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MATEO 16:5-28

MATEO 16:5-28 La Palabra (versión española) (BLP)

Cuando los discípulos llegaron a la otra orilla del lago, se dieron cuenta de que habían olvidado llevar pan. Jesús les advirtió: —Mirad, tened cuidado con la levadura de los fariseos y de los saduceos. Los discípulos comentaban entre ellos: «Esto lo dice porque no hemos traído pan». Pero Jesús, dándose cuenta de ello, les dijo: —¿Por qué estáis comentando entre vosotros que os falta pan? ¡Lo que os falta es fe! ¿Aún no sois capaces de entender? ¿Ya no recordáis los cinco panes repartidos entre los cinco mil hombres y cuántos cestos recogisteis? ¿Ni los siete panes repartidos entre los cuatro mil y cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo es que no entendéis que yo no me refería al pan cuando os decía: «Tened cuidado con la levadura de los fariseos y de los saduceos»? Entonces los discípulos cayeron en la cuenta de que Jesús no les prevenía contra la levadura del pan, sino contra las enseñanzas de los fariseos y de los saduceos. Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: —¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: —Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o algún otro profeta. Jesús les preguntó: —Y vosotros, ¿quién decís que soy? Entonces Simón Pedro declaró: —¡Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo! Jesús le contestó: —¡Feliz tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún mortal te ha revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos! Por eso te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi Iglesia, y el poder del abismo no la vencerá. Yo te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Entonces Jesús ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. A partir de aquel momento, Jesús empezó a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, y que los ancianos del pueblo, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley le harían sufrir mucho, y luego lo matarían, pero que al tercer día resucitaría. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo, diciendo: —¡Que nada de eso te pase, Señor! Pero Jesús, volviéndose a él, le dijo: —¡Apártate de mí, Satanás! Tú eres una piedra de tropiezo para mí, porque no piensas como piensa Dios, sino como piensa la gente. Luego, dirigiéndose a sus discípulos, Jesús añadió: —Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar con su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que entregue su vida por causa de mí, ese la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su propia vida? ¿O qué podrá dar el ser humano a cambio de su vida? El Hijo del hombre ya está a punto de venir revestido de la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles. Cuando llegue, recompensará a cada uno conforme a sus hechos. Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin antes haber visto al Hijo del hombre llegar como Rey.

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MATEO 16:5-28 Reina Valera 2020 (RV2020)

Los discípulos llegaron al otro lado del lago, pero se habían olvidado de llevar pan. Jesús les dijo: —Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos. Ellos discutían entre sí y decían: —Dice esto porque no hemos traído pan. Jesús se dio cuenta y les preguntó: —Hombres de poca fe, ¿por qué seguís discutiendo lo de no tener pan? ¿Aún no sois capaces de entender? ¿Ya no recordáis los cinco panes repartidos entre los cinco mil hombres y cuántos cestos recogisteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil y cuántas canastas recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no fue por el pan por lo que os dije que os guardéis de la levadura de los fariseos y de los saduceos? Entonces comprendieron que no les había dicho que se guardaran de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos. Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: —¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: —Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Él les preguntó: —Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Dijo Simón Pedro: —Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: —Dichoso eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no tendrán poder para vencerla. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijeran que él era Jesús el Cristo. Desde aquel momento comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día. Pedro, tomándole aparte, comenzó a reprenderlo diciendo: —Señor, ten compasión de ti mismo. ¡Qué no te suceda eso jamás! Él se volvió y le reprendió: —¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las cosas humanas. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: —Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque todo el que quiera salvar su vida la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí la hallará. ¿De qué le servirá a uno ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué puede dar uno a cambio de su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin antes haber visto al Hijo del Hombre venir en su Reino.

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MATEO 16:5-28 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Cuando los discípulos pasaron a la otra orilla del lago, se olvidaron de llevar pan. Jesús les dijo: –Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y los saduceos. Los discípulos comentaban entre ellos: –¡No hemos traído pan! Jesús se dio cuenta y les dijo: –¿Por qué decís que no tenéis pan? ¡Qué poca fe tenéis! ¿Todavía no comprendéis? ¿No recordáis ya los cinco panes que repartí entre los cinco mil hombres, y cuántas canastas recogisteis? ¿Ni los siete panes que repartí entre los cuatro mil, y cuántos cestos recogisteis? ¿Cómo no comprendéis que yo no estaba hablando del pan? ¡Guardaos de la levadura de los fariseos y los saduceos! Entonces comprendieron que Jesús no les había dicho que se guardaran de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y los saduceos. Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo preguntó a sus discípulos: –¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: –Unos dicen que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o algún profeta. –Y vosotros, ¿quién decís que soy? –les preguntó. Simón Pedro le respondió: –Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente. Entonces Jesús le dijo: –Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi iglesia; y el poder de la muerte no la vencerá. Te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en este mundo, también quedará atado en el cielo; y lo que desates en este mundo, también quedará desatado en el cielo. Luego Jesús ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. A partir de entonces, Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley le harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría. Entonces Pedro le llevó aparte y comenzó a reprenderle, diciendo: –¡Dios no lo quiera, Señor! ¡Eso no te puede pasar! Pero Jesús se volvió y dijo a Pedro: –¡Apártate de mí, Satanás, pues me pones en peligro de caer! ¡Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres! Luego Jesús dijo a sus discípulos: –El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la recobrará. ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida? El Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a sus hechos. Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin haber visto al Hijo del hombre venir como rey.

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MATEO 16:5-28 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Cruzaron el lago, pero a los discípulos se les había olvidado llevar pan. ―Tened cuidado —les advirtió Jesús—; evitad la levadura de los fariseos y de los saduceos. Ellos comentaban entre sí: «Lo dice porque no trajimos pan». Al darse cuenta de esto, Jesús les recriminó: ―Hombres de poca fe, ¿por qué estáis hablando acerca de que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis? ¿No recordáis los cinco panes para los cinco mil, y el número de canastas que recogisteis? ¿Ni los siete panes para los cuatro mil, y el número de cestas que recogisteis? ¿Cómo es que no entendéis que no hablaba del pan, sino de tener cuidado de la levadura de fariseos y saduceos? Entonces comprendieron que no les decía que se cuidaran de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos. Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ―¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Le respondieron: ―Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que Jeremías o uno de los profetas. ―Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? ―Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó Simón Pedro. ―Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Entonces les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a advertir a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas a manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo: ―¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás! Jesús se volvió y le dijo a Pedro: ―¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Luego dijo Jesús a sus discípulos: ―Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto al Hijo del hombre llegar en su reino.

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