LUCAS 7:36-50
LUCAS 7:36-50 Reina Valera 2020 (RV2020)
Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiera con él. Jesús entró en casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer pecadora que había en la ciudad se enteró de que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo y llegó con un vaso de alabastro lleno de perfume. Se puso detrás de Jesús, a sus pies, y rompió a llorar, haciendo que sus lágrimas bañasen los pies de él. Después los secó con sus propios cabellos; los besó y finalmente derramó sobre ellos el perfume. Viendo todo esto el fariseo que le había invitado, pensó: «Si este fuera profeta, conocería la identidad y la condición pecadora de la mujer que le está tocando». Entonces Jesús le dijo: —Simón, una cosa tengo que decirte. —Di, Maestro. —Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, el acreedor perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondió Simón: —Pienso que aquel a quien perdonó más. —Tu juicio es correcto. Y volviéndose hacia la mujer le dijo a Simón: —¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies, mas ella ha bañado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso al llegar, mas ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, mas ella ha ungido con perfume mis pies. Por eso te digo que le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho; pero se le perdona poco a quien ama poco. Y a la mujer le dijo: —Tus pecados te son perdonados. Los que estaban sentados con él a la mesa comenzaron a preguntarse para sí: «¿Quién es este, que también perdona pecados?». Y dijo a la mujer: —Tu fe te ha salvado. Ve en paz.
LUCAS 7:36-50 La Palabra (versión española) (BLP)
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Fue, pues, Jesús a casa del fariseo y se sentó a la mesa. Vivía en aquella ciudad una mujer de mala reputación que, al enterarse de que Jesús estaba en casa del fariseo, tomó un frasco de alabastro lleno de perfume y fue a ponerse detrás de Jesús, junto a sus pies. La mujer rompió a llorar y con sus lágrimas bañaba los pies de Jesús y los secaba con sus propios cabellos; los besaba también y finalmente derramó sobre ellos el perfume. Al verlo, el fariseo que había invitado a Jesús se dijo para sí mismo: «Si este fuera profeta, sabría quién es y qué reputación tan mala tiene la mujer que está tocándolo». Entonces Jesús se dirigió a él y le dijo: —Simón, quiero decirte una cosa. Simón le contestó: —Dime, Maestro. Jesús siguió: —Había una vez un acreedor que tenía dos deudores, uno de los cuales le debía diez veces más que el otro. Como ninguno de los dos podía pagarle, los perdonó a ambos. ¿Cuál de ellos te parece que amará más a su acreedor? Simón contestó: —Supongo que aquel a quien perdonó una deuda mayor. Jesús le dijo: —Tienes razón. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: —Mira esta mujer. Cuando llegué a tu casa, no me ofreciste agua para los pies; en cambio, ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tampoco me diste el beso de bienvenida; en cambio ella, desde que llegué, no ha cesado de besarme los pies. Ni vertiste aceite sobre mi cabeza; pero ella ha derramado perfume sobre mis pies. Por eso te digo que, si demuestra tanto amor, es porque le han sido perdonados sus muchos pecados. A quien poco se le perdona, poco amor manifiesta. Luego dijo a la mujer: —Tus pecados quedan perdonados. Los demás invitados comenzaron, entonces, a preguntarse a sí mismos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: —Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
LUCAS 7:36-50 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Un fariseo invitó a Jesús a comer, y Jesús fue a su casa. Estaba sentado a la mesa, cuando una mujer de mala fama que vivía en el mismo pueblo y que supo que Jesús había ido a comer a casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se puso junto a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con sus lágrimas. Luego los secó con sus cabellos, los besó y derramó sobre ellos el perfume. Al ver esto, el fariseo que había invitado a Jesús pensó: “Si este hombre fuera verdaderamente un profeta se daría cuenta de quién y qué clase de mujer es esta pecadora que le está tocando.” Entonces Jesús dijo al fariseo: –Simón, tengo algo que decirte. –Dímelo, Maestro –contestó el fariseo. Jesús siguió: –Dos hombres debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta: pero, como no le podían pagar, el prestamista perdonó la deuda a los dos. Ahora dime: ¿cuál de ellos le amará más? Simón le contestó: –Me parece que aquel a quien más perdonó. Jesús le dijo: –Tienes razón. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: –¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; en cambio, esta mujer me ha bañado los pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. No derramaste aceite sobre mi cabeza, pero ella ha derramado perfume sobre mis pies. Por esto te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien poco se perdona, poco amor manifiesta. Luego dijo a la mujer: –Tus pecados te son perdonados. Los otros invitados que estaban allí comenzaron a preguntarse: –¿Quién es este que hasta perdona pecados? Pero Jesús añadió, dirigiéndose a la mujer: –Por tu fe has sido salvada. Vete tranquila.
LUCAS 7:36-50 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora». Entonces Jesús le dijo a manera de respuesta: ―Simón, tengo algo que decirte. ―Dime, Maestro —respondió. ―Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más? ―Supongo que aquel a quien más le perdonó —contestó Simón. ―Has juzgado bien —le dijo Jesús. Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón: ―¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. Entonces le dijo Jesús a ella: ―Tus pecados quedan perdonados. Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?» ―Tu fe te ha salvado —le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz.