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LUCAS 8:1-56

LUCAS 8:1-56 Reina Valera 2020 (RV2020)

Aconteció después que Jesús caminaba por ciudades y aldeas predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios. Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le servían le ayudaban con sus propios bienes. En cierta ocasión se congregó en torno a él una gran multitud procedente de todas las ciudades y relató esta parábola: —Un sembrador salió a sembrar su semilla. Al esparcirla, una parte cayó junto al camino, fue hollada y las aves del cielo se la comieron. Otra cayó en zona pedregosa y después de nacer se secó, porque no tenía humedad. Otra cayó entre espinos y las espinas, que crecieron con ella, la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra, nació y dio fruto a ciento por uno. Y dicho esto añadió con voz solemne: —El que tiene oídos para oír que oiga. Sus discípulos le preguntaron que significaba esta parábola. Él contestó: —A vosotros, Dios os permite conocer los secretos de su reino, pero a los demás les hablo por medio de parábolas, para que, aunque miren, no vean, y aunque escuchen, no entiendan. Este es el significado de la parábola: La semilla es la palabra de Dios. La semilla que cayó junto al camino representa a quienes oyen, pero luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra para que no crean y se salven. La que cayó en zona pedregosa son aquellos que habiendo escuchado la palabra la reciben con gozo, mas como no tienen raíces creen por algún tiempo y en el momento de la prueba se apartan. La que cayó entre espinos representa a quienes oyen, pero luego se van: son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a dar fruto. Mas la que cayó en buena tierra representa a quienes con corazón bueno y recto retienen la palabra oída y dan fruto por su constancia. Nadie enciende una lámpara para después cubrirla con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la coloca en un candelero para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada escondido que no haya de ser descubierto ni secreto que no haya de conocerse y salir a la luz. Entended, pues, bien lo que oís, porque a quien tenga se le dará y a quien no tenga se le quitará incluso lo que piensa tener. La madre y los hermanos de Jesús fueron a verle, pero no podían llegar hasta él por causa de la multitud congregada. Entonces le avisaron: —Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte. Jesús respondió: —Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. Uno de aquellos días subió Jesús a una barca con sus discípulos y les dijo: —Vayamos a la otra orilla del lago. Y partieron hacia allá. Mientras navegaban, Jesús se durmió. Sobre el lago se desencadenó una tempestad con fuertes vientos que anegaba la barca y los ponía en peligro. Los discípulos se acercaron a él y le despertaron diciendo: —¡Maestro, Maestro, que perecemos! Jesús despertó y reprendió al viento y a las agitadas olas. La tempestad cesó y sobrevino la calma. Y les dijo: —¿Dónde está vuestra fe? Atemorizados y llenos de asombro, se preguntaban entre ellos: —¿Quién es este, que da órdenes a los vientos y a las aguas y le obedecen? Y navegaron hacia la región de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea. Al desembarcar Jesús, vino a su encuentro un hombre procedente de la ciudad. Estaba endemoniado desde hacía mucho tiempo, andaba desnudo y no vivía en su casa, sino en los sepulcros. Cuando vio a Jesús, se puso a gritar y postrándose a sus pies exclamó a voces: —¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes. Actuaba así porque Jesús había ordenado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre, de quien hacía mucho tiempo que se había apoderado. A pesar de que le ataban con cadenas y grillos, rompía las ataduras que le apresaban e impelido por el demonio huía a lugares desiertos. Jesús le preguntó: —¿Cómo te llamas? Él respondió: —Legión. Porque muchos demonios habían entrado en él y le rogaban que no los mandara al abismo. Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte y le rogaron que les dejara entrar en ellos. Jesús se lo permitió. Los demonios salieron del hombre y entraron en los cerdos. A continuación la piara se lanzó pendiente abajo hasta el lago, donde los cerdos se ahogaron. Los porqueros, habiendo visto lo acontecido, salieron huyendo y lo contaron en la ciudad y en los campos. La gente de esos lugares acudieron a ver lo que había sucedido. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, hallaron sentado a sus pies al hombre del que había salido los demonios, que ahora estaba vestido y en su cabal juicio. Ellos tuvieron miedo. Quienes lo habían visto les contaron cómo había sido salvado el endemoniado. Toda la población de la región de alrededor, es decir, de los gadarenos, rogó a Jesús que se alejara de ellos porque el temor los dominaba. Jesús, pues, subió de nuevo a la barca y emprendió el regreso. El hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que le permitiera acompañarlo, pero Jesús le despidió diciendo: —Vuélvete a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho contigo. Él se fue divulgando por toda la ciudad todas las cosas que había hecho Jesús con él. Cuando volvió Jesús, la multitud le recibió con alegría, pues todo el mundo lo estaba esperando. Entonces un hombre llamado Jairo, alto dirigente de la sinagoga, se acercó a Jesús y postrándose a sus pies le rogaba que entrara en su casa porque la única hija que tenía, como de doce años de edad, se estaba muriendo. Y mientras se dirigía a la casa, la multitud se apiñaba en torno a él. Pero una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años y que había gastado en médicos todo cuanto tenía sin obtener remedio alguno para su mal, se acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. Al instante se detuvo la hemorragia. Entonces Jesús dijo: —¿Quién me ha tocado? Todos negaban haberlo hecho. Pedro dijo: —Maestro, la gente te aprieta, te oprime y preguntas ¿quién me ha tocado? Jesús insistió: —Alguien me ha tocado porque yo he sentido que de mí ha salido poder. Viendo la mujer que no había pasado desapercibida, se acercó temblando a Jesús y postrándose a sus pies declaró delante de todo el pueblo la causa por la que le había tocado y cómo al instante había sido curada. Jesús le dijo: —Hija, tu fe te ha salvado. Ve en paz. Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del alto dirigente de la sinagoga a decirle: —Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro. Al oírlo Jesús, le dijo a Jairo: —No temas. Cree solamente y será salvada. Jesús entró en la casa de Jairo, pero no dejó entrar a nadie consigo, excepto a Pedro, a Jacobo, a Juan y a los padres de la niña. Todos lloraban y se lamentaban por su muerte. Pero Jesús dijo: —No lloréis. No está muerta. Duerme. Y se burlaban de él, porque sabían que estaba muerta. Mas él, tomándola de la mano exclamó: —¡Muchacha, levántate! La vida volvió a la niña e inmediatamente se levantó. Jesús mandó que se le diese de comer. Sus padres estaban atónitos y les ordenó que a nadie dijeran lo que había sucedido.

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LUCAS 8:1-56 La Palabra (versión española) (BLP)

Más tarde, Jesús andaba recorriendo pueblos y aldeas, proclamando la buena noticia del reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres a quienes había liberado de espíritus malignos y de otras enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que Jesús había hecho salir siete demonios; Juana, la mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y muchas otras. Todas ellas ayudaban con sus propios recursos a Jesús y sus discípulos. En cierta ocasión, habiéndose reunido mucha gente que acudía a Jesús procedente de todos los pueblos, les contó esta parábola: —Un sembrador salió a sembrar su semilla. Al lanzar la semilla, una parte cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y los pájaros se la comieron. Otra parte cayó sobre piedras y, apenas brotó, se secó porque no tenía humedad. Otra parte de la semilla cayó en medio de los cardos, y los cardos, al crecer juntamente con ella, la sofocaron. Otra parte, en fin, cayó en tierra fértil, y brotó y dio fruto al ciento por uno. Dicho esto, Jesús añadió: —Quien pueda entender esto, que lo entienda. Los discípulos le preguntaron por el significado de esta parábola. Jesús les contestó: —A vosotros, Dios os permite conocer los secretos de su reino, pero a los demás les hablo por medio de parábolas, para que, aunque miren, no vean, y aunque escuchen, no entiendan. Este es el significado de la parábola: La semilla es el mensaje de Dios. La parte que cayó al borde del camino representa a aquellos que oyen el mensaje, pero llega el diablo y se lo arrebata del corazón para que no crean y se salven. La semilla que cayó sobre piedras representa a los que escuchan el mensaje y lo reciben con alegría; pero son tan superficiales que, aunque de momento creen, en cuanto llegan las dificultades abandonan. La semilla que cayó entre los cardos representa a los que escuchan el mensaje, pero preocupados solo por los problemas, las riquezas y los placeres de esta vida, se desentienden y no llegan a dar fruto. Por último, la semilla que cayó en tierra fértil representa a los que oyen el mensaje con una disposición acogedora y recta, lo guardan con corazón noble y bueno, y dan fruto por su constancia. Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que alumbre a todos los que entren en la casa. Pues nada hay escondido que no haya de ser descubierto, ni hay nada hecho en secreto que no haya de conocerse y salir a la luz. Prestad mucha atención, porque al que tenga algo, aún se le dará más; pero al que no tenga nada, hasta lo que crea tener se le quitará. En cierta ocasión fueron a ver a Jesús su madre y sus hermanos; pero se había reunido tanta gente que no podían llegar hasta él. Alguien le pasó aviso: —Tu madre y tus hermanos están ahí fuera, y quieren verte. Jesús contestó: —Mi madre y mis hermanos son todos los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen en práctica. Un día, subió Jesús a una barca, junto con sus discípulos, y les dijo: —Vamos a la otra orilla. Y se adentraron en el lago. Mientras navegaban, Jesús se quedó dormido. De pronto, una tormenta huracanada se desencadenó sobre el lago. Como la barca se llenaba de agua y corrían grave peligro, los discípulos se acercaron a Jesús y lo despertaron, diciendo: —¡Maestro, Maestro, que estamos a punto de perecer! Entonces Jesús, incorporándose, increpó al viento y al oleaje; estos se apaciguaron enseguida y el lago quedó en calma. Después dijo Jesús a los discípulos: —¿Dónde está vuestra fe? Pero ellos, llenos de miedo y asombro, se preguntaban unos a otros: —¿Quién es este, que da órdenes a los vientos y al agua y lo obedecen? Después de esto arribaron a la región de Gerasa que está frente a Galilea. En cuanto Jesús saltó a tierra, salió a su encuentro un hombre procedente de la ciudad. Estaba poseído por demonios, y desde hacía bastante tiempo andaba desnudo y no vivía en su casa, sino en el cementerio. Al ver a Jesús, se puso de rodillas delante de él gritando con todas sus fuerzas: —¡Déjame en paz, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! ¡Te suplico que no me atormentes! Es que Jesús había ordenado al espíritu impuro que saliera de aquel hombre, pues muchas veces le provocaba violentos arrebatos; y a pesar de que habían intentado sujetarlo con cadenas y grilletes, él rompía las ataduras y se escapaba a lugares desiertos empujado por el demonio. Jesús le preguntó: —¿Cómo te llamas? Él le contestó: —Me llamo «Legión». Porque eran muchos los demonios que habían entrado en él. Y rogaban a Jesús que no los mandara volver al abismo. Había allí una considerable piara de cerdos paciendo por el monte; los demonios rogaron a Jesús que les permitiera entrar en los cerdos; y Jesús se lo permitió. Entonces los demonios salieron del hombre y entraron en los cerdos. Al instante, la piara se lanzó pendiente abajo hasta el lago, donde los cerdos se ahogaron. Cuando los porquerizos vieron lo sucedido, salieron huyendo y lo contaron en la ciudad y en sus alrededores. La gente fue allá a ver lo que había pasado. Al llegar adonde se encontraba Jesús, hallaron sentado a sus pies al hombre del que había expulsado los demonios, que ahora estaba vestido y en su cabal juicio. Todos se llenaron de miedo. Los testigos del hecho les contaron cómo había sido sanado el poseído por el demonio. Y toda la gente que habitaba en la región de Gerasa rogaba a Jesús que se apartara de ellos, porque el pánico los dominaba. Jesús, entonces, subió de nuevo a la barca y emprendió el regreso. El hombre del que había expulsado los demonios le rogaba que le permitiera acompañarlo; pero Jesús lo despidió, diciéndole: —Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho contigo. El hombre se marchó y fue proclamando por toda la ciudad lo que Jesús había hecho con él. Cuando Jesús regresó, la gente lo recibió con alegría, pues todo el mundo estaba esperándolo. En esto llegó un hombre llamado Jairo, jefe de la sinagoga, el cual se postró a los pies de Jesús rogándole que fuera a su casa porque su única hija, de unos doce años de edad, estaba muriéndose. Mientras Jesús se dirigía allá, la gente se apiñaba a su alrededor. Entonces, una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años y que había gastado toda su fortuna en médicos, sin lograr que ninguno la curase, se acercó a Jesús por detrás y le tocó el borde del manto. En aquel mismo instante se detuvo su hemorragia. Jesús preguntó: —¿Quién me ha tocado? Todos negaban haberlo hecho, y Pedro le dijo: —Maestro, es la gente que te rodea y casi te aplasta. Pero Jesús insistió: —Alguien me ha tocado, porque he sentido que un poder [curativo] salía de mí. Al ver la mujer que no podía ocultarse, fue temblando a arrodillarse a los pies de Jesús y, en presencia de todos, declaró por qué lo había tocado y cómo había quedado curada instantáneamente. Jesús le dijo: —Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz. Aún estaba hablando Jesús, cuando llegó uno de casa del jefe de la sinagoga a decirle a este: —Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro. Pero Jesús, que lo había oído, le dijo a Jairo: —No tengas miedo. ¡Solo ten fe, y ella se salvará! Fueron, pues, a la casa, y Jesús entró, sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Juan, Santiago y los padres de la niña. Todos estaban llorando y haciendo duelo por la muerte de la niña. Jesús les dijo: —No lloréis, pues no está muerta; está dormida. Pero todos se burlaban de Jesús porque sabían que la niña había muerto. Jesús, tomándola de la mano, exclamó: —¡Muchacha, levántate! Y el espíritu volvió a la niña, que al instante se levantó. Y Jesús ordenó que le dieran de comer. Los padres se quedaron atónitos, pero Jesús les encargó que no contaran a nadie lo que había sucedido.

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LUCAS 8:1-56 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Después de esto, Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas proclamando y anunciando el reino de Dios. Le acompañaban los doce apóstoles y algunas mujeres que él había librado de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas estaba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; también Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que los ayudaban con lo que tenían. Mucha gente que estaba allí, más otra llegada de los pueblos, se reunió junto a Jesús, y él les contó esta parábola: “Un sembrador salió a sembrar su semilla. Y al sembrar, una parte de ella cayó en el camino, y fue pisoteada y las aves se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, y brotó, pero se secó por falta de humedad. Otra parte cayó entre espinos, y al nacer juntamente los espinos, la ahogaron. Pero otra parte cayó en buena tierra, y creció y dio una buena cosecha, hasta de cien granos por semilla.” Esto dijo Jesús, y añadió con voz fuerte: “¡Los que tienen oídos, oigan!” Los discípulos preguntaron a Jesús qué significaba aquella parábola. Él les dijo: “A vosotros, Dios os da a conocer los secretos de su reino; pero a los otros les hablo por medio de parábolas, para que por mucho que miren no vean y por mucho que oigan no entiendan. “Esto significa la parábola: La semilla representa el mensaje de Dios. La parte que cayó por el camino representa a los que oyen el mensaje, pero viene el diablo y se lo quita del corazón para que no crean y se salven. La semilla que cayó entre las piedras representa a los que oyen el mensaje y lo reciben con gusto, pero luego, a la hora de la prueba, fallan. La semilla que cayó entre espinos representa a los que oyen, pero poco a poco se dejan ahogar por las preocupaciones, las riquezas y los placeres, de modo que no llegan a dar fruto. Pero la semilla que cayó en buena tierra representa a las personas que con corazón bueno y dispuesto oyen el mensaje y lo guardan, y permaneciendo firmes dan una buena cosecha. “Nadie enciende una lámpara para taparla con una olla o ponerla debajo de la cama, sino que la pone en alto para que tengan luz los que entran. De la misma manera, no hay nada escondido que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a conocerse y ponerse en claro. “Así que oíd bien, pues al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que cree tener se le quitará.” La madre y los hermanos de Jesús acudieron a donde él estaba, pero no pudieron acercársele porque había mucha gente. Alguien avisó a Jesús: –Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte. Él contestó: –Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, esos son mi madre y mis hermanos. Un día, Jesús entró en una barca con sus discípulos y les dijo: –Pasemos a la otra orilla del lago. Partieron, pues, y mientras cruzaban el lago, Jesús se quedó dormido. De pronto se desató una fuerte tormenta de viento sobre el lago; la barca se llenaba de agua y corrían peligro de hundirse. Fueron a despertar a Jesús, diciéndole: –¡Maestro, Maestro, nos estamos hundiendo! Jesús se levantó, dio una orden al viento y a las olas y todo se calmó y quedó tranquilo. Después dijo a sus discípulos: –¿Qué pasa con vuestra fe? Pero ellos, asustados y asombrados, se preguntaban unos a otros: –¿Quién es este, que da órdenes al viento y al agua y le obedecen? Por fin llegaron a la tierra de Gerasa, que está al otro lado del lago, frente a Galilea. Al bajar Jesús a tierra, un hombre que estaba endemoniado salió del pueblo y se le acercó. Hacía mucho tiempo que andaba sin ropas y que no vivía en una casa, sino entre las tumbas. Cuando vio a Jesús, cayó de rodillas delante de él gritando: –¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Te ruego que no me atormentes! Dijo esto porque Jesús había ordenado al espíritu impuro que saliese de aquel hombre. Muchas veces el demonio se había apoderado de él, y aunque la gente le sujetaba las manos y los pies con cadenas para tenerle seguro, él las rompía y el demonio le hacía huir a lugares desiertos. Jesús le preguntó: –¿Cómo te llamas? –Me llamo Legión –contestó, porque eran muchos los demonios que habían entrado en él, los cuales pidieron a Jesús que no los mandara al abismo. Como allí, en el monte, estaba paciendo una gran piara de cerdos, los espíritus le rogaron que los dejara entrar en ellos. Jesús les dio permiso. Los demonios salieron entonces del hombre y entraron en los cerdos, y estos echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y se ahogaron. Al ver lo sucedido, los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y fueron a contarlo en el pueblo y por los campos. La gente salió a ver lo que había pasado. Y cuando llegaron a donde estaba Jesús, encontraron sentado a sus pies, vestido y en su cabal juicio, al hombre de quien habían salido los demonios; y tuvieron miedo. Los que habían visto lo sucedido, les contaron cómo había sido curado aquel endemoniado. Toda la gente de la región de Gerasa comenzó entonces a rogar a Jesús que se marchara de allí, porque tenían mucho miedo. Así que Jesús entró en la barca y se fue. El hombre de quien habían salido los demonios le rogó que le permitiera ir con él, pero Jesús le ordenó que se quedase. Le dijo: –Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti. El hombre se fue y contó por todo el pueblo lo que Jesús había hecho por él. Cuando Jesús regresó al otro lado del lago, la gente le recibió con alegría, porque todos le estaban esperando. En esto llegó uno llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Este hombre se echó a los pies de Jesús suplicándole que fuera a su casa, porque su única hija, que tenía unos doce años, estaba a punto de morir. Mientras Jesús iba, se sentía oprimido por la multitud. Entre la gente había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias. Había gastado en médicos todo lo que tenía, pero ninguno la había podido sanar. Esta mujer se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su capa, y en el acto se detuvo su hemorragia. Entonces Jesús preguntó: –¿Quién me ha tocado? Como todos negaban haberlo hecho, Pedro dijo: –Maestro, la gente te oprime y empuja por todos los lados. Pero Jesús insistió: –Alguien me ha tocado, porque he notado que de mí ha salido poder para sanar. La mujer, al ver que no podía ocultarse, fue temblando a arrodillarse a los pies de Jesús. Le confesó delante de todos por qué razón le había tocado y cómo había sido sanada en el acto. Jesús le dijo: –Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó un mensajero que dijo al jefe de la sinagoga: –Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro. Pero Jesús lo oyó y le dijo: –No tengas miedo. Solamente cree y tu hija se salvará. Al llegar a la casa, no dejó entrar con él a nadie más que a Pedro, Santiago y Juan, junto con el padre y la madre de la niña. Todos lloraban y se lamentaban por ella, pero Jesús les dijo: –No lloréis. La niña no está muerta, sino dormida. La gente se burlaba de él, viendo que estaba muerta. Entonces Jesús tomó de la mano a la niña y dijo con voz fuerte: –¡Muchacha, levántate! Ella volvió a la vida, y al punto se levantó; y Jesús mandó que le dieran de comer. Sus padres estaban impresionados, pero Jesús les ordenó que no contaran a nadie lo que había sucedido.

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LUCAS 8:1-56 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Después de esto, Jesús estuvo recorriendo los pueblos y las aldeas, proclamando las buenas nuevas del reino de Dios. Lo acompañaban los doce, y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, y de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cuza, administrador de Herodes; Susana y muchas más que los ayudaban con sus propios recursos. De cada pueblo salía gente para ver a Jesús y, cuando se reunió una gran multitud, les contó esta parábola: «Un sembrador salió a sembrar. Al esparcir la semilla, una parte cayó junto al camino; fue pisoteada, y los pájaros se la comieron. Otra parte cayó sobre las piedras y, cuando brotó, las plantas se secaron por falta de humedad. Otra parte cayó entre espinos que, al crecer junto con la semilla, la ahogaron. Pero otra parte cayó en buen terreno; así que brotó y produjo una cosecha del ciento por uno». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Sus discípulos le preguntaron cuál era el significado de esta parábola. «A vosotros se os ha concedido que conozcáis los secretos del reino de Dios —les contestó—; pero a los demás se les habla por medio de parábolas para que »“aunque miren, no vean; aunque oigan, no entiendan”. »Este es el significado de la parábola: La semilla es la palabra de Dios. Los que están junto al camino son los que oyen, pero luego viene el diablo y les quita la palabra del corazón, no sea que crean y se salven. Los que están sobre las piedras son los que reciben la palabra con alegría cuando la oyen, pero no tienen raíz. Estos creen por algún tiempo, pero se apartan cuando llega la prueba. La parte que cayó entre espinos son los que oyen, pero, con el correr del tiempo, los ahogan las preocupaciones, las riquezas y los placeres de esta vida, y no maduran. Pero la parte que cayó en buen terreno son los que oyen la palabra con corazón noble y bueno, y la retienen; y, como perseveran, producen una buena cosecha. »Nadie enciende una lámpara para después cubrirla con una vasija o ponerla debajo de la cama, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz. No hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada oculto que no llegue a conocerse públicamente. Por lo tanto, prestad mucha atención. Al que tiene, se le dará más; al que no tiene, hasta lo que cree tener se le quitará». La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero, como había mucha gente, no lograban acercársele. ―Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte —le avisaron. Pero él les contestó: ―Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. Un día subió Jesús con sus discípulos a una barca. ―Crucemos al otro lado del lago —les dijo. Así que partieron y, mientras navegaban, él se durmió. Entonces se desató una tormenta sobre el lago, de modo que la barca comenzó a inundarse y corrían gran peligro. Los discípulos fueron a despertarlo. ―¡Maestro, Maestro, nos vamos a ahogar! —gritaron. Él se levantó y reprendió al viento y a las olas; la tormenta se apaciguó y todo quedó tranquilo. ―¿Dónde está vuestra fe? —les dijo a sus discípulos. Con temor y asombro, ellos se decían unos a otros: «¿Quién es este, que manda aun a los vientos y al agua, y le obedecen?» Navegaron hasta la región de los gerasenos, que está al otro lado del lago, frente a Galilea. Al desembarcar Jesús, un endemoniado que venía del pueblo le salió al encuentro. Hacía mucho tiempo que este hombre no se vestía; tampoco vivía en una casa, sino en los sepulcros. Cuando vio a Jesús, dio un grito y se arrojó a sus pies. Entonces exclamó con fuerza: ―¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te ruego que no me atormentes! Es que Jesús le había ordenado al espíritu maligno que saliera del hombre. Se había apoderado de él muchas veces y, aunque le sujetaban los pies y las manos con cadenas y lo mantenían bajo custodia, rompía las cadenas y el demonio lo arrastraba a lugares solitarios. ―¿Cómo te llamas? —le preguntó Jesús. ―Legión —respondió, ya que habían entrado en él muchos demonios. Y estos le suplicaban a Jesús que no los mandara al abismo. Como había una piara grande de cerdos paciendo en la colina, le rogaron a Jesús que los dejara entrar en ellos. Así que él les dio permiso. Y, cuando los demonios salieron del hombre, entraron en los cerdos, y la piara se precipitó al lago por el despeñadero y se ahogó. Al ver lo sucedido, los que cuidaban los cerdos huyeron y dieron la noticia en el pueblo y por los campos, y la gente salió a ver lo que había pasado. Llegaron adonde estaba Jesús y encontraron, sentado a sus pies, al hombre de quien habían salido los demonios. Cuando lo vieron vestido y en su sano juicio, tuvieron miedo. Los que habían presenciado estas cosas le contaron a la gente cómo el endemoniado había sido sanado. Entonces toda la gente de la región de los gerasenos le pidió a Jesús que se fuera de allí, porque les había entrado mucho miedo. Así que él subió a la barca para irse. Ahora bien, el hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que le permitiera acompañarlo, pero Jesús lo despidió y le dijo: ―Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti. Así que el hombre se fue y proclamó por todo el pueblo lo mucho que Jesús había hecho por él. Cuando Jesús regresó, la multitud se alegró de verlo, pues todos estaban esperándolo. En esto llegó un hombre llamado Jairo, que era un jefe de la sinagoga. Arrojándose a los pies de Jesús, le suplicaba que fuera a su casa, porque su única hija, de unos doce años, se estaba muriendo. Jesús se puso en camino y las multitudes lo apretujaban. Había entre la gente una mujer que hacía doce años que padecía de hemorragias, sin que nadie pudiera sanarla. Ella se le acercó por detrás y tocó el borde del manto, y al instante cesó su hemorragia. ―¿Quién me ha tocado? —preguntó Jesús. Como todos negaban haberlo tocado, Pedro le dijo: ―Maestro, son multitudes las que te aprietan y te oprimen. ―No, alguien me ha tocado —replicó Jesús—; yo sé que de mí ha salido poder. La mujer, al ver que no podía pasar inadvertida, se acercó temblando y se arrojó a sus pies. En presencia de toda la gente, contó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada al instante. ―Hija, tu fe te ha sanado —le dijo Jesús—. Vete en paz. Todavía estaba hablando Jesús cuando alguien llegó de la casa de Jairo, jefe de la sinagoga, para decirle: ―Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro. Al oír esto, Jesús le dijo a Jairo: ―No tengas miedo; cree nada más, y ella será sanada. Cuando llegó a la casa de Jairo, no dejó que nadie entrara con él, excepto Pedro, Juan y Jacobo, y el padre y la madre de la niña. Todos estaban llorando, muy afligidos por ella. ―Dejad de llorar —les dijo Jesús—. No está muerta, sino dormida. Entonces ellos empezaron a burlarse de él porque sabían que estaba muerta. Pero él la tomó de la mano y le dijo: ―¡Niña, levántate! Recobró la vida y al instante se levantó. Jesús mandó darle de comer. Los padres se quedaron atónitos, pero él les advirtió que no contaran a nadie lo que había sucedido.

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