LUCAS 7:18-50
LUCAS 7:18-50 Reina Valera 2020 (RV2020)
Los discípulos de Juan fueron a contarle todas estas cosas. Juan, entonces, llamó a dos de ellos y los envió a Jesús para que le preguntasen: —¿Eres tú el que había de venir o esperaremos a otro? Los dos discípulos fueron a ver a Jesús y le dijeron: —Juan el Bautista nos ha enviado para preguntarte si eres tú el que había de venir o esperaremos a otro. En ese mismo momento Jesús curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y de espíritus malignos. También dio vista a muchos ciegos. A continuación respondió Jesús: —Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres les es anunciado el evangelio. Dichoso es cualquiera que no se escandalice de mí. Cuando los mensajeros de Juan se fueron, Jesús comenzó a hablar de Juan a la gente: —Cuando salisteis al desierto, ¿qué esperabais encontrar? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O esperabais encontrar un hombre vestido elegantemente? Los que visten con lujo y se dan la buena vida viven en los palacios reales. ¿Qué esperabais, entonces, encontrar? ¿Un profeta? Pues sí, os digo, y más que profeta. De él está escrito: Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de ti. Porque os digo que no ha nacido nadie mayor que Juan. Sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. Todo el pueblo, incluso los recaudadores de impuestos, después de escuchar a Juan, reconocieron la justicia de Dios haciéndose bautizar por él. Mas los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron, para su mal, el propósito de Dios para ellos y no quisieron ser bautizados por Juan. Jesús siguió diciendo: —¿Con qué compararé a esta gente de hoy? ¿A quién es comparable? Son semejantes a los muchachos que, sentados en la plaza, dan voces los unos a los otros y dicen: «Tocamos la flauta para vosotros y no bailasteis; os entonamos cantos de duelo y no llorasteis». Porque ha venido Juan el Bautista y por no comer pan ni beber vino decís: «Lleva un demonio dentro». Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Ahí tenéis a un glotón y borracho, amigo de andar con recaudadores de impuestos y con gente de mala reputación». Pero la sabiduría es conocida como tal por quienes la reciben de corazón. Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiera con él. Jesús entró en casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer pecadora que había en la ciudad se enteró de que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo y llegó con un vaso de alabastro lleno de perfume. Se puso detrás de Jesús, a sus pies, y rompió a llorar, haciendo que sus lágrimas bañasen los pies de él. Después los secó con sus propios cabellos; los besó y finalmente derramó sobre ellos el perfume. Viendo todo esto el fariseo que le había invitado, pensó: «Si este fuera profeta, conocería la identidad y la condición pecadora de la mujer que le está tocando». Entonces Jesús le dijo: —Simón, una cosa tengo que decirte. —Di, Maestro. —Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, el acreedor perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondió Simón: —Pienso que aquel a quien perdonó más. —Tu juicio es correcto. Y volviéndose hacia la mujer le dijo a Simón: —¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies, mas ella ha bañado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso al llegar, mas ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, mas ella ha ungido con perfume mis pies. Por eso te digo que le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho; pero se le perdona poco a quien ama poco. Y a la mujer le dijo: —Tus pecados te son perdonados. Los que estaban sentados con él a la mesa comenzaron a preguntarse para sí: «¿Quién es este, que también perdona pecados?». Y dijo a la mujer: —Tu fe te ha salvado. Ve en paz.
LUCAS 7:18-50 La Palabra (versión española) (BLP)
Enterado Juan de todo esto por medio de sus discípulos, llamó a dos de ellos y los envió a preguntar al Señor: —¿Eres tú el que tenía que venir o debemos esperar a otro? Los enviados se presentaron a Jesús y le dijeron: —Juan el Bautista nos envía a preguntarte si eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro. En aquel mismo momento, Jesús curó a muchos que tenían enfermedades, dolencias y espíritus malignos, y devolvió la vista a muchos ciegos. Respondió, pues, a los enviados: —Volved a Juan y contadle lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el evangelio. ¡Y felices aquellos para quienes yo no soy causa de tropiezo! Cuando se fueron los enviados de Juan, Jesús se puso a hablar de él a la gente. Decía: —Cuando salisteis al desierto, ¿qué esperabais encontrar? ¿Una caña agitada por el viento? ¿O esperabais encontrar un hombre espléndidamente vestido? Los que visten con lujo y se dan la buena vida viven en los palacios reales. ¿Qué esperabais, entonces, encontrar? ¿Un profeta? Pues sí, os digo, y más que profeta. Precisamente a él se refieren las Escrituras cuando dicen: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Os digo que no ha nacido nadie mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. El pueblo entero, que escuchaba a Juan, y aun los mismos recaudadores de impuestos, reconocían que su mensaje procedía de Dios, y recibieron su bautismo. En cambio, los fariseos y los doctores de la ley, rechazaron el designio de Dios para ellos, negándose a que Juan los bautizara. Jesús siguió diciendo: —¿Con qué compararé a esta gente de hoy? ¿A quién es comparable? Puede compararse a esos niños que se sientan en la plaza y se interpelan unos a otros: «¡Hemos tocado la flauta para vosotros, y no habéis bailado; os hemos cantado tonadas tristes, y no habéis llorado!». Porque vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis de él: «Tiene un demonio dentro». Pero después ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Ahí tenéis a un glotón y borracho, amigo de andar con recaudadores de impuestos y con gente de mala reputación». Pero la sabiduría se acredita en los que verdaderamente la poseen. Un fariseo invitó a Jesús a comer. Fue, pues, Jesús a casa del fariseo y se sentó a la mesa. Vivía en aquella ciudad una mujer de mala reputación que, al enterarse de que Jesús estaba en casa del fariseo, tomó un frasco de alabastro lleno de perfume y fue a ponerse detrás de Jesús, junto a sus pies. La mujer rompió a llorar y con sus lágrimas bañaba los pies de Jesús y los secaba con sus propios cabellos; los besaba también y finalmente derramó sobre ellos el perfume. Al verlo, el fariseo que había invitado a Jesús se dijo para sí mismo: «Si este fuera profeta, sabría quién es y qué reputación tan mala tiene la mujer que está tocándolo». Entonces Jesús se dirigió a él y le dijo: —Simón, quiero decirte una cosa. Simón le contestó: —Dime, Maestro. Jesús siguió: —Había una vez un acreedor que tenía dos deudores, uno de los cuales le debía diez veces más que el otro. Como ninguno de los dos podía pagarle, los perdonó a ambos. ¿Cuál de ellos te parece que amará más a su acreedor? Simón contestó: —Supongo que aquel a quien perdonó una deuda mayor. Jesús le dijo: —Tienes razón. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: —Mira esta mujer. Cuando llegué a tu casa, no me ofreciste agua para los pies; en cambio, ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tampoco me diste el beso de bienvenida; en cambio ella, desde que llegué, no ha cesado de besarme los pies. Ni vertiste aceite sobre mi cabeza; pero ella ha derramado perfume sobre mis pies. Por eso te digo que, si demuestra tanto amor, es porque le han sido perdonados sus muchos pecados. A quien poco se le perdona, poco amor manifiesta. Luego dijo a la mujer: —Tus pecados quedan perdonados. Los demás invitados comenzaron, entonces, a preguntarse a sí mismos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: —Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
LUCAS 7:18-50 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Juan se enteró de todas estas cosas, porque sus seguidores se las contaron. Llamó a dos de ellos y los envió a Jesús, a preguntarle si él era el que había de venir o si debían esperar a otro. Los enviados de Juan se acercaron, pues, a Jesús y le dijeron: –Juan el Bautista nos ha mandado a preguntarte si tú eres el que había de venir o si debemos esperar a otro. En aquel mismo momento sanó Jesús a muchas personas de sus enfermedades y sufrimientos, y de los espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos. Luego les contestó: –Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y dichoso el que no pierde su confianza en mí! Cuando los enviados de Juan se fueron, Jesús comenzó a hablar a la gente acerca de Juan, diciendo: –¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Y si no, ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre lujosamente vestido? Los que se visten con lujo y viven entre placeres están en los palacios de los reyes. En fin, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, verdaderamente: y a uno que es mucho más que profeta. Juan es aquel de quien dice la Escritura: ‘Yo envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino.’ Os digo que ninguno entre todos los hombres ha sido más grande que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él. Todos los que oyeron a Juan, incluso los que cobraban impuestos para Roma, se hicieron bautizar por él, reconociendo así que Dios es justo; pero los fariseos y los maestros de la ley no se hicieron bautizar por Juan, y de ese modo despreciaron lo que Dios había querido hacer en favor de ellos. “¿A qué compararé la gente de este tiempo? ¿A qué se parece? Se parece a los niños que se sientan a jugar en la plaza y gritan a sus compañeros: ‘Tocamos la flauta y no bailasteis; cantamos canciones tristes y no llorasteis.’ Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís que tiene un demonio. Luego ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís que es un glotón y bebedor, amigo de gente de mala fama y de los que cobran los impuestos para Roma. Pero la sabiduría de Dios se demuestra por todos sus resultados.” Un fariseo invitó a Jesús a comer, y Jesús fue a su casa. Estaba sentado a la mesa, cuando una mujer de mala fama que vivía en el mismo pueblo y que supo que Jesús había ido a comer a casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se puso junto a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con sus lágrimas. Luego los secó con sus cabellos, los besó y derramó sobre ellos el perfume. Al ver esto, el fariseo que había invitado a Jesús pensó: “Si este hombre fuera verdaderamente un profeta se daría cuenta de quién y qué clase de mujer es esta pecadora que le está tocando.” Entonces Jesús dijo al fariseo: –Simón, tengo algo que decirte. –Dímelo, Maestro –contestó el fariseo. Jesús siguió: –Dos hombres debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta: pero, como no le podían pagar, el prestamista perdonó la deuda a los dos. Ahora dime: ¿cuál de ellos le amará más? Simón le contestó: –Me parece que aquel a quien más perdonó. Jesús le dijo: –Tienes razón. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: –¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; en cambio, esta mujer me ha bañado los pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. No derramaste aceite sobre mi cabeza, pero ella ha derramado perfume sobre mis pies. Por esto te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien poco se perdona, poco amor manifiesta. Luego dijo a la mujer: –Tus pecados te son perdonados. Los otros invitados que estaban allí comenzaron a preguntarse: –¿Quién es este que hasta perdona pecados? Pero Jesús añadió, dirigiéndose a la mujer: –Por tu fe has sido salvada. Vete tranquila.
LUCAS 7:18-50 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Los discípulos de Juan le contaron todo esto. Él llamó a dos de ellos y los envió al Señor a preguntarle: ―¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? Cuando se acercaron a Jesús, ellos le dijeron: ―Juan el Bautista nos ha enviado a preguntarte: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” En ese mismo momento Jesús sanó a muchos que tenían enfermedades, dolencias y espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: ―Id y contadle a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía. Cuando se fueron los enviados, Jesús comenzó a hablarle a la multitud acerca de Juan: «¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Si no, ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con ropa fina? Claro que no, pues los que se visten ostentosamente y llevan una vida de lujo están en los palacios reales. Entonces, ¿qué fuisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: »“Yo estoy por enviar a mi mensajero delante de ti, el cual preparará el camino”. Os digo que entre los mortales no ha habido nadie más grande que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él». Al oír esto, todo el pueblo, y hasta los recaudadores de impuestos, reconocieron que el camino de Dios era justo, y fueron bautizados por Juan. Pero los fariseos y los expertos en la ley no se hicieron bautizar por Juan, rechazando así el propósito de Dios respecto a ellos. «Entonces, ¿con qué puedo comparar a la gente de esta generación? ¿A quién se parecen ellos? Se parecen a niños sentados en la plaza que se gritan unos a otros: »“Tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos un canto fúnebre, y no llorasteis”. Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Este es un glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”. Pero la sabiduría queda demostrada por los que la siguen». Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora». Entonces Jesús le dijo a manera de respuesta: ―Simón, tengo algo que decirte. ―Dime, Maestro —respondió. ―Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más? ―Supongo que aquel a quien más le perdonó —contestó Simón. ―Has juzgado bien —le dijo Jesús. Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón: ―¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. Entonces le dijo Jesús a ella: ―Tus pecados quedan perdonados. Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?» ―Tu fe te ha salvado —le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz.