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LUCAS 19:1-48

LUCAS 19:1-48 Reina Valera 2020 (RV2020)

Jesús entró en Jericó e iba recorriendo la ciudad. Ocurrió que un hombre rico llamado Zaqueo, jefe de recaudadores de impuestos, deseaba ver quién era Jesús. Pero como era pequeño de estatura, y la gente le impedía verlo, echó a correr, y adelantándose a todos, trepó a un sicómoro para verle, pues Jesús iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, miró hacia arriba, vio a Zaqueo y le dijo: —Zaqueo, date prisa, desciende. Hoy es necesario que me hospede en tu casa. Zaqueo bajó en seguida y lleno de alegría recibió en su casa a Jesús. Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: —Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres y si en algo he defraudado a alguien, se lo devolveré cuadruplicado. Jesús le dijo: —Hoy ha venido la salvación a esta casa: Zaqueo también es hijo de Abrahán. El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Quienes habían murmurado escuchaban estas cosas y Jesús prosiguió con una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: —Un hombre de origen noble se fue a un país lejano para recibir un reino, y regresar después. Antes de partir, llamó a diez de sus siervos, les dio una buena suma de dinero, igual para cada uno, y les dijo: «Haced negocio con este dinero, hasta que yo vuelva». Como los habitantes de su ciudad le odiaban, a sus espaldas enviaron una delegación con este mensaje: «No queremos que este reine sobre nosotros». Después de ser investido, regresó y mandó llamar ante él a aquellos siervos a quienes había dado el dinero para saber lo que había negociado cada uno. Se presentó el primero y dijo: «Señor, tu capital ha producido diez veces más». El rey dijo: «Está bien, buen siervo. Puesto que has sido fiel en lo poco, yo te encomiendo el gobierno de diez ciudades». Llegó otro siervo y dijo: «Señor, tu capital ha producido cinco veces más». Él respondió: «Igualmente a ti te encomiendo el gobierno de cinco ciudades». Se presentó un tercero y dijo: «Señor, aquí está tu capital. Lo he tenido guardado en un pañuelo. Tenía miedo de ti porque sé que eres un hombre severo, que tomas lo que no pusiste y siegas lo que no sembraste». Él replicó: «Mal siervo, por tus propias palabras voy a juzgarte. Sabías que yo soy hombre severo que tomo lo que no puse y siego lo que no sembré. ¿Por qué, pues, no depositaste mi dinero en el banco? De ese modo, al volver, lo hubiera recibido con intereses». Y dijo a los que estaban presentes: «Quitadle el capital y dádselo al que ha generado diez veces más». Ellos dijeron: «Señor, ¡pero si ya tiene diez veces más!». «Pues yo os digo que a todo el que tiene se le dará. Pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Traed también a aquellos enemigos míos que no querían que yo reinara sobre ellos, y decapitadlos delante de mí». Después de decir esto, Jesús siguió su camino delante de ellos subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos con este encargo: —Id a la aldea de enfrente. Al entrar en ella encontraréis un pollino atado, sobre el que nunca ha montado nadie. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo desatáis, le responderéis así: «Porque el Señor lo necesita». Los enviados fueron y lo encontraron todo como Jesús les había dicho. Mientras desataban el pollino, sus dueños les preguntaron: —¿Por qué desatáis el pollino? Ellos respondieron: —Porque el Señor lo necesita. Se lo llevaron a Jesús, echaron sus mantos sobre el animal e hicieron que Jesús montara sobre él. Según iba pasando le tendían sus mantos en el camino. Cuando ya se acercaba a la bajada del monte de los Olivos, los discípulos de Jesús, que eran muchos, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto. Decían: —¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! Algunos de los fariseos que formaban parte de la multitud le dijeron: —Maestro, reprende a tus discípulos. Él respondió: —Si estos callaran, las piedras clamarían. Cuando llegó cerca de la ciudad y la vio, lloró por ella y dijo: —¡Ah, si por lo menos pudieras hoy descubrir lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días sobre ti cuando tus enemigos te rodearán, te pondrán cerco, te sitiarán y por todas partes te estrecharán. Te destruirán con tus hijos dentro. No dejarán de ti piedra sobre piedra, porque no supiste reconocer el momento en que Dios vino a visitarte. Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él, diciéndoles: —Esto dicen las Escrituras: Mi casa es casa de oración , pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones . Jesús enseñaba cada día en el templo. Los principales sacerdotes, los escribas y los altos dignatarios del pueblo procuraban matarlo, pero no encontraban modo de hacerlo porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras.

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LUCAS 19:1-48 La Palabra (versión española) (BLP)

Jesús entró en Jericó e iba recorriendo la ciudad. Vivía allí un hombre rico llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores de impuestos y que deseaba conocer a Jesús. Pero era pequeño de estatura, y la gente le impedía verlo. Así que echó a correr y, adelantándose a todos, fue a encaramarse a un sicómoro para poder verlo cuando pasara por allí. Al llegar Jesús a aquel lugar, miró hacia arriba, vio a Zaqueo y le dijo: —Zaqueo, baja enseguida, porque es preciso que hoy me hospede en tu casa. Zaqueo bajó a toda prisa, y lleno de alegría recibió en su casa a Jesús. Al ver esto, todos se pusieron a murmurar diciendo: —Este se aloja en casa de un hombre de mala reputación. Zaqueo, por su parte, se puso en pie y, dirigiéndose al Señor, dijo: —Señor, estoy decidido a dar a los pobres la mitad de mis bienes y a devolver cuatro veces más a los que haya defraudado en algo. Entonces Jesús le dijo: —Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también este es descendiente de Abrahán. En efecto, el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Estaba la gente escuchando a Jesús y les contó otra parábola, pues se hallaba cerca de Jerusalén y ellos creían que el reino de Dios estaba a punto de manifestarse. Así que les dijo: —Un hombre de familia noble se fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar después. Antes de partir, llamó a diez criados suyos y a cada uno le entregó una cantidad de dinero, diciéndoles: «Negociad con este dinero en tanto que yo regreso». Pero como sus conciudadanos lo odiaban, a espaldas suyas enviaron una delegación con este mensaje: «No queremos que ese reine sobre nosotros». Sin embargo, él recibió la investidura real. A su regreso, mandó llamar a los criados a quienes había entregado el dinero, para saber cómo habían negociado con él. Se presentó, pues, el primero de ellos y dijo: «Señor, tu capital ha producido diez veces más». El rey le contestó: «Está muy bien. Has sido un buen administrador. Y porque has sido fiel en lo poco, yo te encomiendo el gobierno de diez ciudades». Después se presentó el segundo criado y dijo: «Señor, tu capital ha producido cinco veces más». También a este le contestó el rey: «Igualmente a ti te encomiendo el gobierno de cinco ciudades». Pero luego se presentó otro criado, diciendo: «Señor, aquí tienes tu dinero. Lo he guardado bien envuelto en un pañuelo por miedo a ti, pues sé que eres un hombre duro, que pretendes tomar lo que no depositaste y cosechar lo que no sembraste». El rey le contestó: «Eres un mal administrador, y por tus propias palabras te condeno. Si sabías que yo soy un hombre duro, que pretendo tomar lo que no he depositado y cosechar lo que no he sembrado, ¿por qué no llevaste mi dinero al banco? Así, a mi regreso, yo lo habría recibido junto con los intereses». Y, dirigiéndose a los presentes, mandó: «Quitadle a este su capital y dádselo al que tiene diez veces más». Ellos le dijeron: «Señor, ¡pero si ya tiene diez veces más!». «Es cierto —asintió el rey—, pero yo os digo que a todo el que tiene, se le dará más. En cambio, al que no tiene, hasta lo poco que tenga se le quitará. En cuanto a mis enemigos, los que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y matadlos en mi presencia». Después de haber dicho esto, Jesús siguió su camino subiendo hacia Jerusalén. Cuando ya estaba cerca de Betfagé y de Betania, al pie del monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos con este encargo: —Id a la aldea que está ahí enfrente. En cuanto entréis en ella encontraréis un pollino atado, sobre el que nunca ha montado nadie. Desatadlo y traédmelo. Y si alguien os pregunta por qué lo desatáis, decidle que el Señor lo necesita. Fueron los que habían sido enviados y lo encontraron todo como Jesús les había dicho. Mientras desataban el pollino, los dueños les preguntaron: —¿Por qué desatáis al pollino? Ellos contestaron: —El Señor lo necesita. Trajeron el pollino adonde estaba Jesús, pusieron sus mantos encima del pollino e hicieron que Jesús montara sobre él. Y mientras él avanzaba, tendían mantos por el camino. Cuando ya se acercaba a la bajada del monte de los Olivos, los discípulos de Jesús, que eran muchos, se pusieron a alabar a Dios llenos de alegría por todos los milagros que habían visto. A grandes voces decían: —¡Benditoel Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria al Dios Altísimo! Algunos fariseos que estaban entre la gente dijeron a Jesús: —¡Maestro, reprende a tus discípulos! Jesús contestó: —Os digo que si estos se callan, gritarán las piedras. Cuando Jesús llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, lloró a causa de ella y dijo: —¡Si al menos en este día supieras cómo encontrar lo que conduce a la paz! Pero eso está ahora fuera de tu alcance. Días vendrán en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te pondrán sitio, te atacarán por todas partes y te destruirán junto con todos tus habitantes. No dejarán de ti piedra sobre piedra, porque no supiste reconocer el momento en que Dios quiso salvarte. Después de esto, Jesús entró en el Templo y se puso a expulsar a los que estaban vendiendo en él, diciéndoles: —Esto dicen las Escrituras: Mi casa ha de ser casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones. Y Jesús enseñaba en el Templo todos los días. Mientras tanto, los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los principales del pueblo andaban buscando cómo matarlo; pero no encontraban la manera de hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de su palabra.

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LUCAS 19:1-48 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. Vivía en ella un hombre rico llamado Zaqueo, jefe de los que cobraban impuestos para Roma. Quería conocer a Jesús, pero no conseguía verle, porque había mucha gente y Zaqueo era de baja estatura. Así que, echando a correr, se adelantó, y para alcanzar a verle se subió a un árbol junto al cual tenía que pasar Jesús. Al llegar allí, Jesús miró hacia arriba y le dijo: –Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa. Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús. Al ver esto comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo, levantándose entonces, dijo al Señor: –Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más. Jesús le dijo: –Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido. La gente escuchaba estas cosas que decía Jesús. Y él les contó una parábola, porque ya se encontraba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reino de Dios estaba a punto de manifestarse. Les dijo: “Un hombre de la nobleza se fue lejos, a otro país, para ser hecho rey y regresar. Antes de partir llamó a diez de sus criados, entregó a cada uno una gran suma de dinero y les dijo: ‘Negociad con este dinero hasta que yo vuelva.’ Pero las gentes de su país le odiaban, y enviaron tras él una comisión con el encargo de decir: ‘No queremos que este hombre sea nuestro rey.’ “Pero él fue hecho rey. A su vuelta, mandó llamar a aquellos criados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido diez veces más.’ El rey le contestó: ‘Muy bien, eres un buen administrador. Y como has sido fiel en lo poco, te hago gobernador de diez ciudades.’ Se presentó otro y dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido cinco veces más.’ También a este le contestó: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades.’ “Pero se presentó otro, que dijo: ‘Señor, aquí está tu dinero. Lo guardé en un pañuelo, pues tuve miedo de ti, porque eres un hombre duro que recoges lo que no pusiste y cosechas donde no sembraste.’ Entonces le dijo el rey: ‘Tú eres un mal administrador, y por tus propias palabras te juzgo. Puesto que sabías que yo soy un hombre duro, que recojo lo que no puse y cosecho donde no sembré, ¿por qué no llevaste mi dinero al banco para, a mi regreso, devolvérmelo junto con los intereses?’ Y ordenó a los que estaban allí: ‘Quitadle el dinero y dádselo al que ganó diez veces más.’ Ellos le dijeron: ‘Señor, ¡pero si este ya tiene diez veces más!’ El rey contestó: ‘Os digo que al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará. Y en cuanto a mis enemigos, a esos que no querían tenerme por rey, traedlos acá y matadlos en mi presencia.’ ” Dicho esto, Jesús siguió su viaje a Jerusalén. Cuando ya estaba cerca de Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles: –Id a la aldea de enfrente, y al llegar encontraréis un asno atado que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Si alguien os pregunta por qué lo desatáis, respondedle que el Señor lo necesita. Los discípulos fueron y lo encontraron todo como Jesús se lo había dicho. Mientras desataban el asno, los dueños les preguntaron: –¿Por qué lo desatáis? Ellos contestaron: –Porque el Señor lo necesita. Se lo llevaron a Jesús, cubrieron el asno con sus capas e hicieron que Jesús montara en él. Conforme Jesús avanzaba, la gente tendía sus capas por el camino. Y al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, todos sus seguidores comenzaron a gritar de alegría y a alabar a Dios por todos los milagros que habían visto. Decían: –¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! Entonces algunos fariseos que se hallaban entre la gente le dijeron: –Maestro, reprende a tus seguidores. Pero Jesús les contestó: –Os digo que si estos callan, las piedras gritarán. Cuando llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, lloró por ella y dijo: “¡Si entendieras siquiera en este día lo que puede darte paz!... Pero ahora eso te está oculto y no puedes verlo. Pues van a venir días malos para ti, en los que tus enemigos te cercarán con barricadas, te sitiarán, te atacarán por todas partes y te destruirán por completo. Matarán a tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no reconociste el momento en que Dios vino a salvarte.” Después de esto, Jesús entró en el templo y comenzó a expulsar a los que allí estaban vendiendo. Les dijo: –En las Escrituras se dice: ‘Mi casa será casa de oración’, pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones. Todos los días enseñaba Jesús en el templo, y los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y también los jefes del pueblo andaban buscando cómo matarlo. Pero no encontraban la manera de hacerlo, porque toda la gente le escuchaba con gran atención.

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LUCAS 19:1-48 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Jesús llegó a Jericó y comenzó a atravesar la ciudad. Resulta que había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de los recaudadores de impuestos, que era muy rico. Estaba tratando de ver quién era Jesús, pero la multitud se lo impedía, pues era de baja estatura. Por eso se adelantó corriendo y se subió a un árbol sicómoro para poder verlo, ya que Jesús iba a pasar por allí. Llegando al lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: ―Zaqueo, baja en seguida. Voy a quedarme hoy en tu casa. Así que se apresuró a bajar y, muy contento, recibió a Jesús en su casa. Al ver esto, todos empezaron a murmurar: «Ha ido a hospedarse con un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente: ―Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes y, si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea. ―Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que este también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Como la gente lo escuchaba, pasó a contarles una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y la gente pensaba que el reino de Dios iba a manifestarse en cualquier momento. Así que les dijo: «Un hombre de la nobleza se fue a un país lejano para ser coronado rey y luego regresar. Llamó a diez de sus siervos y entregó a cada cual una buena cantidad de dinero. Les instruyó: “Haced negocio con este dinero hasta que yo vuelva”. Pero sus súbditos lo odiaban y mandaron tras él una delegación a decir: “No queremos a este por rey”. »A pesar de todo, fue nombrado rey. Cuando regresó a su país, mandó llamar a los siervos a quienes había entregado el dinero, para enterarse de lo que habían ganado. Se presentó el primero y dijo: “Señor, tu dinero ha producido diez veces más”. “¡Hiciste bien, siervo bueno! —le respondió el rey—. Puesto que has sido fiel en tan poca cosa, te doy el gobierno de diez ciudades”. Se presentó el segundo y dijo: “Señor, tu dinero ha producido cinco veces más”. El rey le respondió: “A ti te pongo sobre cinco ciudades”. »Llegó otro siervo y dijo: “Señor, aquí tienes tu dinero; lo he tenido guardado, envuelto en un pañuelo. Es que te tenía miedo, porque eres un hombre muy exigente: tomas lo que no depositaste y cosechas lo que no sembraste”. El rey le contestó: “Siervo malo, con tus propias palabras te voy a juzgar. ¿Así que sabías que soy muy exigente, que tomo lo que no deposité y cosecho lo que no sembré? Entonces, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco, para que al regresar pudiera reclamar los intereses?” Dijo luego a los presentes: “Quitadle el dinero y dádselo al que recibió diez veces más”. “Señor —protestaron—, ¡él ya tiene diez veces más!” El rey contestó: “Os aseguro que a todo el que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Pero, en cuanto a esos enemigos míos que no me querían por rey, traedlos aquí y matadlos delante de mí”». Dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo hacia Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagué y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos con este encargo: «Id a la aldea que está enfrente y, al entrar en ella, encontraréis atado un burrito en el que nadie se ha montado. Desatadlo y traedlo aquí. Y, si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, decidle: “El Señor lo necesita”». Fueron y lo encontraron tal como él les había dicho. Cuando estaban desatando el burrito, los dueños les preguntaron: ―¿Por qué desatáis el burrito? ―El Señor lo necesita —contestaron. Se lo llevaron, pues, a Jesús. Luego pusieron sus mantos encima del burrito y ayudaron a Jesús a montarse. A medida que avanzaba, la gente tendía sus mantos sobre el camino. Al acercarse él a la bajada del monte de los Olivos, todos los discípulos se entusiasmaron y comenzaron a alabar a Dios por tantos milagros que habían visto. Gritaban: ―¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ―¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! Algunos de los fariseos que estaban entre la gente reclamaron a Jesús: ―¡Maestro, reprende a tus discípulos! Pero él respondió: ―Os aseguro que, si ellos se callan, gritarán las piedras. Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella. Dijo: ―¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro y te rodearán, y te encerrarán por todos lados. Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte. Luego entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que estaban vendiendo. «Escrito está —les dijo—: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis convertido en “cueva de ladrones”». Todos los días enseñaba en el templo, y los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los dirigentes del pueblo procuraban matarlo. Sin embargo, no encontraban la manera de hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba con gran interés.

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