompensado. Por el contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Ellos no pueden corresponderte; y precisamente por eso serás feliz, porque tendrás tu recompensa cuando los justos resuciten. Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa dijo a Jesús: —¡Feliz aquel que sea invitado a comer en el reino de Dios! Jesús le contestó: —Una vez, un hombre dio una gran cena e invitó a muchos. Cuando llegó el día de la cena, envió a su criado para que dijera a los invitados: «Venid, que ya está todo preparado». Pero todos ellos, uno por uno, comenzaron a excusarse. El primero dijo: «He comprado unas tierras y tengo que ir a verlas. Discúlpame, por favor». Otro dijo: «Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas. Discúlpame, por favor». El siguiente dijo: «No puedo ir, porque acabo de casarme». El criado volvió a casa y refirió a su señor lo que había ocurrido. Entonces el dueño de la casa, muy enojado, ordenó a su criado: «Sal enseguida por las plazas y las calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos». El criado volvió y le dijo: «Señor, he hecho lo que me ordenaste y aún quedan lugares vacíos». El señor le contestó: «Pues sal por los caminos y veredas y haz entrar a otros, aunque sea a la fuerza, hasta que mi casa se llene. Porque os digo que ninguno de los que estaban invitados llegará a probar mi cena». Iba mucha gente acompañando a Jesús. Y él, dirigiéndose a ellos, les dijo: —Si uno quiere venir conmigo y no está dispuesto a dejar padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas, e incluso a perder su propia vida, no podrá ser discípulo mío. Como tampoco podrá serlo el que no esté dispuesto a cargar con su propia cruz para seguirme. Si alguno de vosotros quiere construir una torre, ¿no se sentará primero a calcular los gastos y comprobar si tiene bastantes recursos para terminarla? No sea que, una vez echados los cimientos, no pueda terminarla, y quede en ridículo ante todos los que, al verlo, dirán: «Ese individuo se puso a construir, pero no pudo terminar». O bien: si un rey va a la guerra contra otro rey, ¿no se sentará primero a calcular si con diez mil soldados puede hacer frente a su enemigo, que avanza contra él con veinte mil? Y si ve que no puede, cuando el otro rey esté aún lejos, le enviará una delegación para proponerle la paz. Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. La sal es buena; pero si se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no es útil para la tierra ni sirve para abono, de modo que se tira. Quien pueda entender esto, que lo entienda.