MATEO 26:31-74
MATEO 26:31-74 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
―Esta misma noche —les dijo Jesús— todos vosotros me abandonaréis, porque está escrito: »“Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero, después de que yo haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea». ―Aunque todos te abandonen —declaró Pedro—, yo jamás lo haré. ―Te aseguro —le contestó Jesús— que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me negarás tres veces. ―Aunque tenga que morir contigo —insistió Pedro—, jamás te negaré. Y los demás discípulos dijeron lo mismo. Luego fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní, y les dijo: «Sentaos aquí mientras voy más allá a orar». Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse triste y angustiado. «Es tal la angustia que me invade que me siento morir —les dijo—. Quedaos aquí y permaneced despiertos conmigo». Yendo un poco más allá, se postró sobre su rostro y oró: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Luego volvió adonde estaban sus discípulos y los encontró dormidos. «¿No pudisteis permanecer despiertos conmigo ni una hora? —le dijo a Pedro—. Estad alerta y orad para no caer en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil». Por segunda vez se retiró y oró: «Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este trago amargo, hágase tu voluntad». Cuando volvió, otra vez los encontró dormidos, porque se les cerraban los ojos de sueño. Así que los dejó y se retiró a orar por tercera vez, diciendo lo mismo. Volvió de nuevo a los discípulos y les dijo: «¿Seguís durmiendo y descansando? Mirad, se acerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona!» Todavía estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una gran turba armada con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: «Al que dé un beso, ese es; arrestadlo». En seguida Judas se acercó a Jesús y lo saludó. ―¡Rabí! —le dijo, y lo besó. ―Amigo —le replicó Jesús—, ¿a qué vienes? Entonces los hombres se acercaron y prendieron a Jesús. En eso, uno de los que estaban con él extendió la mano, sacó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja. ―Guarda tu espada —le dijo Jesús—, porque los que a hierro matan, a hierro mueren. ¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder? Y de inmediato dijo a la turba: ―¿Acaso soy un bandido, para que vengáis con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar en el templo, y no me prendisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que habían arrestado a Jesús lo llevaron ante Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los maestros de la ley y los ancianos. Pero Pedro lo siguió de lejos hasta el patio del sumo sacerdote. Entró y se sentó con los guardias para ver en qué terminaba aquello. Los jefes de los sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban alguna prueba falsa contra Jesús para poder condenarlo a muerte. Pero no la encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Por fin se presentaron dos, que declararon: ―Este hombre dijo: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”. Poniéndose en pie, el sumo sacerdote le dijo a Jesús: ―¿No vas a responder? ¿Qué significan estas denuncias en tu contra? Pero Jesús se quedó callado. Así que el sumo sacerdote insistió: ―Te ordeno en el nombre del Dios viviente que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de Dios. ―Tú lo has dicho —respondió Jesús—. Pero yo os digo a todos: De ahora en adelante veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo. ―¡Ha blasfemado! —exclamó el sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras—. ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Mirad, vosotros mismos habéis oído la blasfemia! ¿Qué pensáis de esto? ―Merece la muerte —le contestaron. Entonces algunos le escupieron en el rostro y le dieron puñetazos. Otros lo abofeteaban y decían: ―A ver, Cristo, ¡adivina quién te pegó! Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio, y una criada se le acercó. ―Tú también estabas con Jesús de Galilea —le dijo. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: ―No sé de qué estás hablando. Luego salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que estaban allí: ―Este estaba con Jesús de Nazaret. Él lo volvió a negar, jurándoles: ―¡A ese hombre ni lo conozco! Poco después se acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron: ―Seguro que eres uno de ellos; se nota por tu acento. Y comenzó a echar maldiciones, y les juró: ―¡A ese hombre ni lo conozco! En ese instante cantó un gallo.
MATEO 26:31-74 Reina Valera 2020 (RV2020)
Entonces Jesús les dijo: —Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche, pues escrito está: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño . Pero después de que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. Replicó Pedro: —Aunque todos te fallen, yo nunca te fallaré. Jesús le dijo: —Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro insistió: —Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní y dijo a sus discípulos: —Quedaos aquí sentados mientras yo voy más allá a orar. Jesús se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces les dijo: —Mi alma siente una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. Se adelantó unos pasos e inclinándose sobre su rostro, oró así: —Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú. Volvió luego a sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: —¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez se alejó y oró por segunda vez: —Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Volvió de nuevo y los halló durmiendo, porque tenían los ojos cargados de sueño. Los dejó y se fue. Oró por tercera vez con las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: —¡Seguid durmiendo y descansando! Ha llegado la hora y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ved, se acerca el que me va a entregar. Aún estaba él hablando cuando llegó Judas, uno de los doce. Con él venía mucha gente con espadas y palos enviada por los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo. Y el que lo entregaba les había dado señal: —Al que yo bese, ese es. Apresadlo. En seguida se acercó a Jesús y dijo: —¡Hola, Maestro! Y lo besó. Jesús le preguntó: —Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron a Jesús y lo apresaron. Pero uno de los que estaban con él echó mano de su espada, hirió a un siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja. Jesús le dijo: —Envaina tu espada, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre y que él no me enviaría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras cuando dicen que es necesario que así se haga? En aquella hora dijo Jesús a la gente: —¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para apresarme? Diariamente me sentaba con vosotros y enseñaba en el templo y no me prendisteis. Mas todo esto sucede para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Y entonces todos los discípulos lo dejaron y huyeron. Los que apresaron a Jesús lo llevaron ante el sumo sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el patio del sumo sacerdote, entró y se sentó con los guardias para ver el fin. Los principales sacerdotes, los ancianos y todo el Concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús para entregarlo a la muerte. Aunque se presentaban muchos testigos falsos, no lo hallaban. Pero al fin comparecieron dos de estos testigos que dijeron: —Este afirmó: «Puedo derribar el templo de Dios y en tres días reedificarlo». Se levantó el sumo sacerdote y le preguntó: —¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? Pero Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: —Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús respondió: —Tú lo has dicho. Y además yo os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: —¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Y ellos respondieron: —¡Es reo de muerte! Y empezaron a escupirle en el rostro, le daban puñetazos y lo abofeteaban diciendo: —Profetízanos, Cristo, quién es el que te ha golpeado. Pedro estaba sentado fuera, en el patio. Se le acercó una criada y le dijo: —Tú también estabas con Jesús, el galileo. Pero él lo negó delante de todos: —No sé lo que dices. Pedro salió a la puerta y lo vio otra mujer y dijo a los que estaban allí: —También este andaba con Jesús, el nazareno. Pero él otra vez lo negó, jurando: —¡No conozco a ese hombre! Un poco después se le acercaron los que por allí estaban y le dijeron: —No cabe duda de que tú también eres de ellos. Tu acento te delata. Pedro entonces comenzó a maldecir y a jurar de nuevo: —¡No conozco a ese hombre! Y al instante cantó el gallo.
MATEO 26:31-74 La Palabra (versión española) (BLP)
Jesús les dijo entonces: —Esta noche todos me abandonaréis, porque así lo dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después de mi resurrección iré antes que vosotros a Galilea. Pedro le contestó: —¡Aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré! Jesús insistió: —Te aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, tú me habrás negado tres veces. Pedro insistió: —¡Yo no te negaré, aunque tenga que morir contigo! Y lo mismo decían los otros discípulos. Llegó Jesús, acompañado de sus discípulos, al lugar llamado Getsemaní, y les dijo: —Quedaos aquí sentados mientras yo voy un poco más allá a orar. Se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentirse afligido y angustiado; entonces les dijo: —Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. Se adelantó unos pasos más y, postrándose rostro en tierra, oró así: —Padre mío, si es posible, aparta de mí esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Volvió entonces adonde estaban los discípulos y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: —¿Ni siquiera habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no desfallezcáis en la prueba. Es cierto que tenéis buena voluntad, pero os faltan las fuerzas. Por segunda vez se alejó de ellos y oró así: —Padre mío, si no es posible que esta copa de amargura pase sin que yo la beba, hágase lo que tú quieras. Regresó de nuevo adonde estaban los discípulos, y volvió a encontrarlos dormidos pues tenían los ojos cargados de sueño. Así que los dejó como estaban y, apartándose de ellos, oró por tercera vez con las mismas palabras. Cuando volvió, les dijo: —¿Aún seguís durmiendo y descansando? Mirad que ha llegado la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos, vámonos! Ya está aquí el que me va a entregar. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó Judas, uno de los Doce. Venía acompañado de un numeroso tropel de gente armada con espadas y garrotes, enviada por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. Judas, el traidor, les había dado esta contraseña: —Aquel a quien yo bese, ese es; apresadlo. Así que apenas llegó, se acercó a Jesús y lo saludó diciendo: —¡Hola, Maestro! Y lo besó. Jesús le dijo: —Amigo, lo que has venido a hacer, hazlo ya. Entonces se abalanzaron sobre Jesús y, echándole mano, lo apresaron. De pronto, uno de los que estaban con Jesús sacó la espada y, de un golpe, le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Pero Jesús le dijo: —Guarda tu espada en su vaina, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Acaso piensas que no puedo pedir ayuda a mi Padre, y que él me enviaría ahora mismo más de doce legiones de ángeles? Pero en ese caso, ¿cómo se cumplirían las Escrituras según las cuales las cosas tienen que suceder así? Entonces dijo Jesús a aquel tropel de gente: —¿Por qué habéis venido a arrestarme con espadas y garrotes, como si yo fuera un ladrón? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me habéis arrestado. Pero todo esto sucede para que se cumpla lo que escribieron los profetas. Y en aquel momento, todos los discípulos de Jesús lo abandonaron y huyeron. Los que habían apresado a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se hallaban reunidos los maestros de la ley y los ancianos. Pedro, que lo había seguido de lejos hasta la mansión del sumo sacerdote, entró también y se sentó junto a los criados para ver en qué terminaba todo aquello. Los jefes de los sacerdotes y el pleno del Consejo Supremo andaban buscando un testimonio falso contra Jesús para condenarlo a muerte. Pero no lo encontraban, a pesar de los muchos testigos falsos que comparecían ante ellos. Finalmente comparecieron dos, que dijeron: —Este ha afirmado: «Yo puedo derribar el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días». Levantándose entonces el sumo sacerdote, dijo a Jesús: —¿No tienes nada que alegar a lo que estos testifican contra ti? Pero Jesús permaneció en silencio. Entonces el sumo sacerdote le conminó: —¡En nombre del Dios vivo, te exijo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios! Jesús le respondió: —Tú lo has dicho. Y añadiré que más adelante veréis al Hijo del hombre sentado junto al Todopoderoso y viniendo sobre las nubes del cielo. Al oír esto, el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y exclamó: —¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testimonios? ¡Ya habéis oído su blasfemia! ¿Qué os parece? Ellos contestaron: —¡Que merece la muerte! Y se pusieron a escupirle en la cara y a darle puñetazos mientras otros lo abofeteaban diciendo: —¡Adivina, Mesías, quién te ha pegado! Entre tanto, Pedro estaba sentado fuera, en el patio. Se le acercó una criada, y le dijo: —Tú eres uno de los que acompañaban a Jesús, el galileo. Pedro lo negó delante de todos, diciendo: —¡No sé de qué hablas! Luego se dirigió hacia la puerta y, cuando salía, lo vio otra criada, que aseguró a los que estaban allí: —Este también andaba con Jesús de Nazaret. Otra vez lo negó Pedro, jurando: —¡No sé quién es ese hombre! Algo más tarde se acercaron a Pedro unos que estaban allí, y le dijeron: —Pues no cabe duda de que tú eres de los suyos; el acento mismo te delata. Entonces él comenzó a maldecir y jurar: —¡No sé quién es ese hombre! Y al instante cantó un gallo.
MATEO 26:31-74 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Y Jesús les dijo: –Esta noche, todos vais a perder vuestra confianza en mí. Así lo dicen las Escrituras: ‘Mataré al pastor y se dispersarán las ovejas.’ Pero cuando resucite, iré a Galilea antes que vosotros. Pedro le contestó: –Aunque todos pierdan su confianza en ti, yo no la perderé. Jesús le dijo: –Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Pedro afirmó: –Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Luego fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní, y les dijo: –Sentaos aquí mientras yo voy más allá a orar. Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse muy triste y angustiado. Les dijo: –Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y permaneced despiertos conmigo. Y adelantándose unos pasos, se inclinó hasta el suelo y oró, diciendo: –Padre mío, si es posible, líbrame de esta copa amarga: pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Luego volvió adonde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: –¿Ni siquiera una hora habéis podido permanecer despiertos conmigo? Permaneced despiertos y orad para no caer en tentación. Tenéis buena voluntad, pero vuestro cuerpo es débil. Por segunda vez se fue, y oró así: –Padre mío, si no es posible evitar que yo sufra esta prueba, hágase tu voluntad. Cuando volvió, encontró de nuevo dormidos a los discípulos, porque los ojos se les cerraban de sueño. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Entonces regresó a donde estaban los discípulos y les dijo: –¿Aún seguís durmiendo y descansando? Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vámonos: ya se acerca el que me traiciona! Todavía estaba hablando Jesús, cuando Judas, uno de los doce discípulos, llegó acompañado de mucha gente armada con espadas y palos. Iban enviados por los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos. Judas, el traidor, les había dado una contraseña, diciéndoles: –Aquel a quien yo bese, ese es. ¡Apresadlo! Así que, acercándose a Jesús, dijo: –¡Buenas noches, Maestro! Y le besó. Jesús le contestó: –Amigo, lo que has venido a hacer, hazlo. Entonces los otros se acercaron, echaron mano a Jesús y lo apresaron. En esto, uno de los que estaban con Jesús sacó una espada y cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: –Guarda tu espada en su sitio, porque todo los que empuñan espada, a espada morirán. ¿No sabes que yo podría rogar a mi Padre, y que él me mandaría ahora mismo más de doce ejércitos de ángeles? Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que estas cosas han de suceder así? Después preguntó Jesús a la gente: –¿Por qué venís con espadas y palos a arrestarme, como si fuera un bandido? Todos los días he estado enseñando en el templo, y no me apresasteis. Pero todo esto sucede para que se cumpla lo que dijeron los profetas en las Escrituras. En aquel momento, todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron. Los que habían apresado a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se hallaban reunidos los maestros de la ley y los ancianos. Pedro, que le había seguido de lejos hasta el patio de la casa del sumo sacerdote, entró y se sentó con los guardias del templo, para ver en qué terminaba el asunto. Los jefes de los sacerdotes y toda la Junta Suprema andaban buscando alguna prueba falsa para condenar a muerte a Jesús, pero no la encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que se presentaron para acusarle. Por fin se presentaron dos que afirmaron: –Este hombre ha dicho: ‘Yo puedo destruir el templo de Dios y volver a levantarlo en tres días.’ Entonces el sumo sacerdote se levantó y preguntó a Jesús: –¿No contestas nada? ¿Qué es lo que están diciendo contra ti? Pero Jesús permaneció callado. El sumo sacerdote le dijo: –¡En el nombre del Dios viviente te ordeno que digas la verdad! ¡Dinos si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios! Jesús le contestó: –Tú lo has dicho. Pero yo os digo también que en adelante veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote se rasgó las ropas en señal de indignación y dijo: –¡Las palabras de este hombre son una ofensa contra Dios! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Ya habéis oído sus palabras ofensivas. ¿Qué os parece? Ellos contestaron: –Es culpable y debe morir. Entonces le escupieron en la cara y le golpearon. Otros le daban de bofetadas y decían: –Tú, que eres el Mesías, ¡adivina quién te ha pegado! Entre tanto, Pedro estaba sentado fuera, en el patio. En esto se le acercó una sirvienta y le dijo: –Tú también andabas con Jesús, el de Galilea. Pero Pedro lo negó delante de todos, diciendo: –No sé de qué estás hablando. Luego se dirigió hacia la puerta. Allí lo vio otra sirvienta, que dijo a los demás: –Este andaba con Jesús, el de Nazaret. De nuevo lo negó Pedro, jurando: –¡No conozco a ese hombre! Poco después se acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron: –Seguro que tú también eres uno de ellos. Hasta en la forma de hablar se te nota. Entonces él comenzó a jurar y perjurar, diciendo: –¡No conozco a ese hombre! En aquel mismo momento cantó un gallo