NEHEMÍAS 2:1-20
NEHEMÍAS 2:1-20 Reina Valera 2020 (RV2020)
Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, que cuando estaba ya el vino delante de él, tomé el vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia, me dijo el rey: —¿Por qué está triste tu rostro?, pues no estás enfermo. Solo puede ser porque tienes el corazón afligido. Entonces tuve un gran temor. Y dije al rey: —¡Viva el rey para siempre! ¿Cómo no ha de estar triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego? —¿Qué pides? —preguntó el rey. Entonces oré al Dios de los cielos, y respondí: —Si le place al rey, y tu siervo se ha ganado tu confianza, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré. Entonces el rey, que tenía a la reina sentada junto a él, me preguntó: —¿Cuánto durará tu viaje y cuándo volverás? Y agradó al rey enviarme, después que yo le indiqué las fechas. Le dije además: —Si al rey le place, que se me den cartas para los gobernadores al otro lado del río, para que me franqueen el paso hasta que llegue a Judá; y carta para Asaf, guarda del bosque del rey, a fin de que me dé madera para enmaderar las puertas de la ciudadela de la Casa, para el muro de la ciudad y para la casa en que yo estaré. El rey me lo concedió, porque la mano de mi Dios me protegía. Fui luego a los gobernadores del otro lado del río y les di las cartas del rey. También el rey envió conmigo capitanes del ejército y gente de a caballo. Pero cuando lo oyeron Sanbalat el horonita, y Tobías el siervo amonita, les disgustó mucho que viniera alguien a procurar el bien de los hijos de Israel. Llegué, pues, a Jerusalén, y después de estar allí tres días, me levanté de noche, acompañado de unos cuantos hombres, pero no declaré a nadie lo que Dios había puesto en mi corazón que hiciera en Jerusalén. La única cabalgadura que llevábamos era en la que yo iba montado. Aquella misma noche salí por la puerta del Valle hacia la fuente del Dragón y a la puerta del Muladar; y observé los muros de Jerusalén, que estaban derribados, y sus puertas, que habían sido consumidas por el fuego. Pasé luego a la puerta de la Fuente y al estanque del Rey, pero no había lugar por donde pasara la cabalgadura en que iba. Subí de noche por el torrente y observé el muro, di la vuelta y entré por la puerta del Valle, y regresé. Los oficiales no sabían a dónde yo había ido ni qué había hecho. Todavía no lo había declarado yo a los judíos y sacerdotes, ni a los nobles y oficiales, ni a los demás que hacían la obra. Les dije, pues: —Vosotros veis la difícil situación en que estamos: Jerusalén está en ruinas y sus puertas consumidas por el fuego. Venid y reconstruyamos el muro de Jerusalén, para que ya no seamos objeto de deshonra. Entonces, les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena conmigo, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Ellos respondieron: —¡Levantémonos y edifiquemos! Así, esforzaron sus manos para bien. Pero cuando lo oyeron Sanbalat el horonita, Tobías el siervo amonita y Gesem, el árabe, se burlaron de nosotros y nos despreciaron, pues decían: —¿Qué es lo que estáis haciendo? ¿Os rebeláis contra el rey? Pero yo les respondí: —El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros, sus siervos, nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén.
NEHEMÍAS 2:1-20 La Palabra (versión española) (BLP)
Corría el mes de Nisán del año vigésimo del rey Artajerjes, y estaba yo con el vino a punto delante del rey; lo levanté y se lo serví. Como nunca antes había estado triste en su presencia, el rey me preguntó: —Si no estás enfermo, ¿por qué está triste tu semblante? Solo puede ser porque tienes el corazón afligido. Me asusté mucho y contesté al rey: —¡Viva el rey para siempre! ¿Cómo no voy a estar triste si la ciudad donde se hallan los sepulcros de mis antepasados está desolada y sus puertas devoradas por el fuego? —¿Qué necesitas? —me preguntó el rey. Entonces yo me encomendé al Rey de los cielos y contesté al rey: —Si le parece correcto a su majestad y aprecia a este su siervo, envíeme a Judá, a la ciudad donde están los sepulcros de mis antepasados, y la reedificaré. El rey, a cuyo lado estaba sentada la reina, me preguntó: —¿Cuánto durará tu viaje y cuándo vas a regresar? Le propuse un plazo que le pareció bien y me dejó partir. Dije, además, al rey: —Si le place a su majestad, ordene que se me den cartas dirigidas a los gobernantes del otro lado del Éufrates para que me dejen franco el paso hasta Judá. Y ordene, asimismo, que se me dé una carta dirigida a Asaf, guardabosques del rey, para que me proporcione madera con destino a la construcción de las puertas de la ciudadela que está junto al Templo, así como de la muralla de la ciudad y de la casa que habitaré. El rey me lo concedió gracias a la bondad de mi Dios que velaba sobre mí. Me dirigí, pues, a los gobernadores del otro lado del Éufrates y les entregué las cartas del rey, que también me había facilitado una escolta de oficiales y gente de a caballo. Cuando se enteraron de ello Sambalat, el joronita, y su ayudante amonita Tobías, les desagradó sobremanera que alguien viniera a procurar el bien de los israelitas. Llegué a Jerusalén y estuve allí tres días. Me levanté de noche con unos cuantos hombres, sin comunicar a nadie lo que mi Dios me había inspirado hacer en Jerusalén. La única cabalgadura que había era la que yo cabalgaba. Salí de noche por la Puerta del Valle en dirección a la fuente del Dragón y a la Puerta del Muladar; inspeccioné las murallas de Jerusalén que estaban derruidas y también las puertas que habían sido devoradas por el fuego; me dirigí luego a la Puerta de la Fuente y al Estanque del Rey, pero no había modo de pasar con la cabalgadura. Así que, todavía de noche, subí por el torrente, examiné la muralla y volví a pasar por la Puerta del Valle, regresando a casa. No supieron las autoridades a dónde había ido ni qué había hecho, pues hasta aquel momento nada había comunicado a los judíos: ni a los sacerdotes, ni a los nobles, ni a las autoridades, ni a los encargados de la obra. Solo entonces les dije: —Ya veis la ruinosa situación en la que estamos: Jerusalén desolada y sus puertas devoradas por el fuego. Venid y reconstruyamos la muralla de Jerusalén; dejaremos así de ser objeto de oprobio. Los puse al corriente de lo que me había dicho el rey y de cómo Dios me había protegido. Ellos, por su parte, animándose mutuamente para una tarea tan hermosa, respondieron: —¡Manos a la obra y comencemos la reconstrucción! Cuando se enteraron de esto Sambalat, el joronita, su ayudante amonita Tobías y el árabe Guesén, se burlaron de nosotros y nos dijeron con menosprecio: —¿Qué es lo que estáis haciendo? ¿Acaso intentáis rebelaros contra el rey? Les repliqué: —El Dios de los cielos nos dará éxito. Nosotros, sus siervos, pondremos manos a la obra y llevaremos a cabo la reconstrucción. Vosotros, en cambio, no tenéis parte, ni derecho, ni nada que recordar en Jerusalén.
NEHEMÍAS 2:1-20 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Un día del mes de Nisán, en el año veinte de su reinado, mientras le servía vino, el rey me vio tan triste que me preguntó: –Te veo muy triste. ¿Qué te pasa? No pareces estar enfermo, así que has de tener algún problema. En aquel momento sentí un gran temor, y le dije al rey: –¡Viva siempre Su Majestad! ¿Cómo no he de verme triste, si la ciudad donde están las tumbas de mis padres se halla en ruinas y sus puertas han sido quemadas? –¿Qué puedo hacer por ti? –preguntó el rey. Entonces, encomendándome al Dios del cielo, respondí al rey: –Si a Su Majestad le parece bien, y si he alcanzado su favor, pido a Su Majestad que me envíe a Judá, a la ciudad donde están enterrados mis padres, para que yo la reconstruya. El rey, a cuyo lado estaba sentada la reina, me contestó: –¿Cuánto tiempo durará tu viaje? ¿Cuándo volverás? Yo le indiqué la fecha, y él aceptó dejarme ir. Además le dije que, si lo estimaba conveniente, se me diera una orden por escrito dirigida a los gobernadores al oeste del río Éufrates, para que me dejaran pasar libremente hasta llegar a Judá; y otra orden escrita para que Asaf, el guardabosques del rey, me diera madera para recubrir las puertas de la ciudadela del templo, así como para la muralla de la ciudad y para la casa donde yo tenía que vivir. Y el rey me lo concedió todo, porque yo contaba con la bondadosa ayuda de mi Dios. Cuando llegué ante los gobernadores al oeste del Éufrates, les entregué las cartas del rey, quien además había enviado conmigo una escolta de caballería al mando de jefes del ejército. Pero cuando supieron esto Sambalat el de Horón y Tobías, el funcionario amonita, se disgustaron mucho porque había llegado alguien interesado en ayudar a los israelitas. Llegué por fin a Jerusalén. Y a los tres días de estar allí me levanté de noche acompañado de varios hombres, pero no le dije a ninguno lo que Dios me había inspirado hacer por Jerusalén. No llevaba yo más cabalgadura que la que montaba. Aquella misma noche salí por la puerta del Valle en dirección a la fuente del Dragón y a la puerta del Basurero, e inspeccioné la muralla de Jerusalén, que estaba derribada y tenía sus puertas quemadas. Luego seguí hacia la puerta de la Fuente y el estanque del Rey; pero mi cabalgadura no podía pasar por allí. Siendo todavía de noche subí a lo largo del arroyo, y después de haber inspeccionado la muralla, regresé entrando por la puerta del Valle. Los gobernantes no sabían a dónde había ido yo, ni lo que andaba haciendo. Tampoco había yo informado hasta entonces a los judíos, es decir, a los sacerdotes, nobles, gobernantes y demás personas que habían de participar en la obra. Así que les dije: –Vosotros sabéis bien que nos encontramos en una situación difícil, pues Jerusalén está en ruinas y sus puertas quemadas. Uníos a mí y reconstruyamos la muralla de Jerusalén, para que ya no seamos objeto de burla. Y cuando les conté la forma tan bondadosa en que Dios me había ayudado y las palabras que me había dicho el rey, ellos respondieron: –¡Comencemos la reconstrucción! Con muy buen espíritu se animaron unos a otros. Pero cuando lo supieron Sambalat el de Horón, Tobías el funcionario amonita, y Guésem el árabe, se burlaron de nosotros y nos dijeron con desprecio: –¿Qué os traéis entre manos? ¿Acaso pensáis rebelaros contra el rey? Pero yo les contesté: –El Dios del cielo nos dará el éxito. Nosotros, sus siervos, vamos a comenzar la reconstrucción, y vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén.
NEHEMÍAS 2:1-20 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Un día, en el mes de nisán del año veinte del reinado de Artajerjes, al ofrecerle vino al rey, como él nunca antes me había visto triste, me preguntó: ―¿Por qué estás triste? No me parece que estés enfermo, así que debe de haber algo que te está causando dolor. Yo sentí mucho miedo y le respondí: ―¡Que viva el rey para siempre! ¿Cómo no he de estar triste, si la ciudad donde están los sepulcros de mis padres se halla en ruinas, con sus puertas consumidas por el fuego? ―¿Qué quieres que haga? —replicó el rey. Encomendándome al Dios del cielo, le respondí: ―Si al rey le parece bien, y si este tu siervo es digno de tu favor, te ruego que me envíes a Judá para reedificar la ciudad donde están los sepulcros de mis padres. ―¿Cuánto durará tu viaje? ¿Cuándo regresarás? —me preguntó el rey, que tenía a la reina sentada a su lado. En cuanto le propuse un plazo, el rey aceptó enviarme. Entonces añadí: ―Si al rey le parece bien, te ruego que envíes cartas a los gobernadores del oeste del río Éufrates para que me den vía libre y yo pueda llegar a Judá; y por favor ordena a tu guardabosques Asaf que me dé madera para reparar las puertas de la ciudadela del templo, la muralla de la ciudad y la casa donde he de vivir. El rey accedió a mi petición, porque Dios estaba actuando a mi favor. Cuando me presenté ante los gobernadores del oeste del río Éufrates, les entregué las cartas del rey. Además, el rey había ordenado que me escoltaran su caballería y sus capitanes. Pero, al oír que alguien había llegado a ayudar a los israelitas, Sambalat el horonita y Tobías el siervo amonita se disgustaron mucho. Tres días después de haber llegado a Jerusalén, salí de noche acompañado de algunos hombres, pero a ninguno de ellos le conté lo que mi Dios me había motivado hacer por Jerusalén. La única bestia que llevábamos era la que yo montaba. Esa noche salí por la puerta del Valle hacia la fuente del Dragón y la puerta del Basurero. Inspeccioné las ruinas de la muralla de Jerusalén, y sus puertas consumidas por el fuego. Después me dirigí hacia la puerta de la Fuente y el estanque del Rey, pero no hallé por dónde pasar con mi cabalgadura. Así que, siendo aún de noche, subí por el arroyo mientras inspeccionaba la muralla. Finalmente regresé y entré por la puerta del Valle. Los gobernadores no supieron a dónde fui ni qué hice, porque hasta entonces no había dicho nada a ningún judío: ni a los sacerdotes, ni a los nobles, ni a los gobernadores ni a los que estaban trabajando en la obra. Por eso les dije: ―Vosotros sois testigos de nuestra desgracia. Jerusalén está en ruinas, y sus puertas han sido consumidas por el fuego. ¡Vamos, animaos! ¡Reconstruyamos la muralla de Jerusalén para que ya nadie se burle de nosotros! Entonces les conté cómo la bondadosa mano de Dios había estado conmigo y les relaté lo que el rey me había dicho. Al oír esto, exclamaron: ―¡Manos a la obra! Y unieron la acción a la palabra. Cuando lo supieron, Sambalat el horonita, Tobías el oficial amonita y Guesén el árabe se burlaron de nosotros y nos preguntaron de manera despectiva: ―Pero ¿qué estáis haciendo? ¿Acaso pretendéis rebelaros contra el rey? Yo les contesté: ―El Dios del cielo nos concederá salir adelante. Nosotros, sus siervos, vamos a comenzar la reconstrucción. Vosotros no tenéis arte ni parte en este asunto, ni raigambre en Jerusalén.