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MARCOS 10:1-52

MARCOS 10:1-52 Reina Valera 2020 (RV2020)

Jesús se levantó de allí y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán. El pueblo volvió de nuevo a congregarse en torno a él, y de nuevo él les enseñaba como solía. Se acercaron los fariseos y le preguntaron, con intención de tentarle, si estaba permitido al marido repudiar a su mujer. Él les respondió: —¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: —Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiarla. Les respondió Jesús: —Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los que eran dos serán una sola carne; así que ya no son dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe nadie. En casa los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo y les dijo: —Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra aquella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro también comete adulterio. Y le presentaban niños para que los tocara, pero los discípulos reprendían a quienes los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: —Dejad a los niños venir a mí. No se lo impidáis, porque el reino de Dios es de los que son como ellos. Con certeza os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él. Y Jesús, tomándolos en los brazos, los bendecía poniendo las manos sobre ellos. Saliendo Jesús para seguir su camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló delante de él y le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: —¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno, Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres, no mates, no hurtes, no digas falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre . El joven respondió: —Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándolo con amor, le dijo: —Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue entristecido, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: —¡Qué difícil les resultará entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas! Los discípulos se asombraron de sus palabras, pero Jesús volvió a decirles: —Hijos, ¡qué difícil les resulta entrar en el reino de Dios a quienes confían en las riquezas! Más fácil es para un camello pasar por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios. Los discípulos se asombraban aún más y se decían a sí mismos: —¿Y quién podrá salvarse? Jesús, mirándolos fijamente, dijo: —Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios. Entonces Pedro le dijo: —Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Respondió Jesús: —Con certeza os digo que no hay nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o padre o madre o mujer o hijos o tierras por causa de mí y del evangelio que no reciba ahora en este tiempo cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque todo ello con persecuciones, y en el tiempo venidero la vida eterna. Muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros. Jesús y sus discípulos subían por el camino hacia Jerusalén. Jesús iba delante de los doce, que estaban asombrados. Los demás que les seguían iban con miedo. Entonces volvió a tomar aparte a los doce y comenzó a decirles las cosas que le habían de acontecer: —Mirad, ahora subimos a Jerusalén. Allí el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, le escarnecerán, le azotarán, le escupirán y le matarán; mas al tercer día resucitará. Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron: —Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. Él les preguntó: —¿Qué queréis que haga por vosotros? Ellos dijeron: —Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús les respondió: —No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el vaso que yo bebo o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos respondieron: —Podemos. Jesús les dijo: —El vaso que yo bebo beberéis y con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados, mas el sentaros a mi derecha y a mi izquierda no me corresponde dároslo, sino a aquellos para quienes está preparado. Cuando los otros diez oyeron esto, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. Entonces Jesús los llamó y les dijo: —Sabéis que quienes se tienen por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los poderosos ejercen sobre ellas su potestad. Pero no será así entre vosotros. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero será siervo de todos, porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. Llegaron a Jericó, y al salir de la ciudad iba acompañado de sus discípulos y una gran multitud. Sentado junto al camino estaba Bartimeo, un mendigo ciego, hijo de Timeo. Al oír Bartimeo que era Jesús el nazareno, comenzó a gritar: —¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callara, pero él clamaba mucho más: —¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús se detuvo y mandó llamarle. Y llamaron al ciego diciéndole: —Ten confianza. Levántate, te llama. Bartimeo, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Jesús le preguntó: —¿Qué quieres que haga por ti? El ciego respondió: —Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: —Vete. Tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y seguía a Jesús por el camino.

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MARCOS 10:1-52 La Palabra (versión española) (BLP)

Jesús partió de aquel lugar y se fue a la región de Judea, situada en la otra orilla del Jordán. Allí la gente volvió a reunirse a su alrededor, y él, como tenía por costumbre, se puso de nuevo a instruirlos. En esto se le acercaron unos fariseos y, para tenderle una trampa, le preguntaron si está permitido al marido separarse de su mujer. Jesús les contestó: —¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: —Moisés dispuso que el marido levante acta de divorcio cuando vaya a separarse de su mujer. Jesús entonces les dijo: —Moisés escribió esa disposición a causa de la dureza de vuestro corazón; pero Dios, cuando creó al género humano, los hizo hombre y mujer. Por esta razón, dejará el hombre a sus padres, [se unirá a su mujer] y ambos llegarán a ser como una sola persona. De modo que ya no son dos personas, sino una sola. Por tanto, lo que Dios ha unido no deben separarlo los humanos. Cuando volvieron de nuevo a casa, los discípulos preguntaron a Jesús qué había querido decir. Él les contestó: —El que se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si una mujer se separa de su marido y se casa con otro, también comete adulterio. Llevaron unos niños a Jesús para que los bendijese. Los discípulos reñían a quienes los llevaban; pero Jesús, al verlo, se enojó y les dijo: —Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque el reino de Dios es para los que son como ellos. Os aseguro que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y estrechaba a los niños entre sus brazos y los bendecía poniendo las manos sobre ellos. Iba Jesús de camino, cuando vino uno corriendo, se arrodilló delante de él y le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le dijo: —¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solamente Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no engañes a nadie; honra a tu padre y a tu madre. El joven respondió: —Maestro, todo eso lo he guardado desde mi adolescencia. Jesús entonces, mirándolo con afecto, le dijo: —Una cosa te falta: Ve, vende cuanto posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve y sígueme. Al oír esto, se sintió contrariado y se marchó entristecido, porque era muy rico. Entonces Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos: —¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios! Los discípulos se quedaron asombrados al oír estas palabras. Pero Jesús repitió: —Hijos míos, ¡qué difícil va a ser entrar en el reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios. Con esto, los discípulos quedaron todavía más sorprendidos, y se preguntaban unos a otros: —En ese caso, ¿quién podrá salvarse? Jesús los miró y les dijo: —Para los hombres es imposible, pero no lo es para Dios, porque para Dios todo es posible. Pedro le dijo entonces: —Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. Jesús le respondió: —Os aseguro que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por causa mía y del evangelio, y no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, madres, hijos y tierras, aunque todo ello sea con persecuciones; y en el mundo venidero, la vida eterna. Muchos que ahora son primeros, serán los últimos, y muchos que ahora son últimos, serán los primeros. En el camino que sube hacia Jerusalén, Jesús iba delante de sus discípulos, que estaban admirados; por su parte, quienes iban detrás estaban asustados. Jesús entonces, llamando de nuevo a los Doce, se puso a hablarles de lo que estaba a punto de sucederle. Les dijo: —Ya veis que estamos subiendo a Jerusalén. Allí el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley que lo condenarán a muerte y lo pondrán en manos de extranjeros que se burlarán de él, lo escupirán, lo golpearán y lo matarán. Pero después de tres días resucitará. Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: —Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. Jesús les preguntó: —¿Qué queréis que haga por vosotros? Le dijeron: —Concédenos que nos sentemos junto a ti en tu gloria: el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Jesús les respondió: —No sabéis lo que estáis pidiendo. ¿Podéis vosotros beber la misma copa de amargura que yo estoy bebiendo, o ser bautizados con el mismo bautismo con que yo estoy siendo bautizado? Ellos le contestaron: —¡Sí, podemos hacerlo! Jesús les dijo: —Pues bien, beberéis de la copa de amargura que yo estoy bebiendo y seréis bautizados con mi propio bautismo; pero que os sentéis el uno a mi derecha y el otro a mi izquierda, no es cosa mía concederlo; es para quienes ha sido reservado. Cuando los otros diez discípulos oyeron esto, se enfadaron con Santiago y Juan. Entonces Jesús los reunió y les dijo: —Como muy bien sabéis, los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas las rigen despóticamente. Pero entre vosotros no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás; y si alguno quiere ser principal, que se haga servidor de todos. Porque así también el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos. En esto llegaron a Jericó. Y más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado de sus discípulos y de otra mucha gente, un ciego llamado Bartimeo (es decir, hijo de Timeo) estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret quien pasaba, empezó a gritar: —¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos le decían que se callara, pero él gritaba cada vez más: —¡Hijo de David, ten compasión de mí! Entonces Jesús se detuvo y dijo: —Llamadlo. Llamaron al ciego, diciéndole: —Ten confianza, levántate, él te llama. El ciego, arrojando su capa, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: —¿Qué quieres que haga por ti? Contestó el ciego: —Maestro, que vuelva a ver. Jesús le dijo: —Puedes irte. Tu fe te ha sanado. Al punto recobró la vista y siguió a Jesús por el camino.

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MARCOS 10:1-52 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Salió Jesús de Cafarnaún y se fue a la región de Judea y a la tierra que está al oriente del Jordán. Allí volvió a reunírsele la gente, y él comenzó de nuevo a enseñar, como tenía por costumbre. Algunos fariseos se acercaron a Jesús, y para tenderle una trampa le preguntaron si al esposo le está permitido separarse de su esposa. Él les contestó: –¿Qué os mandó Moisés? Dijeron: –Moisés permitió despedir a la esposa entregándole un certificado de separación. Entonces Jesús les dijo: –Moisés os dio ese mandato por lo tercos que sois. Pero en el principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona. Así que ya no son dos, sino uno solo. De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido. Cuando ya estaban en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre este asunto. Jesús les dijo: –El que se separa de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si la mujer deja a su esposo y se casa con otro, también comete adulterio. Llevaron unos niños a Jesús, para que los tocara; pero los discípulos reprendían a quienes los llevaban. Jesús, viendo esto, se enojó y les dijo: –Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos. Os aseguro que el que no acepta el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Tomó en sus brazos a los niños y los bendijo poniendo las manos sobre ellos. Cuando Jesús iba a seguir su viaje, llegó un hombre corriendo, se puso de rodillas delante de él y le preguntó: –Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le contestó: –¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios. Ya sabes los mandamientos: ‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no mientas en perjuicio de nadie ni engañes, y honra a tu padre y a tu madre.’ El hombre le dijo: –Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven. Jesús le miró con afecto y le contestó: –Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego, ven y sígueme. El hombre se afligió al oir esto; se fue triste, porque era muy rico. Jesús entonces miró alrededor y dijo a sus discípulos: –¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios! Estas palabras dejaron asombrados a los discípulos, pero Jesús volvió a decirles: –Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios. Al oirlo, se asombraron aún más, y se preguntaban unos a otros: –¿Y quién podrá salvarse? Jesús los miró y les contestó: –Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él no hay nada imposible. Pedro comenzó a decirle: –Nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido. Jesús respondió: –Os aseguro que todo el que por mi causa y por causa del evangelio deje casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras, recibirá ya en este mundo cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque con persecuciones; y en el mundo venidero recibirá la vida eterna. Pero muchos que ahora son los primeros, serán los últimos; y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros. Se dirigían a Jerusalén y Jesús caminaba delante de los discípulos. Ellos estaban asombrados, y los que iban detrás tenían miedo. Jesús, llamando de nuevo aparte a los doce discípulos, comenzó a hablarles de lo que había de sucederle: –Como veis, ahora vamos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros. Se burlarán de él, le escupirán, le golpearán y lo matarán; pero tres días después resucitará. Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: –Maestro, queremos que nos hagas el favor que vamos a pedirte. Él les preguntó: –¿Qué queréis que haga por vosotros? Le dijeron: –Concédenos que en tu reino glorioso nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Jesús les contestó: –No sabéis lo que pedís. ¿Acaso podéis beber esa copa amarga que voy a beber yo, y recibir el bautismo que yo voy a recibir? Ellos contestaron: –Podemos. Jesús les dijo: –Vosotros beberéis esa copa amarga y recibiréis el bautismo que yo voy a recibir, pero el que os sentéis a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí darlo. Les será dado a aquellos para quienes está preparado. Cuando los otros diez discípulos oyeron todo esto, se enojaron con Santiago y Juan. Pero Jesús los llamó y les dijo: –Sabéis que entre los paganos hay jefes que creen tener el derecho de gobernar con tiranía a sus súbditos, y sobre estos descargan los grandes el peso de su autoridad. Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre vosotros, que sirva a los demás; y el que entre vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo de todos. Porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos. Llegaron a Jericó. Y cuando ya salía Jesús de la ciudad seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oir que era Jesús de Nazaret, el ciego comenzó a gritar: –¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Muchos le reprendían para que se callara, pero él gritaba más aún: –¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: –Llamadle. Llamaron al ciego y le dijeron: –Ánimo, levántate. Te está llamando. El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús, que le preguntó: –¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: –Maestro, quiero recobrar la vista. Jesús le dijo: –Puedes irte. Por tu fe has sido sanado. En aquel mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús.

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MARCOS 10:1-52 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Jesús partió de aquel lugar y se fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Otra vez concurrieron a él las multitudes y, como era su costumbre, les enseñaba. En eso, unos fariseos se le acercaron y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: ―¿Está permitido que un hombre se divorcie de su esposa? ―¿Qué os mandó Moisés? —replicó Jesús. ―Moisés permitió que un hombre escribiera un certificado de divorcio y la despidiera —contestaron ellos. ―Esa ley la escribió Moisés para vosotros por lo obstinados que sois —aclaró Jesús—. Pero al principio de la creación Dios “los hizo hombre y mujer”. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”. Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Vueltos a casa, los discípulos le preguntaron a Jesús sobre este asunto. ―El que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio contra la primera —respondió—. Y, si la mujer se divorcia de su esposo y se casa con otro, comete adulterio. Empezaron a llevarle niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos reprendían a quienes los llevaban. Cuando Jesús se dio cuenta, se indignó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos. Os aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño de ninguna manera entrará en él». Y después de abrazarlos, los bendecía poniendo las manos sobre ellos. Cuando Jesús estaba ya para irse, un hombre llegó corriendo y se postró delante de él. ―Maestro bueno —le preguntó—, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? ―¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”. ―Maestro —dijo el hombre—, todo eso lo he cumplido desde que era joven. Jesús lo miró con amor y añadió: ―Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste, porque tenía muchas riquezas. Jesús miró alrededor y comentó a sus discípulos: ―¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios! Los discípulos se asombraron de sus palabras. ―Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! —repitió Jesús—. Le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios. Los discípulos se asombraron aún más, y decían entre sí: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» ―Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, pero no para Dios; de hecho, para Dios todo es posible. ―¿Qué de nosotros, que lo hemos dejado todo y te hemos seguido? —comenzó a reclamarle Pedro. ―Os aseguro —respondió Jesús— que todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o terrenos recibirá cien veces más ahora en este tiempo (casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos, aunque con persecuciones); y en la edad venidera, la vida eterna. Pero muchos de los primeros serán últimos, y de los últimos, primeros. Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús se les adelantó. Los discípulos estaban asombrados, y los otros que venían detrás tenían miedo. De nuevo tomó aparte a los doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder. «Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero a los tres días resucitará». Se le acercaron Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo. ―Maestro —le dijeron—, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir. ―¿Qué queréis que haga por vosotros? ―Concédenos que en tu glorioso reino uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda. ―No sabéis lo que estáis pidiendo —les replicó Jesús—. ¿Podéis acaso beber el trago amargo de la copa que yo bebo, o pasar por la prueba del bautismo con el que voy a ser probado? ―Sí, podemos. ―Beberéis de la copa que yo bebo —les respondió Jesús— y pasaréis por la prueba del bautismo con el que voy a ser probado, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí concederlo. Eso ya está decidido. Los otros diez, al oír la conversación, se indignaron contra Jacobo y Juan. Así que Jesús los llamó y les dijo: ―Como vosotros sabéis, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre vosotros deberá ser vuestro servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. Después llegaron a Jericó. Más tarde, salió Jesús de la ciudad acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Un mendigo ciego llamado Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado junto al camino. Al oír que el que venía era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ―¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Muchos lo reprendían para que se callara, pero él se puso a gritar aún más: ―¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: ―Llamadlo. Así que llamaron al ciego. ―¡Ánimo! —le dijeron—. ¡Levántate! Te llama. Él, arrojando la capa, dio un salto y se acercó a Jesús. ―¿Qué quieres que haga por ti? —le preguntó. ―Rabí, quiero ver —respondió el ciego. ―Puedes irte —le dijo Jesús—; tu fe te ha sanado. Al momento recobró la vista y empezó a seguir a Jesús por el camino.

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