—Crucemos hasta la avanzada de esos paganos —le dijo Jonatán a su escudero—. Tal vez el SEÑOR nos ayude, porque nada puede detener al SEÑOR. ¡Él puede ganar la batalla ya sea que tenga muchos guerreros o solo unos cuantos!
—Haz lo que mejor te parezca —respondió el escudero—. Estoy contigo, decidas lo que decidas.
—Muy bien —le dijo Jonatán—. Cruzaremos y dejaremos que nos vean. Si nos dicen: “Quédense donde están o los mataremos”, entonces nos detendremos y no subiremos hacia ellos. Pero si nos dicen: “Suban y peleen”, entonces subiremos. Esa será la señal del SEÑOR de que nos ayudará a derrotarlos.
Cuando los filisteos vieron que se acercaban, gritaron: «¡Miren, los hebreos salen de sus escondites!». Entonces los hombres de la avanzada le gritaron a Jonatán: «¡Suban aquí y les daremos una lección!».
«Vamos, sube detrás de mí —le dijo Jonatán a su escudero—, ¡porque el SEÑOR nos ayudará a derrotarlos!».
Así que escalaron usando pies y manos. Entonces los filisteos caían ante Jonatán, y su escudero mataba a los que venían por detrás. Mataron a unos veinte hombres en total, y sus cuerpos quedaron dispersos en un espacio de cuarta hectárea.
De repente, el ejército de los filisteos se llenó de pánico, tanto los que estaban en el campamento como los que estaban en el campo, hasta las avanzadas y los destacamentos de asalto. Y en ese preciso momento hubo un terremoto, y todos quedaron aterrorizados.
Entonces los centinelas de Saúl en Guibeá de Benjamín vieron algo muy extraño: el inmenso ejército filisteo comenzó a dispersarse en todas direcciones. «Pasen lista y averigüen quién falta», ordenó Saúl. Y cuando hicieron el recuento, descubrieron que Jonatán y su escudero no estaban.
Entonces Saúl le gritó a Ahías: «¡Trae el efod aquí!». Pues en ese tiempo Ahías llevaba puesto el efod delante de los israelitas. Pero mientras Saúl hablaba con el sacerdote, la confusión en el campamento de los filisteos era cada vez más fuerte. Entonces Saúl le dijo al sacerdote: «No importa, ¡vamos ya!».
Enseguida Saúl y sus hombres corrieron a la batalla y encontraron que los filisteos estaban matándose unos a otros. Había una terrible confusión en todas partes. Aun los hebreos, que anteriormente se habían unido al ejército filisteo, se rebelaron y se unieron a Saúl, a Jonatán y al resto de los israelitas. De igual manera, los hombres de Israel que estaban escondidos en la zona montañosa de Efraín, cuando vieron que los filisteos huían, se unieron a la persecución. Así que en ese día el SEÑOR salvó a Israel, y la recia batalla se extendió aún más allá de Bet-avén.