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LUCAS 22:39-71

LUCAS 22:39-71 Reina Valera 2020 (RV2020)

Salió después y se fue, como solía, al monte de los Olivos. Sus discípulos le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: —Orad para que no entréis en tentación. Se alejó de ellos como a un tiro de piedra y puesto de rodillas oró con estas palabras: —Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces se le apareció un ángel del cielo para darle fuerzas. Jesús, lleno de angustia, oraba intensamente y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Cuando terminó de orar se dirigió a donde estaban sus discípulos y los encontró dormidos, vencidos por la tristeza, y les preguntó: —¿Por qué dormís? Levantaos y orad para que no entréis en tentación. Aún estaba hablando Jesús cuando se presentó un grupo de gente encabezado por Judas, uno de los doce, quien se acercó a Jesús para besarle. Jesús le dijo: —Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? Cuando los que le acompañaban se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo, le preguntaron: —Señor, ¿sacamos las espadas? Y uno de ellos hirió con la espada y le cortó la oreja derecha a un siervo del sumo sacerdote. Pero Jesús dijo: —Déjalo ya. Y tocando su oreja le sanó. Luego preguntó a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos que habían ido a por él: —¿Por qué habéis venido a buscarme con espadas y palos, como si yo fuera un ladrón? He estado con vosotros todos los días en el templo y no me detuvisteis. ¡Pero esta es vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas! Y habiéndole arrestado, se lo llevaron y lo metieron en casa del sumo sacerdote. Pedro le seguía de lejos. En medio del patio encendieron fuego y se sentaron alrededor. También Pedro se sentó entre ellos. Pero una criada le vio sentado al fuego y fijándose en él dijo: —Este también es uno de los que iban con él. Pedro lo negó diciendo: —Mujer, ni siquiera lo conozco. Un poco después, le vio otro y dijo: —Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: —Hombre, no lo soy. Como una hora después, otro insistió: —Seguro que este estaba con él, pues es galileo. Y Pedro dijo: —Hombre, no sé lo que dices. Todavía estaba Pedro hablando, cuando cantó un gallo. El Señor se volvió y miró a Pedro y se acordó Pedro de que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Pedro salió de allí y lloró amargamente. Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban. También con los ojos vendados, le golpearon en la cara y le decían: —Adivina quién te ha pegado. Y lo insultaban y le decían muchas otras cosas. Cuando se hizo de día, se reunieron en Concilio los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante ellos y le preguntaron: —¿Eres tú el Cristo? Responde. Él les dijo: —Aunque os lo diga, no me vais a creer; y si os hago preguntas, no me vais a contestar, y tampoco me vais a soltar. Pero desde ahora el Hijo del Hombre se sentará a la diestra del poder de Dios. Todos preguntaron: —¿Así que tú eres el Hijo de Dios? Y él respondió: —Vosotros decís que lo soy. Ellos concluyeron: —¿Qué más testimonio necesitamos? Nosotros mismos lo hemos oído de sus propios labios.

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LUCAS 22:39-71 La Palabra (versión española) (BLP)

Después de esto, Jesús salió y, según tenía por costumbre, se dirigió al monte de los Olivos en compañía de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo: —Orad para que podáis resistir la prueba. Luego se alejó de ellos como un tiro de piedra, se puso de rodillas y oró: —Padre, si quieres, líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. [ Entonces se le apareció un ángel del cielo para darle fuerzas. Jesús, lleno de angustia, oraba intensamente. Y le caía el sudor al suelo en forma de grandes gotas de sangre]. Después de orar, se levantó y se acercó a sus discípulos. Los encontró dormidos, vencidos por la tristeza, y les preguntó: —¿Cómo es que dormís? Levantaos y orad para que podáis resistir la prueba. Todavía estaba hablando Jesús, cuando se presentó un grupo de gente encabezado por el llamado Judas, que era uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo; pero Jesús le dijo: —Judas, ¿con un beso vas a entregar al Hijo del hombre? Los que acompañaban a Jesús, al ver lo que sucedía, le preguntaron: —Señor, ¿los atacamos con la espada? Y uno de ellos dio un golpe al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús dijo: —¡Dejadlo! ¡Basta ya! Enseguida tocó la oreja herida y la curó. Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los oficiales de la guardia del Templo y a los ancianos que habían salido contra él: —¿Por qué habéis venido a buscarme con espadas y garrotes, como si fuera un ladrón? Todos los días he estado entre vosotros en el Templo, y no me detuvisteis. ¡Pero esta es vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas! Apresaron, pues, a Jesús, se lo llevaron y lo introdujeron en la casa del sumo sacerdote. Pedro iba detrás a cierta distancia. En medio del patio de la casa habían encendido fuego, y estaban sentados en torno a él; también Pedro estaba sentado entre ellos. En esto llegó una criada que, viendo a Pedro junto al fuego, se quedó mirándolo fijamente y dijo: —Este también estaba con él. Pedro lo negó, diciendo: —Mujer, ni siquiera lo conozco. Poco después lo vio otro, que dijo: —También tú eres uno de ellos. Pedro replicó: —No lo soy, amigo. Como cosa de una hora más tarde, un tercero aseveró: —Seguro que este estaba con él, pues es galileo. Entonces Pedro exclamó: —¡Amigo, no sé qué estás diciendo! Todavía estaba Pedro hablando, cuando cantó un gallo. En aquel momento, el Señor se volvió y miró a Pedro. Se acordó Pedro de que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces» y, saliendo, lloró amargamente. Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. Tapándole los ojos, le decían: —¡Adivina quién te ha pegado! Y proferían contra él toda clase de insultos. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, y llevaron a Jesús ante el Consejo Supremo. Allí le preguntaron: —¿Eres tú el Mesías? ¡Dínoslo de una vez! Jesús contestó: —Aunque os lo diga, no me vais a creer; y si os hago preguntas, no me vais a contestar. Sin embargo, desde ahora mismo, el Hijo del hombre estará sentado junto a Dios todopoderoso. Todos preguntaron: —¿Así que tú eres el Hijo de Dios? Jesús respondió: —Lo soy, tal como lo decís. Entonces ellos dijeron: —¿Para qué queremos más testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de sus propios labios.

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LUCAS 22:39-71 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Luego salió Jesús y, según su costumbre, se fue al monte de los Olivos. Los discípulos le siguieron. Al llegar al lugar, les dijo: –Orad, para que no caigáis en tentación. Se alejó de ellos como a distancia de un tiro de piedra, y se puso a orar de rodillas, diciendo: –Padre, si quieres, líbrame de esta copa amarga; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. [En esto se le apareció un ángel del cielo, que le daba fuerzas. En medio de un gran sufrimiento, Jesús oraba aún más intensamente, y el sudor le caía al suelo como grandes gotas de sangre.] Cuando se levantó de la oración fue a donde estaban los discípulos, y los encontró dormidos, vencidos por la tristeza. Les dijo: –¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para que no caigáis en tentación. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó un grupo de gente. El que se llamaba Judas, que era uno de los doce discípulos, iba a la cabeza, y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: –Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre? Los que estaban con Jesús, al ver lo que pasaba, le preguntaron: –Señor, ¿atacamos con espada? Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha. Jesús dijo: –Dejadlo. Ya basta. Y tocando la oreja al criado, se la curó. Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos que habían ido a apresarle: –¿Por qué venís con espadas y palos como si yo fuera un bandido? Todos los días he estado con vosotros en el templo, y ni siquiera me tocasteis. Pero esta es vuestra hora, la del poder de las tinieblas. Arrestaron entonces a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro le seguía de lejos. Allí, en medio del patio, habían hecho fuego, y se sentaron alrededor. Pedro también se sentó entre ellos. En esto, una sirvienta, al verle sentado junto al fuego, se quedó mirándole y dijo: –También este estaba con él. Pero Pedro lo negó, diciendo: –Mujer, yo no le conozco. Poco después le vio otro y dijo: –Tú también eres de ellos. Pedro contestó: –No, hombre, no lo soy. Como una hora más tarde, otro insistió: –Seguro que este estaba con él. Además es de Galilea. Pedro dijo: –¡Hombre, no sé de qué hablas! En el mismo instante, mientras Pedro aún estaba hablando, cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro, y Pedro se acordó de que el Señor le había dicho: “Hoy, antes que cante el gallo, me negarás tres veces.” Y salió Pedro de allí y lloró amargamente. Los hombres que estaban vigilando a Jesús se burlaban de él y le golpeaban. Le taparon los ojos y le decían: –¡Adivina quién te ha pegado! Y le insultaban de otras muchas maneras. Al hacerse de día se reunieron los ancianos de los judíos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Condujeron a Jesús ante la Junta Suprema, y allí le preguntaron: –Dinos, ¿eres tú el Mesías? –Si os digo que sí –les contestó–, no me vais a creer; y si os hago preguntas, no me vais a responder. Pero desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del Dios todopoderoso. Todos le preguntaron: –¿Así que tú eres el Hijo de Dios? –Vosotros decís que lo soy –contestó Jesús. Entonces dijeron ellos: –¿Qué necesidad tenemos de más testigos? ¡Nosotros mismos lo hemos oído de sus propios labios!

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LUCAS 22:39-71 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Jesús salió de la ciudad y, como de costumbre, se dirigió al monte de los Olivos, y sus discípulos lo siguieron. Cuando llegaron al lugar, les dijo: «Orad para no caer en tentación». Entonces se separó de ellos a una buena distancia, se arrodilló y empezó a orar: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Pero, como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra. Cuando terminó de orar y volvió a los discípulos, los encontró dormidos, agotados por la tristeza. «¿Por qué estáis durmiendo? —les exhortó—. Levantaos y orad para no caer en tentación». Todavía estaba hablando Jesús cuando se apareció una turba, y al frente iba uno de los doce, el que se llamaba Judas. Este se acercó a Jesús para besarlo, pero Jesús le preguntó: ―Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre? Los discípulos que lo rodeaban, al darse cuenta de lo que pasaba, dijeron: ―Señor, ¿atacamos con la espada? Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. ―¡Dejadlos! —ordenó Jesús. Entonces tocó la oreja al hombre, y lo sanó. Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los capitanes del templo y a los ancianos, que habían venido a prenderlo: ―¿Acaso soy un bandido, para que vengáis contra mí con espadas y palos? Todos los días estaba con vosotros en el templo, y no os atrevisteis a ponerme las manos encima. Pero ya ha llegado vuestra hora, cuando reinan las tinieblas. Prendieron entonces a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía de lejos. Pero luego, cuando encendieron una fogata en medio del patio y se sentaron alrededor, Pedro se les unió. Una criada lo vio allí sentado a la lumbre, lo miró detenidamente y dijo: ―Este estaba con él. Pero él lo negó. ―Muchacha, yo no lo conozco. Poco después lo vio otro y afirmó: ―Tú también eres uno de ellos. ―¡No, hombre, no lo soy! —contestó Pedro. Como una hora más tarde, otro lo acusó: ―Seguro que este estaba con él; pues también es galileo. ―¡Hombre, no sé de qué estás hablando! —replicó Pedro. En el mismo momento en que dijo eso, cantó el gallo. El Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Y saliendo de allí, lloró amargamente. Los hombres que vigilaban a Jesús comenzaron a burlarse de él y a golpearlo. Le vendaron los ojos, y le increpaban: ―¡Adivina quién te pegó! Y le lanzaban muchos otros insultos. Al amanecer, se reunieron los ancianos del pueblo, tanto los jefes de los sacerdotes como los maestros de la ley, e hicieron comparecer a Jesús ante el Consejo. ―Si eres el Cristo, dínoslo —le exigieron. Jesús les contestó: ―Si os lo dijera, no me creeríais y, si os hiciera preguntas, no me contestaríais. Pero de ahora en adelante el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del Dios Todopoderoso. ―¿Eres tú, entonces, el Hijo de Dios? —le preguntaron a una voz. ―Vosotros mismos lo decís. ―¿Para qué necesitamos más testimonios? —resolvieron—. Acabamos de oírlo de sus propios labios.

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