ROMANOS 10:1-17
ROMANOS 10:1-17 Reina Valera 2020 (RV2020)
Hermanos, ciertamente deseo de todo corazón, y mi oración a Dios es por la salvación de Israel. Porque soy testigo de que tienen celo por Dios, pero no se basa en el conocimiento. Pues como ignoran la justicia de Dios y procuran establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios, porque el cumplimiento de la ley es Cristo, para justicia de todo aquel que cree. Moisés escribe así de la justicia que es por la ley: La persona que la cumpla vivirá por ella . Pero de la justicia que es por la fe, dice así: No digas en tu corazón: «¿Quién subirá al cielo?» (es decir, para hacer que Cristo baje); o, «¿quién descenderá al abismo?» (es decir, para hacer subir a Cristo de los muertos). Pero añade: Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón . Esta es la palabra de fe que predicamos: Que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él cree, no será defraudado . Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que lo invocan; ya que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. Pero ¿cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de la paz, de los que anuncian buenas noticias! Pero no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe proviene del oír, de escuchar la palabra de Dios.
ROMANOS 10:1-17 La Palabra (versión española) (BLP)
Hermanos, deseo con todo mi corazón y le pido a Dios que salve a los israelitas. Soy testigo de que buscan a Dios con ardor, pero sin el debido conocimiento. Desconocen, en efecto, el poder salvador de Dios y pretenden hacer valer su propio poder sin querer someterse al de Dios. Pero Cristo constituye el punto final de la ley y por él, Dios absuelve de culpa y restablece en su amistad a todo creyente. En cuanto al poder salvador de la ley, así escribe Moisés: Quien cumpla la ley, encontrará vida en ella. En cambio, del poder salvador de la fe dice así: No te inquietes preguntando: «¿Quién podrá subir al cielo?» —se sobrentiende que para hacer que Cristo baje—. Ni tampoco: «¿Quién bajará al abismo?» —se sobrentiende que para hacer surgir a Cristo de la muerte—. Lo que dice la Escritura es esto: La palabra está muy cerca de ti. Está en tus labios y en tu propio corazón. Y se trata de la palabra de fe que nosotros proclamamos. Si, pues, tus labios confiesan que Jesús es el Señor y crees en tu interior que Dios lo resucitó de la muerte, serás salvo. Porque se necesita la fe interior del corazón para ser justificado, y la pública confesión de esa fe para obtener la salvación. Pues dice la Escritura: Nadie que ponga en él su confianza quedará defraudado Y no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, y su generosidad se desborda con todos los que lo invocan. Por tanto, todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él si no han oído su mensaje? ¿Y cómo van a oír su mensaje si nadie lo proclama? ¿Y cómo lo van proclamar si no son enviados? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas noticias! Pero no todos han aceptado el evangelio. Lo dice Isaías: Señor, ¿quién ha creído nuestro anuncio? En todo caso, la fe surge de la proclamación, y la proclamación se realiza mediante la palabra de Cristo.
ROMANOS 10:1-17 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por los israelitas es que alcancen la salvación. En favor suyo puedo decir que tienen un gran deseo de servir a Dios; solo que ese deseo no está basado en el verdadero conocimiento. Pues no reconociendo que es Dios quien hace justos a los hombres, tratan de ser justos por sí mismos sin someterse a lo establecido por Dios. Porque la ley se cumple en Cristo para que sean hechos justos todos los que tienen fe. Acerca de la justicia que se basa en cumplir la ley, Moisés escribió: “Quien cumpla la ley, vivirá por ella.” Pero acerca de la justicia que se basa en la fe, dice: “No pienses ‘¿Quién subirá al cielo?’ –esto es, para hacer que Cristo baje– o ‘¿Quién bajará al abismo?’ ” –esto es, para hacer que Cristo suba de entre los muertos. ¿Qué es, pues, lo que dice?: “La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.” Esta palabra es el mensaje de fe que predicamos. Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia y con la boca se confiesa a Jesucristo para alcanzar la salvación. La Escritura dice: “El que confía en él no se verá defraudado.” No hay diferencia entre judíos y no judíos, pues el mismo que es Señor de todos da con abundancia a cuantos le invocan. Acerca de esto dice: “Todos los que invoquen el nombre del Señor alcanzarán la salvación.” Pero, ¿cómo lo van a invocar, si no han creído en él? ¿Y cómo van a creer, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oir, si nadie les anuncia el mensaje? ¿Y cómo van a anunciarlo, si no hay quien los envíe? Como dice la Escritura: “¡Qué hermosa es la llegada de los que traen buenas noticias!” Pero no todos han aceptado el evangelio. Ya lo dice Isaías: “Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?” Así pues, la fe resulta de oir el mensaje, y el mensaje llega por la palabra de Cristo.
ROMANOS 10:1-17 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Hermanos, el deseo de mi corazón, y mi oración a Dios por los israelitas, es que lleguen a ser salvos. Puedo declarar en favor de ellos que muestran celo por Dios, pero su celo no se basa en el conocimiento. No conociendo la justicia que proviene de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia. Así describe Moisés la justicia que se basa en la ley: «Quien practique estas cosas vivirá por ellas». Pero la justicia que se basa en la fe afirma: «No digas en tu corazón: “¿Quién subirá al cielo?” (es decir, para hacer bajar a Cristo), o “¿Quién bajará al abismo?”» (es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). ¿Qué afirma entonces? «La palabra está cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón». Esta es la palabra de fe que predicamos: que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo. Así dice la Escritura: «Todo el que confíe en él no será jamás defraudado». No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan, porque «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo». Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: «¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!» Sin embargo, no todos los israelitas aceptaron las buenas nuevas. Isaías dice: «Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje?» Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo.