SALMOS 102:1-12
SALMOS 102:1-12 Reina Valera 2020 (RV2020)
Señor, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invoque, porque mis días se desvanecen como el humo y mis huesos cual tizón están quemados. Mi corazón está herido y seco como la hierba, por lo cual me olvido de comer mi pan. Por la voz de mi gemido mis huesos se han pegado a mi carne. Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades. Me desvelo y soy como un pájaro solitario sobre el tejado. Cada día me deshonran mis enemigos. Los que se burlan de mí ya se han conjurado en mi contra. Por lo cual yo como ceniza a manera de pan y mi bebida mezclo con lágrimas, a causa de tu enojo y de tu ira, pues me alzaste y me has arrojado. Mis días son como una sombra que se va, y me he secado como la hierba. Mas tú, Señor, permanecerás para siempre y tu memoria de generación en generación.
SALMOS 102:1-12 La Palabra (versión española) (BLP)
Señor, escucha mi ruego, que mi grito llegue a ti. No me ocultes tu rostro cuando estoy angustiado; acerca hacia mí tu oído, respóndeme pronto si te llamo. Pues mi vida se desvanece como el humo, mis huesos arden como una hoguera; mi corazón se seca como hierba segada, hasta de comer mi pan me olvido. De tanto gritar sollozando tengo los huesos pegados a la piel. Me parezco al pelícano del yermo, soy como el búho de las ruinas. No puedo dormir, aquí estoy como ave solitaria en un tejado. Sin cesar mis enemigos me injurian, furiosos contra mí me maldicen. En vez de pan me alimento de polvo, mezclo la bebida con mi llanto a causa de tu enojo y de tu cólera, pues tú me alzaste y me abatiste luego. Es mi vida como sombra que declina, como la hierba me voy marchitando. Pero tú, Señor, reinas por siempre, tu recuerdo dura por generaciones.
SALMOS 102:1-12 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Escucha, SEÑOR, mi oración; llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro cuando me encuentro angustiado. Inclina a mí tu oído; respóndeme pronto cuando te llame. Pues mis días se desvanecen como el humo, los huesos me arden como brasas. Mi corazón decae y se marchita como la hierba; ¡hasta he perdido el apetito! A causa de mis fuertes gemidos se me pueden contar los huesos. Parezco una lechuza del desierto; soy como un búho entre las ruinas. No logro conciliar el sueño; parezco ave solitaria sobre el tejado. A todas horas me ofenden mis enemigos, y hasta usan mi nombre para maldecir. Las cenizas son todo mi alimento; mis lágrimas se mezclan con mi bebida. ¡Por tu enojo, por tu indignación, me levantaste para luego arrojarme! Mis días son como sombras nocturnas; me voy marchitando como la hierba. Pero tú, SEÑOR, reinas eternamente; tu nombre perdura por todas las generaciones.